YEDA, Arabia Saudí.- Una aparatosa falta, sin disimulo, cometida cuando restaban solo cinco minutos para el final tuvo un efecto contrario para el uruguayo Fede Valverde, expulsado con tarjeta roja, sin discusión, pero erigido en salvador por sus compañeros, su entrenador e, incluso, el técnico adversario.
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Valverde se marchó con rabia del césped del King Abdullah Sports Center de Yeda. Había sido el mejor de su equipo. Un derroche de compromiso, un dispendio de calidad, un prodigio de fútbol.
El uruguayo nacido en Montevideo hace 21 años fue elegido el mejor jugador de la Supercopa que al final conquistó su equipo, después de imponerse, en los penaltis, al Atlético Madrid.
El centrocampista, de planta imponente y fabuloso despliegue, impidió con la alevosa infracción que Álvaro Morata, con metros por delante, encarara en solitario al portero Thibaut Courtois. Era un todo o nada. Una ocasión de gol. De derrota. Valverde apostó. Frenó al rival y dejó a su equipo con diez. Pero el marcador no se movió y sus compañeros pudieron redondear la faena desde el punto de penalti.
Mucho tuvo que ver en ello el 'Pajarito', que llegó un buen día desde Peñarol con diecisiete años para reforzar el filial del Real Madrid y cumplir un sueño.
La fea acción no evitó que Fede Valverde fuera elegido como el jugador más valioso de la Supercopa. El mejor. Todo se le junta al joven de Montevideo. De personalidad callada, talante discreto y actitud prudente vive el mejor momento de su vida. Asentado en el Real Madrid, valorado por el entorno y a punto de ser padre. "No le puedo pedir más a la vida", reconoció tras la final.
Nada que ver con los complicados comienzos. Con las dificultades de adaptación con las que tuvo que lidiar cuando llegó desde Uruguay a España reclutado para el Real Madrid. Ni en el momento de partir hacia La Coruña para reforzar al Deportivo a lo largo de un año de cesión. En Riazor prometió, pero no despuntó.
Las aptitudes físicas y la progresión técnica del Pajarito pasaron desapercibidas. Pero en el pasado curso la agitación en la que estuvo sumido su equipo le situó en el mostrador. Fue de forma ocasional. Fue Santiago Solari el primero que confió en Fede, arrinconado en la época de Julen Lopetegui. Tuvo partidos, tuvo minutos. Y, sin sobresaltos, cumplió.
La explosión de Fede Valverde llegó en esta temporada. Zinedine Zidane tuvo que amoldarse a un plantel carente de refuerzos de renombre, a excepción de Eden Hazard. Esperaba a Paul Pogba, pero el francés nunca llegaba.
Valverde fue el Pogba de Zizou. Y el Pajarito respondió más y más hasta afianzarse como titular en el once del preparador galo. A Fede le sobraba compromiso y se adaptaba a cualquier posición del centro del campo, cubría cualquier necesidad sobre el terreno de juego. Zidane lo notó. Ya no lo quitó. Sin embargo, el equipo notaba su ausencia. Su compromiso, el despliegue, la zancada. El disparo lejano.
Llegó a Yeda consolidado, afianzado. Y respondió. Mantuvo un nivel alto en la semifinal contra el Valencia. Pero la explosión del ya internacional absoluto con Uruguay llegó en el último partido, el de su consagración. Su juego generó peligro, frescura, riesgo.
Después, con el partido desatado llegó la falta sobre Morata. Una acción antirreglamentaria que catapultó, contra lo que se pensaba, al mejor jugador en la final de Yeda. EFE, Santiago Aparicio