Felicitamos y deseamos la mejor suerte al equipo que representará a la República Dominicana en el III Clásico Mundial de Béisbol que tendrá lugar el próximo mes de marzo del año en curso.
Sepan nuestros queridos jugadores que la responsabilidad que tienen trasciende los resultados de la competencia, teniendo que ver en gran medida con la buena imagen que logren proyectar frente a nuestro país y al mundo a lo largo de todo el evento.
Tienen ustedes una importante cuota de responsabilidad en la construcción de una República Dominicana mejor, ya que sus comportamientos serán referencias en los procesos de socialización de miles de niños, niñas y jóvenes del país al convertirse en ejemplo y aspiración sentida mientras dure el evento. Estas actividades tienen un alto impacto puntual en términos de educación social y formación ciudadana debido a la intensidad con que se asumen y la importancia que les confiere la audiencia.
Salir airosos no es lo más significativo para la formación de las nuevas generaciones del país y para la necesaria reconstrucción y mejoramiento de la imagen de nuestra sociedad en el mundo; más lo es evidenciar un comportamiento respetuoso, organizado, disciplinado, serio y amistoso.
Lo sucedido en los pasados clásicos
La mediocre participación del equipo nacional en los dos mundiales de béisbol, sobre todo en el último, dejó mucha frustración y un mal sabor en el país. El momento máximo de malestar fue la descalificación luego de dos derrotas frente a Holanda, algo inimaginable al ser éste un país con muy bajo renombre y tradición en el deporte.
Pero lo peor de ambos clásicos no fue la temprana descalificación, sino las continuas manifestaciones y actitudes de arrogancia, reafirmación egoica y celebración grosera de parte de nuestros jugadores cuando los hechos discurrían a favor; así como el gran malestar, la negatividad y la contrariedad cuando sucedía lo opuesto. Mostramos al mundo una imagen deplorable caracterizada por una serie de "bultos" innecesarios y groseros. Fuimos el país con mayor cantidad de jugadores en el terreno cuando no debía haberlo y quienes discutimos más strikes cantados y jugadas de forma airada. Fue también desagradable contemplar la exhibición continua y excesiva de banderas en manos de los jugadores, entre otras cosas.
Todos esos comportamientos cierran en lugar de abrir, excluyen en lugar de incluir y sólo atraen a una parte fanatizada de los parciales, produciendo rechazo y separación en quienes son de otros equipos y nacionalidades. Las actitudes de alteración cuando se está perdiendo o se es derrotado reflejan frustración personal, poca altura y en muchos casos un sentido de inferioridad individual y nacional. Además, muestran debilidad y fragilidad interior al evidenciar que los estados personales dependen excesivamente de lo que sucede en la dimensión externa de quienes somos.
El ejemplo de los asiáticos
Como contraste a la actitud y al comportamiento de nuestros jugadores, hemos tenido los de las selecciones orientales, que han ganado el campeonato mundial en las dos ocasiones. Japón en ambas, mientras Corea del Sur obtuvo el tercer lugar en el 2006 y el segundo en el 2009. Pero lo más interesante es que esos dos equipos han dado un gran ejemplo por el comportamiento disciplinado y sereno de sus jugadores, la gran entrega y seriedad, los entrenamientos tempranos, el nivel de respeto a los árbitros, a los otros jugadores y al público en general, la humildad en las victorias y la buena onda en la derrota, así como por su formidable juego en equipo. Esas actitudes han demostrado ser humanamente superiores a las de nuestro equipo, pero además han comprobado tener mayor efectividad al permitirle triunfar en los juegos y torneos. Este es el espejo donde el equipo dominicano debería verse para compararse. Esas son las cualidades que deberíamos emular para elevar la calidad de nuestra participación en esos clásicos.
Otra razón para un buen papel
Dependemos estructuralmente de una industria que se basa, no sólo en los recursos naturales y las peculiaridades culturales del país, sino también en el atractivo humano que proyectemos como pueblo. Esa industria prioritaria es el turismo, cuya actividad y expansión puede significar los ingresos principales que nos permitirían salir o mitigar la pobreza; es decir, más inversión en infraestructura y servicios públicos, más oportunidades de empleo directo e indirecto y menos inseguridad y violencia.
La expansión de esa importante fuente de ingresos dependerá mucho de una transformación cultural y social que revierta parte de los estigmas y estereotipos que se han venido construyendo en torno a que los dominicanos somos desorganizados, engreídos, bullosos, deshonestos y, lamentablemente, agresivos y violentos. Pero debido a la gran cobertura y la atención internacional que concentra el Clásico, una buena actitud de los representantes nacionales podría contribuir a mejorar la imagen de la República Dominicana en el mundo, lo que incidirá de alguna forma en más visitas y mayores ingresos por turismo para el país. Es conveniente utilizar este evento para dar un ejemplo al mundo y a nosotros mismos de que somos un pueblo en proceso evolutivo y no involutivo.
Qué esperamos de nuestros jugadores
Más que ganar el Clásico, el objetivo de nuestra selección debería ser el realizar un papel digno desde el punto de vista humano y deportivo. La corona sería un regalo que se recibiría con humildad y agradecimiento. Tendría muy poco sentido ganar la competencia mundial y al mismo tiempo obtener el rechazo y las malas energías de todo el mundo.
La sociedad dominicana requiere reforzamientos positivos y estimulantes que reviertan el pesimismo, la desconfianza, la frustración y la negatividad que hoy día embarga a una gran parte de la población del país. Necesitamos retomar el sendero del optimismo y la confianza en un mejor futuro, para lo que requerimos de experiencias nacionales de nuevo tipo, que no reediten los patrones tradicionales de reafirmación personal,activismo febril, prepotencia y arrogancia.
El sentido grupal y nacional
La grandiosidad y opacidad del mundo moderno pulveriza y atomiza a la inmensa mayoría de personas que requerimos de referencias colectivas para reafirmarnos y encontrar sentido en un inmenso mar de anonimato.Por ende,intentamos dar contenido a nuestras individualidades perdidas agrupándonos en recipientes sociales que se construyen como entidades gregarias que buscan conferirnos algún tipo de identidad. Allí nos atrincheramos con relativa familiaridad para competir y enfrentarnos a otras expresiones colectivas similares, sean de carácter deportivo, político, artístico y cultural, entre otras. La búsqueda de esa identificación grupal y las luchas con sus pares data desde la era de las cavernas y su supervivencia y reproducción es otra muestra de que el devenir de la humanidad no es lineal sino recursivo, por lo que avanza y retrocede al mismo tiempo.
Las caras y contraparte de la competencia
En el mundo moderno se fomenta la competencia como un mecanismo efectivo para el desarrollo de talentos y capacidades, lo que arroja resultados palpables así como un costo humano que siempre queda como residuo. El competir remarca los límites personales, grupales y nacionales incrementando la percepción y el egocentrismo al reforzar la separación y la indiferencia ante el sufrimiento de quienes confrontamos.
Estar en el momento presente
Las competencias deportivas forman parte de las grandes actividades del entretenimiento contemporáneo. Su lógica interna las convierte en una especie de conflagración o guerra de baja intensidad donde la finalidad de alcanzar la victoria anula progresivamente el disfrute de la actividad en sí misma, concentrando la atención en el desenlace que será la victoria apetecida o la dolorosa derrota. Ese focalizar nuestro interés y atención en los resultados, perdiendo contacto con lo que discurre en el momento presente, genera una disociación sicótica que se traduce en distracción, baja atención, deficiencias en la ejecución y finalmente, en ansiedad y angustia.
Reconociendo lo anterior, nos gustaría que nuestros jugadores hicieran el intento de participar en el Mundial sintiendo en cada instante la sensación energética de su cuerpo interior, pudiendo estar de esta forma más anclado en el aquí y el ahora, lo que impregnará de mayor disfrute y calidad ofensiva y defensiva a su juego.
Copiar menos y crear más
Hay quienes justifican las actitudes deportivas nacionalistas y fanáticas argumentando que es el estándar internacional en la cultura de masas dominante. Argumentan que es lo común inclusive en los llamados países desarrollados —que en realidad sólo lo son parcialmente, principalmente en las esferas técnicas e institucionales, ya que todas las sociedades del planeta son humanamente subdesarrolladas, a pesar de los altos niveles de consumo, la ausencia de corrupción, el buen funcionamiento institucional y los altos niveles educativos que puedan exhibir algunas—.
Ninguna nación del planeta es una buena referencia a imitar ni un horizonte a ser alcanzado para construir verdadero bienestar humano. Las naciones que muchos perciben ocupando la cima mundial están también plagadas de depresiones personales, neurosis, pánicos, quejas, críticas, adicciones a sustancias y a estímulos mentales, miedo y rechazo al envejecimiento, a las enfermedades y a la muerte, así como muchísimas otras manifestaciones de inconformidad, insatisfacción e infelicidad.
Que haya un patrón mundial de comportamiento frente a la polaridad triunfo-derrota no significa que esto es saludable y que tenemos que reproducirlo para sentirnos globales y contemporáneos. Lo más interesante sería que nuestra sociedad tuviera el impulso de iniciativas creativas de contenido positivo y no seguir reproduciendo acríticamente lo que se hace en el mundo.
Si realmente queremos incrementar nuestro nivel de bienestar, llegó el momento de demarcarse del pasado y las referencias mundiales, de ser verdaderamente creativos y alternativos, ya que los casos que tomamos como paradigma o modelo planetario son también sociedades fracasadas, aunque puedan exhibir numerosas conquistas materiales e institucionales. Esas sociedades no saben y no pueden salir de las trampas donde sus procesos históricos las han llevado, ya que el enredo esencial no es del intelecto, de los marcos legales, del desarrollo institucional o del tipo de relaciones sociales, sino del ensanchamiento y el ablandamiento del corazón.
Buena suerte y a disfrutar el evento
Como representación dominicana en el Clásico Mundial ustedes tienen la oportunidad de contribuir puntualmente con su ejemplo en la refundación de la sociedad dominicana desde una perspectiva más humana y positiva. Aprovechen esta importante coyuntura para sembrar y abonar nuevos y mejores valores. Ojalá que cuando los dominicanos y las dominicanas nos sentemos a ver un juego de pelota no sea sólo para contemplar el triunfo o la derrota del equipo, sino también para recibir lecciones prácticas de civismo, de confraternidad, de humanidad, de “buena onda”, en fin, de una positiva actitud humana.
Un abrazo de hermano y a ponernos nuestras mejores pilas para jugar buena pelota.
Alejandro Moliné