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Todo comienza con Convite, un grupo de jóvenes -la mayoría estudiantes uasdianos-, que orientados por el sociólogo Dagoberto Tejeda -por entonces recién llegado de Brasil-, se había tirado por campos y ciudades en 1972, para recuperar cantos, ritmos, tradiciones.
Luis Días y Ana Marina eran las voces, Dago y José Enrique Trinidad los teóricos, Iván Domínguez, Miguel Mañaná y José Castillo tocaban de todo. José Rodríguez hacía de todo, incluso era co-compositor de algunas letras.
En 1975 Tony Jansen y Tommy García tenían un programa de radio de “Nueva Canción” en Radio Cristal. Una tarde esas llamaron a una reunión de oyentes para conocerse y oír buena música. Surgió el grupo “Audio”. Nos reuníamos los sábados en la tarde en Casa de Teatro. Se hablaba bueno y de todo. Íbamos al Capitolio a ver obras de Bertolt Brecht montadas por Rafael Villalona, comíamos pizza, caímos en Villa del Mar y hasta en Juan Dolio. Tony Jansen se murió repentinamente en diciembre de ese año. Luego Sonia Margarita Silvestre y Vitico Victor abrieron “La Junta”, en una segunda planta de la Hostos con Luperón, y la fiesta del alma siguió.
En uno de esas vueltas aparecía de refilón José Rodríguez con Marie, su novia que parecía eterna.
En 1977 ya Luis Días estaba fuera de Convite, armando “Madora” y preparando su arranque para Nueva York.
Cuando entro a la UASD en 1980 y comienzan mis estudios de Sociología, José Rodríguez rondaba por todas partes, como los anillos de Saturno.
1982 fue un año crucial para muchos, algo así como la eclosión de quince hoyos negros y la creación de una nueva Vía Láctea. Luis había llegado de Nueva York, después de un par de años de intensa locura. Luis estaba saliendo con La Mujer Araña. Martha Rivera estudiaba Política y era íntima de la La Mujer Araña, quien por cierto, tenía un departamento subiendo la Alma Máter que fue el sitio que, después del murito del Drakes, más se lloró y alegró y friqueó y se resquebrajó media humanidad. Las mejores frases de todos los amigos fueron dichas en esos 30 metros cuadrados. Andrés Molina habló de Oscar Panizza, José Arias de la “ternura reiterada”, Eli no se de qué, mientras el mismísimo Felucho Jimenez en la primera planta trataba de hacerse millonario con su Librería José Martí y de paso, tratando de alquilar el mismo Departamento de La Mujer Araña en medio de ceniceros repletos de materiales y cigarros y vaya usted a saber cuánta porquería.
Por esas cosas de la vida José Rodríguez se convirtió como uno de los referentes esenciales de Martha, La Mujer Araña y de mí. Una tarde nos juntamos en su casa de Buenos Aires de Herrera, y entre cafés y cantidad de disparates que hablábamos, Martha nos leyó su “XX Century (aún sin título en español)”. El golpe fue mortal. “Mira, tenemos que publicar eso”. De manera que en esa casa de José y Rosa María y Pilar, sus hermanas en esa tarde 1982, comenzó a dibujarse lo que par de años después sería Ediciones de la Crisis.
Como si fuera el libro de “El eterno retorno”, José volvió a la UASD como por cuchumil vez, se inscribió en Antropología, y hasta dimos una materia junto, bajo la mirada impertérrita y el cambio de lentes permanente del profesor Luciano del Castillo. Cada pase de lista era una gozadera. José iba un día y no iba como quince. “¡Pero José Rodríguez es un cometa!”, comentó Castillo. “José El Cometa” sería el nombre por el que lo conoceríamos a partir de ahora. Pero el nombre no le duró mucho. Apareció La Chema, y lógicamente, José se convirtió en El Chemo.
En la semana José aparecía en la UASD, los fines de semana en La Pulga, y todas las noches, debíamos ser bien precavidos para no chocarnos con él en algún colmado de Gascue.
Cuando comenzamos a publicar nuestros libros -entonces clandestinos-, caíamos en la publicitaria Retho, donde José expropiaba par de resmas de papel, para publicar nuestros primeros libros, que hacíamos en el CEPAE, gracias a la generosidad del siempre recordado Eduardo Díaz Guerra, mejor conocido como Dundo.
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Junto al palomar del Jaragüita, el edificio donde se mudaron La Chema y El Chemo en la Av. Independencia, al lado de la Casa del PLD, fue una especie de templo para los tunantes, la happy left, los espíritus felices de ese segundo lustro de los 80. En la segunda vivían nuestros amigos y en la primera Sonia Silvestre y El Negro eran los peajes obligatorios. Dos pisos-aeropuertos eran esos: para viajar, despegar, llegar, estrellarse. Siempre había café, abrazos, cositas buenas y bien, siga usted aloqueteándose.
Pero José era efectivamente un Cometa. Un día tuvo tremendo accidente de tránsito. Al día siguiente se despertó con tremendo suero. “Hazme el favor…”, fueron sus palabras para la enfermera, “¿podrías cambiarme ese suero por un Brugal añejo?”. Así era José, aceleradísimo con esa pinta de pelirrojo hiper chévere. En verdad no era pinta: José era hiperchévere.
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Todo tiene, y no sólo dice el Profeta. La embarcación de aquella segunda planta se vino a pique y un buen día llamo a José y me dice: “Hermano, estoy viviendo en el Olimpo”. Pensaba que era un nuevo relajo. Pero sí: José se mudó al Barrio o a la Urbanización o no sé del Olimpo.
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Facilísimo con las imágenes, chispeante, la prosa de José fue vital para remover corbatas y chacabanas y barriguitas apretadas en la prensa nacional. A mediados de los Ochenta se disparó con una serie de columnas en El Nuevo Diario que fueron delicia. Se la pasaba inventando con los nombres, reciclando personajes de las ciencias locales: Marx Puig de Fabergé, Irma Locasio, entre otros. También inventó un aparato que levanta cualquier ánimo: la bacinilla de dos pisos.
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José era poeta. Nos la pasábamos recordando a Del Risco y el siempre inevitable y mítico concierto de Paco Ibáñez en el Olimpia. Cuando tuvo armado su “Proyecto de ternura” pensamos en tirarlo así, como se podía, hasta que se dio el flechazo de pensar en Miguel Cocco, uno de los más apasionados lectores de José. No se tuvo que esperar mucho. En poco más de una semana el “Proyecto…” estaba armado. Cuando por primera vez pisé Europa, me fui con el poemario de José porque sería como una especie de cédula para no sé qué amigo en Huertas, en Madrid. El amigo finalmente no apareció, de manera que el “Proyecto…” estaba aquí y allá, en Santo Domingo y Berlín.
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Cuando armábamos “Luis Días, ¡échale gas!”, José naturalmente estaba ahí. En aquel maravilloso proyecto, que armamos entre Tanya Valette desde Burdeos, Iván Araque en Nueva York y cantidad de colaboradores por todas partes, José escribió un capítulo esencial sobre sus andanzas con el Terror.
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Cronista, hoja para mariposas, niño reperperoso, un día José de darle a los tragos. Se recicló como un ángel, como el compañero que todos quisimos tener en un examen de química. De vez en cuando lo llamaba para simplemente hablar plepla. Tal vez los amigos más queridos son aquellos con los que no hay planes ni nada, sólo la bendita plepla, el acentuar el quille, la cuerda, el sano sarcasmo que es lo único que nos acerca hasta confundirnos en una sola lágrima.
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Lo he contado ya otras veces pero me repito. En su poema “Nostalgia”, José propone que a los moteles hay que “hacerle puertas pequeñas para comodidad de las passolas”. Una vez me encontré con el arquitecto Pablo Morel, y como siempre, hablamos sobre construcciones en Santo Domingo. “Oye, me llevé de eso que decía tu amigo poeta, el de las puertas pequeñas”, me dijo el ahora también difunto arquitecto Morel: “diseñé unos moteles con acceso para los motoristas”. Increíbles estos hacedores. Años después, leyendo la novela “Adiós mis queridos libros”, de Kenzaburo Oé, me recordé de esta anécdota. En esa obra del autor japonés, un arquitecto diseña y construye un edificio a partir de un poema de T. S. Eliot. Poesía y arquitectura en algún lugar confluyen cuando almas pensando en almas.
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Querido José: te escribo mientras cruzo el Mar del Plata. No me preguntes por qué, pero a esta misma hora sé que nuestros más cercanos y profundos y cómplices y todos estarán tan tristes como yo. Debería estar en un sitio menos absurdo que este, en un barco, pero no hay manera. Oigo vainas tristes. Oigo “So far away”. No oigo a quienes te ponías en tus permantes camisetas porque tú sabes que me da la culebrilla del snobismo. Me gustaría ponerme a llorar pero sé que te quillarías y me darías un abrazo y seguramente tú también llorarías. Pienso en muchas de tus vainas, en aquella tarde en que nos dimos tremendo jumo en el cuartico de Hugo Pérez frente al Cementerio de la Independencia, y después pasándonos todos como tres días buscándote, por todos los rincones de Santo Domingo, buen pendejo, y tú haciendo no sé qué vainas en Villa Mella, pasando la resaca, pendejazo, que eso tampoco se le hace a los que se te derriten por sí. Sí, José querido: promueves el extraño arte de que se derrita media humanidad al lado tuyo, mientras muchos se van por la puertica del fondo”, barbarazo.
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Un poema de José que fue como la conclusión del siglo XX:
NOSTALGIA
Terminé de leerlos
decidí regalarte los dos últimos tomos
de "la mejor edición pirata de Corín Tellado"
aún con el temor de la posible pérdida de vigencia
que Tele Antillas exhiba el capítulo final
de Catatumbo
De todos modos
a esta altura en la puerta del Conde
el loco de turno
se pone a contar Volvos y Mercedes
se orina alegremente los zapatos
en protesta por las emisiones inorgánicas
Mañana en el Congreso harán un homenaje
a Jack Veneno
por sus grandes jornadas masoquistas
A los moteles les harán puertas pequeñas
para comodidad de las passolas
En Humanidades hay un curso intensivo
sobre las bases materialistas
de la eyaculación precoz
Tanto joder y luego darse cuenta
ya demasiado tarde
que nos dejamos atrapar por la nostalgia
Del Informador Policíaco
el cine Capitolio los domingos
Las Pizzas diminutas del Sublime
Las Pildoras de Vida del Dr. Ross
La Sudorina Estrella Azul
El grito de guerra de Cuente los Austin
Después de doce años
es mucha la emoción que se ha perdido
Las series de Maprica
El deporte de los golpes de Estado
Hay amigos de izquierda ascendidos
del terrorismo individual
a la Avanzada Electoral
Ahora
Vargas Llosa le quita el territorio
a Vargas Vila
todavía el Llanero Solitario
no acaba de asumir la homosexualidad
Las mulatas asaltan los reinados de belleza
El Gofio no aparece
Oriana Falacci está demasiado de moda
Asumimos conscientemente la nostalgia
el sabor a pimienta del Lonely Heart Club Band
los bigotes de King Sanchez
en la desaparecida caletería de Humanidades
El afiche del Che en la pared del cuarto
se convirtió en el Cristo de la pequeña burguesía
y nos quedamos con los…
que pueden ser el himno del 14
las Mirabal
la cabeza de Orlando taladrada
El Pasillo de la Muerte
donde tanto apalearon la espalda de la noche
la Hilda Gautreaux
el cigarrillo de René del Risco
La mejor anécdota de Dato en Champ Ellysés
el regreso de Hugo Tolentino
con 40 sacos cruzados desde Francia
La esperada revancha del Huracán Castillo
Para entonces
Rubirosa se convirtió en el dios de los tunantes
Las guerras de bagazos en las guaguas de dos pisos
pintadas por Sullivan o Pelo Fino
Dos mitos recurrentes
las tetas fabulosas de Sofía Loren
y el hoyo en la barbilla de Kirk Douglas
Y muchas otras cosas
tantas que tú debieras escribir en esta página
si pudieras sacar un poquito de tiempo
dejar esa maldita cuenta para luego
y salir por la puerta del fondo
del departamento creativo
Irnos
a mirar las muchachas sin brassieres
a tratar de contar los Chimichurris
a limpiar los zapatos en el Parque Colón
Hablar
reirnos otra vez de La Secreta
pero no hablar del pasado
de la cárcel
poemas del exilio y "jóvenes promesas"
y tomar Conde arriba
a echar tremendo Cubo donde Paco’s