Tomás Hernández Franco es un poeta de inspiración breve. Lo digo situándome en lo reducida que es su producción poética, pues si hablamos de calidad es mucho lo que podemos decir. Es una versión un poco más amplia del fenómeno Altagracia Saviñón, la poeta dominicana de principios del siglo XX, a la que sólo se le recuerda por un poema: “Mi vaso verde”, incluido en la mayoría de nuestras antologías del género. Seguramente a muchos le ha ocurrido lo que a mí, que al acercarme a su parca pero extraordinaria producción poética he lamentado que alguien dotado de tantas condiciones para la gran poesía no pulsara la lira con mayor profusión e intensidad.
Al ocuparme de la poética de Hernández Franco he procurado salirme del lugar común: no centrarme en “Yelidá”. Y no dejo de reconocer (más bien, todo lo contrario) que este es, por muchas razones, uno de los más extraordinarios textos poéticos de nuestras letras. Es, sin dudas, un texto clave en la poesía afrocaribeña o negroide; sin embargo, ya se ha hecho mucha crítica sobre ese poema. Así que, en justicia al bardo tamborileño, los estudiosos de nuestra literatura deberían acercarse a su universo creativo desde otros ángulos: los escasos poemas que –aparte de “Yelidá”– nos legó; sus cuentos y ensayos. Esto es, por supuesto, sin desatender a ese gran monumento poético que es “Yelidá”.
Nuestra incursión por los predios líricos del poeta tamborileño tiene su primera parada en el poema Media noche, al que dedicamos in extenso el presente artículo.
Media noche
Es muy puro el encanto de esta noche de luna;
la aldea se ha dormido bajo un cielo de plata,
y un arroyo murmura, como un canto de cuna,
monorrítmicamente su perenne sonata…
Los robles también duermen, como gigantes buenos
bajo el celeste amparo de esta noche tan clara,
¡taciturnos, sombríos, sufridos y serenos,
son como los vencidos de una epopeya rara!
Todo es paz en la aldea. El viejo campanario
sobre su cruz sostiene un búho funerario
como un perverso emblema de horror y brujería…
… Hierático y solemne, el búho no ha sentido
a un rayo de la luna que en él se ha detenido
mientras reza el rosario de su misantropía…
Este soneto alejandrino de rima alterna (ABAB) inicia con una afirmación sobre el estado de la noche: la luna ilumina la aldea y tiñe de plata (metáfora referida a la luz blanquecina que irradia la luna) todo el contorno. Su contemplación produce un encanto que el sujeto lírico califica de puro. Todo aparece quieto, suspendido bajo la lumbre lunar. La misma aldea “se ha dormido”. Y en medio de esa quietud, se escucha el murmurio del arroyo, tan delicado y suave que se asemeja a un canto de cuna. El sentimiento de quietud se acrecienta por el sonido del arroyo, que el yo poético asocia con una sonata invariable (“perenne”) que se expresa en un ritmo continuo y fijo (“monorrítmicamente”). Es preciso tener en cuenta que en música se habla de “forma sonata” a una modalidad musical invariable. Veamos lo que al respecto nos dice el diccionario de la RAE (https://dle.rae.es/forma#CzyvEqm): “Mús. Composición instrumental desarrollada en un único movimiento y estructurada en tres o cuatro secciones”. Como podemos ver, el poeta ha elegido cuidadosamente las palabras, de tal manera que, semánticamente, unas y otras se refuercen entre sí para dar una mayor consistencia al mensaje que se propuso transmitir.
En la segunda estrofa entra otro ente de la naturaleza: los robles, que al igual que la aldea duermen. Aunque se trata de seres no racionales, en el poema aparecen asumiendo actitudes propias de los seres humanos, ya que están personificados. El poeta ha usado aquí el recurso de la prosopopeya. Esa personificación de los robles, actuando como personas, nos permite derivar una reflexión racional aplicable a los seres humanos. En la visión del yo lírico dichos robles se asemejan a gigantes “buenos”, pues son “taciturnos, sombríos, sufridos y serenos”. Sin embargo, estos adjetivos, más que resaltar cualidades de bonhomía y bondad, subrayan actitudes de derrota. El mismo yo lírico, en el último verso de esa estrofa, los compara con sujetos vencidos en una epopeya.
Y no podría ser de otro modo, pues no hay nadie más silencioso que una persona derrotada, ni más sombría, ni más sufrida, ni serena. Aunque a menudo se confunden los conceptos de bondad y sumisión. Sobre todo, para los detentadores del poder político bueno es el que calla, el que no hace ruido, el que siempre se muestra conforme. Y, de hecho, muchos se comportan como sujetos conformes para no causar problemas o desagrado. Pero no hay ningún mérito en callar para aparentar ser bueno, pues la pasividad y la resignación hunden a los pueblos en la indefensión frente a quienes les oprimen. No obstante, esta escena de los robles es sólo una visión fugaz del poeta al contemplar los cedros sumidos en la profunda quietud de la noche bajo la luz de la luna. El poeta no persevera en ello y la visión queda aislada al pasar a la siguiente estrofa.
El primer terceto sigue enfatizando el estado de paz de la aldea, que como vimos, permanece bajo los efectos del sueño. Aquí aparece el primer elemento urbanístico del pueblo: “el viejo campanario” sobre cuya cruz se observa un búho. Esta ave nocturna ha sido vinculada a la luna y se relaciona con lo oscuro y oculto. También con la muerte. Jean Chevalier (1986:204) nos da una idea más cabal de su simbolismo: “Por no afrontar la luz del día, el búho es símbolo de tristeza, de obscuridad, de retirada solitaria y melancólica. La mitología griega lo tiene como intérprete de Átropos, la Parca que corta el hilo del destino. En Egipto expresa el frío, la noche y la muerte”. En una página web (https://www.enbuenasmanos.com/el-buho) encontramos este dato: “Esta Águila Nocturna, fue el ave de la muerte en Egipto, India, China, Japón y América Central y del Sur. En muchas culturas, incluso actualmente en poblaciones rurales, su ulular se interpreta como presagio de muerte”.
Esa vinculación del búho con la muerte es lo que justifica el adjetivo con que el yo lírico lo califica: “funerario”. El diccionario de la Real Academia de la lengua (https://dle.rae.es/funerario?m=form), nos proporciona esta definición de funerario: “Perteneciente o relativo al entierro y a las exequias”. Y agrega esta otra: “Empresa que se encarga de proveer las cajas, coches fúnebres y demás objetos pertenecientes a los entierros”. Así que la presencia del búho agrega un “perverso emblema de horror y brujería” al entorno físico de aquella aldea y al poema. Este agregado sobrenatural contamina de superstición lo que en un principio del poema sólo apunta a un ambiente de quietud pueblerina a la hora de medianoche. Entonces, tenemos que el búho ya no sólo connota oscuridad y muerte, sino también horror y hechicería. Y la hechicería está asociada a lo demoníaco, así como ambos tienen connotaciones horrísonas. De manera que la figura del búho, en medio de esa tranquilidad pone una nota de pavor e inquietud en el ambiente de ensoñación nocturna que envuelve a la aldea.
El último terceto, siguiendo el hilo temático del anterior, está consagrado por completo al búho. De entrada, aparecen dos adjetivos calificativos con los que el yo lírico traza la figura del oscuro pájaro: hierático y solemne. Ocupémonos del primero (hierático). El diccionario de la RAE (https://dle.rae.es/hier%C3%A1tico%20?m=form) registra varias acepciones para esta palabra, de ellas tomamos las dos que pueden avenirse con el sentido del poema: “1. Dicho de un estilo o de un ademán: Que tiene o afecta solemnidad extrema, aunque sea en cosas no sagradas. 2. Perteneciente o relativo a las cosas sagradas o a los sacerdotes de la Antigüedad pagana”. Como habrán podido notar, la primera acepción convierte ambos adjetivos en sinónimos. Pero lo que más se destaca es el carácter sagrado. En cuanto a solemne, adoptamos la siguiente acepción (https://dle.rae.es/solemne?m=form): “adj. Grave, majestuoso, imponente”.
Para poder atribuir al búho todo lo que de él se expresa en el poema es necesario que lo veamos como un ente personificado, pues en sentido literal no podríamos decir que un ave adopta una postura o actitud hierática y solemne. Así que el poeta –una vez más– ha echado mano de una prosopopeya para referirse al susodicho pájaro.
Como ya hemos venido apuntando, en medio del recogimiento de la noche, el búho también se encuentra inmerso en la quietud nocturna, adoptando una posición solemne y grave, como quien participa de una regia ceremonia. Está tan silencioso y abstraído que no ha percibido un rayo de luna posado sobre él. En tanto “reza el rosario de su misantropía”. Extraño final el del soneto. ¡Un búho rezando! Pero no nos asombremos: lo que está haciendo el extraño pájaro es divagando en su naturaleza solitaria y huraña. Pensemos en que misantropía es un término que se aplica a las personas que rehúyen el trato con otras personas. Esos seres que se encierran en sí mismos y rechazan la proximidad de sus congéneres. De alguna manera, las aves nocturnas viven vidas semejantes, pues no se les ve de día, y al salir sólo por las noches, cuando las otras especies duermen y descansan, dan esa sensación de aislamiento y hurañía.
Aspectos isotópicos en Media noche
La isotopía es en los últimos tiempos uno de los conceptos más socorridos de la lingüística textual, con repercusiones directas en los estudios del discurso y el análisis literario. Uno de sus principales teóricos, A. J. Greimas, la define de este modo: “un conjunto de categorías semánticas redundantes que permiten la lectura uniforme de una historia” (Eco, 1993: 131).
También J. Courtes nos proporciona esta definición: “Por isotopía puede entenderse el conjunto redundante de categorías semánticas o clasemas que permite la lectura uniforme del texto, tal como esta resulta de las lecturas parciales de los enunciados y de la resolución de sus ambigüedades; en ese sentido, gracias a la noción de isotopía, un texto entero puede ser situado en un nivel semántico homogéneo” (Courtes, 1980, p. 48).
Por su parte, María Carmen González Landa (1992: 65) la concibe formada por “ejes unificadores del plano de la significación provocados por la reiteración de unos mismos elementos de sentido y que fundamentan interpretaciones coherentes del mismo”.
Sin embargo, no es sólo un fenómeno semántico, ya que hay otras clases de isotopías. Umberto Eco (ibídem, pág. 132) advierte que “se ha hablado de isotopías semánticas, fonéticas, prosódicas, estilísticas, enunciativas, retóricas, presuposicionales, sintácticas y narrativas”. En el presente trabajo nos ocuparemos de la isotopía fonética (o fónica) y de la semántica.
Ma de la Paz Madrid Rodeli (2014: 285) nos proporciona sendas definiciones de las isotopías gramatical, semántica y fónica:
“Gramatical: … consiste en la repetición de elementos de la misma categoría: sustantivos, adjetivos, verbos (Platero es pequeño, peludo, suave…)”. Como pueden ver, el poeta utiliza tres adjetivos para calificar al célebre borrico.
“Semántica: …las palabras se refieren a un mismo campo de significación”. Es decir, tienen significados semejantes, lo cual permite agruparlos en conjuntos.
“Fónica: …alude a mecanismos como la rima y la aliteración, la repetición de sonidos. Eso es muy común en los trabalenguas”.
En este artículo nos ocuparemos de explorar, de un modo sucinto, dos de los tres tipos de isotopías que acabamos de ver: fónica y semántica. Entendemos que también hay isotopía gramatical, justificada por la abundancia de adjetivos calificativos y, probablemente, de otras categorías gramaticales. Pero por razones de espacio y de tiempo, y porque esta (la isotopía gramatical) nos parece menos significativa en “Media noche”, obviaremos referirnos a ella.
Isotopías fónicas
Encuentro tres casos de isotopía fónica. La primera se encuentra en los dos últimos versos de la primera estrofa, y está formada por el fonema vibrante simple /r/ y múltiple /rr/. Esta isotopía recae en la aliteración que se forma en las palabras arroyo, murmura, monorrítmicamente y perenne. Con estos sonidos aliterados el poeta parece querer reproducir la suavidad del canto de cuna que ha atribuido al arroyo. De alguna manera, esa abundancia de los fonemas /r/ /rr/ nos remiten a la famosa onomatopeya arrorró, usada en algunos cantos de cuna mientras se mece a los niños para incitarlos al sueño.
Asimismo, hay isotopía fónica en la segunda estrofa, en los dos últimos versos. Está formada por la repetición del fonema alveolar fricativo sordo /s/ en las palabras taciturnos, sombríos, sufridos, serenos, son, vencidos. Es necesario no perder de vista que para los hablantes de Hispanoamérica, a diferencia de los españoles, los sonidos ce y ci representan el mismo sonido que se y si, por el fenómeno del seseo que se da entre nosotros. Lo mismo ocurre con el fonema interdental fricativo sordo /z/. Los hispanoamericanos no decimos zapatos, sino “sapatos”; y para nombrar a la zorra pronunciamos “sorra”. Este sonido del fonema /s/ prolongado se asemeja al que produce la brisa al deslizarse entre las hojas de los árboles y connota suavidad. También es frecuente que las madres mezan a sus niños (en la cuna y en sus brazos) emitiendo ese suave sonido, que produce un efecto adormecedor. El sonido en cuestión se corresponde con el estado durmiente del bosque. Fantaseando un poco, pensemos que es ese el sonido de la respiración de los robles al dormir.
En la última estrofa se produce otra isotopía fónica de la misma naturaleza que la anterior, pues está conformada por el mismo sonido /s/. Se observa en las palabras: solemne, sentido, se, mientras, reza, rosario, misantropía. Así que los versos del último terceto prolongan la sensación de adormecimiento y ensoñación que observamos en el anterior.
Isotopías semánticas
En primer lugar, observamos dos isotopías semánticas en “Media noche”: sueño y calma. Huelga decir que ambas se complementan.
En la isotopía del sueño encontramos segmentos sintácticos como “la aldea se ha dormido”, y “los robles también duermen”. Igualmente, aparece insinuado en la mención del canto de cuna, ya que evoca la acción de cantar y mecer a los niños para que se duerman.
La isotopía de la quietud o calma, que como ya señalamos está muy estrechamente ligada a la del sueño, aparece en dos de los adjetivos asignados a los robles: taciturnos y serenos. Asimismo, en este segmento “todo es paz en la aldea”. Incluso en el canto monorrítmico del arroyo, que se traduce en monotonía, se perfila esa paz. El mismo yo lírico le atribuye la condición de una sonata perenne, es decir, que no varía. Y bien sabemos que aquello que no cambia, lo que se repite una y otra vez acaba produciendo un estado de sopor y somnolencia. También se observa en los adjetivos “hierático” y “solemne”, que –tal como arriba consignamos– remiten a ritos y ceremonias caracterizados por la formalidad, la gravedad y el recogimiento. Finalmente, la cualidad de misántropo atribuida al búho guarda relación con la soledad, el aislamiento, por lo que igualmente se relaciona con la quietud.
En segundo lugar, vemos otra isotopía semántica, representada por la muerte y lo sobrenatural. Como ya hemos visto, más arriba, el búho, al que de por sí se le ha relacionado con la muerte, refuerza en el poema esa condición al aparecer acompañado del sustantivo “funerario”. También se afianza por estar situado sobre la cruz del campanario. La cruz connota muerte, y también el campanario. Tomemos en cuenta que en los templos de pueblos y ciudades se solía tocar las campanas cuando una persona fallecía, es decir, las campanas tocaban o doblaban a muerto. Así, el tañido repetitivo de las campanas en determinadas circunstancias podía significar el anuncio fatídico de que la muerte acababa de llegar a una familia de la vecindad. A ese respecto, recordemos la famosa novela de Hemingway “Por quién doblan las campanas”.
Por otra parte, los sustantivos “horror” y “brujería” también están esencialmente vinculados con lo sobrenatural. Igualmente la mención del rezo del rosario, el cual es un ritual del catolicismo muy arraigado en una ancha franja de la sociedad dominicana. Aunque se trata de una simple mención, en sentido figurado, su presencia en el poema cuenta para los fines del análisis isotópico. Se reza el rosario a la divinidad, sobre todo a la Virgen, pero no falta en esos rezos una encomienda a las ánimas de los difuntos.
Las tres isotopías semánticas evidenciadas en los párrafos anteriores mantienen vínculos muy importantes. Siempre se ha dicho que “el sueño es una muerte chiquita”. Y lo que ocurre dentro de ese mundo onírico, si bien corresponde al aspecto psíquico o mental, muchos asocian sus proyecciones al campo ultraterreno, al reino de ultratumba, a aquello que está fuera de este mundo. En cuanto a la quietud, es propia de quienes duermen, pues el sueño necesita recogimiento y laxitud para poder alcanzarse. Y ni hablar de la muerte, que es el cese de toda función corporal o mental, es decir, la inmovilidad total. El cuadro general representado en el poema es de una desolación casi fantasmal. Allí sólo está despierto el búho, y también este se encuentra sumergido en una abstracción meditabunda. Si tomamos el ave nocturna del poema como un símbolo, es como si la muerte por un momento se hubiera detenido a meditar sobre sí misma.
Por el orden en que están dispuestas las tres isotopías en el poema, sueño, calma y muerte podemos imaginar (fantaseemos un poco) que el poeta pudo haber pensado al escribirlo: “Mientras duermes tan plácidamente la muerte vela, siempre al acecho; entre el mundo material en el que vives (el aquí y ahora) y el mundo extraterrenal (el más allá) sólo hay una delgada línea divisoria. Puede que la muerte se distraiga y tarde en acordarse de ti, pero tarde o temprano, quizás unos segundos después de leer esto, te alcanzará”.
En definitiva, “Media noche” es un poema lleno de sugerencias, de insinuaciones y de belleza. Por la atmósfera del paisaje nocturno y la nota de misterio y pavor que se deriva de la presencia del búho, su lectura nos recuerda “El cuervo” de Edgar Allan Poe. Aunque este, el de Poe, está más recargado de intensidad pavorosa y de misterio.
La lectura de este soneto de Tomás Hernández Franco, muy poco conocido por los lectores dominicanos, debería servir de incentivo para que nos acerquemos a la escritura de este gran letrado, que tuvo una vida relativamente corta (48 años), pero que vivió con bohemia intensidad y nos legó una obra rica y variada en poesía, narrativa y ensayo.
Bibliografía
Chevalier, Jean (1986). Diccionario de los símbolos. Barcelona: Editorial Herder.
Courtes, J. (1980). Introducción a la Semiótica Narrativa y Discursiva. Metodología y aplicación. Buenos Aires: Hachette.
Eco, Umberto (1993). Lector in fábula. Barcelona: Editorial Lumen.
De la Paz, Ma (2014). Uf.1902 – Corrección de textos. España: Editorial Elearning, S.L.
González L., María Carmen (1992). “La construcción del sentido en los textos literarios”, en Didáctica, 4, 65-84. Madrid: Editorial Complutense.
Hernández Franco, Tomás (2018). Poemas y narraciones. Santo Domingo: Editora Nacional. Biblioteca Dominicana Básica.