SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Pedro Mir en Cuba: de la Amistad cubano-dominicana, de Rolando Álvarez Estévez, fue publicado en 2013 por el Archivo General de la Nación. Es un pequeño libro de apenas  134 páginas, pero al mismo tiempo es el recuerdo más vívido y hermoso de los años de exilio de Pedro Mir Valentín en Cuba, donde llegó a finales de los años 40, intentado ser parte de la expedición de Cayo Confites.

El libro es hermoso, lleno de anécdotas y vivencias de Pedro Mir y de Juan Bosch en Cuba. Ambos casaron con cubanas y desarrollaron gran parte de su producción en Cuba. La primera edición del poema Hay un país en el mundo vio la luz en La Habana, en 1949, como un folleto de tamaño mediano de 16 páginas.

Álvarez Estévez fue compañero de trabajo de Pedro en la emisora Cadena Oriental de Radio, en donde redactaba textos, corregía y realizaba tareas propias de una redacción. El padre de don Pedro Mir era cubano y se llamaba Pedro Celestino Mir Burgal, Pipe. Y Pedro Tenía un hermano en Cuba. Visitó por primera la mayor de las Antillas en 1944 para conocer a ese hermano, Luis Emilio Mir Mendoza, quien estudiaba ingeniería Eléctrica y estaba radicado en Guantánamo.

El autor cuenta una historia conocida para los dominicanos, pues se trata de la forma en que Juan Bosch, editor de cultura en Listín Diario, identifica a Pedro Mir como poeta y le sugiere que podría ser el gran poeta social que le hacía falta a la literatura dominicana. Pedro se lo tomó en serio y no tuvo dificultades para alcanzar el sitial que alcanzó con sus versos hermosos, cargados de mensajes y de esperanza, denunciando las injusticias, pero nunca olvidando el ritmo y la cadencia de la poesía, sin lo cual no hubiese logrado el éxito.

Cuando Pedro Mir se presentó a los campos de entrenamiento para Cayo Confites, Juan Bosch lo sacó de inmediato, por el tamaño, porque era apenas un poeta, y Pedro Mir lo rechazó. “Cuando se le ordenó que se retirara, porque él era un artista y los artistas no nacen para matar. Pedro Mir permaneció en los campamentos, al alegar que Juan Bosch también era artista y venía a su tierra a luchar por la libertad”, cuenta el propio Bosch en una entrevista que le hizo Nelson Guillén.

Las peripecias, traiciones y hazañas de Cayo Confites están contadas en este pequeño libro, relacionado con Pedro Mir, así como la acusación firme y valiente que hizo el poeta de que el general Pérez Dámera había vendido la expedición a Trujillo por un millón de pesos.

En su tiempo de exilio en La Habana Pedro Mir fue fotógrafo ambulante, fue periodista y vivió arrimado en varios hogares en donde siempre recibió el trato afable y solidario de varias familias cubanas.

A la caída de la dictadura de Batista, Pedro Mir se quedó en La Habana, y meses después casó con Carmen Mesejo García, con tuvo a sus hijas e hijo Celeste, Geraldine y Carlos Pedro José. En la segunda quincena de junio de 1959 Pedro Mir se reunió con Ernesto Che Guevara, el guerrillero mítico y materia prima de los escritores y poetas. Estaba fresquecito el triunfo de la revolución. Pedro Mir no encontraba cómo atender al Che, pero el Che le conocía, y conocía parte de su obra, en particular su poema Hay un país en el mundo.

Con apenas unos días de diferencia, los dos habían estado en un mismo hogar en Guatemala, y Pedro Mir salió de su refugio de varios meses, cuando al mismo lugar llegó el Che, quien recibió y leyó los poemas de Pedro Mir Hay un país en el mundo y Contracanto a Walt Whitman. Este último se escribió en La Habana, pero se publicó por primera vez en Guatemala.

El mismo Pedro Mir escribió: “Mi breve contacto con el Che Guevara me dio esa lección. No fui yo quien pronunció las loas. Fue él quien me hizo ascender a las alturas. A su lado me sentí dignificado, reconocido, mecido por nubes de epopeya”.

Pedro Mir trabajó con la revolución cubana. Fue asesor literario de la Imprenta Nacional de Cuba, que dirigía nada más que Alejo Carpentier. Pedro se integró entre 1961 y 1962 al equipo de periodistas de la Agencia de Noticias Prensa Latina.  A finales de 1962, con la caída de la dictadura y el inicio de la democracia, Pedro Mir retornó al país luego de 16 años de exilio.

En 1965 con la revolución de abril, Pedro Mir entró en una crisis asmática y fue llevado a Unión Soviética, allí fue tratado en un sanatorio antituberculoso, donde permaneció por tres meses y retornó al país.

En 1978 Pedro Mir vuelve a Cuba, como parte de una delegación oficial para recoger y traer a RD los restos de Fabio Fiallo, poeta, que estaban en Santiago de Cuba. Iban con él Manuel del Cabral,Pedro Troncoso Sánchez y Antinoe Fiallo.

El libro también relata la amistad de Pedro Mir con Nicolás Guillén. Una amistad hermosa, con muchos diálogos y cartas, y con un calor epistolar memorable. Carlos Martí Brenes escribió sobre ellos lo siguiente:

Guillén y Mir tenían un pensamiento común, una conciencia común, ambos entendían con orgullo de caribeños. Los dos eran grandes humanistas. Mir fue una presencia constante y notable en la UNEAC a partir de la fundación de esta institución en 1961, a través de Nicolás Guillén. Pedro Mir es y será un nombre fundamental en la literatura caribeña y en especial de República Dominicana”.

En una carta a Juan Bosch del 29 de noviembre de 1976, Nicolás Guillén le definió a Pedro Mir como “el grande y modesto y sencillo y puro Pedro Mir”.

El autor del libro publicado por el Archivo General de la Nación dice de Pedro Mir que siempre lo recuerda en la Cadena Oriental de Radio como un hombre de vestido elegante, con traje y corbata, inquieto, de hablar pausado con excelente dicción, de fumar incesante, concentrado con su trabajo, respetuoso y respetado.

Recuerda lo escrito en la revista Bohemia por Manuel González Bello sobre Pedro Mir, que decía: Este hombre mueve sus manos como su las palabras estuvieran en el aire y él quisiera atraparlas con sus dedos. A veces da la impresión de que su cuerpo resulta pequeño para albergar tanta pasión, tanta alegría, tanta vida”.

El autor recuerda la última vez que se vio con Pedro Mir, en 1983, en Santo Domingo, en una celebración cultural. Dice que caminó con Pedro Mir por la ciudad colonial y comprobó, a pesar de tantos años sin hablar con él, su invariable humanismo y el reflejo de esa cualidad en su obra poética, enmarcada en el antiimperialismo.

Concluye el autor que Pedro Mir equivale a la República Dominicana lo que equivale Nicolás Guillén a Cuba, lo que equivale Pablo Neruda a Chile, lo que Rubén Darío equivale a Nicaragua, lo que Federico García Lorca a España y lo que Nicolás Pushkin a Rusia.

Recomendamos el libro.