Tony Raful, dirigente político y escritor, en su libro De Trujillo a Fernández Domínguez y Caamaño, el azar como categoría histórica (2013), propone que los hechos históricos más relevantes acaecidos en el interregno de 1930-1965 en la República Dominicana, ocurrieron como consecuencia del azar, lo improbable, aleatorio, impredecible, o el cisne negro, metáfora homónima de la obra El Cisne Negro, cuyo autor, Nassim Nicholas Taleb, apela para explicar los procesos históricos dentro de un sistema cerrado pertinente a las abstracciones de las matemáticas, las reglas y la lógica de la buena suerte, la incertidumbre y la probabilidad en el conocimiento. Precisamente, Raful se apodera del Cisne Negro, “…de la idea, de su envoltorio aleatorio como indicador probatorio del fenómeno en la historia dominicana”.
Somos del criterio de que el azar no constituye una categoría histórica y que, por lo tanto, mantener dicho criterio no solo contribuye a excluir el sujeto racional que subyace en la definición, interpretación, o el rumbo de los sucesos históricos, sino que también relega encuentros accidentales y fenómenos de la naturaleza que, si bien no son directamente provocados por la intervención humana, podrían tener su origen en las instancias del poder político.
¿Cómo explicaríamos la muerte de seres humanos que, viviendo a la orilla de ríos y cañadas, la creciente de las aguas o el desfogue de una presa se los lleva? ¿Obra del azar, de los dioses del Olimpo? ¡No!, resultado de la injusticia social. ¿O la muerte, en un paraje cualquiera, de un jinete y su caballo cuando el animal encaja una de sus patas en la fisura de un puente que debió tener una viga? ¿Obra del azar, de los dioses del Olimpo? ¡No!, consecuencia de la centralización del Estado, mecanismo que regentea y avasalla las comunidades del país, impidiéndoles implementar sus propias políticas de buen vivir.
La alegoría del azar propuesta por Nassim Taleb, constituye un sistema formal de cálculo similar a la categoría metafórica del crecimiento y desarrollo económicos, cuyas estadísticas y axiomas, manejadas de acuerdo a reglas fijas, supuestamente darían como resultado el ordenamiento lógico de la totalidad social, donde la medida del progreso descansaría sobre la base exclusiva del mismo sistema formal de cálculo y, como corolario, al margen de las condiciones materiales que crean la marginalidad y la pobreza.
La leptospirosis, reza un poster del Ministerio de Salud Pública, “Es una enfermedad grave, causada por una bacteria que podría encontrarse en la orina y heces de ratas, caballos, perros, vacas, cerdos y otros animales”. Ahora bien, siguiendo el constructo de la categoría del azar, entroncada en el cisne negro, dicha enfermedad no podría, indefectiblemente, atribuírsele a la desigualdad social. Dicho modelo adjura de la praxis social para refugiarse en la praxis, estricta, del juego figurativo de la lengua, y, en ese tenor agraciándose con las élites del poder.
El azar existe, pero no como una categoría histórica. Más bien como una categoría metafísica, escatológica, que, excluida de toda acción consciente, propositiva, participa, indudablemente, como una causa incidental, providencialista para muchos, en los acontecimientos de todo el tejido histórico, escenario, único, donde solo interviene, conscientemente, el pensamiento, la palabra, las acciones, los hábitos y la voluntad de los hombres y las mujeres que erigen las huellas de la memoria. En otras palabras: el azar genera acontecimientos, pero no historia. Podría limitar, detener, romper la continuidad histórica, pero no la sustituye.
En un artículo de su autoría (Listín Diario, 2013), Tony Raful recula, un tanto, pero no lo suficiente. Dice él: “El azar como categoría histórica…no pretende ni propone rendir culto al azar como fuerza misteriosa que decide los acontecimientos históricos.” En esa tesitura, bien visto el punto, acontece que el poeta se debate entre los parámetros del azar epistemológico, no por ignorancia o incapacidad sino porque su corriente de pensamiento responde al culto a la razón, cuyo engranaje filosófico abraza la representación de los hechos históricos a través de las grandes abstracciones y generalizaciones disociadas del mundo de los objetos o el contexto social.
Si tomamos el azar como categoría histórica, los fusilamientos decretados por Pedro Santana fueron dictaminados por los dados tirados por los dioses, o la lógica de la buena suerte protegió a Juan Pablo Duarte para que el sátrapa no lo fusilara. Lo mismo que la matanza ordenada por Nicholas de Ovando, a quien el Estado dominicano todavía honra, ecuestre, y a Cristóbal Colón enaltece con un faro a la ignominia. Así como la denominación, en la administración del Dr. Leonel Fernández, de las estaciones del Metro con los nombres de víctimas y victimarios.
Así es: no hay héroes ni traidores cuando eliminamos el sujeto como forjador de la historia.