SANTO DOMINGO, República Dominicana.-La historia del arte contemporáneo dominicano es imposible ser contada con justicia sin que sea encabezada por Tony Capellán y su obra. Sara Hermann lo proclama hoy en sus redes sociales con una precisión que nos hace asentir con reverencia cuando afirma que tal historia se ha de escribir “con todas las letras” de ese nombre; definitivamente, un referente sine qua non para entender la producción artística de nuestro tiempo, de nuestra región.

Habiendo incursionado con destreza diversos medios plásticos, destacándose como escultor, pintor, grabadista, dibujante e instalador, Tony Capellán es el observador que logra interiorizar la acritud de una marginalidad no lejana, la crudeza misma de nuestra gente más vulnerable en términos socioeconómicos, y encontrar las vías para empujarnos a nuevas conversaciones, a reflexiones críticas pertinentes,  con una narrativa visual poco ortodoxa. Es el artista poseedor de un saber cotidiano al que su manera de ir por la vida no le permite seguir indiferente; más bien, convierte en insumo principal de su obra los desechos del día a día en la pesadumbre periférica capitalina, para lograr convertirlo en hecho estético que encuentra espacio en los lenguajes de la contemporaneidad.

Sus instalaciones son el rumor de historias personales, el testimonio de realidades colectivas que riñen con el pregón de progreso y las estadísticas fastuosas que anuncian horondos nuestros gobernantes. Crítica social y política que de otro modo no podría ser alzada, aun cuando la incomodidad sea la reacción primaria de muchos. Sondear el malecón, saludar al Mar Caribe y tomar prestado de su litoral cientos de objetos que han debido sortear toda la margen del Ozama hasta llegar allí; hacerlo además con la conciencia de que no son meros residuos si no el registro preciso de un sobrevivir triste: lo habitual en la vida de este tamborileño rumiador de otra posibilidad insular.

Siempre habrá de hablarse en tiempo presente de quienes han sabido entablar diálogos oportunos, aunque su muerte inesperada haga suponer el cese de su discurso. Los muchos premios y reconocimientos que ha merecido la obra de Capellán, tanto el artista individual como su propuesta junto a Jorge Pineda, Raquel Paiewonsky, Pascal Meccariello y Belkis Ramírez cuando fue parte del Colectivo Quintapata, se hacen mínimos ante el inconmensurable valor de su producción. Quizás es el tiempo de ver realizada aquella retrospectiva suya, imaginada por su gran amigo Miguel D. Mena en el 2013, donde visualizaba “las tres plantas del Museo de Arte Moderno como una torre de Babel y como un laberinto…”; y no sería mucho pedir. Tiene ahora el país entero la oportunidad de honrar la obra y la memoria de un ciudadano y artista que no hizo otra cosa que pensarle con la intensidad de los humanos que aman profundamente la región que les vio nacer y a su gente.

Tony es la quintapata que anda libre mientras mantiene fuerte los lazos que le ligan a las otras, con las que mover la roca de seguro ha sido una aventura sin igual. Su obra y su lenguaje son, sin lugar a dudas, obligatorio objeto de estudio de las nuevas y futuras generaciones de artistas e intelectuales, de todos nosotros. Él es el arquetipo de hacedor genuino que tanto demandan el mundo del arte y humanidad entera. Ahora flota, con el peso exacto de quienes dejan huellas significativas a su paso.  

Tony Capellán nació en Tamboril en el 1955 y ha fallecido esta semana en la ciudad de Santo Domingo.