Atrincherada en la segunda ley de la termodinámica, Sor Juana Inés de la Cruz había espoleado el triunfo del desengaño que impera en el soneto A su retrato, imagen incólume de la novicia al margen de la hégira del tiempo que, amotinada, irrecobrablemente transita por la frágil materialidad de las cosas.
En el primer cuarteto, el yo lírico nos alerta, presto, sobre la transitoriedad de la vida en virtud de la decadencia intrínseca que arrastramos en el transcurso de los afanes cotidianos. En ese sentido, Sor Juana Inés atrapa la metáfora visual de su propio retrato, joven y lozano, para apuntalar las disociaciones consustanciales que acontecen en el universo de las representaciones.
Este que ves, engaño colorido
que del arte ostentando los primores
con falso silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido,
En aparente impugnación al concepto físico-matemático de la entropía, el segundo cuarteto intenta, basado en los ditirambos de la presunción humana a la materia, mantener el flujo constante de la energía orgánica, pretendiendo, así, eximirlo de la obsolescencia determinista, programada, propuesta en el primer cuarteto.
Este, en que la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido
Sin embargo, la ficticia atemporalidad estampada en el segundo cuarteto, contrasta, en el primer terceto, con la temporalidad desgarradora de las apariencias humanas que, bajo la presunción de que el mundo percibido constituye una reproducción fiel del mundo real, ineluctablemente nos preparan, acondicionan, para confrontar la verdad última de todos los propósitos.
Es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada
es un resguardo inútil para el hado;
Así, en el último terceto, esa correlación imperecedera que albergaríamos entre los objetos: el representado, Sor Juana, y el representante, su retrato, total e inexorablemente colapsa ante la cuña inherente, o disociación absoluta que acontece entre ambos objetos en la medida del tiempo que pasa.
Es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Bien visto el punto, la epistemología derivada tanto de la Ciencia como de la Literatura, prevaleciente en el texto barroco A su retrato, nos revela que “este” universo perceptivo y paradójico, representado en los dos primeros cuartetos, “es” total y definitivamente diferente al universo que experimentamos en los dos tercetos.
—¡No, ese no soy yo! —argumentó, un día caluroso de junio, el joven obrero Bobolongo, cuando los supervisores de la transnacional minera Falcondo le mostraron una fotografía suya mientras dormía en sus horas laborables. Mucho más razón tiene ahora, contemplando, octogenario, la lozanía de aquel retrato, propia, asimismo, del ciudadano Dorian Gray.
¡Qué triste resulta! —murmuró Dorian Gray, los ojos todavía fijos en el retrato— Me haré viejo, horrible, espantoso. Pero este cuadro siempre será joven. Nunca dejará atrás este día de junio…! Si fuese al revés! ¡Si yo me conservase siempre joven y el retrato envejeciera!…, ¡daría cualquier cosa por eso! ¡Daría el alma!