SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Rafael Martínez Gallardo, oriundo de La Vega, ha cumplido 94 años aislado del tráfago cotidiano, pero con la misma lucidez de aquellos días de gloria de sus emisoras Radio Radio, 1,300 kilohercios Amplitud Modulada (AM), y Audio 94 en Frecuencia Modulada (FM).
Jesús Rivera, de San Pedro de Macorís, ha alcanzado los 80 con el ímpetu de un joven de 25 y renovadas inquietudes por la cultura y la historia de los pueblos.
Sus maestrías de ceremonia en el gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986), sin asomos de idolatría; su voz en documentales como El Poder del Jefe, de René Fortunato, y su exitosa obra de teatro Vivencias de un Viejo Barrio (Villa Duarte) hablan de su versatilidad. Fue el director icónico de “La emisora de los éxitos”.
Rafael y Jesús tienen un hilo común, además de locutores: su intransigencia con la disciplina dentro de la empresa y la calidad de la puesta en escena de los programas, por respeto a los oyentes. Y son feibucianos.
A inicios de los ochenta, llegué a Radio Radio, en el segundo piso del edificio de la tienda El Palacio, calle El Conde esquina 19 de Marzo, zona colonial.
Me dijo: “Escribe tu nombre completo, ahí”.
Venía de Pedernales, ya locutor, 20 agostos cumplidos, con la esperanza de posicionarme en la radio capitalina y estudiar en la UASD. Seguido fui nombrado y encargado del horario vespertino en RPQ Cadena Azul, 1,080 AM (de Fourment Uribe), ubicada en la misma calle El Conde esquina Espaillat, edificio Jaar, tercer piso, contiguo a la Escuela de Locución Otto Rivera.
Pero la estación de Martínez Gallardo no salía de mi mente. Porque estaba a unos cuantos pasos de RPQ, igual que Onda Musical, en la calle Palo Hincado, y HIZ, la pionera, en El Conde, edificio Copello, y Radio Cristal, en la 19 de Marzo esquina Mercedes. Y, sobre todo, porque tenía gran arraigo en las audiencias, tanto como Radio Mil (mi otra meta), aunque carecía de una facturación millonaria.
El secreto de la gestión del administrador y el locutor: respeto a la dignidad del personal, que motivaba la identificación con la empresa; mantenimiento de los equipos para garantizar buen sonido; una gran discoteca con la mejor selección de música y una parrilla orientada al entretenimiento y a la construcción de una conciencia crítica en sus públicos.
La primera semana de un locutor en una empresa de esa categoría era crucial. Se corría el riesgo de un despido temprano porque tu voz no gustara a la dirección, o no encajaras con el estilo. Muchos aspirantes se quedaron en el intento.
Justo al cumplir una semana de labor, el director Jesús Rivera me envió un emisario a cabina (El simpar Pablito Reyes, mensajero, ya fallecido) para que pasara por su oficina. Jesús nunca subía su voz de tenor bien timbrada, ni se presentaba como “jefe”. Se esforzaba por ser percibido como un tipo cercano, sin barreras. El personal nunca confundía su manera de dirigir con blandenguería.
Al cumplir mi horario laboral de ese día, caminé temeroso hasta la oficina de cuatro metros cuadrados, al fondo, contigua al estudio de grabación. Allí, en la Dirección, estaba Jesús. Sencillamente Jesús. (Rechazaba lo de señor y don).
Luego de saludarme, de su maquinilla eléctrica cogió una hoja en blanco y me la entregó junto a un bolígrafo. Yo sentía que mis tripas se trituraban entre sí.
Me dijo: “Escribe tu nombre completo, ahí”.
Le escruté los ojos en vano intento por leer su intención, que –para mí- no era buena. Y luego, esmerado, escribí mi nombre de pila con la caligrafía que arrancaba halagos de profesores de primaria y secundaria, en Pedernales, como Filgia Maritza Méndez (Tismary) y Manuel Peña (Manuel Lurita)…
Bartolo Antonio Pérez y Pérez.
Le devolví la hoja mientras chasqueaba los dedos. Él, sin perder tiempo, me dijo: “Mire, me gusta su desempeño, buena voz y se ajusta a la emisora. Pero…”
“Dígame”, le interrumpí.
Con la hoja sobre el escritorio y el bolígrafo en la mano izquierda, al nombre le subrayó Toni, de Antonio, y Pérez, uno de mis apellidos.
Y precisó: “Tu trabajo, bien, pero te identificas en el aire como Bartolo Antonio, y ese nombre me parece largo; mejor, Tony Pérez”.
Tragué en seco. Sobraban ganas de debatir razones. Percibía que bastaba con el buen trabajo. Había cumplido tres años identificándome como Bartolo Antonio. Desde mis pinitos, en Radio Pedernales, 1977, había sido así, y los públicos me aceptaban. Disponía de segundos disponibles para reaccionar. Y acepté a regañadientes. Negarme habría implicado trastornar mi propio objetivo.
Desde entonces conocí a un Jesús Rivera apasionado de la radio, la buena locución y la cultura. Y a un Martínez Gallardo, como celoso guardián de su emisora. No le paraban los achaques de salud.
Jesús cuidaba el diseño y la difusión de su programa Proscenio (Nueva canción) como un tesoro milenario. Vigilaba discretamente el desarrollo de la programación de la emisora. Las propuestas tenían audiencia fidelizada: La Historia de los Éxitos, Desfiles de Éxitos, Recuerdos del Club del Clan, El Mundo de la Infancia, Voces de Siempre, Sábado Viejo, Tangos Inolvidables…
Como plus, estaba pautada cada media junto con la identificación de la emisora, la promoción voluntaria del municipio Jarabacoa, provincia La Vega, como destino turístico, en voz de Jesús Rivera: “Conozca la única región del país donde siempre es primavera… Visite Jarabacoa”.
Martínez Gallardo y Rivera respetaban a los locutores, pero estos debían ceñirse a las reglas: puntualidad, nada de música basura, corrección en el idioma; presentación de los temas, los nombres de los artistas y los orquestas y los autores de letras; nada de payola. Los discos eran depurados en el estudio de grabación antes colocarlos en la discoteca. Debían pasar prueba de calidad de sonido, letras e interpretación.
Eran los tiempos de Alberto Tamárez (f), Rafael Tavárez (f), Américo Martínez (hijo de Martínez Gallardo, fallecido), Pedro Báez, Samuel Rollins, Pablo Aybar Tamárez , Altagracia Molina, José Francisco Arias, Tomás Taveras, Tony Pérez.
Hasta mi salida para Radio Mil (1987), en Radio Radio realicé programas simbólicos en la radio nacional, como Recuerdos del Clan, La Historia de los Éxitos, Sábado Viejo y El Mundo de la Infancia, que me hicieron ganar Micrófono de Oro, Medalla del Gordo de la Semana, El Dorado y reconocimientos de instituciones.
Cuatro décadas después, ver a Martínez Gallardo, con 94, y Jesús Rivera, con 80, rondando las redes sociales, compartiendo en Facebook y animándonos a seguir en nuestra vieja lucha comunicacional contra los depredadores de las riquezas de Pedernales, en pos de un turismo sustentable y del desarrollo integral de la comunidad, es una muestra contundente de dos referentes de la mejor radio nunca reconocidos en su justa dimensión.
Ojalá que el Círculo de Locutores, la Acroarte y los ministerios de Turismo y Cultura se animen y homenajeen en vida a estas dos caobas de la radio nacional.