Con motivo del centenario del maestro Manuel Rueda (27 de agosto de 1921-20 de diciembre de 1999), ofrecemos a los lectores este excelente análisis de su novela Bienvenida y la noche (1995), de la autoría del poeta y novelista Dr. José Enrique García (*), uno de los más profundos conocedores del autor de Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca.

Manuel Rueda fue poeta, novelista, dramaturgo, músico (profesor de piano en el Conservatorio Nacional) y formador de generaciones de poetas y narradores. Dirigió el suplemento cultural Isla Abierta, del periódico Hoy, entre otras publicaciones.

Entre sus obras destacan Congregación del cuerpo único, Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca, Bienvenida y noche, Dos siglos de literatura dominicana (ver XIX y XX), Las metamorfosis de Makandal, Antología panorámica de la poesía dominicana 1912-1962, Las noches, Tríptico, Papeles de Sara y otros relatos.

A continuación el texto del Dr. José Enrique García:

Simbología en Bienvenida y la noche de Manuel Rueda

A: Andrés Blanco Díaz 

Bienvenida y la noche fue escrita a mano, como todos los libros de Manuel Rueda. Era su manera de escribir, así sentía la palabra más cerca del corazón. La grafía, que es pulso, sangre, el rasgar del lápiz, se manifiesta con mayor intensidad y razón en la superficie del papel. Los trazos que surgían del lápiz trazaban lo imaginado y crecían en su adentro, estableciendo esa íntima relación entre escritura y cuerpo. Sístole y diástole.

Tenía el hábito de leer, aún en tinta, en el cuaderno, a los amigos, por grupo y de manera individual: era una forma de procurar asentimiento y también observaciones desinteresadas, antes de llevar a la prensa lo escrito. Este ritual terminaba, me refiero a los últimos años de vida, en la oficina de Isla Abierta donde Andrés Blanco y yo, en el silencio que imponía el recinto, oíamos el texto: éramos los últimos lectores u oidores de ese proceso. Y sin aspavientos, sin contaminación crítica, tanto Blanco, responsable de pasar a limpio el manuscrito, como yo, expresábamos nuestros juicios, y en ellos iban los justos elogios, pero también las justas críticas u observaciones. Y él, con real humildad, que le era bien propia, siempre reconocía sus posibilidades y limitaciones. La búsqueda de un poema que le sobreviviera, lo mantenía siempre en vigilancia. Después de este depuración; tres oyentes especiales: Aristy Incháustegui, Blanca Delgado Malagón y José Alcántara Almánzar. De vuelta, Blanco introducía las observaciones.

El título

El título constituye un perfecto símbolo y, por tanto, está aventado de significaciones y sugerencias. Alude al cuerpo íntegro de la historia, a su desarrollo, a los dos personajes centrales: Bienvenida Ricardo y el coronel Rafael Leónidas Trujillo, a las situaciones y conflictos y, muy especial, a las proyecciones de lo que, de manera general, se narra. Ahora, ¿dónde opera directamente el elemento simbólico? Veamos: Bienvenida es lo que llega, o lo que se avecina, lo presentido, lo que caerá sobre el pueblo, y por extensión, sobre el país. Ella contiene el advenimiento de la noche, que, a su vez, la asume el novio, el coronel jefe de la Policía, que poco después, como general, se impondrá por treinta y un años.

Argumento y trama

Bienvenida y la noche responde a las observaciones de un niño, que permanecieron intactas a través del fluir de su vida y es recuperada y hecha obra por el hombre de 70 años. La obra representa una deuda: Yo también quería despedir a Bienvenida y, a la vez, una catarsis: Ya  muy adulto, a una distancia de años en la que estos acontecimientos casi naufragan en el océano de vida que todo lo devora, recupera, débil aunque punzante todavía, la atmósfera de ese dolor perdido, de esa escena en que Bienvenida se nos perdió en la noche para siempre.

Y, desde luego, también es un reencuentro con la tierra primera, Monte Cristi, que a su decir constituyó siempre el centro de su creación, como bien testimonian La criatura terrestre (1963) su gran libro de los inicios, en el que aparecen sus visionarios poemas a la frontera, y Las metamorfosis de Makandal (1998)  excepcional libro a finales de su vida.

El punto de vista lo asume el mismo personaje testigo, Manuel Rueda, desde dos posiciones de su vida: la del niño, que cuenta en primera persona y recrea, con pormenores que guarda en la memoria, y la del hombre adulto. Una única voz que se entrelaza a través de lo extenso de la historia.

Agregamos un rasgo que se articula, y que da sustento a la narración: la adopción de la oralidad que permite articular el tejido novelesco ficcional con la naturalidad de los sucesos y los personajes.

Dos asuntos centrales: el baile y la boda

Bienvenida y la noche se construye con dos asuntos primarios y centrales: el baile y la boda. Sobre esos dos ejes se mueven motivos, personajes, y se proyecta y recrea el gran asunto que se narra: las premoniciones, lo que caería sobre el pueblo de Monte Cristi, extendiéndose al país, y más allá. Baile y boda contextualizados por la incertidumbre. Y baile y boda en reciprocidades obraron en unión indisoluble. Escenario del baile, la casa, propiedad de la abuela del narrador, que se encuentra en construcción, a la que se dará término en menos de una semana por imperativo de fecha y, sobre todo, por voluntad del novio al negársele el club social del pueblo.

Ese acto creará y generalizará una conducta política que cambiará, radicalmente, la composición social dominicana, pues se producirá un rápido y persistente descenso de las familias tradicionales, las que venían imponiendo la regla en todos los aspectos de la vida colectiva. En 1927, en ese pueblo que toca frontera, se inicia un proceso de decadencia de las altas clases sociales tradicionales y abarcará a toda la República.

El bizcocho de cien libras, para que todos en el pueblo comieran de él, es el perfecto símbolo que marca el proceso de nivelación social que se proponía imponer el país, el coronel, a quien ya llamaban el Jefe.

Los personajes

El soporte biográfico constituye una nota fundamental en la historia. Todos los personajes, de rango, los de contexto y comunes, provienen de la vida misma. Desde el autor hasta el pueblo son personajes familiares, salvo Trujillo y los padrinos de boda, los personajes están vinculados por la sangre. Llevo vivos en la memoria los incisos que Rueda hacía cuando nos leía el manuscrito, con los que describía, ampliaba, introducía algún dato de carácter jocoso o dramático para precisar algo sobre sus familiares que no aparecía en el texto. Y con ello se sonreía a veces, en otros, el rostro adoptaba rigidez y hasta tristeza. En el siguiente cuadro aparecen los personajes y las relaciones familiares que existen con el autor:

Personajes Relación con el autor
Bienvenida Prima
Luisita Confidente de Bienvenida
Doña Eustasinia Madre de Bienvenida
Doña Emiliana Abuela de Rueda
El abuelo Dueño de la casa
El Padre González Hermano del abuelo
Doña Marina Madre de Rueda
Sully,Porfirio,Leticia, Consuelo, Grecia, Ana
Lidia, Inés, Rosita
Primos
Manolo Autor de la novela

Personajes que proceden de las más concretas experiencias del novelista, y que en el tejido narrativo se diluyen transformándose en rasgos ficcionales, imaginados.

El pueblo constituye un personaje esencial de la novela. Se muestra mediante procedimiento propio del teatro, género que cultivó con el mismo interés y pasión que los otros, como lo muestran: La trinitaria blanca (1975), El rey Clinejas (1979) y, sobre todo, Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca, Premio Tirso de Molina 1995 que le otorgó el Instituto de Cultura Hispánica, de España. El coro, la voz del pueblo, anónima, redonda, colectiva, la voz que recoge, en sinuosidades, las aspiraciones y desencantos de unos y otros, y de todos. El pueblo se expresa desde las galerías del teatro de los corrales, actitud que proviene del teatro griego:

Reunidos en el café de Juan Luis, los contertulios no hablaban de otra cosa.

_Los militares se creen aquí con todos los derechos_ [decía uno soplando la espuma que desbordaba de su vaso de cerveza. _ Eso así _apuntaba otro- porque cuentan con el apoyo de esas viejas románticas para quienes el uniforme es una garantía.

_Una garantía para el saqueo y el entreguismo -señalaba un tercero, fresca aún en su recuerdo la historia de los últimos años.

Personaje que en su intimidad reúne a las clases sociales enfrentadas: la antigua, que se unifica en el club, y la que representa al advenedizo coronel que se casa con una de las más genuinas doncellas del pueblo.

Homenaje al poeta Manuel Llanes al publicar el poemario “El Fuego” en los Cuadernos de “La Isla Necesaria” en la Librería Dominicana de Julio Postigo, septiembre de 1953. De izquierda a derecha: Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Llanes, Manuel Rueda, Hilma Contreras y Lupo Hernández Rueda.
Homenaje al poeta Manuel Llanes al publicar el poemario “El Fuego” en los Cuadernos de “La Isla Necesaria” en la Librería Dominicana de Julio Postigo, septiembre de 1953. De izquierda a derecha: Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Llanes, Manuel Rueda, Hilma Contreras y Lupo Hernández Rueda. Foto cortesía de Ylonka Nacidit-Perdomo.

Este aspecto señala el hecho literario: se trata de lo biográfico en la narración o, para ser más extenso, en la literatura en general. Lo biográfico, esencialmente, opera como impulso al acto creativo. Ahora bien, ocurre que lo biográfico se transforma en sustancia histórica y, por consiguiente, en material propicio para la ficción. Y este es un perfecto caso: personajes, sucesos, espacio, tiempo, responden a un acontecer inscrito en la realidad. Sin embargo, la forma como se maneja lo poético donde reside la base expresiva, esto es, en la concepción del relato y en el manejo de la palabra, distancia la realidad acontecida y funda una nueva realidad: la literaria, la imaginada.

En esta novela, el aliento de lo histórico se diluye, se disuelve en la pura imaginería del escritor y se impone en las páginas, en el tiempo interno del relato, y en el mismo tiempo de su existencia como texto imaginativo, y en los mismos lectores, el tejido expresivo que salta de la memoria del niño a del adulto conjugado en momento de reencuentros:

Tirado boca abajo, en la calzada, yo las oía parlotear en voz baja sin entender muy bien lo que decían, aunque más tarde, cuando los años iban aclarando el contenido de ciertos recuerdos, esas conversaciones volvían a mi mente con toda su carga de revelación.

De modo que lo histórico existe en la narración como realidad trascendida, como aliento de la imaginación, por la transgresión de lo acomodado en el recuerdo, por el imperio de un ritmo, no de lo acontecido, sino del ritmo de la creación. Entonces lo que fue, o creímos que fue, reina en el amplio ámbito de la palabra. Y así, Bienvenida y la noche recrea, a manera de estricto núcleo temático, un baile y una boda, y sobre ellos, el autor, prevaleciendo siempre el ritmo de lo ficcional, crea y proyecta una imagen que se mueve por múltiples direcciones de lo imaginado. 

El peso de la división social en la novela

-¿Supiste que doña Uva será la encargada del bizcocho?

-Cien libras dicen que han mandado hacer para la ocasión. _el coronel quiere que nadie se quede sin probarlo.

-¡Vaya sarcasmo!

Y otra dama apuntaba con el abanico puesto sobre los labios:

-¡Y pensar que fuimos tan bondadosas con doña Eustasinia…! ¡Qué boda!

-A la larga no le quedó otro remedio que beneficiar a los de su clase.

Así como aparece la voz del pueblo, del llano y común, también aparece la presencia de las clases, la dominante tradicionalmente, la que reina en el Club, imponiendo reglas de vida. De igual modo, se manifiestan las posiciones sociales con las voces: es la forma de asumir el drama desde el ángulo de drama o comedia. Una puesta en escena que tuvo como escenario a Monte Cristi en el que convivían diferentes clases sociales, de modo que se puede admitir como símbolo de la composición social dominicana de la época.

Y esa realidad, bien marcada, tocaba de forma directa a los personajes centrales, el coronel Rafael Leónidas Trujillo, que procedía de la clase social baja, y Bienvenida Ricardo que pertenecía a la más alta clase del pueblo, conjunción y disyunción a la vez, que determinan el énfasis que se le da a este aspecto en la novela, lo que se constituye en un símbolo que encierra una premonición que se iría cumpliendo con el mismo inicio del ascenso del general Trujillo al poder absoluto en 1930.

El tránsito que se operaría en la sociedad dominicana, que conduciría a una frontal nivelación social, manifestada en el descenso de familias tradicionales y en el ascenso de otras, que venían de la capa media y hasta baja, por imperio de la voluntad del nuevo director de las cosas públicas, y todo ello desencadenado por la voluntad de un hombre que nunca olvidó el desprecio, la humillación de que fue objeto: negarle el Club del pueblo.

Esa negación constituyó un estigma que Monte Cristi cargará en adelante, y llegará más allá de la misma muerte de Trujillo. Lo que allí aconteció, la maldición que opera como símbolo, habrá de aplicarse a la generalidad del país. Así, la división de clase se asume como un personaje de igual dimensión y complejidad que los otros. La incertidumbre que cae y rodea el ámbito, que es conflicto, surge del enfrentamiento, solapado, de las clases sociales que allí se enfrentan.

La negación del Club constituyó un signo irreversible de lo que advenía. Igual aconteció con otro de singular e igual importancia: la imposición y elevación de un ritmo musical y de una forma de bailarlo: el merengue y la singularidad de los cuerpos moviendo "caderas apareadas", que contrastaba con las formas estiradas, formales y rígidas de los bailes de salón:

El juangomero dio inicio a la ronda, cadencioso, rubricado con discreción por la güira, por la tambora que asordinaba sus tonos más plebeyos y por un acordeón cuyos arabescos y florituras se deslizaban bajo los pies como un agua subterránea. El coronel Trujillo superó aquí su fama a la vez que la pericia de Bienvenida causó asombro y envidia. Juntos se deslizaban, giraban en contracción de caderas apareadas, esquivándose, encontrándose en vueltas súbitas con una elegancia que sin olvidar la procedencia campesina del baile, mostraba el refinamiento de las clases superiores que lo acogían. Trujillo imponía el merengue en los salones, se adueñaba de él y, como resultado, el merengue se iba convirtiendo en propagador de sus hazañas.

Procedimientos estructurales y recursos retóricos

Esta novela es concebida y escrita por un hombre que tenía en la poesía el centro de su creación y de la vida misma. Todas sus expresiones se dirige hacia ese centro hegemónico. La poesía prevalecerá desde la concepción hasta el cuidado del tono de cada frase. En Rueda, lo poético determinaba la parte y el todo. Recuerdo, ahora que escribo estas notas, nuestras conversaciones sobre el acto creativo. Se piensa que la poesía reside únicamente en la palabra, pero resulta que lo poético comienza en lo muy adentro del cuerpo, en la imaginación, y esa imaginación se manifiesta en todo; en lo primero, en la forma cómo se concibe el texto, en la forma de darle forma y, desde luego, en la utilización de la palabra. Así, todo escrito para ser creación, tiene, ante todo y sobre todo, que afirmarse en lo poético, esto es, en la creación".

Esta obra responde a esta visión, a esta creencia del acto creativo. Lo poético comienza con la forma como estructura al narrador: un narrador que se multiplica en el tejido de la historia; es personaje y narrador testigo a la vez.

Descripción

De los recursos estructurales que emplea Rueda, la descripción posee atributos expresivos ejemplares. Precisos en el contexto y más aún, precisos en la ambigüedad buscada. Hay en ellas un elemento primario, esencial: el manejo de los pormenores, de los detalles, de los nimios, que provienen de una alerta constante de los sentidos: palpar, oír, oler, mirar, gustar. Las descripciones, además, se elevan cuando sacan a la superficie lo de muy adentro: miedo, impotencia, ironía, alegría, temor, incertidumbre. Y es, en

gran medida, en la justa aplicación de ese recurso, donde se asienta el singular donaire narrativo que posee esta obra. A modo de ejemplificación, reproducimos esta:

Los anfitriones recibían en la entrada a los invitados que pasaban de la sombra a la luz y volvían luego a desaparecer en el interior de la casa. Cada quien había extraído de sus roperos las mejores galas, lujos no usados durante largo tiempo, prendas cansadas de brillar en la oscuridad de los joyeros, pero que este día recuperaban su prestigio para adornar a las muchachas que parecían envaradas un poco asustadas con ellas. Los trajes de gasa, las muselinas estampadas, los rasos y los charme cuajados de canutillos, los crespones con sus aplicaciones de encajes, una vez airados, alisados del revés con plancha tibia y reparados con la aguja y el milagroso quitamanchas, volvieron a lucir en cuerpos esbeltos inevitablemente rechonchos.

Novela de premoniciones

En amplio sentido, la novela está levantada desde premoniciones o de proyecciones intuidas desde los eventos que sucedieron en ese entonces en Monte Cristi. Todo lo que en ella se asienta, acontece, estuvo en la ruta de lo presentido. Así, del efecto particular, del otro, se pasa al personal, al muy íntegro y el tejido narrativo se llena con puntos que son latencias, esperas, presentimientos y, finalmente, comprobación. Así la entendió el niño que, desde un punto cercano a la cercanía de la muerte, memora en memoria de Bienvenida. Ahí va ella todavía, bajo un cielo cruzado por relámpagos y truenos, no sé si de mi invención, pero que llena el corazón de premoniciones funestas.

Y lo que fue presentido, entrevisto, vislumbrado, por la abuela, el sentido de circularidad que se inicia con el título, como ocurre en el poema:

Cuando vio aquella línea de muerte circular por el espejo que servía de asiento al bizcocho de bodas, palideció. Tenía, al fin, la certeza de una tragedia venidera. El trazo caía de lleno sobre la cara de Bienvenida que, inclinada sobre el cristal, distribuía las primeras porciones.

Dentro de este ámbito, el niño Rueda predice al hombre y su destino: al músico y creador de obras literarias, pero atravesado por el fulgor de la espada que nos marcó a todos por más de treinta años. Este fragmento nos viene claramente al recuerdo: cuando nos leía el texto en sus gráficos primigenios, se detuvo, en él fijó atención y pensamiento, lo sentía como lo más luminoso de todas las palabras. En él se vio atravesando la historia dominicana, la historia de todos, y la muy particular, la familiar y, finalmente, la muy propia.

La música se me aparece como una respuesta a algo que no logro formular aún. Pero ella, como mi abuela, está ahí esperando. Esperará durante años hasta el momento de la revelación. Repaso cada melodía, aunque no la recuerde bien. Me dejo mecer por un ritmo, por todos los ritmos que escucho, y olvido, y la banda, aun establecido el silencio allá afuera, sigue sonando para mi exclusivo beneficio, contándome una historia sin palabras y sin personajes, con una intensidad que me asusta hasta que la siento apagarse, apagarse, apagarse…

Final

Manuel Rueda, sin que fuera expresa intención, más bien respondiendo a un imperativo de vida, a su pulso, igual como acontece con sus otros trabajos narrativos, cuentos y novelas cortas, como "Palomos", "De hombre y gallos, reunidos en Papeles de Sara y otros relatos (1985), escribió una de las mejores novelas dominicanas, esta, Bienvenida y la noche. Era una deuda con la protagonista, con el niño, con su pueblo que sufrió hondamente por aquellos extensos treinta y un años, el anatema que profirió el coronel, ya esposo de una de sus más caras hijas:

-Me llevo la más bella flor de Monte Cristi. Este pueblo no se la merece. Juro que sabré vengarme de todas las afrentas que me han hecho.

Subrayamos la nota sin pretensión, pues Rueda nunca se creyó el consumado narrador, aunque sí con plena conciencia de lo que hacía, y conocimiento igualmente acabado del género, y entregado totalmente a dar lo mejor en cada encomienda; pero siempre en actitud abierta hacia el aprendizaje, y al recogimiento en las limitaciones. Por eso, cierra la historia donde esa nota queda bien impresa: Ahora escribo estos recuerdos para ella, los escribo impulsado por ese niño que he sido y que todavía no sabe expresarse con palabras.

(*)

José Enrique García (Santiago 1948) cursó estudios en Educación y Letras en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Obtuvo el doctorado en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. En su bibliografía se destacan Meditaciones alrededor de una sospecha (1977), El fabulador (1980), Ritual del tiempo y los espacios (1982), Contando lo que pasa (1986), Cuando la miraba pasar (1987), Huellas de la memoria (1994), Una vez un hombre (2000), Recodo (2001), Un pueblo llamado pan y otros cuentos infantiles (2002), La palabra en su asiento. Análisis poético (2004), Juego de villanos (2006), El futuro sonriendo nos espera (2007) y Estas historias (2021). José Enrique García ha recibido, entre otras distinciones, el premio Siboney de Poesía 1979, el Premio Nacional de Poesía 2000 y 2001 y el Premio Nacional de Literatura Infantil 2002.