Y tú, príncipe de la Milicia Celestial, lanza al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que, para la perdición de las almas, vagan por el mundo. Amén.
Uno siempre pasa cada 29 de septiembre por San Miguel, uno de los barrios más antiguos de la Zona Colonial. Centro de la devoción al The Big One de todos los santos.
Uno no es santero ni devoto de Belié Belcán. Pero siempre se da su vuelta y se toma la birra de lugar. Qué será qué será que uno pasa por San Miguel.
¿Curiosidad? ¿El Ángel Vencedor del Demonio lo invoca a uno a través de los sueños? ¿El recuerdo infantil de la pesadilla que tuve con uno de sus cuadros frente a mi cama cuando clavaba su lanza en el pecho morado del malo más malo e hijo de puta del Universo según el canon católico?
No tengo respuestas, pero siempre pasó por ahí, aunque sea para captar imágenes. Este año, por poco, me arrebatan el celular intentando grabar un concierto a capella a Candelo. ¡Ayyyy Candelo! Salí huyendo. Con la intención es suficiente para no quedarme un minuto más.
Este año, la fiesta de San Miguel post pandémica terminó temprano según comentó alguien en las redes sociales. No creo lo creo. el pari devocional se divide en tres etapas: la mañana para los reales adoradores, la tarde para los curiosos como yo y la noche para las Grandes Ligas dispuestos a amanecer con el champú puesto y los ojos en otro lugar.
Si alguna vez se decide ir por la noche, primero coma chivo con plátano o moro de guandules, viandas y la carne que le pongan para que el aguante sea grande y rece a San Miguel para que la resaca sea leve. La comida la ofrecen un grupo de mujeres en el parquecito. No sé si la pandemia cerró el negocio.
Tú eres el soldado de Dios.
Tú eres el que declara la guerra al dragón y el que lo vence.
El dragón es el que extravía seduciendo al mundo entero, el que engaña y confunde.