Preámbulo I: A propósito de Johnny Ventura y su inesperada partida
Probablemente a muchos les haya pasado lo mismo que a mí, porque no creo que haya sido el único. A pesar de que siempre supimos que El Caballo Mayor, La Alegría del País, La Industria Nacional de la Alegría, ese singular personaje de nuestra música popular, era una de nuestras más altas glorias musicales, dentro y fuera del país, nos quedamos cortos en nuestra apreciación. Su inesperada partida de este mundo nos obligó a replantearnos la dimensión de su trayectoria y a justipreciar la proyección que había alcanzado su figura dentro del país y más allá de nuestros límites territoriales. Su prestigio era más grande, mucho más grande de lo que pensábamos.
Ver su foto en tamaño de afiche acompañando la noticia de su muerte en uno de los pasillos del metro de Berlín, encontrarnos con reseñas de su fallecimiento en diarios europeos (españoles y no españoles), como El País, o un periódico suizo, en la BBC de Londres, en el diario Le Monde, de Francia…, así como en medios escritos y televisivos estadounidenses, leer las publicaciones de condolencia de grandes artistas del continente… nos dio la certeza de que Johnny Ventura era (y es, porque los grandes hombres y mujeres sólo mueren cuando no dejan un legado tras de sí) una figura de primer orden en la música tropical, con una bien ganada reputación que va mucho más allá de nuestras fronteras.
Pero además de todo lo anterior, es impresionante observar cómo la figura de ese personaje pudo calar tan profusamente en el gusto popular dominicano. A Johnny se le admiraba, se le amaba, se le idolatraba. Tuvo algo que no todos logran alcanzar: ser un verdadero profeta en su tierra. Por eso, todo el país quedó impactado por la inesperada noticia de su muerte. Y no pocos lloraron tras conocerse tan infausto suceso, aun reconociendo que Johnny era, por sobre cualquier otra condición, un expresivo símbolo de la alegría.
Ahora yo sé, y muchos de mis coterráneos también lo saben ya, que dentro de los confines dominicanos y más allá de nuestro territorio Johnny Ventura ha bordeado la dimensión del mito. Y eso nos llena de orgullo y nos compromete a seguir difundiendo su música y todo su legado humano y artístico.
Preámbulo II: A propósito de Huchi Lora
A Johnny Ventura lo vi una vez en un baile y otra vez en un concierto, y muchas veces en la televisión. En las presentaciones en vivo lo vi actuar en tarima, nunca lo saludé ni estuve próximo a él, aunque me hubiera encantado estrecharle su mano y en ese saludo expresarle mi gratitud por todo lo bueno que estaba aportando al pueblo dominicano. Lo mismo pasa con Huchi Lora, a quien no tengo el gusto de conocer personalmente. Pero si a aquel, a Johnny, lo admiré por la indiscutible calidad de su música, su gran talento para la interpretación, el arreglo orquestal y el baile; su versatilidad, su eterna sonrisa y su impecable imagen de caballero, a Huchi lo he admirado siempre por su profesionalismo, su coherencia, su ética, la calidad de sus análisis periodísticos. Sobre todo, lo admiro por ser un hombre bueno, un ciudadano honesto, que ha hecho de su profesión un apostolado al servicio del país. Huchi nunca ha alterado su línea periodista comprometida, ni ha jugado a medias verdades ni a la simulación.
Como ya adelanté en el párrafo anterior, nunca le he tratado. Le vi un día de cerca en un concierto del movimiento amarillo por la educación (Coalición por una Educación Digna) que se realizó en el área monumental de Santiago. Recitó un poema (décima) que hizo vibrar a los presentes con sus estrofas cargadas de crítica contra la demagogia política y de esperanzas para el pueblo que reclamaba un mayor financiamiento para el renglón educativo. En actividades de Marcha Verde le alcancé a ver, de lejos, un par de veces. Pero no hace falta que lo conozca personalmente, a los grandes seres humanos se les conoce por sus hechos, que siempre van delante, precediéndoles, no por la forma de su rostro, por su vestimenta, sus ademanes o sus rasgos corporales.
No obstante, mi admiración hacia él me ha acompañado desde sus inicios en el periodismo, los tiempos en que acompañaba a Ramón de Luna en su noticiero “La Situación Mundial”, y ese aprecio no ha cesado nunca, ni ha sufrido mengua. Huchi debe de ser el periodista dominicano actual más talentoso, pues ha sabido complementar su quehacer periodístico con el cultivo de otras áreas: aparte de sus grandes dotes de periodista, es poeta (decimero), libretista de cine, autor de canciones, productor de programas televisivos, y creo que hasta ha cultivado la pintura. En él el periodista y el artista coexisten armoniosamente, sin ninguna rivalidad, aunque es el ejercicio periodístico la labor en la que más se ha destacado, pues es la profesión a la que ha dedicado sus laboriosos días.
“Si vuelvo a nacer”
Letra: Huchi Lora / Música: Johnny Ventura
Intérprete: Johnny Ventura
Aunque los versos de esta composición no requieren de una exégesis, dicho en sentido estricto, pues son muy transparentes y claros en su significación, hemos querido comentarlos. Lo hacemos como homenaje a su intérprete, que recién ha partido de este mundo para establecerse en el reino de los inmortales. Este modesto homenaje también alcanza al poeta popular y periodista Huchi Lora, autor de esas letras maravillosas que constituyen una emotiva muestra de amor al terruño y al pueblo que lo habita.
En seis estrofas (décimas) Lora reúne una serie de razones por las que los dominicanos podemos sentirnos orgullosos de nuestra tierra y de nuestra cultura. Y no bajar la cerviz ante nadie que pretenda humillarnos por razones de orden racial o por algún hecho circunstancial que no atañe a la mayoría de los dominicanos, sino a ciudadanos específicos.
Laten en esas letras un profundo sentido telúrico y un entrañable amor a la patria. Tan satisfecho está el sujeto lírico que habla desde el poema-canción de las condiciones propicias de nuestro territorio y de lo especial que es nuestra cultura; y es tanto su arraigo y la lealtad que siente hacia nuestro pueblo, que si existiera la posibilidad de reencarnar no dudaría en escoger nuevamente la tierra dominicana. Definitivamente, todo el texto del merengue constituye una reafirmación de la dominicanidad y de alguna manera alienta en él una profunda fe en el futuro de nuestra nación.
Veamos por separado lo que nos dice cada estrofa.
Me llaman Johnny Ventura,
nacido y criado en Quisqueya,
que para mí es la más bella
tierra que ha dado natura.
Su tradición, su cultura
es la de los antillanos;
soy latinoamericano
y llevo dentro el orgullo
que entre su gente me incluyo
porque soy dominicano.
Esta primera estrofa inicia con la identificación del intérprete: Johnny Ventura. Habla en representación de todo el pueblo, por lo que a través de él se expresa un sentimiento colectivo: el de la dominicanidad. Los restantes versos de la estrofa están dedicados a realzar la belleza natural del territorio y a valorar los rasgos culturales que nos identifican. Proclama su condición de antillano, latinoamericano y dominicano. Tres condiciones complementarias que pueden sintetizarse en la última.
El sol, la brisa y el mar
con suave alfombra de arena
de mi patria es una escena
que el cielo nos quiso dar.
Y se puede disfrutar
Porque allí siempre es verano
Y al orar como cristiano
yo digo en cada oración
si existe reencarnación
vuelvo a ser dominicano.
La segunda estrofa inicia resaltando la favorabilidad de la naturaleza y la belleza del paisaje. Tres de los cuatro elementos naturales: fuego (el sol), aire (la brisa) y agua (el mar) concurren en el primer verso, los cuales son presentados como parte de los atractivos que deleitan a propios y a extraños. A seguidas se agrega el cuarto elemento (la tierra) representado por la arena, que junto a los anteriores integran el escenario idóneo para la atracción de visitantes. Nativos y extranjeros tienen, pues, en ese entorno atractivos espacios de recreación. Si en su poema “La llegada del invierno” nuestra poeta Salomé Ureña destaca que nuestro país vive en una eterna primavera, debido a la casi invariabilidad del clima, el poeta Lora destaca la calidez del clima en cualquier época del año, aduciendo que vivimos en perenne verano. Y ambos tienen razón: el verde primaveral no se extingue en ninguna época, pero en lo que respecta a la temperatura, es casi invariable (mayormente cálida), lo que favorece el turismo de balnearios y playas.
Esas excelentes condiciones son las que llevan al sujeto poético a proclamar que si tras la muerte pudiera volver a nacer preferiría nuevamente ser dominicano.
Un pueblo trabajador
es el que hay en mi tierra,
que no le gusta la guerra
si no lesionan su honor.
Es una tierra de amor,
donde al llegar un hermano
todos le tienden la mano
con amistad y honradez
y si yo nazco otra vez
vuelvo a ser dominicano.
Esta tercera estrofa se ocupa de delinear la personalidad del ciudadano dominicano. En ella sobresale la laboriosidad de nuestros hombres y mujeres y se subraya nuestro carácter pacífico, con una sola excepción: que no se lesione nuestro honor, pues en este caso el ciudadano se rebelará contra quienes mancillen o traten de empañar su buena honra. Y, de hecho, nuestra historia ha dado evidencias de la gallardía de nuestro pueblo cada vez que se ha visto forzado a enfrentar a un ejército invasor. Los soldados haitianos, y sus homólogos españoles y estadounidenses, supieron cuán osado es el pueblo dominicano cuando pisotean su soberanía y coartan su libertad.
Fuera de esa circunstancia, los dominicanos prodigamos un trato de sincera hermandad a todo el que llega de otras latitudes. Nuestra calidez humana y hospitalidad son atributos que muchos extranjeros han destacado. Al final de la estrofa retorna el motivo (leitmotiv) que a manera de pie forzado reafirma la voluntad de la mayoría de los dominicanos, en caso de que existiera la posibilidad de retornar a otra vida tras la muerte: nacer nuevamente en suelo quisqueyano.
Árboles hay por doquiera
con sus frutas más sabrosas
y en mi tierra prodigiosa
los cocos y las palmeras
que forman largas hileras
refrescan al aldeano.
En la loma como el llano
la convicción me la da,
si vuelvo del más allá
vuelvo a ser dominicano.
En esta cuarta estrofa el poeta destaca la abundancia de árboles frutales, que a la par de premiarnos con sus almibaradas pomas nos proporcionan sombra y brisa fresca, factores que actúan como atenuantes de la cálida temperatura. Como no se podían nombrar todos esos fructuosos y sombreadores árboles en el reducido espacio de una canción, a manera de ejemplo se citan el coco y la palmera, a los que habría que agregar otros como el mango, los cítricos (naranjo, limonero…), guanábano, banano (guineo), guayabo, mamón, limoncillo, carambola… Un clima con tales características es un lugar paradisiaco, ideal para vivir no sólo una vida, sino todo un dilatado ciclo existencial.
En mi Quisqueya preciosa
nuestra raza es la mestiza,
se admira la piel cobriza
en una mulata hermosa,
con la sonrisa graciosa
que ella hereda de lo hispano,
y ese sabor africano
que en el cuerpo le retumba.
Si yo escapo de la tumba
vuelvo a ser dominicano.
En esta quinta estrofa, aportando una razón más para sentirnos orgullosos de nuestros orígenes, se relieva un factor que si bien es preponderante en nuestra identidad racial, ha sido objeto de muchas controversias: nuestra condición de mulatos. A pesar de las incontrastables evidencias que nos proporcionan los propios sentidos, amén de las crónicas históricas, ha sido muy largo y tortuoso el camino para que muchos dominicanos alcancen a comprender que no somos descendientes puros de españoles, ni de españoles e indígenas, que por nuestro torrente sanguíneo corre sangre aborigen, española y negra, y que estas dos últimas son preponderantes en nuestra conformación identitaria. El poeta Lora no se limita a mencionar el componente negro como un ingrediente más en nuestra conformación poblacional, sino que lo subraya como un atributo contribuidor a la belleza de nuestras mujeres. De igual manera, pondera la tendencia a la sensualidad del baile, que también es herencia africana. Esas condiciones de la cultura negra se unen al otro ingrediente decisivo en nuestra composición étnica: los rasgos hispánicos, encarnados en la sonrisa, que él califica de graciosa.
La suma de unos y otros rasgos configuran un tipo racial y cultural muy singular. De manera que los dominicanos constituimos un grupo étnico bastante específico, aunque compartimos características comunes al resto de los países caribeños y latinoamericanos. Somos el resultado de una diversidad, por lo que suele hablarse de un crisol de razas. Y esa variedad de elementos étnicos y culturales enriquecen de un modo significativo el ser nacional.
En la América morena
cada pueblo es como el mío,
van derramando los ríos
el agua de orgullo plena.
Cada patria es la más buena
según cada ciudadano.
Yo lo digo en tono sano
y se lo repito en serio:
si salgo del cementerio
vuelvo a ser dominicano.
La estrofa final insiste en el tema racial, denominando a la América Latina como la América morena (no es nada novedoso, pero es significativo que la haya asumido de ese modo). Es la América del mestizaje, una vastedad de pueblos situados en el extenso territorio americano ubicado al sur del río Bravo, en el que se realizó el mayor entrecruzamiento racial, donde confluyeron tres razas, y cada una dejó su impronta en la población resultante.
Un hecho que aparece resaltado en esta parte del poema-canción es que para cada pueblo latinoamericano su patria es la mejor. Sin caer en el detestable chovinismo, es algo muy natural que cada pueblo se identifique con su territorio y con su cultura, hasta llegar a suponer que lo propio siempre es lo mejor. Desde que alcanzamos los primeros atisbos de lucidez mental comenzamos a sentir una inclinación natural hacia la tierra en la cual nacimos. Esta identificación inicia en el pequeño terruño local, se redimensiona en el espacio regional y alcanza su mayor estatura al asumir como propio el territorio total de la nación. Esto, claro está, sin que implique una desvinculación de las otras naciones que conforman la Patria Mayor: el continente donde está ubicada la patria de cada uno. En este caso, el subcontinente latinoamericano.
“Si vuelvo a nacer” es un legado de dos importantes hijos de esta tierra. Sus letras son elegantes, sin perder la sencillez, puesto que se trata de un tema destinado al gran público. En ellas sobresale la riqueza y variedad del paisaje dominicano y se enumeran diversos rasgos de nuestra idiosincrasia. Unos y otros contribuyen a fundar una auténtica valoración del pueblo dominicano. A ese respecto, podemos decir que los versos de la canción, felizmente acordados con su excelente ejecución musical, tocan fibras sensibles del alma nacional. Y, como valor añadido, puesto que se trata de un texto poético, están los recursos de estilo con que el bardo diseña su arquitectura lírica: metáforas, antítesis, enumeraciones, encabalgamientos, y una rima puntual y ajustada a la perfección consonántica.
Creo que es esa la clase de contenido que debe promoverse en los medios de comunicación de masas. Necesitamos muchas letras como estas, que sirvan para edificar, frente a tantas cosas que nos dañan. Como profesor de Letras sé cuánto puede aportar la música popular a la educación del gusto artístico y al moldeamiento estético. Y lo que no es menos importante: a la formación de una auténtica conciencia crítica. Es más que obvio que la gran poesía no se circunscribe a aquella que aparece insertada en libros y otras publicaciones escritas o virtuales. Muchos temas musicales (boleros, baladas, rock, merengues, salsas…) derrochan poesía en cada línea, en cada fraseo. La concesión del Premio Nobel de Literatura (2016) al cantautor estadounidense Bob Dylan avala nuestra opinión. La combinación de música y poesía es una de las más felices invenciones humanas.
La acertada simbiosis de letra y música en esta composición, destinada a exaltar los valores patrióticos, nos hace pensar que no hay por qué separar la diversión de la reflexión. Que se puede disfrutar de un excelente tema bailable sin que sus letras sean intrascendentes o procaces. A ello apostaron sus autores Huchi Lora y Johnny Ventura. Bailemos, pues, esta joya con el ritmo en el cuerpo, la poesía y los acordes en el corazón, y la patria en las sutiles vibraciones del espíritu.