En cuanto a mí, yo quisiera ser un gran topacio, un gran topacio, y que la luz del sol me hiriese por todas partes, brillase en todas mis facetas.  Yo no quisiera ser más que un topacio. Rubén Darío a Amado Nervo.

Al igual que muchas plumas españolas y latinoamericanas cuya curiosidad intelectual y frondosidad verbal les obliga incursionar en diversos espacios de la literatura, el llamado por unos el rey de la rima americana y por otros el César del Parnaso, además de la poesía cultivó con desigual fortuna otros campos en que la palabra escrita es el instrumento para expresar el pensamiento que nos inspira el mundo y sus cosas.

El Periodismo, el Cuento, la Prosa, la Novela y la Traducción fueron géneros cuyo ejercicio Darío desempeñó de forma permanente o intermitente durante su turbulenta existencia.  En todos ellos encontramos un rasgo común, un detalle que identifica todo lo que escribe: el aliento poético, el lirismo que transparenta y define su estilo al cual no puede sustraerse por estar sólidamente arraigado en lo más profundo de su sensibilidad.

Es conocido el hecho de que muchos artistas han compuesto obras musicales o pintado cuadros sobre lugares que visualmente desconocen como George Bizet que escribió la música de la ópera “Carmen” sin jamás haber estado en España, y Eugenio Delacroix pintó escenas de Argel sin conocer esta ciudad.  Cuando Rubén publicó “Azul” en 1888 con apenas 21 años de edad,  no conocía París y el Próximo Oriente aunque muchos de sus cuentos están ambientados en ambas localidades.

“La Ninfa”, “El pájaro azul”, “El sátiro sordo”, “El velo de la reina Mab”, “El palacio del sol” y “Palomas blancas y garzas morenas” entre otros, nos describen lugares solamente visitados por su desbridada imaginación, sitios conocidos a través de la lectura de obras literarias que es una licencia literaria que no tiene nada de censurable y demostrativa además de la versatilidad de una fantástica inventiva.

Expresiones como: una ancianita que parecía una vieja marquesa de Boucher;  su cara era una creación murillesca; de satinados brazos alabastrinos; los últimos rayos solares rojos y desfallecientes; su rostro color canela y su boca cleopatrina; las rosas recordaban purpuradas emperatrices etc, son características del modo rubendariano de contar, de la denominada narrativa breve que en Latinoamérica ha tenido grandes maestros como Ribeyro, Mutis, Borges, Cortázar y Bolaños.

Con menos de dos décadas de vida Rubén fue redactor en Chile del “Mercurio” de Valparaíso y  “La Época”.  Corresponsal en su país del “Diario Nicaragüense” y “El Imparcial”.  Colaborador de un gran número de rotativos y revistas literarias como “La Nación” de Buenos Aires.  De “la Revista Ilustrada” de New York.  De la vida Literaria” dirigida por J. Benavente, de la “Revista Nueva” y “Vida y Arte” en España.  En París dirigió la revista “Mundial”.  Su corresponsalía en Europa del Diario argentino “La Nación” fue antológica.

“España Contemporánea”  y “Tierras solares” son libros en prosa de lectura obligatoria para los interesados en las múltiples facetas del genio de Darío, y las dos crónicas que resumiré  a continuación son ejemplos de que como prosista el poeta estaba medularmente influenciado por el verso, y quienes se complacen con el ritmo, la rima y la métrica hallarán en las mismas confirmación de ello.  El primero es el relato de Rubén describiendo el funeral de Castelar en mayo de 1899 y el segundo sobre la caída y muerte de José Martí.

“Y  llegó el entierro.  Fluía en el ambiente de la tarde la dulzura de un cielo de acuarela.  Madrid se desbordaba como un hirviente vaso.  Prohibida la circulación por las calles, la concurrencia se aglomeraba, los balcones se atestaban. Distingo a Núñez de Arce pálido y nervioso.  A Echegaray enfermizo y gastado.  También la barbilla canosa de Zapata junto al músico Tomás Bretón.  El clero de sobrepelliz.  Y ahí va Castelar muerto en su carroza severa.  Todo el mundo se descubre, todo el mundo le da su último saludo”.

“Sobre el féretro un aislado ramito de flores.  De pronto se oye entre la muchedumbre ¡Bravo¡ ¡Bien¡.  Es Martínez Campos, el último guerrero que asiste a toda gala.  Es Weyler de terrible fama que viene sin penacho.  Los uniformes y generales honran a Castelar.  Pasan los diplomáticos llenos de oro entre los que resaltan el Nuncio y el embajador de China vestido de seda y su pluma de pavón.  El murmullo se acentúa contra quienes no han sabido reverenciar a Don Emilio el más grande español de su época”.

La muerte que mas conmovió al Poeta de los cisnes fue la de José Martí ocurrida el 19 mayo 1895 – el autor de este trabajo nació exactamente 49 años después – en Dos Ríos, cerca de Palma Soriano en Cuba.  Al saberlo exclamó en tono de reproche lo siguiente: “Maestro y amigo, perdona que te guardemos rencor los que te amábamos y admirábamos por haber ido a exponer y a perder el tesoro de tu talento”.   Cayó asesinado por tres disparos mortales realizados por una columna española siendo su cadáver rescatado luego por los mambises.

Ya sabía el mundo – continuó – lo que tú eras pues la justicia de Dios es infinita y señala a cada cual su legítima gloria.  Cuba quizá se demore en cumplir contigo como debe.  La juventud americana te saluda y te llora pero ¡Oh Maestro, que has hecho!  Sí, americanos; hay que decir quien fue aquel grande que ha caído”.  Años antes Rubén Darío había publicado en un periódico de Chile las siguientes alabanzas al poeta y orador maravilloso:

“Un cubano llegó hace tiempo a Guatemala. Su palabra fácil y hablar precipitado no gustaron.  Daba una clasecita a tres al cuarto en cuanto a remuneración.  Hoy este hombre es famoso, más brillante que ninguno de España o América.  Su frase es de oro, o huele a rosas o es una llamarada.  Cuando este poeta habla de amor, o de arte o de todo lo del alma, oiréis una arpa eólica o el arrullo de un coro de palomas.  Este escritor se llama José Martí”.

Algunos críticos señalan que Darío fue el primer martiano y según Osvaldo Bazil sin Martí no hay Rubén Darío.  El argentino Carlos Ramagosa sentenció: “Martí y Darío son los escritores más originales que ha producido América.  Martí arrancó a la lengua de Castelar sonoridades metálicas nunca oídas y Darío le ha impreso ductilidades, tintes y armonías que se creían imposibles antes de él.  Martí es el precursor de la nueva tendencia literaria y el autor de “Canción de otoño en Primavera”  su primer y genuino artista”.

Como autor de novelas Rubén no fue un novelista al uso y en la única que conozco titulada “El oro de Mallorca” – que está inconclusa – los elementos que definen este género literario no son rigurosamente observados, notándose entre otras debilidades o insuficiencias la vertebración de una auténtica trama, la ausencia del más mínimo suspenso y la presencia de personajes verosímiles,  ya que fiel a su lírico temperamento se concentra en poetizar  la realidad.

Estos dos fragmentos ilustran lo que afirmo: “la limpidez del azul del cielo parecía de fabulosa gema bruñida.  Se veían predios labrados en las faldas de los cerros y colinas adornadas con los ramilletes verdes de los pinos y de las encinas.  Por las tapias de los huertos caían, enredadas, las parras en  las ramas de las higueras, los racimos de uvas ambarinas y doradas junto a los higos verdes y obscuros, algunos entreabiertos dejando ver su carne roja”.

Y este otro: “Ella  veía en su mente los bosques del trópico americano que consideraba poblado de jaguares, monos y papagayos.  El protagonista le hacía ver la armonía áspera y salvaje de aquellas regiones: los volcanes, los lagos, las riberas donde se alza el plumero colosal del cocotero, los frutos de colores y formas diversas y con perfumes como de flor; también las ciudades precolombinas, primitivas, semi-indígenas.

A pesar de no estar concluida, como le ocurrió a Franz Shubert con su sinfonía No. 8 Si menor, la lectura de “El oro de Mallorca” resulta de gran utilidad para quienes desean enriquecer su vocabulario lírico con calificativos y arcaísmos de vocación poética y además, para darse una agradable inmersión en la variada y otrora frondosa campiña mallorquina que en esta obra está bellamente descrita por Rubén.  Estos versos son del poema Valldemosa: Pían los libres pájaros en los vecinos huertos / se enredan las copiosas viñas a las higueras / y  muestra el sexual higo dos labios entreabiertos /juntos al ámbar quemado de las uvas postreras/.

Como no podría ser de otra manera, para apreciar y saborear a sus adoraciones juveniles Darío aprendió francés para leer en el original la poesía de Víctor Hugo y Verlaine, y en consecuencia fue el traductor al castellano de éstos y otros rapsodas franceses.  Todos los que padecen de libropoesía sabemos que las traducciones por lo general no son cien por ciento leales al texto que se reproduce, sobre todo en el campo de la poesía al ser este el mundo de las emociones

José Martí

Todo traductor que se respete sabe que su  labor no consiste en trasladar palabras de un idioma a otro, y además que algunos vocablos  tienen una extensa sinonimia lo cual complica las cosas al momento de hacer la traducción.  En el ámbito de la poesía, que como sabemos es el lenguaje de los sentimientos, el asunto es más espinoso que en el caso de la prosa porque en resumidas cuentas, es más fácil traducir un pensamiento que un sentimiento siendo esto la causa de que los versos traducidos carezcan a menudo del significado que ofrecen los originales.

Al ser traducidos por Darío, los versos originales de Hugo y Verlaine acusan sin lugar a dudas la participación del Príncipe de las letras castellanas ya que este último aunque trate de serle fiel no puede, se revela incompetente en el instante de conservar el ritmo y la rima al estar obligado a escoger, no los términos más fidedignos, sino los más apropiados e indicados para la preservación de la eufonía.  En caso de serles leal debe alterar o arruinar el poema ya que como muy bien se aconseja es más fácil pensar en un idioma extranjero que sentir en el.

También suele ocurrir con los traductores que tienen un genio excepcional como Rubén, que distorsionen un texto porque a su juicio el resultado de su intervención tendrá por  consecuencia su enriquecimiento, su mejoramiento.   Si por ejemplo Brahms hubiese tocado una partitura de Mozart lo más probable es que su versión no le guardara fidelidad al original porque su genio entiende que hay pasajes de la pieza que deben interpretarse según su parecer para que   así resulten perfectas.  Lo mismo ocurriría si Claude Debussy tocara una sonata o nocturno de Chopin.  Al ser geniales se les perdonan estas licencias, estas audacias.

Sin importar el género literario que cultivara, la producción dariana se distingue por el perfume saturado de locuciones, expresiones y giros poéticos que identifica su inspiración al resultarle imposible renunciar a una vocación que como la suya estaba subordinada a la métrica, la rima, el ritmo y la imagen.  En definitiva, este trovador centroamericano no fue un poeta de oficio o profesión sino de casta y únicamente él podía tener como el más grande anhelo de su vida el fabuloso y desatinado deseo de ser un topacio como hago saber en el epígrafe de esta última entrega:  “Yo quiero ser un topacio, un gran topacio……….. y que la luz me hiriese por todas partes”.

 

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