Ahora que comparto estas notas con ustedes [sabiduría Benedetti: ¿Quienes son ustedes?] me llega la fragancia de alguna noche que pasé con Megan en The Bucket of Blood, un calpulli de venta de libros, discos y videos en la Milwaukee con California, frente al edificio de aquella mujer que les conté, la tipa a la que le saqué libros buenísimos: Mario Bellatín, el reader de Joyce [te recuerdo Ariadna], un compendio de la narrativa de Saul Bellow traducido por Rodrigo Rey Rosa y una antología súper coqueta de T. S. Elliot. Aquella mujer: alta, triste, boricua, sin sentido, fumando en un balconcito que da al Blue Line Train. Megan y los libros, cada conversa… se reía y citaba a Rubén Blades… tú le preguntabas a Megan, Cómo estás nena y ella te contestaba, Respirando la tranquilidad del desesperado. Se veía bien Megan, aunque con los párpados un poco nublados por los malditos overnights. Se podía escuchar música con ella. De las mujeres que todavía escuchaban discos completos. Toda la noche escribiendo, decía que se pasaba. Recuerdo exactamente el día que habló de la posibilidad de irse a dar clases de TOEFL en la Universidad Central de Quito. Yo me exalté, Ea rayo pa Ecuador. Tenía un mechón que le picaba la comisura y riéndose de cuando en cuando, lo mordía, o se lo acercaba con dos dedos a los dientes y se lo mordía. Me voy, me voy pal carajo de Chicago, me respondió… me acuerdo como hoy.
Les pido excusas por el excurso. Arriba cuando hablo de Benedetti [sagrado nombre, sagrado nombre, Lezama] me refiero a Con y sin nostalgia. Algún día te voy a contar cosas sobre Benedetti, las calles y las heridas. Por ahora, les sigo compartiendo como hemos acordado, las notas reorganizadas, traducidas y revueltas del inédito Hotel Roxy: Cuadernos primeros de Vernon Maldonado.
VERNON MUERE por Megan van Nerissing
Al no encontrar información sobre el asesinato del agente del Front Desk me aventuro a proponer el tema a Trujillo y a Licorish. Ambos afirman no saber nada del asunto y se muestran sorprendidos. Licorish interrumpe el silencio con unos cuantos sonidos guturales y pide que le repitan el nombre del hotel de la tragedia, confirma con Claudel el nombre del Chef de Concierge del Langham, sortean unos cuantos nombres. Claudel dice conocer a alguien, hace unas llamadas. En menos de diez minutos nos enteramos de que a eso de las cuatro de la tarde, durante la hora del rush del check in, una mujer entró al Intercontinental de la Michigan Avenue, cruzó unas palabras con Maldonado y luego le entregó documentos y tarjeta de crédito. La mujer no tenía una reservación… Al proceder, el agente del Front Desk alertó que la tarjeta no tenía nombre, era una de esas Visa genéricas… ahí empezó el intercambio, se dijeron palabras, la mujer subió la voz y acto seguido sacó una pistola, disparó dos veces y retrocedió con largas zancadas, apuntando de un lado para otro… La agarraron a la salida porque se estancó en una de las port tambeur. Licorish no puede evitar reírse, qué es esa estupidez de salir por los revolving doors, ¿a quién carajo se le ocurre? La carcajada del moreno cambia de inmediato a estupefacción y sí, los tres tenemos que recoger la quijada del piso cuando se nos revela que en el forcejeo con la policía la mujer perdió la peluca y para sorpresa de todos la asesina no es tal, sino que es asesino. Así mismo como suena. ¿Porqué iría el homicida vestido de mujer?
Lo en verdad paradójico es que Vernon Maldonado huyó a Chicago para burlar el muere. Los cabos atados demuestran que quien le disparó aquí había intentado hacerlo en Puerto Rico. Necesito averiguar más sobre esta etapa puertorriqueña pero en realidad no hay mucha tela por donde cortar. ¿Iba también vestido de mujer el atacante allá en la isla? ¿Cómo se salvó Maldonado de aquella persecución? ¿Porqué Chicago? La respuesta fácil sería, de nuevo, para evitar la muerte. ¿La larga? El génesis de la debacle de Vernon Maldonado tiene su epicentro en Cabarete, un pueblito fiestero en el norte del país… Puerto Plata, para hacernos mejor la idea. También caigo en cuenta de que para afinar la conjetura tengo que seguirle la pista a la periodista Gisela Orozco, quien es la única que se ha ocupado de investigar y escribir sobre el caso.
El padre de Emeterio de Goncalves no era ni el primero ni el segundo que le habían presentado, sino un tercero, mexicano y poeta: Hernán Ayala. En una de las últimas entrevistas Goncalves dijo,
Mi padre publicó un libro de poesía que nunca mostró a nadie. Guardaba con simulada indiferencia varias cajas de aquella tirada de casi mil ejemplares. Los pocos que repartiera salió a recogerlos, cosa que lo llevó hasta Río Piedras Puerto Rico a campear por librerías de viejo. Elogio a las islas desafortunadas se titula aquel cuaderno.
Según la crítica, Hernán Ayala, autor del Elogio a las islas desafortunadas, se queda siempre corto de aliento: este libro es la relación de un largo cansancio. Hay sonidos que quieren parecerse a la voz de los cronistas; el poeta se sabe siempre cerca de la pifia y en la escritura puede notarse este temblor. La afrenta al lenguaje es obvia, no sólo con lo que exagera sino con lo que vive o pretende creamos que vive. El poema inaugural dice,
Paso largas tardes de sábado acodado en una barra,
pensando que joven fui… buscando calle arriba,
calle abajo en la Madero,
lo se que me perdió en Las damas o en Fortaleza.
Geografía: busca en México lo que se le perdió en la Antillanía del contrasentido. Ayala se lanza al Caribe sin red ni escapatoria; cuenta muy bien un viaje a Cuba, informa sobre la Isla del Encanto y a Dominicana la retrata de lejos, como a una prima segunda,
Brutal es la querencia fraternal
Los primos se exprimen
Taína = Hermana =Fermosura
Hay en este poemario una oscura aleación entre el mundo griego y un archipiélago prehispánico; un deseo de establecer, a veces hasta en una forma demasiado académica, la relación entre el Mediterráneo y el Caribe. Nada novedoso.
El empujón final para lanzarme a estas investigaciones llega desde Puerto Rico en forma de un paquete enviado por una mujer llamada Lachan Estévez, dominicana y domiciliada en Floral Park, donde maneja un negocio de prótesis. Ella dijo que me leía, y que por alguna razón, le traía yo la memoria de Vernon Maldonado, la fragancia, sí, ella lo define como un escritor fragante, la locura del escritor y amigo. En el paquete hay cartas y postales, libretas que cuando una las abre salen en volanta pajaritas de papel: son notitas, como alguna vez dijo Vernon presentando un libro, Empecé a dejarme mensajes no a mí mismo sino al escritor que sería mañana. También hay pinturas raras de su escritor favorito: Emeterio de doce años, con la madre y la hermana en el puente flotante que une a Otrobanda y Punda. Curazao, el mar Sotavento de finales de siglo. En todas las reproducciones sale empinado, siempre queriendo adelantarse. La sonrisa es de verdad. Su hermana Tulipa tiene un truño y la madre, Pétala, lleva el pajón rizado, grande hacia los lados. En una entrevista, Vernon dijo que esos hologramas de Emeterio le costaron un ojo de la cara y que casi los pierde durante la parte de su historia que él mismo ha publicado como Naufragio Cabarete.
Vernon Maldonado también tuvo dudas del origen. La leyenda cuenta que de pequeño conoció siempre dos padres. Desde muy temprano, el niño balanceó los términos engendrar y criar. En el ámbito de su lenguaje funcionaban para el razonamiento. Por ejemplo, al dar relación de lo recibido el Día de Reyes entre los amiguitos tenía que explicar que tal cosa se la dio su padre de verdad que no vivía con él y esta otra, fulano. Pronto se dio cuenta de que esto traía confusiones; sería más fácil inventar cualquier disparate que pareciese real o verdadero. No es casualidad que Maldonado reconozca en estas instancias el origen de gusto por la ficción,

Empecé a mentir por necesidad y luego me creí estas mentiras… hablar de vidas alternas es una cosa pero vivirlas es mucho más serio. En numerosas ocasiones la realidad se me presentó ineludible pero pude escapar… siempre evadiendo… Una mujer a la que lastimé horrible una vez me insultó sin gritar y antes del llanto declaró “Vernon eres un mitómano” y luego me sacó en cara un evento vergonzoso, relacionado con la verdadera historia de mis padres. Si quería dejar eso atrás tenía que derrotar la mentira… no necesariamente decir la verdad: para no mentir basta el silencio.
Para escribir sobre Emeterio de Goncalves hay que insistir en las intervenciones norteamericanas del 1916 y 1965: el origen de un paternalismo que, en casos cercanos como el puertorriqueño, deriva en una violencia. Hay paternalismo en las construcciones socioliterarias en República Dominicana. Se dirá que esto no es nada nuevo y estarán en lo cierto. La voz literaria nacional está muy segura de sí, lo cual no es bueno porque la verticalidad anula la vacilación, y la vacilación para el que escribe historias es gasolina.
Por el lado de la ficción no hay que hacer gran esfuerzo para ver que el interés de Emeterio (de este libro, de Vernon Maldonado, de mí misma) por lo paterno, tiene que ver con la situación propia, o sea, la confusión de la procedencia.
Puede hablarse de fisuras, de intervenciones, de interrupciones, de ambigüedades, fronteras y divisiones. Durante esta lectura, quizás me salte alguna referencia a la mística sexual que se le atribuye a nuestros dictadores, de Lilís a Balaguer a Faraonel (sabiduría Dino Bonao), la discursiva inconclusa y al silencio de la femina faber. Adelanto desde ya algún giro fantástico; no prometo ser amable ni generosa; no recurriré a la lágrima, no me detendré ante excusas. Quiero entablar conversaciones con la dudosa manera en que se expresan Emeterio de Goncalves y Vernon Maldonado, quienes se lanzan buscar una voz recogiendo todas.
Mucho antes de mudarme a Chicago hice unos viajes. Llegué hasta a Santo Domingo y luego fui a Curazao, en donde un señor llamado Gino Vanderhost me entregó la primera gran parte de los documentos sobre Vernon. Recibir esos archivos puso fin a varios años de búsqueda. Llegué a vivir por un tiempo en San Francisco California, visitando bibliotecas a diario, tratando de encontrar algún rastro del hombre… Desde allí me mudé a Puerto Rico, guiada por la corazonada de que Borinquen me pondría en contacto con el archipiélago, que se podría abarcar el Caribe desde Isla Verde, Canóvanas o Guaynabo City… creí también que estar cerca de Mirsada la ayudaría a alivianar la pena pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.
La mejor excusa para estar cerca de Mirsada era estudiar porque a mí el pupitre siempre me ha dado estructura. Para sobrevivir, conseguí trabajo como recepcionista del turno calavera en DaHouse, el hotel que está encima del Nuyorican VSJ. En este mismo boutique hotel laboró Maldonado durante su temporada boricua, de la que ha dicho:
Años de escribir con miedo y leer como nunca. No fue sino hasta el final de mi estadía en la isla que pude sacar unos cuentos razonables. Viví básicamente entre las librerías de Río Piedras y San Juan, o sea, el Viejo San Juan, aclaro esto porque por algún misterio muy bello, en boricua no se le llama San Juan sino a la Ciudad Vieja, para todo lo demás ellos tienen sus divisiones y allí el milagro onomástico se queda corto: Bayamóntate, Oh Loíza, Condado, Floral Park, Santa Rita, University Gardens, Cataño, en donde me acerqué demasiado al sol y mis alas se enfermaron como las de Silén, siempre en frecuencia Barrio Obrero, Country Club, la 65 de Infantería como un solo caserío en-cen-dío, Los Prados, Carolina… una dominicana en la Fernández Juncos gritando como para que lo escuche Gazcue entero: Si ves a mamá dile que fue en Santurce que fracasé.
Los primeros años los viví de isleño furibundo, escribí poco pero garabateé cosas que hoy reescribo. El cambio no fue patético, pero aprendí dos cosas acerca del lugar en donde a un escritor se le fragua el carácter.
Por asuntos extraliterarios, Puerto Rico me afinó el temple necesario para sacar adelante este proyecto. Lo que llamaré el inconveniente de mi hermana Mirsada, más que apagarme me dio bríos. En medio de la locura encontré una fuerza que no conocía y logré salir adelante, por ella y por mí. Lo del doctorado no era ya un asunto académico, me di cuenta que nunca lo fue.