En una literatura que regenera personalidades épicas, masculinas, Escalera propone un listado de heroínas de factura trágica que iguala y en ocasiones supera la producción local y extranjera. El personaje femenino en Aída demuestra arrojo en su trayectoria; propone independencia a partir de la travesía y por defecto, cuestiona la idea de la mujer restringida a los límites del hogar. Lilliana Ramos Collado establece que el tránsito es una forma de autonomía, de autorización literaria: El hombre es el héroe que viaja, el que sale del hogar en aventura (…) Es el que se resiste a la quietud; es el arriesgado, el ingenioso, el valiente, el guerrero. Por lo contrario, la mujer espera1. En Escalera el tránsito y su posibilidad es una de las formas del ascenso, de superioridad,
¿Conocía Helene New York? ¿Qué la llevaba a fastidiar a Swain contándole cosas de aquella metrópolis? Swain no se dejaba aplastar. Debía rebasar a Helene. Tenía que ir. Y conocer New York. Iría. Fue. Estuvo, la sinrazón no ha parido razones: habitaron un mes en la misma casa: en la misma habitación: en el mismo New York. El hombre. La hija.
Isabel Zakrewski de Brown enmarca la escritura de esta novela dentro de una avanzada literaria que propone una revolución de la estética desde la libertad y esa oportunidad se da en la analogía libertad-viaje. En “La dialéctica entre la modernidad y el nacionalismo en tres novelas dominicanas”2, la investigadora coloca a Escalera junto a textos de Pedro Vergés y Veloz Maggiolo y resalta el valor experimental y cualitativo de los textos. Aquí debo añadir que las novelas en cuestión llevan implícita la partícula del tránsito asociadas con lo masculino. La libertad no se encuentra solamente en la toma de fusiles sino en la posibilidad del traslado. Y como se ha visto, quien se desplaza es el hombre: Plácido viaja con la hija, de Moca a la ciudad capital, de la ciudad a San Juan de Puerto Rico, a Nueva York. Helene asegura que uno de esos regresos fue decisivo: Inmediatamente nos dimos cuenta de que había vuelto distinta, con una actitud más agresiva y desbordada en contra de su madre. La escritura hace énfasis en la cuestión de las limitaciones de la mujer al enfrentar a la Swain que viaja, la que puede trasladarse, con una madre que sobrevive a la rutina tálamo-cocina y que la convierte en aquel triángulo negro reducido a la función de orinar. La idea de poder que supone el rapto de Swain por parte del padre se anula al establecer que el acto de intimidad faculta un rito de paso: más importante que el desflore es la revelación de Swain como mujer. En el maltrato de la hija hacia la madre la escritura otorga la nota crítica, ya que el abusado responde con las mismas maniobras del abusador. La mujer maltrata a la mujer, reflejando antiguos patrones de conducta: casos como el de Swain vienen escribiéndose desde Homero, e insisten el mismo asunto: Esquilo, Sófocles, Eurípides, y, etc., etc., y lo tienen todos los países.
La relación de Plácido y Swain no escandaliza la pequeña localidad; se convierte más bien en un chisme soterrado y malsano. Helene compara estos hechos con la situación del país y el mundo: Y esto me obsesiona de tal modo, que a veces imagino a Swain como a Oedipus ciego en Colona conducido por Antígona; imagino a mi heroína en mi pueblo o en New York, o como ahora, en Atenas.
Enterado del abuso, Ramón César reclama o reivindica a Rosaura, haciéndose hombre a la vez, atravesando su rito de paso. La acción aumenta el odio de la hija que quiere todo para ella y nada para la madre. Aquí se explica que Swain, para completarse, necesita la vulnerabilidad de la madre. Su interés no es aniquilar a la mujer, Rosaura debe padecer:
No. Nadie escuchó su sentencia. El ruido que la inquietó era de un perro realengo que perseguía a un gato. Habló con más confianza: No. No se irá. Se quedará en esta casa como de la servidumbre, castigada con el desprecio de mi padre. Castigada con mi odio.
Estas acciones confirman la teoría de los opuestos y las contradicciones tan presentes en el lenguaje de Aída, su constante negación de incluso las normas o las voces construidas por ella misma; la potestad de asediar de manera imprevisible.
Esta biografía novelada es también la factura de un drama extracotidiano en una geografía común y silvestre. Para ello, Aída echa mano del lenguaje fraguado en una poesía que ha pasado por interesantes mutaciones y lo iguala a las formas primarias, o sea, el dilema griego. Esta es una de las tantas formas del ascenso propuestas en la novela. La escritura de Helene es el reconocimiento de la vigencia que reside en la Grecia de las tramas del origen; una suerte de Olimpo narrativo en donde comparten la duda y lo audaz: Veo que esta escalera se alarga en altitud, que a veces siento vértigo. ¿Se caerá mi escalera? ¿Quién derribará mi escalera?”
Notas
- Ramos Otero, Manuel. Verso y prosa de Manuel Ramos Otero. Lilliana Ramos Collado, Dionisio Cañas,
Eds. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1998.
- Zakrezewski Brown, Isabel. La dialéctica entre la modernidad y el nacionalismo en tres novelas
dominicanas. Tesis doctoral presentada en Emery University en 1991.