Carezco de toda vocación de heroísmo,

de toda facultad política (…)

Mi vida de hombre es una

interminable serie de mezquindades,

yo quiero que mi vida de escritor

sea un poco más digna.

Borges

 

UNO. En varios momentos del camino, quien escribe se ve compelido a participar en los debates que se celebran en su entorno. Lo anterior es normal y hasta prudente, ya que la escritura no se da en total aislamiento. Pero el escritor no inventa la ideología, dice Ricardo Piglia, sino que la encuentra hecha, y la encuentra en esos mismos debates de los que participa arrastrado o por voz propia, porque se supone que como personaje, como figura pública, debe prestar su voz a cierta causa.

No soy un escritor profesional, en el sentido definido por la misma sociedad en donde se dan estas contiendas; dicho esto, no tengo agente literario, mis libros están regados por varias editoriales y muchos de ellos están fuera de lugar, de circulación. Mis lectores no pasan de ser un puñado enamorado. Participo del ejercicio literario como un aficionado, un amateur si se quiere, y eso a mí me sienta muy bien porque nunca he pretendido nada diferente. En alguna noche de juventud y alcoholemia, claro que consideré y hasta acaricié esa idea de profesionalidad; y llegué a pensar, luego de publicar con una editorial multinacional, en la posibilidad de expandir mi círculo de lectores y por ende, recibir otro tipo de retroalimentación crítica sobre mi escritura, lo cual ocurrió, aunque no en la medida ni en la forma esperada. Tengo casi cuarenta años, de los cuales he pasado poco más de la mitad en estos menesteres y he desarrollado una fuerza y una paciencia que tienen poco que ver con el desencanto. Nuestras limitaciones editoriales y literarias, más que apagarme, me han insuflado con una nueva vena creativa; quitarse de encima esas trabas colonialistas es liberador.

Sin importar mi escasa trascendencia, recién me he visto apremiado, a veces en forma diplomática, otras de manera grotesca, a sumarme al reguero de voces que opinan sobre la delicada situación por la que atraviesan dos naciones que comparten una isla y por ende tienen que bregar con un tema que incluye (y no concluye) una cuestión fronteriza y migratoria. El tema es escabroso y requiere acción, sí, pero también contemplación.

Quiero insistir en lo que dije al principio, entiendo que es prudente y necesario que quien escribe participe en la contienda. El problema para mí radica en que además de forzarnos a opinar, también se espere que tomemos un bando, que nos identifiquemos de inmediato con una facción. Lo penoso es que sean nuestros propios amigos y allegados, gente a la que admiramos, los que nos quieran forzar ese mingo. Quiero recordarles que existe un gran sector que está en medio de este fuego cruzado. Hay gente que está interesada en ayudar, en dialogar, y para eso se requiere mucha investigación, simplemente para no caer en el error de juzgar sin tener las cosas claras. Pero qué difícil resulta hacerse una idea coherente con tanto ruido… un estruendo de los mil demonios de gente talentosa que entiende que este es el momento para hacerse escuchar, para brillar, lo cual yo creo que está muy bien, porque como dice el Cirujano Nocturno, las oportunidades son calvas y las esperanzas enanas… Pero ¿cómo hablar de respeto si la actitud es tan amenazante? ¿Es que vamos a lidiar con esta violencia con más violencia?

 

DOS. ¿Desde dónde el escritor toma la palabra? No tengo vocación política y estoy convencido de que si mañana me lanzo a regidor o activista mi carrera no duraría media hora, porque yo tengo tantos trapos sucios que tuve que salir del clóset para poder guardarlos. Se me puede acusar de borracho, de ladrón y hasta delator, se me puede tildar de no tomar la literatura en serio; hay gente que me ha quitado la amistad por facebook, que es mucho decir; hay gente que incluso ha puesto en duda mis maneras de leer, mis reconocimientos literarios y logros universitarios. No puedo llevarles la contra porque, si hay alguien que duda de todas esas cosas, soy yo. Me manejo con muy pocas seguridades y todo lo que hago se basa en un sistema de vacilación e indecisiones que, para el escritor de ficciones que soy, funciona como carburante primordial. Mi personaje narrativo es una especie de Con Man, de estafador… soy el que engaña y el que miente y hay mucha gente que puede dar fe de esto. Lo siento, no tengo una respuesta iluminadora, no soy el elegido, lo mío no va por ahí.

Hablemos de cercanías: hay días en que admiro a gente como mi hermana Chandrai Estévez, quien ha dedicado gran parte de sí para trabajar con servicios de refugiados, con agrupaciones de mujeres haitiano-dominicanas, con algunas ONG’s que tanta gente hoy con facilidad espantosa pone por el suelo. Allí aprendí acerca de una valentía y coraje que no tengo… Del otro lado del pensamiento,  están mis primos en Santiago, a quienes dos haitianos les desvalijaron la casa a punta de machete. Hay dos facciones muy claras, si hablas del orgullo y tu bandera, eres Dominazi, si estás en contra de esto eres un Haitianlover… ¿pero, y los pequeños recuadros que flotan en el medio y en el miedo, las individualidades, cómo estudiar eso? ¿Cómo hacerse una opinión, para luego ponerse a disposición y cooperar? ¿Cómo ser útil entre tanto desorden?

Aquí tengo que admitir que voy a desilusionarlos, porque yo soy un egoísta. Quisiera tomar un vuelo mañana para ir y defender la integridad de mi bandera, aunque los políticos hagan lo que les salga del forro con la constitución… o quizás obedecer la sugerencia del profesor de FIU Ediberto Román y con mi espada justiciera acabar con los “campos de concentración” o hacer un boicot a la economía de mi propio país, la economía de donde comen mis padres, mis abuelas, mis amigos y mis hermanos tanto dominicanos como haitianos, pero no puedo hacer esto porque mi mente y mi propia economía está muy ocupada en otras cosas, porque al lado de casa, aquí en Chicago, antenoche acuchillaron al vecino de quince años por andar con los colores equivocados. Mi compañera me  llama a las tres de la mañana al hotel en donde trabajo el turno calavera seis días a la semana, para decirme que la calle está llena de policías y que los niños no pueden dormir por el ruido y las luces de policías y ambulancias.

Confieso que mi corazón se aprieta de admiración al ver gente como el señor Junot Díaz y Pedro Cabiya, de ambos lados del conflicto, exponer sus ideas con tanta pasión y arrebato, dispuestos a darlo todo por una causa mucho mayor que ellos. Recién he publicado una tesis sobre Aída Cartagena Portalatín en donde hablo un poco de los gavilleros y otro tanto sobre la Revolución de Abril. Me engrifo de emoción al saber que en mi país hubo héroes. Me enorgullece hablar en mis clases sobre Haití, explicar cómo una nación pudo liberarse vertiginosamente del yugo esclavista francés. Ahí también hubo héroes, en esas batallas, esa sangre derramada, en la ceniza. No puedo intentar con un bendito post de en facebook pretenderme héroe. No lo soy. Al contrario, soy un tipo que le hace agujeros a la noche para poder encontrar el sosiego de las palabras. Yo soy cobarde por elección, porque estoy abrumado por las pequeñas tragedias y trivialidades de la vida de padre, hijo, esposo, amigo, hermano, nieto, profesor adjunto, Overnight Front Desk Agent y escritor ficcionado y sobre todo, dominicano. Soy cobarde por elección porque he encontrado en la literatura mi campo de acción, no un refugio, sino una defensa de la propia literatura. Yo me ocupo de eso. Les ruego no esperen de mi teclado la llama redentora de la verdad fronteriza y migratoria, consular, reeleccionista o constitucional. Yo no la tengo. Tengo sí, las manos en la cabeza, pensando cómo voy a encontrar un lenguaje para explicarle a mis hijos y a mis estudiantes lo que nos aterra. No soy un escritor de vanguardia, me considero más bien un lector de vanguardia: un tipo que pone en relación textos que no existen, textos que a fuerza de verso, canto y sueño pujan en un sistema que los niega y los denigra.

 

POST Pienso en ese tipo al que llamo cobarde y repaso su escritura. ¿Quieres saber mi posición sobre el tema que nos agobia? Antes de escribir la novela Candela publiqué un cuento llamado La sangre de Phillipe que ganó un premio en Casa de Teatro. En la historia un jevito y un haitiano se encuentran en el Darío Contreras y definen una relación que dejará huellas. Ese es mi cuento más antologado. Por ahí anda una novela primera llamada El hombre triángulo en donde se habla de la corrupción militar-policial y la multiplicidad sexual del cuerpo del orden en el Caribe. Candela es, básicamente la historia de una muchacha hija de un haitiano y una dominicana que no puede sacar papeles. ¿Quieren mi opinión sobre el tema haitiano? Yo la di en el 2007.

Esa novela ha sido objeto de grandes lecturas, aquí rápido destaco dos: hay un bello ensayo publicado por Carlos Vázquez Cruz en su libro La mirilla y la muralla: el estado crítico y recién, Fernanda Bustamante ha publicado un texto que arroja mucha luz sobre tanta confusión… porque hay también quien entiende que la novela “no es más que una sarta de coitos”, una especie de fetiche soft porn que no aporta nada a la sociedad, lo cual tiene mucho de verdad. En este mismo orden se ha dicho también que soy un escritor farandulero y han reducido mis lectores a fanaticada. Lo de la farándula es verdad, porque yo no soy un intelectual y como he explicado, no me tomo nada de esto en serio ni hago sacrificios por la literatura. Lo mío es el gusto, el placer. Dije antes que soy un cobarde, pero no soy pendejo, así que lo de fanaticada me parece una ligereza. De mí pueden decir lo que quieran, yo soy un sambá, o como dijo Miguel de Mena, “un orfebre metido a boxeador”, pero con mi puñado enamorado, que no se meta nadie.