En Cartagena Portalatín lo femenino pertenece al ámbito de la libertad. Aunque siempre insistió en su bifrontalidad, ya que repetía que como Géminis daba para dos frentes, y fue determinante en su posición de no considerarse feminista, (1) Aída no es ajena al tratamiento recibido por la mujer en la escritura nacional. Así lo establece Sherezada Vicioso en “Ya no estás sola, Aída”. Esta reflexión reconoce el papel de la escritora en la prefiguración de una fuerte representación femenina en la nuestra literatura; se destaca la obra de Aída como piedra fundacional de una poesía-manifiesto feminista y se aclaran las correspondencias entre la mujer y la escritura marginal. Además, Vicioso enfatiza que el pensamiento de Cartagena Portalatín sobrepasa las lecturas de género: se inserta en lo extraliterario, asediando de forma constante los conceptos nación, escritura, militancia, equiparados con nociones caóticas de sexo y violencia (2).
En una literatura que regenera personalidades épicas, masculinas, Escalera propone un listado de heroínas de factura trágica que iguala y en mayoría de ocasiones supera la producción local y extranjera. El personaje femenino en Aída demuestra arrojo en su trayectoria, propone independencia a partir de la travesía y por defecto, cuestiona la idea de la mujer restringida a los límites del hogar. Lilliana Ramos Collado establece que el tránsito es una forma de autonomía, de autorización literaria: “el hombre es el héroe que viaja, el que sale del hogar en aventura (…) Es el que se resiste a la quietud; es el arriesgado, el ingenioso, el valiente, el guerrero. Por lo contrario, la mujer espera” (3). En Escalera el tránsito y su posibilidad es una de las formas del ascenso, de superioridad,
¿Conocía Helene New York? ¿Qué la llevaba a fastidiar a Swain contándole cosas de aquella metrópolis? Swain no se dejaba aplastar. Debía rebasar a Helene. Tenía que ir. Y conocer New York. Iría. Fue. Estuvo, la sinrazón no ha parido razones: habitaron un mes en la misma casa: en la misma habitación: en el mismo New York. El hombre. La hija.
Isabel Zakrewski de Brown enmarca la escritura de esta novela dentro de una avanzada literaria que propone una revolución de la estética desde la libertad y esa oportunidad se da en la analogía libertad-viaje. En “La dialéctica entre la modernidad y el nacionalismo en tres novelas dominicanas” (4), la investigadora coloca a Escalera junto a textos de Pedro Vergés y Veloz Maggiolo y resalta el valor experimental y cualitativo de los textos. Aquí debo añadir que las novelas en cuestión llevan implícita la partícula del tránsito asociadas con lo masculino. La libertad no se encuentra solamente en la toma de fusiles sino en la posibilidad del traslado. Y como se ha visto, quien se desplaza es el hombre: Plácido viaja con la hija, de Moca a la ciudad capital, de la ciudad a San Juan de Puerto Rico, a Nueva York. Helene asegura que uno de esos regresos fue decisivo, “Inmediatamente nos dimos cuenta de que había vuelto distinta, con una actitud más agresiva y desbordada en contra de su madre”. La escritura hace énfasis en la cuestión de las limitaciones de la mujer al enfrentar a la Swain que viaja, la que puede trasladarse, con una madre que sobrevive a la rutina tálamo-cocina y que la convierte en “aquel triángulo negro reducido a la función de orinar”. La idea de poder que supone el rapto de Swain por parte del padre se anula al establecer que el acto de intimidad faculta un rito de paso: más importante que el desflore es la revelación de Swain como mujer. En el maltrato de la hija hacia la madre la escritura otorga la nota crítica, ya que el abusado responde con las mismas maniobras del abusador. Así la mujer maltrata a la mujer, reflejando antiguos patrones de conducta: “casos como el de Swain vienen escribiéndose desde Homero, e insisten el mismo asunto: Esquilo, Sófocles, Eurípides, y, etc., etc., y lo tienen todos los países”.
La relación de Plácido y Swain no escandaliza la pequeña localidad; se convierte más bien en un chisme soterrado y malsano. Helene compara estos hechos con la situación del país y el mundo: “Y esto me obsesiona de tal modo, que a veces imagino a Swain como a Oedipus ciego en Colona conducido por Antígona; imagino a mi heroína en mi pueblo o en New York, o como ahora, en Atenas”.
Enterado del abuso, Ramón César reclama a la madre ofendida, haciéndose hombre a la vez, atravesando su rito de paso. La acción aumenta el odio de la hija que quiere todo para ella y nada para la madre. Aquí se explica que Swain, para completarse, necesita la vulnerabilidad de la madre. Su interés no es aniquilar a la mujer, Rosaura debe padecer:
No. Nadie escuchó su sentencia. El ruido que la inquietó era de un perro realengo que perseguía a un gato. Habló con más confianza: No. No se irá. Se quedará en esta casa como de la servidumbre, castigada con el desprecio de mi padre. Castigada con mi odio.
Estas acciones confirman la teoría de los opuestos y las contradicciones tan presentes en el lenguaje de Aída, su constante negación de incluso las normas o las voces construidas por ella misma. Justo a mitad de la novela, la maldad generalizada hacia Rosaura (matizada con la muerte de Norberto y agrandada con el abandono de Ramón César, el hijo promesa) la mueve a sublevarse. Así se asiste al canje de disposiciones en la madre, que de ser la circunspecta pasa a ser la aborrecida; la paciencia ante el abuso se agota y el aguante escala a promesa de odio y luego a ejecución:
Todo cuanto le pertenecía: La tierra y el dinero no le importaban: el asunto eran sus hijos: mataré a ese hombre, eso es: lo mataré. Pensó en una ampolleta de adrenalina que no le alteraría el sabor de la tisana con hojas de naranjo que tomaba todas las mañanas. La adrenalina no dejaría rastros (…) ¡Plácido quieto para siempre! (…) Lo aplastaré. Pisaré sus huesos. ¡Me cagaré sobre su tumba!
Limitada a la inmovilidad, Rosaura persigue la liberación mediante la respuesta violenta. Helene describe esto como un propósito de expresividad. De este modo se traza en Escalera una línea entre todas las mujeres. Una de las ilustraciones rupestres en la novela lleva el encabezado “Eva-Clitemnestra-Electra-Rosaura-Swain”. Dotada de carácter onomástico, Rosaura completa el cuadro del arquetipo femenino.
NOTAS
- Ángela Hernández, quien entrevistó a la escritora, dice, “Le pregunto a boca de jarro si es feminista. Ríe abiertamente respondiendo con un claro ‘No’ y añade: ‘Hay que buscar al hombre capaz de aguantar a una mujer inteligente.’ (…) Aclaró que no era feminista. Ni siquiera simpatizaba con el movimiento libertario de las mujeres (…) Su escritura tiene un trasfondo de libertad de espíritu y pensamiento.” Hernández, Ángela. “Manifiesto a la difícil libertad”. Aída Cartagena Portalatín. Dossier. Miguel de Mena, Ed. Santo Domingo: Ediciones del Cielonaranja, 2010.
- Vicioso, Sherezada. “Ya no estás sola Aída”. Dossier.
- Ramos Otero, Manuel. Verso y prosa de Manuel Ramos Otero. Lilliana Ramos Collado, Dionisio Cañas, Eds. Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1998.
4. Zakrezewski Brown, Isabel. La dialéctica entre la modernidad y el nacionalismo en tres novelas dominicanas. Tesis doctoral presentada en Emery University en 1991.