SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Cuando los historiadores e intelectuales pensaban que estaba agotado el debate sobre la dictadura de Rafael Trujillo y el secuestro en Nueva York del profesor vasco Jesús de Galíndez, que a su vez trajo como consecuencia varias muertes de ciudadanos norteamericanos y dominicanos, vino el abogado e investigador Stuart A. McKeever con un libro que es lo más completo hasta ahora publicado sobre esos dolorosos y sangrientos acontecimientos.
Con el libro de McKeever, puesto en circulación la pasada semana por la Academia Dominicana de la Historia, la sociedad dominicana se entera muchos detalles desconocidos sobre el secuestro y asesinato de Galíndez, y además conoce los cambios que se produjeron en la política exterior de los Estados Unidos respecto a la dictadura de Trujillo. No está claro hasta qué punto, pero sí se sabe, que tanto el secuestro y muerte de Galíndez, así como el asesinato del piloto Gerry Murphy, permitieron a las autoridades norteamericanos abrir los ojos sobre el baño de sangre que sufría la sociedad dominicana. Al final no hicieron gran cosa, decidieron participar en planes para sacar al Trujillo del poder, pero se arrepintieron.
Jesús de Galíndez era un informante pagado del FBI, bien valorado, porque ofrecía datos sobre las actividades de los republicanos españoles, de tendencia comunista, así como las actividades de dominicanos y otros latinoamericanos que actuaban en los Estados Unidos para derrocar las dictaduras que existían en el Caribe, especialmente las de República Dominicana y Cuba. Lo que se desconoce, y está escrita la hipótesis por Stuart A. McKeever, en el sentido de que Galíndez probablemente también era un informante de la CIA.
En la presentación de la obra, Bernardo Vega dice que se trata de una exhaustiva investigación forense, a la que el autor dedicó por lo menos 34 años, escarbando en todos los archivos posibles y disponibles, yendo a los tribunales reclamando apertura de archivos cuando se los cerraban en las diversas bibliotecas donde acudía. McKeever es, además de buen abogado, un excelente investigador y no deja una pista pendiente. Todos los detalles, donde quiera que aparecieran eran objeto de su análisis. En ese sentido entrevistó a la mayor cantidad de personas posibles, habló con los investigadores, acudió a los archivos personales de los congresistas fallecidos, rastreo las grabaciones, las notas taquigráficas de los procesos judiciales… Todo lo hizo, sin dejar ninguna pieza posible de investigar, salvo los archivos de la CIA. Para McKeever hay razones vergonzosas suficientes para que la CIA se haya empeñado en mantener en secreto sus archivos sobre Galíndez. El autor relata los choques que se dieron entre la CIA y el FBI sobre el caso Galíndez, y cómo Trujillo sobornó a políticos y congresistas de los Estados Unidos, a los que financiaba bondadosamente con grandes sumas de dinero para ser favorecido y protegido cuando lo necesitaba.
De acuerdo a los relatos del libro El rapto de Galíndez, Trujillo decidió secuestrar y asesinar a Galíndez, para lo cual también tuvo que asesinar a otras ocho personas, incluyendo a Octavio de la Maza, y se gastó en pagar sobornos para protegerse por lo menos 7 millones de dólares. Una de las conclusiones del libro es que, dada la decisión de los hermanos de Octavio, en especial Antonio de la Maza, de vengar la muerte de su pariente, el rapto de Galíndez activó con más fuerza los planes para asesinar al dictador.
Para McKeever “el caso Galíndez es un laberinto, una historia de callejones de investigación sin salida, duplicidad, encubrimientos homicidas y la servicial y ambivalente política exterior estadounidense hacia la dictadura llena de terror de Rafael Trujillo en la República Dominicana”.
Galíndez desapareció de Manhattan, Nueva York, el 12 de marzo de 1956, cuando apenas tenía 41 años. Semanas antes la Universidad de Columbia había aprobado su tesis, titulada La era de Trujillo, y sin que el libro se publicara, ya Trujillo tenía conocimientos de su contenido y dispuso su secuestro y traslado a la República Dominicana.
Gerald Lester Murphy, un joven e ingenuo piloto norteamericano, fue el encargado de trasladar a Galíndez hasta Montecristi, violando la vigilancia de las agencias de Estados Unidos. Quiso quedarse en el país para hacer dinero y disfrutar de las juergas que le ofrecieron, y terminó asesinado, por hablar demasiado, según los propios trujillistas. Acusaron a Octavio de la Maza de su muerte. Octavio fue el piloto que condujo supuestamente a Galindez desde Montecristi hasta Ciudad Trujillo. Asesinaron a Octavio de la Maza y dijeron que se había ahorcado arrepentido por haber asesinado a Murphy. La dictadura hizo un acuerdo para que la familia de la Maza pagara a la familia de Murohy la suma de 50 mil dólares. Trujillo facilitó el dinero, y la familia De la Maza se vio forzada a ser parte de este teatro, que buscaba calmar a las autoridades norteamericanas.
La participación de Arturo Espaillat (Navajita), como funcionario de la dictadura en NY y en Naciones Unidas, del padre Oscar Robles Toledano, como cónsul, y de Germán Emilio Ornes, como periodista que en ese momento denunciaba la dictadura desde Nueva York, y que acusaba al dictador de haber auspiciado el secuestro y muerte de Galíndez, están explicadas en detalles en la investigación de McKeever.
No hay piezas que se queden sin encajar en este texto, y en particular la forma en que la Iglesia Católica de Estados Unidos apoyaba a Trujillo, a cambio de los beneficios económicos que se desprendían de ese apoyo. En particular el famoso arzobispo de Nueva York, Francis Spellman, está puesto al desnudo en sus actividades a favor del dictador.
Galíndez ingresó en la nómina de pagos del FBI en junio de 1944, mientras vivía en la República Dominicana. Los datos relacionados con Galíndez y el FBI son muy abundantes, y por eso la batalla que se detalla en el libro entre J. Edgar Hoover, y el director de la CIA, Allen Dulles. La CIA nunca quiso revelar su relación con Galíndez, pero McKeever está convencido “que alguna vez fue útil a sus intereses”. El autor no descarta que la CIA tuviera alguna participación apoyar los esfuerzos de Trujillo por deshacerse de Galíndez. Es un dato polémico, pero es una tesis que subyace en las 542 páginas del libro.
El libro es profuso en detalles sobre la participación de Arturo Espaillat, Minerva y Félix Bernardino en la trama contra Galíndez, y en particular el periodista Stanley Ross, quien trabajaba para Trujillo desde El Diario de Nueva York, y donde Galíndez mantenía una columna. Ross había sido el creador del diario El Caribe, propiedad de Trujillo y de formas muy diversas estaba en contacto con el dictador. Una de las hipótesis del libro es que el secuestro fue posible porque Stanley Ross utilizó un señuelo para atraer a Galíndez, en horas de la noche, el 12 de marzo de 1956.
Otra hipótesis era que las mujeres tenían una importancia extraordinaria para Galíndez. Tenía relaciones frecuentes y, pese a su cautela y los datos que tenía de que Trujillo lo quería asesinar, no dejaba sus frecuentes salidas con sus novias. Una de ellas, Ana Gloria Viera, pudo ser la carnada para atraer el representante del Gobierno Vasco en los Estados Unidos. Sin embargo, se enamoró locamente de Galíndez, quedó embarazada y dio a luz el 22 de julio de 1956 en la Maternidad de Ciudad Trujillo. Le puso por nombre Jesús a su bebé. El 20 de agosto del mismo Ana Gloria fue asesinada, su cuerpo mutilado y lanzado a un barranco en la Carretera Duarte, cerca de Villa Altagracia. Jesús Manuel -su hijo- fue criado por una profesora y una tía. Se desconoce si Galíndez supo que había tenido un hijo. Los bienes de Galíndez quedaron en manos de la Ciudad de Nueva York, pues no dejó testamento oficial.
De acuerdo con el relato de McKeever, Manuel de Moya Alonso fue arquitecto de la trama contra Galíndez, fue quien se responsabilizó de buscar a los ejecutores, del transporte del dinero, de pagar, y siempre tuvo la oportunidad de lavarse las manos. Era quien tenía los tratos con los congresistas de los Estados Unidos en nombre de Trujillo.
Al final el libro cuenta una historia poco conocida sobre los esfuerzos de los Estados Unidos para sacar a Trujillo del poder, garantizando su exilio en Portugal o Marruecos, con toda su fortuna y la seguridad para él y su familia. Intentaron varios funcionarios norteamericanos que vinieron al país para convencerlo. La forma de guardar el dinero era creando una fundación filantrópica. Sobre la salida de Trujillo debía ser utilizando un avión alquilado.
El 12 de mayo de 1960 llegaron al país dos funcionarios del Departamento de Estado, para convencer a Trujillo de entregar el poder en forma pacífica y que se organizara elecciones justas. Trujillo estuvo de acuerdo, pero con un plan para ejecutar esas decisiones entre 18 meses y dos años.
El presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, había dicho que a Fidel Castro como a Trujillo había que ¨cercenarlos”. Desde Estados Unidos se hicieron los preparativos para terminar con Trujillo. El embajador americano en RD, Joseph Farland llegó y convocó una reunión en su casa con Lorenzo “Wimpy” Berry, quien era piloto de la CDA, había sido mentor de Gerry Murphy, y era propietario del Supermercado Wimpy´s, el primero de su clase en la cuenca del Caribe. Florida Yabra, esposa de Wimpy, estuvo en la cena.
Allí se decidió el apoyo a los antitrujillistas que querían matar al dictador, y que Estados Unidos aportara las armas. Joseph Farland le contó a sus invitados que había hablado con Trujillo sobre su salida del país, que le garantizaban el dinero acumulado, y que Trujillo al oírlo se puso lívido y con el rostro enrojecido le preguntó a Farland “¿Quiere que lo asesine?. Esta es mi finca!”. Farland admitió que no había posibilidad de salir de Trujillo sin matarlo.
Los detalles son abundantes, y Trujillo desató una cacería terrible, luego de enterarse por vía del propio gobierno americano que había planes para matarlo. Estados Unidos, con la salida de Eisenhower del gobierno, cambió de posición. Fue el presidente Kennedy quien decidió que no se debía asesinar a Trujillo. Incluso reclamaron a los dominicanos las armas que habían entregado. Pero ya era tarde.
El libro de McKeever es una pieza importante, valiosísima, para entender lo que ocurrió en los Estados Unidos respecto a Trujillo. Diez años después de la desaparición de Galíndez la justicia americana seguía investigando. Aún el expediente sigue abierto, y muchos de los documentos, en especial los de la CIA, no se exponen a los ojos del público.
Recomendamos el libro.