SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Inmediatamente después de su trasplantación al continente de las Américas, los esclavos capturados en África reconstruyeron su cultura material con los recursos encontrados en el exilio.

Una muestra de este esfuerzo de reconstrucción es la fabricaron tambores y divinidades de madera, para recrear los ritos sagrados.

Los pueblos más importantes en la religiosidad popular dominicana fueron los ewe-fon del antiguo Reino Dahomey, sin embargo no se puede ignorar la significativa contribución de las etnias bantú y yoruba. Todos representativos de los pueblos de África.

Desde la llegada de los primeros negros hubo sublevaciones contra los esclavistas y se construyeron aldeas cimarronas (también conocidas en otras partes del continente como quilombos o manieles).

Pero muchos otros negros continuaron bajo el sistema de opresión colonial. A estos se les prohibió manifestar su interior religioso, entre otras restricciones. La autoridad del dueño o patrón de la plantación donde los esclavos eran obligados a trabajar se extendía hasta su espiritualidad. El proceso de evangelización en las colonias no permitiría que pudieran expresar libremente sus creencias y fueron obligados a observar costumbres católicas.

En la Iglesia de la Contrarreforma –en oposición a las ideas luteranas- el culto a los santos y sus imágenes se tornó fundamental en el ritual y adoctrinamiento al catolicismo.

El relato histórico por medio de las imágenes (pintura y escultura) presentaba mayor efectividad que la literatura, por ende era ampliamente utilizada para la difusión de la religión e incitación de la fe.

Los clérigos ostentaban las pinturas como divinas y representación de asuntos de “verdades y eternos”. En este sentido, las imágenes de los santos dentro del catolicismo son íconos, ya que se asumían como representaciones directas de lo que consideraban “verdadero”.

Un ícono es un signo que sirve de sustituto del objeto. El oficio del artista que pintaba las imágenes era precisamente imitar con la mayor fidelidad posible a la idea que se quería transmitir sobre el santo.

Los esclavos, en un continente “nuevo” para los europeos, eran parte de esa masa considerada iletrada que debía ser instruida por medio de imágenes. Es a partir de esta imposición que se produce el ocultamiento de las religiones africanas detrás del catolicismo.

Entendiendo que un signo es un sustituto del objeto, se puede afirmar que en la actualidad tenemos que el vudú dominicano y el catolicismo comparten las imágenes de santos como signos de su tradición. Sin embargo, dentro del culto vuduista se quiebra la relación inicial entre lo representado y el referente.

Las iconografías cristianas tienen a otro referente: un lua. Es posible que las variantes del vudú tanto en ambas colonias de la isla de Santo Domingo (Santo Domingo español y Santo Domingo francés), hayan surgido en el siglo XVIII, una vez que las herencias de las distintas etnias provenientes de África se hubiesen fusionado formando parte importante de lo que sería la cultura popular dominicana. En la actualidad, las prácticas de esta forma de espiritualidad caribeña están integradas por la tradición de las cofradías, peregrinaciones y el “olivorismo”.

Las divinidades llamadas luas forman la Veintiuna División, panteón del vudú dominicano. Cada lua es un espíritu de un ser que tuvo una vida material, y que por alguna razón, una vez muerto se convirtió en un ente de adoración.

No todos los luas tienen un origen africano, en la espiritualidad dominicana se destaca el caso de Anacaona, cacique taína, que luchó contra la conquista española y por el relato de su heroicidad el pueblo la convirtió en una Metresa. A un lua o una metresa se le atribuyen personalidad y funciones particulares, además de una representación material en la imagen de un santo católico.

Sincretismo: el engaño de la mirada

San Miguel Arcángel para los católicos, es Belié Belcán para los vuduistas.El uso de imágenes en los rituales religiosos es una práctica común tanto en culturas occidentales como en las orientales como la Dahomey.

Muchas artes caribeñas son manifestaciones producto de la mezcla de lo mágico con la vida cotidiana. A pesar de ello, en las culturas negras- a diferencia de las occidentales- la vista no es el sentido capaz de hacernos entrar en contacto con la realidad.

En el vudú la resistencia ha transformado el sentido de las imágenes, donde lo que el ojo mira no es la realidad de lo que está representado.

La función icónica de las imágenes de santos no se establece en el vudú, sino que después de transitar un largo período de convivencia, pasaron a ser símbolos rituales, sin relación alguna al referente católico.

Las imágenes del vudú son símbolos de esta mágico-religiosidad, en tanto forman parte de las reglas establecidas por los practicantes. Por su puesto, un símbolo perdería el carácter que le convierte en signo si no pudiera ser interpretado por los que comparten una cultura. Tal es cualquier expresión de habla, que significa algo sólo en virtud de que se comprende que tiene esa significación.

Por ello las imágenes de santos como representación de luas y metresas sólo tiene significado para los dominicanos y haitianos. Para un individuo ajeno a la cultura a la que se circunscribe el rito, las imágenes simplemente representan santos blancos católicos.

Resulta interesante destacar que existe en las imágenes utilizadas en el ritual vudú una homología razonada, porque ha sido instaurada en base a similitudes que los esclavos encontraron entre luas y santos católicos y cumple las características de dominio de validez, modo de operación, naturaleza y funcionamiento.

Para ilustrar esta situación, expongamos el caso de la imagen de San Miguel. Un santo que en la tradición católica es considerado un arcángel guerrero, defensor y sanador. Para los vuduistas esta iconografía representa a Belié Belcán, uno de los luas más respetados de la Veintiuna División del panteón vudú dominicano, a quien se le atribuyen características similares a las del santo católico.

La religiosidad popular del pueblo, y en especial el culto a los luas, ha sido desde la colonia una resistencia ante el orden establecido. Una larga  lucha en el imaginario e intimidad religiosa de las clases populares de la isla. Empero, este esfuerzo por resistir es lo que ha permitido que tradiciones africanas antiguas estén presentes en nuestra cotidianidad. Tanto, que en la actualidad conviven, sin ninguna aparente contradicción, con otras europeas y conforman parte de la rica y diversa cultura de República Dominicana.

(*) La autora

Teresa María Guerrero.Teresa María Guerrero Núñez es licenciada en Mercadotecnia, de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Cursó una maestría en Comunicación y Cultura, de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Asimismo, cursó un diplomado en Análisis Estadístico, en la Escuela Nacional de Estadística de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en colaboración con la Universidad de Barcelona y la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).

La joven intelectual dominicana colabora a partir de esta semana con la sección de cultura de Acento.co.do. Sus trabajos serán publicados todos los lunes.