SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Alma alborotada y corazón compungido. Nostalgia, angustias. Diego El Cigala impregnó el sábado pasado de melancolía y sufrimiento la sala principal del Teatro Nacional. Amor, desamor y pasión durante una fusión de tango y flamenco, al compás de los acordes de una guitarra vibrante, la ternura de un violín, con sutiles momentos de frenesí; el encanto de un piano y el desborde exultante de la percusión y el contrabajo.

Ataviado con un traje gris impoluto y zapatos negros de baile de salón, más tanguero que flamenco –aunque sus cuatro exuberantes anillos, brazalete y reloj de oro delataban su alma gitana-, El Cigala evocó a Buenos Aires, tras su tímida entrada al escenario; sus barrios porteños -Canta, Garganta con Arena-, la cuna de Cacho Castaña, Gorrindo y Carlos Gardel.

Al unísono una ovación de un público resentido, pero abierto a reconciliarse con el cantautor flamenco que había abandonado el escenario en su último concierto ante unos distraídos seguidores, fanáticos de la BlackBerry. Superado lo pasado, a lo que vinimos.

Un artista inquieto buscaba la complicidad de sus músicos para dar paso a Las Cuarenta. No sin antes tomar un sorbo de un líquido anaranjado – ¿vitamina C, hidratante?-, enjugarse la boca y la cara con una toallita negra, aclararse la garganta, acomodarse el bigote, la barba y poner en orden su chaqueta y alhajas. Un ritual que hizo toda la noche, entre canción y canción. El típico: “Buenas noches, República Dominicana (…)” y un gesto coqueto para romper el hielo: “Salud”, mientras sonreía y levantaba la copa que le acompañó toda la noche.

Los solos de una banda contagiosa estremecían a los más apáticos de este género musical. Aún así, sea por desconocimiento o bien culpa del artista, se escuchaba entre susurros: “¡Se equivocó, dejó a los músicos tocando solos!…

El Día Que Me Quieras –de Gardel y Alfredo Le Pera-, y una sala casi repleta de maduritos se rindió a sus pies. Suspiros… reminiscencias de aquellos amores que nunca cuajaron y que, pese al sufrimiento, se recuerdan con una sonrisa a medias. “Canciones que hacen daño”, según la crónica del álbum de Juan Fernández Díaz.

Y llegó el  sufrimiento. La necesidad de “emborrachar al corazón”, con Nostalgias y Soledad, el angustioso e inocente caso de Alfonsina y El Mar, y Youkali. El cantante repasó su último disco Cigala & Tango que ha vendido más de 100.000 copias.

Los solos de una banda contagiosa estremecían a los más apáticos de este género musical. Aún así, sea por desconocimiento o bien culpa del artista, se escuchaba entre susurros: “¡Se equivocó, dejó a los músicos tocando solos!… Está como cansado. Parece que tiene gripe y está sudando la fiebre –cuando se secaba el sudor de la cara- Ah, pero El Cigala se está durmiendo –mientras cerraba los ojos inspirado-.  Suficiente la hora de tangos aflamencados para un público ya relajado.

Corazón loco desató a una audiencia pícara que ahora derramaba Lágrimas Negras, su álbum más popular. En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse… y  la memoria hace lo suyo: divaga y asalta al corazón. Y, claro, los sollozos corrieron el maquillaje. Niebla del Riachuelo… La bien pagá -esos besos que salen muy caros- y el bolero cumbre de la noche: Lágrimas Negras desencadenó la euforia: el piano, el contrabajo y la percusión se adueñaron del escenario para interpretar un son salseado –Agua del Limonero… Que tú me quieres dejar y yo no quiero sufrir… y, finalmente, Dos Gardenias– que atizó el  alma caribeña. El público de pie despidió con efusivos aplausos dos horas de tortura de El Cigala –de la buena-. DC