Premio Hans Christian Andersen 2000.

La historia de la reconocida escritora brasileña Ana María Machado inicia con una peculiar pregunta: ¿Las personas se pueden oxidar?” Al protagonista, un niño llamado Raúl, le rondaba ésta y otras mil interrogantes en su cabeza y le daba insomnio el tanto hurgar por encontrar las respuestas.

Su impaciencia aumentó cuando presenció una pelea en su escuela. No pudo intervenir y defender a la víctima. El agresor era menor que él y hacerlo sería una “competencia desleal”. Esto no parecía tener solución a futuro ya que mientras  el golpeador, de nombre Marcio, crecía, también lo hacía él. Este incidente lo llevó a dudar si era de cobardes el no defenderse.

El muchacho era considerado una persona tranquila: “No molestaba, no acusaba, no desobedecía, no era mal educado…” Solo se reprimía frente a lo que le disgustaba, hasta que comenzó a notar que “manchas azules aparecían en sus brazos”, que no se quitaban con agua y jabón. Sin embargo,  sólo él las veía.

Y así seguía experimentando diversas situaciones que le provocaban frustración y enojo (y más manchas). Como aquella en la que  un hombre con un cigarrillo quemaba los globos de un niño que los vendía en una esquina; o cuando sus compañeros decían historias refiriéndose a la gente por el color de su piel, como si éste pudiera hacer a las personas “mejores o peores” que los demás.

La también periodista, educadora y pintora tiene un estilo narrativo anecdótico. No teme mostrar a sus personajes tal y como son, sin adornos, solo humanos. Usa palabras cotidianas que corresponden a la realidad social. No señala el abuso, lo cuenta, y deja que el lector saque sus propias conclusiones.

Con un vocabulario rico en sinónimos y calificativos, se vale de la imaginería permitiendo que el mismo se convierta en testigo, involucrándose en los eventos, si así le provoca, y asimismo disfrute la lectura.

A su vez, muestra eventos comunes a cualquier sociedad: conflictos en la escuela, pleitos, hechos de violencia que acontecen e impresionan. Diálogos filosóficos con un amigo que hacen reflexionar que la vida es como el fútbol: “uno solo no puede jugar por once personas”. O que puede haber alguna ventaja si se tiene un hermano mayor.

No obstante, Raúl no se sentía cómodo hablando con “los más grandes” y, “mientras más pensaba, más preguntas se hacía”.

Machado sabe colocarse en los zapatos del otro y escribe como lectora. No retiene las palabras, como lo hacía el chico, quien las encerraba junto a su cobardía en su garganta,  tornándose cada vez más azul.

Sin embargo, llegó el momento en que no aguantó más y venciendo sus temores pidió orientación a Tita, la señora parlanchina que lo cuidaba en casa. Ella le habló de un tal “Señor de la Montaña” que podía ayudarlo con cualquier incógnita. Para conocerlo, decidió faltar a la escuela al otro día. Tenía que “descubrir el misterio, resolver el problema, vencer al óxido”.

En su aventura, conoció otros niños, como Estela, con otras pieles tintadas de colores diferentes, con otras preguntas e inquietudes.

Raúl aprendió que no puede uno “quedarse toda la vida esperando que alguien del tamaño correcto aparezca para pelear”, aunque eso no significa que hay que dar golpes, y que “cada quien tiene que quitarse su propio óxido”.

Y eso fue justo lo que hizo. Al bajar la montaña e ir en autobús de regreso a su casa, se atrevió a defender a una señora y notó que las manchas azules desaparecían de su cuerpo, que por primera vez no se guardaba sus pensamientos ni la rabia.

Esta historia fluida, inquieta y cautivante es una invitación a impedir que nuestra cabeza se llene de herrumbre o pare de hacerse preguntas. A levantarnos contra la discriminación, la injusticia y el silencio. A valorar el respeto, la aceptación de nuestra identidad y la de los demás y a abrazar la diversidad. Entendiendo que la literatura, más que hacer cuentos, es contar la vida sin tragarnos una sola palabra.

Libro de la serie Torre de Papel Azul, Editorial Norma, 2001