SANTO DOMINGO.- Hoy, 25 de noviembre, se cumplen 17 años de la muerte de ese Gran Maestro del Periodismo que se llamó Rafael Herrera Cabral. Don Rafael era un banilejo de pura cepa. Hoy algunos tratan en vano de imitar su estilo y, sin ser familia, se creen ser herederos de su figura patriarcal, inútil pretensión que se cobija bajo la sombra de un protagonismo del que legítimamente carecen.

Si estuviera vivo, hoy sería un indignado ante tantas barbaridades que suceden en el país, que nos han curado de espanto. Pero también seguiría siendo “el gran componedor”, mediando en conflictos para que el nuestro fuera un país mejor.

Tal como lo recuerdo, cuando le conocí  en 1962 era un hombre alto, fortachón, de cejas arqueadas y pobladas, pelo suave y plateado, nariz larga pero ordinaria, casi protuberante, con signos visibles de lo que parecían ser huellas de viruela. Sus ojos eran grises y  vivaces, aunque el izquierdo a menudo lucia más pequeño que el derecho.

Herrera, un hombre de una inteligencia extraordinaria, estaba dotado de una personalidad atrayente aunque informal, a través de la cual dejaba traslucir un espíritu rebelde y al propio tiempo una bondad sin límites, que demostró en más de una ocasión, al proteger y salvar vidas de perseguidos políticos durante uno de los tantos gobiernos del doctor Joaquín Balaguer.

Como acertadamente dijo el periodista Juan José Ayuso en un artículo después de su muerte “fue un buen componedor, un gran mediador.  Evitó muchas tragedias que hubieran pesado en la conciencia del país y agraviado una carga de resentimiento de todo tipo” (1).

Herrera, a pesar  de que sirvió a Trujillo como traductor y diplomático, especialmente en las Naciones Unidas, anhelaba una sociedad democrática, bien informada, en la que cada dominicano estuviera consciente de sus derechos y deberes “con caridad para todos, sin malicia para nadie”.

Entre 1956 y 1960 fue Director de El Caribe y en 1961 Secretario de la Presidencia, y delegado de la República Dominicana a numerosas conferencias internacionales, especialmente ante reuniones de la UNESCO

Guarionex Rosa, otro periodista que le conoció y trabajó bajo su mando, dijo que “durante el largo periodo de los doce años (de Balaguer) se enfrentó a los muchos desafueros que caracterizaron esa Era y a pesar de su amistad con quien dirigía la cosa pública, intercedió por los perseguidos y amparó, a veces bajo responsabilidad personal, a los contestatarios del régimen en momentos en que hubo un desentendimiento (sic) por la magnitud de la represión, atribuyéndose oficialmente a las fuerzas incontrolables” (2).

Un primo suyo, el poeta Héctor Incháustegui Cabral (25 de julio 1912-5 de septiembre 1979) en una ocasión lo definió como “corazón grande en manos de un olvidadizo, escritor serio y magnifico, manejado por un alma reflexiva y paciente a cuya puerta me parece que nunca ha llamado la ambición literaria, a quien el vano aplauso de los amigos jamás tuvo los atractivos de esa sirena que a los demás nos hizo embarrancar en playas que creímos solitarias y en donde recibimos muchísimas pedradas” (3).

Monseñor Agripino Núñez Collado, obispo católico con quien le unió una gran amistad, dijo en una ocasión que “este singular autodidacta que fue don Rafael, ya traducía al español desde temprana edad, del inglés y del francés, llegando a convertirse en el mejor traductor de esa época por la amplitud del vocabulario y el admirable conocimiento de la lengua que empezó a adquirir leyendo una Biblia detrás de un mostrador” (4).

El amor de Herrera por los libros era como un fanatismo. En el país, siempre iba a las librerías a comprar alguna obra. Si viajaba al extranjero, regresaba con muchísimos libros, especialmente sobre economía, cuyas variadas teorías  memorizaba y le daban la base necesaria para discutir pública o privadamente con cualquier economista de Harvard o de Oxford.

Herrera no se limitaba, como algunos, a comprar libros para adornar una biblioteca, sino que realmente los leía, pues aprendió un método de lectura rápida que le permitía asimilar una página con solo darle un vistazo.

En su despacho, cuando le entregaba el texto de alguna noticia o reportaje, lo miraba rápidamente y, devolviendo las páginas, me hacía alguna que otra observación para que sustituyera tal o cual palabra.

En más de una ocasión llegué a pensar que me hacía utilizar palabras equivalentes para dejar su impronta en mi artículo, como quien dice: “No solo es obra de Estrella Veloz, pues yo lo corregí”. Era una forma del maestro enseñar a su alumno, petulancia aparte.

Había algunas cosas que molestaban sobremanera a Herrera,  como por ejemplo cuando un redactor, al describir el acto inaugural de una carretera o edificio, decía que “el Presidente cortó la cinta simbólica”. “¿Simbólica de qué?”, se irritaba Herrera. “Cortó la cinta”,  es lo que debió haber escrito”, corregía Herrera.

Era enemigo de que los redactores utilizaran el grupo disyuntivo y/o, que según el académico Fernando Lázaro Carreter es “una coordinación de coordinadores, posible en inglés pero no en castellano, porque el valor semántico de y es combinatorio; el de o, alternativo o disyuntivo”, aunque aparentemente se excluyen.

Ese afán de Herrera por el manejo del idioma fue quizás lo que le llevó a reclutar como correctores de estilo a intelectuales de la talla de J. Agustín Concepción, Marcio Veloz Maggiolo, César A. Herrera,  Ramón Emilio Reyes, Pablo Rosa, Ciriaco Landolfi y Carlos Esteban Deive, entre otros, pues quería que el periódico fuese un ejemplo de buen manejo del idioma. En tal sentido, como afirma el mismo Carreter, Herrera entendía que “el lenguaje del periodismo no ha de ser monótono, su melodía no puede producirse tañendo una misma campana; pero la polifonía necesaria no debe resultar de disonancias y de notas erradas o fallidas. La variedad polifónica resulta de manejar inteligentemente el repertorio general de posibilidades que la lengua ofrece a todos, de tal modo que el mensaje en nada extrañe a los receptores cualquiera que sea su cultura. No suele tenerse en cuenta que el idioma bien empleado es bien entendido y apreciado por las personas poco instruidas, mientras que las rarezas y las extravagancias, aunque no sean percibidas por esas personas, estremecen a quien sí posee alguna instrucción” (5 )

En la misma forma en que Herrera concedía vital importancia al buen uso del idioma, hacía lo propio con el desarrollo de la cultura, que estimulaba con sus editoriales, y con los libros. En algunas Navidades proclamaba en un editorial: “Regale un litro, pero también regale un libro”.

Herrera llegó a conformar una biblioteca con más de 7,000 volúmenes de caracteres económicos, políticos, educativos, religiosos, artísticos, filosóficos, sociológicos y literarios, que se complementaron con obras dedicadas por diversas personalidades.

Esa biblioteca fue donada en el 2003 por doña Rosa y Héctor Herrera a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, centro académico con el que colaboró desde sus inicios en 1962, tanto como periodista como miembro de su Junta de Directores.

“No hay un libro malo donde no se encuentre algo bueno”, decía Herrera. “Por lo mismo, todo libro nos permite esperar que en sus páginas haya una frase, que nos sirva para acrecentar nuestro conocimiento. O para encauzar nuestras posibilidades hacia un mejoramiento de nuestro íntimo ser”.

Las inquietudes intelectuales de Herrera, su amor a la lectura y su pasión por ensanchar sus horizontes culturales, le convirtieron en uno de los dominicanos de más prestigio del siglo XX.

Rafael Herrera Cabral nació en Baní el 7 de julio de 1912, hijo de Fabio Florentino Herrera y Echevarría y Ana María Cabral Billini, su cuñada, pues con anterioridad había muerto su esposa Águeda. Los demás hijos de ese matrimonio fueron Fabio, Pablo Melchor, Ana María, Ramón Antonio, Fernando e Isabel.

Entonces Baní era prácticamente una aldea, muy laboriosa, una sucesión de fachadas de tablas de palmeras, mal pintadas de almagre, con empalizadas con coralillos y calles rectas que se perdían luego entre matorrales y mangos, en hatos donde era frecuente ver pastar las vacas y caminos donde los perros, flacos, iban detrás de las monturas  con recipientes llenos de leche que se vendía en el pueblo.

La vena periodística de Rafael Herrera fue heredada de su padre, un verdadero mentor de actividades sociales, políticas y culturales, promotor del progreso banilejo y quien estuvo durante más de medio siglo al servicio de su comunidad, donde llegó a ocupar los cargos de regidor y  Presidente del Ayuntamiento, además de miembro de la Sociedad Amantes del Progreso.

Fabio Florentino era un escritor y periodista de estilo literario elegante, correcto y de elevado sentido humanista, propietario de Ecos del Valle, periódico que bajo su rectoría y orientación siempre se mantuvo a la vanguardia de todas las actividades propulsoras del bienestar de la colectividad banileja.

Rafael Herrera apenas llegó al cuarto curso de la escuela primaria, pues era tímido, retraído y modesto, lector voraz de todos los libros existentes en el comercio de su padre. “Tenia miedo a las muchachas, así que leía mucho para consolarme”, dijo en una ocasión como justificándose.

Siempre distraído, a menudo cogía un pan mientras leía un libro, le daba un mordisco al pan  y lo dejaba en cualquier sitio, para luego buscar otro y hacer lo mismo, hasta que al poco rato se encontraba con los dos pedazos. En el cuarto curso, un día que le llamaron la atención, saltó por una ventana y jamás volvió. Como siempre usaba una melena, en ocasiones era objeto de burlas, hasta que decidió raparse la cabeza, sentándose en el parque, para ver si alguien se atrevía a decirle algo. Nadie lo hizo, pues pocos de su edad estaban dispuestos a provocarle, dada su gran fortaleza física, probablemente dispuesto a usarla en caso de ser ridiculizado.

Herrera era uno de esos hombres que no tuvieron nunca una enseñanza universitaria y para quienes el ejercicio de la cultura no era una necesidad profesional. Sin embargo, vivía preocupado por la cultura, en el entendido de que ignorar las bases sobre las cuales se ha podido levantar el admirable espíritu del hombre, es permanecer al margen de la vida, con una renuncia voluntaria a quizás lo único que puede ampliar nuestra mente hacia el pasado para ponerla en condiciones de enfrentar mejor el porvenir. Tengo la impresión de que Rafael Herrera siempre consideró que la verdadera Universidad de hoy son los libros, a pesar del gran desarrollo que tienen hoy las instituciones docentes, con sofisticadas computadoras conectadas a la red de Internet, donde si bien los educadores son guías y orientadores, se fundamentan en los libros como fuente permanente de conocimiento.

Herrera llegó a Santo Domingo en 1941, como traductor del Listín Diario, que finalmente dirigiría. Más tarde sería redactor de La Nación, Jefe de Redacción del mismo periódico, Jefe de Redacción de El Caribe (1948) y ayudante del director del diario El Imparcial de Puerto Rico (1949-1955). Entre 1956 y 1960 fue Director de El Caribe y en 1961 Secretario de la Presidencia, y delegado de la República Dominicana a numerosas conferencias internacionales, especialmente ante reuniones de la UNESCO, para discutir la política de comunicaciones de ese organismo mundial. Fue galardonado con premios nacionales e internacionales por su labor periodística, aparte de que recibió condecoraciones del Gobierno Dominicano, de España y Francia.

Entre los premios periodísticos recibidos figura el María Moors Cabot, que concede anualmente la Universidad de Columbia en Nueva York a quienes se distinguen por su actuación en el periodismo de las Américas, preciado galardón altamente ambicionado por muchos periodistas. A Herrera se le concedió en 1985 no solamente como un acto de justicia a su figura, sino un nuevo honor que rindió al periodismo dominicano el comité que escoge anualmente los galardones, pues con anterioridad lo había recibido Germán Ornes por su constante lucha a favor de la libertad de prensa.

Sin embargo, no todo  fue color de rosa en el ejercicio periodístico de Herrera, pues aparte de que se vio forzado, como casi todos los intelectuales dominicanos de su generación, a colaborar con Trujillo y su régimen despótico, en más de una oportunidad se le amenazó, se le intentó asesinar e incluso fue llevado ante los tribunales acusado de difamación e injuria, un espectáculo judicial de mal gusto montado por funcionarios allegados al entonces Presidente Joaquín Balaguer que no toleraban la independencia del periodista.

Hoy día, cuando a menudo a algunos periodistas se les acosa o se les trata de sobornar, es aleccionador recordar la firmeza de un amigo y colega que se llamó Rafael Herrera Cabral.

1)- Juan José Ayuso, El Nacional, 8 de diciembre de 1994.

2) Última Hora, 6 de diciembre de 1994.

3.-El Pozo muerto, Universidad Católica Madre y Maestra. Imprenta Amigo del Hogar. Santo Domingo, 1980. Es una reedición, pues la versión original fue escrita en 1957.

4.-Semblanza de Rafael Herrera. Biblioteca de la PUCM.

5.-Fernando Lázaro Carreter. El dardo en la palabra. Círculo de Lectores, S. A. Galería Gubemberg, 1997.