SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El VII tomo de las Obras Completas de León David (Juan José Jimenes Sabater), dedicado a 37 autores -dividido en dos libros: Los Clásicos y Los de Ahora-  fue presentado esta semana en la Fundación Corripio.

La obra del poeta, ensayista y crítico León David (dominicano nacido en Cuba el 25 de junio de 1945) está siendo recolectada en tomos y ya suman siete. Y los que faltan, porque “serán 8 o 9, quizás 10, quizás más, pues León David, un escritor de pura raza, sigue dándole quehacer a la pluma y llenando cuartillas con sus duelos, temores y alegrías”, escribió el cubano Rafael José Rodríguez Pérez, encargado de la presentación:

Creo que lo vi por vez primera en la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2018. Y digo creo porque, no más empezó a hablar, supe de inmediato que este señor y yo nos conocíamos. De algún modo profundo, la vasta catedral de palabras que él comenzó a erigir ante mis ojos, nos amigaba ahora y para siempre bajo la misma magia que, tal vez, nos vio cantar ayer frente a un teatro romano, un arpa cadenciosa o entre la polvareda de algún camino de la Hélade.

Algo di por seguro: ahora, o antaño, el maestro era él, y yo un feliz discípulo. Estas no son supersticiones vanas. Aquellos que han mirado largamente a la luna, el fluir misterioso de un río o el milagro callado de una flor, sabrán de lo que hablo. Ya hemos estado aquí, o allá; solo que algunos recordamos, y otros no.

Este fue el premio: volver a encontrar a León David, aquí, en Santo Domingo, en pleno siglo XXI. Él, como siempre, henchido de palabras, en absoluta plenitud creadora, y yo, tomando notas, aprendiendo, intentando mis propias catedrales con la misma porfía y afán de infinitud que ya me había enseñado, alguna vez…

Como era de esperarse, teníamos que ponernos al día; así que me acerqué, nos acercamos, y bastaron unas pocas palabras para que renaciera nueva vez todo el cariño.

Quiero seguir pensando que estos reencuentros ya estaban programados, en sus vicisitudes y detalles, desde el principio de los tiempos del mundo. A esto yo lo llamo Poesía, jamás superstición. Por lo pronto, me sumergí, ¿otra vez?, en todos los libros de León, y a él le di algo de lo poco que ahora puedo mostrar. Como antaño, creo que le gustó. La relación magíster y discípulo, padre e hijo, ha vuelto a comenzar…  Borges lo aseguró   cuando escribió: “lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente”.

Por la misma razón, sería falso decir que yo no conocía la obra de León, y que estos libros de su obra reunida, que no completa, pues él sigue creando de manera febril, no habían pasado ya por estos ojos. Pasaron, sí, pero esa no es razón para que no volviera a sumergirme en ellos como se hunde un converso en su río bautismal: henchido de fe, purificado, y con el corazón dispuesto a recibir los dones…

Hasta ahora, van siete tomos, que serán 8 o 9, quizás 10, quizás más, pues León David, un escritor de pura raza, sigue dándole quehacer a la pluma y llenando cuartillas con sus duelos, temores y alegrías…

Entrar en esta obra reunida de León es entrar en un cosmos. Los dos primeros tomos recogen sus libros de poesía; alta poesía, que acoge desde los versos libres hasta el soneto clásico. Ninguna forma estrófica le es ajena, el verso se le rinde, enamorado, y la hondura y belleza que contienen lo eleva sin dudarlo a la altura de aquellos que considera sus maestros.

El tercer tomo recoge sus obras narrativas y teatrales, pues León es también un fino y premiado dramaturgo. En el cuarto tomo están sus diálogos, aforismos y fragmentos; y las llamadas Cartas fluminenses… En el quinto, Ensayos y Crítica reunida, especialmente los textos que fueron publicados durante varios meses en el periódico El nuevo diario, en la columna titulada Adentro. El sexto, presentado recientemente en este mismo escenario, incluye textos críticos sobre autores dominicanos de todos los tiempos… Y el séptimo, este que tengo el honor de presentar hoy, versa sobre autores de todo el ancho mundo…

Publicado bajos los sellos Santuario y Unicornio, el libro está dividido en dos partes, intituladas Los Clásicos y Los de Ahora, de 25 y 12 textos, en ese orden. Tal ejercicio crítico de León David nos acerca a la obra de 37 escritores que, a lo largo de los años, han influido en su propia obra o han llamado la atención de algún modo a su siempre avisada sensibilidad artística.

El primero de tales escritores, el que abre el volumen, es nada menos que José Martí, el verdadero genio de mi país. Estoy seguro de que tal elección no es casual, mucho menos gratuita. He visto en León David la misma pasión que me anima cuando arranco a hablar del Apóstol. El padre de León, otro prominente creador, escribió un libro sobre él. Un volumen complejo, con un acercamiento del todo original. Según me ha confesado en una entrevista que le realicé, y que aun no culmino; José Martí, su vida y sus versos, fueron fuente nutricia del hogar de León, desde pequeño. ¡Un regalo exquisito, quién lo duda!

Por eso no me asombra que inicie con Martí, y que apenas en la primera oración, ya haga una de las afirmaciones más rotundas del libro: “Es Martí un fenómeno de la naturaleza…”.

Leyendo y releyendo este pórtico de exaltado acento, recuerdo que muchos de nuestros intelectuales, entre los que me incluyo, se quejan aun de que otro de nuestros josés geniales, “el etrusco de La Habana Vieja”, Lezama Lima, no escribiera nunca un ensayo sobre Martí. Lo consideramos una omisión, una falta, casi un crimen. Ahora, estoy más tranquilo. He descubierto que si bien no lo escribió Lezama, aquí en la isla vecina, se atrevió León, y quizás con la misma riqueza de lenguaje y avalancha de imágenes.

Y en verdad, para comentar no solo este tomo siete de sus obras reunidas, sino para toda su producción literaria, es preciso destacar lo que a mi juicio es la nota más rica y, vale decirlo, más rara, de este creador: su delectación por las palabras, por el lenguaje, por la imagen e idea hermosamente escritas.

León David es un clásico vivo. Una especie de guardián del idioma. Escribe, en pleno siglo XXI, como hicieron los que pusieron a nuestro Castellano en la cima, hace sus siglos. Si eso no es una verdadera proeza, no sé qué lo será. En este tiempo de brutal pragmatismo, donde asistimos, casi mudos, a la masacre cotidiana de las palabras en todos los sentidos y escenarios posibles, contar con esta alta ciudadela lingüística, preciosista, modélica, avasallantemente rica, defendida por torrentosos adjetivos, numerosos y armados como fieros cosacos, vocablos que parecían proscritos o enterrados, construcciones gramaticales de vetusta prosapia y acentos de alto numen; por lo menos a mí, me da cierta tranquilidad y esperanza.

Así, cuando terminen de imponerse los “k lo k con k lo k”, escritos con k, tal como suenan; o se escriba para siempre aguacate bajo la fórmula H2O KT; al menos en Santo Domingo, ya sabremos para donde correr: hacia la ciudadela, hacia David.

Allí, perfectamente atrincherado, habitará, en paz consigo mismo; pues he aquí lo más extraordinario de todo: escribir así, pensar así, crear así; bajo el riesgo tremendo de no ser comprendido, tal vez ni leído; nace de una genuina posición artística, que el autor asumió para sí, desde siempre y para siempre.

Yo mismo se lo pregunté, durante la aludida entrevista; y su clara respuesta elevó mi respeto hacia él y su obra unos cuantos peldaños. Confieso, sin tapujos, que algunos párrafos nacidos de su pluma han provocado en mí lo que solo ha logrado un Cervantes en algunos pasajes de su obra cumbre: a veces una extrañeza lúdica, una sensación hilarante o una especie de orgullo por saber que esta lengua es la mía, y que en ella hemos sido capaces de zanjar una ruda polémica, como el “loco” manchego, al estilo siguiente: si usted no entiende, caballero, se lo haré comprender con mi espada, donde más largamente se contiene.

De modo que, sencillamente, aquellos que saben lo que es bueno, sólo tienen que acomodar su ánimo para “abordar” la obra de León, como mismo lo hacemos para leer a los grandes de antaño, y poder disfrutar de esa danza soberbia de palabras que cabalgan ideas finamente ataviadas, y también viceversa.

El León David crítico literario, en este tomo siete dedicado a escritores extranjeros, es el mismo que vengo de describir, en casi la generalidad de los autores abordados. Él lo dice mejor de sí mismo, en el ensayo dedicado al poeta boliviano Guillermo Rivero Tejada, por demás, el más exhaustivo y pormenorizado de todo el libro: se prodiga a manos llenas con la efusividad barroca de su temperamento tropical y el natural exceso a que convida el entusiasmo.

Platón, Las Casas, Bolívar, Montaigne, Cervantes, Nietzsche, Darío, Borges, García Márquez, Paz, Cioran, Vargas Llosa…, pasan por la pluma del poeta como a través de un sensible tamiz de introspección. En algunos, se impone el arrebato, a tal punto que la prosa se trasmuta en poesía, y es capaz de sostener el ritmo, sin decaer en una sola coma, ni un pensamiento ni un respiro, página sobre página. Es una apoteosis de vocablos, y de erudición; pues bajo el turbión de las palabras se perfilan certezas, conceptos, apotegmas, de tan sólido anclaje cultural y de tan honda esencia, que no podemos menos que asentir.

El acercamiento a la obra de tales creadores sirve de paso al crítico para opinar sobre los géneros literarios, la actualidad, la post-modernidad, con énfasis siempre en la poesía. De modo que los lectores de este tomo encontrarán joyitas conceptuales como estas:

Un libro, cualquier libro, adquiere valor en la medida en que nos arrastra a formular preguntas atrevidas o insólitas, en que nos incita a plantear problemas que de otro modo difícilmente hubiéramos logrado apercibir, en que nos insta a sumergirnos en aguas profundísimas, enigmáticas, incluso peligrosas, aguas bajo las que reposan olvidados tesoros que la ilusión codicia y la intuición presiente.

O esta otra:

 Detenerse en la palabra es penetrar en el mundo de la extrañeza, en el universo del asombro. Y esa, no otra, es la vocación del escritor, del lírico y del filósofo.

Sobre las traducciones, al opinar sobre la obra del poeta hebreo Yhuda Amijái, escribió:

Desconfío de las traducciones. En literatura cambiar de lengua es como saltar a lo desconocido (…) Porque brota la poesía del corazón misterioso de la palabra como esparce su perfume la rosa, restañadora evocación que no sabemos cómo exuda la experiencia que el poeta, asediado por la aguijaduras del recuerdo, nos murmura al oído. La mente humana con la arcilla tibia y transparente del lenguaje moldea su propia imagen del universo.

He traído a colación apenas tres conceptos, de los muchos que habitan este libro. Ojalá, para entrar de algún modo en la fiereza de la modernidad, insuflándole un poco de belleza útil, algún cachorro de León los copie y los transcriba como memes de facebook. Se le agradecerá, y servirán a todos, de Zuckerberg hacia abajo y a los lados.

Por demás, este libro no posee solamente riqueza conceptual, o frases subrayables que funcionan perfectas aisladas de contexto. Hay mucho más, y más hondo. En varios casos, como en los ensayos dedicados a Platón, a Montaigne, a Aimé Césaire, a Valery y a Nietzsche, hay planteados de modo magistral algunos de los dramas y cuestiones profundas que atañen a la cultura occidental, y sus repercusiones, asunción e influencias de este lado del mundo.

El ensayo sobre la poesía de Césaire, el antillano, es realmente delicioso, pues León grafica la genialidad del bardo al afirmar que su poesía habla por su raza y su mundo, enfrentándose a “la paradoja de renegar del amo en los términos que el amo impone; [a] la inexorable suerte de tener que acudir a la lengua de Racine y de Voltaire para dar salida a una pasión de africana raigambre”. En el caso del ensayo sobre Nietszche, para poner un último ejemplo, hay un resumen filosófico- literario de tan altos quilates que no desluciría en ninguna cuidada enciclopedia.

Otro valor del libro, a mi modo de ver de los más relevantes, es la certera, y casi amorosa apología que hace León de algunos grandes poetas que, si bien no son desconocidos, no están en el sitial que merecen dentro de nuestro canon. Sus argumentaciones al respecto, detalladas, hermosas, tal vez inigualables, espolean el deseo de sumergirse de inmediato en tales universos y sumarse sin mengua a la feliz cruzada de colocar a estos cantores únicos tan alto como llegó su propia obra. Honrar, honra.

Al hablar de este libro no quiero dejar de mencionar aun, dos cuestiones, la primera, evidente, y que ya viene dicha entre estas muchas líneas: es la certeza de que el acercamiento crítico de León David a estos autores, universales o no, ha sido solo desde la sensibilidad, desde la gratitud y el febril entusiasmo; pues León en verdad solo es un “crítico” en virtud de la frase de Charles Baudelarie, citada en este tomo: “todos los grandes poetas se van convirtiendo naturalmente, fatalmente, en críticos”.

Pero León abjura, una y mil veces —según afirma de modo distinto, pero con el mismo ímpetu en cada uno de estos textos—; del academicismo, de los dogmas, de los cánones, de la ortodoxia fría y de la helada crítica; y aquí, entonces, arribo fatalmente también, al que a mi juicio es el único defecto verdadero y apenas excusable de este notable libro; uno que a veces me irritó hasta el dolor: defendiendo ese imprescindible abordaje a una obra artística solo desde el sentimiento y la emoción, el maestro se apuñala a sí mismo una y otra vez, restándose importancia, ninguneando, sin compasión alguna por sí mismo, sus juicios, sus conceptos, su forma de pensar la poesía.

Textos tan exquisitamente elaborados y de tanta belleza y hondura intelectual, no merecen los cientos de adjetivos terribles que el propio León les prodiga. No hay que pedir perdón por tener opiniones y saber defenderlas de manera apenas imitable por nadie que no tenga su pluma y su talento. De resultas que el crítico literario León, es el León de sí mismo. Y eso no es justo para nadie. Menos para él.

Es cosa averiguada que si uno no reconoce el valor de su propia opinión, resultará muy arduo que otros la crean, la asuman y respeten en lo que vale. Lo contrario entra en los claroscuros de la falsa modestia y de los circunloquios que quieren decir sí diciendo no.

Aburridos hasta el infinito de tantos diletantes que hablan afirmando y afirmando mienten, discursean, acusan y enhebran sin cesar absurdos categóricos con la temeridad que ofrece la ignorancia, yo reconozco ante el ancho mundo, ante el maestro y si es preciso por encima de él, su incontestable autoridad para opinar sobre lo humano y lo divino, con toda la sapiencia, justicia y dignidad con la que sabe hacerlo.

Y es por estas razones, y por otras tan altas que no serán rozadas por mi pluma, que invito fervorosamente a todos los dominicanos a acercarse y leer estas obras reunidas de León David, especialmente este tomo siete, dedicado a obras y autores extranjeros.

En ellas, como en El hacedor, aquel extraordinario cuento de Borges, algunos terminarán por encontrar su propio rostro; y será, a no dudarlo, un rostro agradecido, pues aquellos que amamos la lengua de Cervantes, el intelecto fino, el embrujo sin par de las palabras alineándose para formar la magia de la idea escrita con belleza rotunda, agradecemos la existencia de León David y de su vasta obra, una rica catedral de palabras.

Encendamos en ella, con nuestra gratitud y reverencia, esos cirios del alma que alumbrarán los hontanares de la poesía divina, la espiritualidad y la pasión humanas.

Santo Domingo de Guzmán, 24 de julio de 2019