“Que no se sientan las piedras eternas
que hasta las piedras pierden la dureza
cuando el martillo golpea con fuerza
la piedra que no es bien dura se quiebra”
(Canción de Amaury Pérez Vidal)
En esta semana iniciamos un acercamiento a la poética de Manuel del Cabral (1907-1999), uno de los poetas dominicanos más trascendentes del siglo pasado. Su poema épico “Compadre Mon” es uno de los más prestigiosos de las letras dominicanas. Manuel del Cabral cultivó la poesía de tema negro y descolló como uno de los más sobresalientes representantes de esa corriente en las Antillas hispánicas, conjuntamente con el puertorriqueño Luis Palés Matos y el cubano Nicolás Guillén.
La poesía del autor de “Compadre Mon” es amplia y diversa. Sobresalen sus poemas de tendencia social, los que enfocan problemas raciales (negritud y mestizaje) y los patrióticos (sobre todo los de su libro La isla ofendida). Pero también cultivó otros tópicos, como se evidencia en ciertos textos en los que asume un discurso metafísico (Los huéspedes secretos).
El poema que comentamos hoy aborda la doble temática social y racial. Es un texto que no requiere de un complejo ejercicio de exégesis, pues no es difícil penetrar en la interioridad de su significación. No obstante su sencillez, se destaca por su gran elegancia formal. Hay en él un constante juego de asociaciones metafóricas, de repeticiones, oposiciones, sinestesias y aliteraciones que lo convierten en un texto de una muy bien pulimentada construcción estética. De eso, sobre todo, nos ocuparemos en las siguientes líneas.
Trópico picapedrero: la elegancia de la forma
Hombres negros pican sobre piedras blancas,
tienen en sus picos enredado el sol.
Y como si a ratos se exprimieran algo…
lloran sus espaldas gotas de charol.
De entrada, el verso inicial de esta primera estrofa nos remite al poema de César Vallejo, titulado “Piedra negra sobre una piedra blanca”, en el que este prefigura su muerte en la ciudad de París. Sin embargo, el texto de del Cabral difiere bastante de aquel, pues aquí el contraste (la antítesis) entre ambos colores no se da respecto a la oposición vida (blanco) / muerte (negro), sino entre el color de piel del negro picapedrero y la piedra blanca que labra con su cortante herramienta. El segundo verso encierra una hermosa metáfora: el sol se enreda en los picos, que se refiere al reflejo que provoca la luz solar sobre el metal de la herramienta.
En los versos tres y cuatro se articulan dos importantes recursos retóricos: la prosopopeya, que atribuye a las espaldas de los jornaleros un comportamiento humano: la capacidad de llorar, y la metáfora que consiste en designar el sudor con el nombre de un barniz lustroso llamado charol. Aparte de eso, distribuidos en ambos segmentos se encierra un símil, encabezado por el nexo “como” que sirve de introducción a las citadas figuras: prosopopeya y metáfora. El valor de estas figuras no se queda en lo meramente ornamental, sino que el poeta resalta a través de ellas la aflicción que padecen los picapedreros en su agotadora labor.
Hombres de voz blanca su piel negra lavan,
la lavan con perlas de terco sudor.
Rompen la alcancía salvaje del monte,
y cavan la tierra, pero al hombre no.
La segunda estrofa reproduce en sus dos primeros versos el esquema de la anterior. En primer lugar, se destaca la antítesis, que ahora es entre la voz (blanca) y la piel (oscura). Los teóricos del arte musical designan como voz blanca a la que es propia de los niños, antes de alcanzar la pubertad, pero no parece que en el poema el citado adjetivo se refiera a eso, puesto que quienes emiten sus voces son obreros adultos. Más bien intuimos que el poeta quiso resaltar la pureza vocal de los picadores, expresada en su canto, para significar que más allá de la apariencia externa (la piel negra) están los verdaderos atributos del ser humano: aquellos que lo revisten de dignidad. Y, también, para resaltar las virtudes del hombre sencillo, de vida apacible (“los mansos y humildes de corazón”, que proclaman los evangelios cristianos); el que vive de lo que produce su trabajo, sin grandes ambiciones y sin fraguar acciones ruines contra sus congéneres. La pureza de la voz, simbolizada en el color blanco, funciona como una sinécdoque, pues es un modo utilizado por el poeta para realzar los altos valores morales del hombre humilde en sentido general, y no sólo atendiendo a las virtudes de su voz. El primer verso encierra también una figura conocida como sinestesia, que consiste en asociar sensaciones correspondientes a sentidos distintos: “voz blanca”, en que se combina una sensación auditiva (voz) con una visual (blanca).
En segundo lugar, en el contenido de esta estrofa reaparece la imagen del sudor en la espalda de los braceros. El poeta ve en el deslizamiento de ese fluido corporal una acción que en sentido racional le es impropia: lavar las espaldas. Sólo en sentido figurado cabe esa atribución, pues la acción de lavar implica una intencionalidad. Lo que sí hace el sudor al rodar por la piel es arrastrar partículas del sucio acumulado como resultado del trabajo. Se trata, pues, de una metáfora. Esta metáfora se duplica en el hecho de que el sudor es bautizado por el poeta como “perlas”. Esta designación metafórica se debe al brillo transparente del sudor sobre la piel oscura. Pero hay algo más: el sudor que produce el trabajo intenso se convierte en un símbolo de tortura para unos y en una garantía de riqueza para otros. Recordemos la frase bíblica: “Vivirás del sudor de tu frente”, una metonimia en la que se toma el efecto (el sudor) por la causa (el trabajo). Agreguemos a lo anterior que al destacar insistentemente el sudor de los picapedreros el poeta no sólo está resaltando la obligatoriedad humana de trabajar para producir los bienes que demanda la sobrevivencia, sino que también –de paso– sugiere la idea de la sobreexplotación laboral, que es un rasgo de todo empleo no especializado, en el que prevalece el uso de la fuerza bruta. Bien sabemos que la fuerza no calificada tiene un reducido valor en el mercado de trabajo.
Hay, por otra parte, una hipálage, representada en el adjetivo “terco”, atribuido al sudor, cuando en realidad corresponde al obrero, pues es él quien golpea la roca con obstinada persistencia con el fin de doblegar la resistencia de las piedras.
También hay una espléndida metáfora en el tercer verso de esa estrofa: “rompen la alcancía / salvaje del monte”. Las rocas sometidas al constante golpeo de los picos empuñados por los trabajadores se encuentran enclavadas en las profundidades del monte, de ahí que la visión del poeta las transforme en alcancías. La alcancía se caracteriza por atesorar un caudal que permanece oculto; de igual manera en este poema el monte oculta como riqueza una acumulación de rocas, las cuales, una vez cortadas, alcanzan una utilidad que se transforma en un valor económico.
En otro orden, el poeta afirma que los picapedreros cavan la tierra (para poder extraer lo que se oculta bajo el subsuelo), pero no cavan al hombre (el hombre en su sentido genérico). La acción de cavar al hombre, como acción que según el poeta no realizan los obreros, sería en sentido figurado. Cavar es ahondar o penetrar en un cuerpo, según el diccionario de la Real Academia Española (https://dle.rae.es/cavar?m=form); quiere esto decir, que los obreros no han cavado en el interior de su condición humana. Quizás porque carecen de la capacidad de racionalizar su valor corporal como poseedores de la fuerza que hace posible convertir unas simples rocas en mercancías generadoras de riqueza… Y al no poder hacerlo, se convierten en sujetos pasivos frente al poder económico que los instrumentaliza y los explota. Con todo, no sólo para esos inmigrantes indefensos, por su condición de extranjeros y por su bajo nivel de instrucción, sino para todo hombre o mujer de cualquier condición, es difícil poder aplicar la máxima socrática de “Hombre, conócete a ti mismo”, es decir, es difícil poder indagar en la propia interioridad. Y quien no se conoce a sí mismo no podrá disponer del potencial que guarda en la hondura de su ser.
De las piedras salta, cuando pica el pico,
picadillo fatuo de menudo sol,
que se apaga y vuelve cuando vuelve el pico
como si en las piedras reventara Dios.
Esta tercera estrofa concentra su acción discursiva en torno al instrumento de trabajo del jornalero: el pico. Hay, distribuida en sus cuatro versos, una reiteración del fonema bilabial oclusivo sordo /p/ más el fonema vocálico /i/, con lo que se pretende reproducir el sonido de ese instrumento al golpear la roca. Es lo que se conoce como aliteración. Observemos las siguientes palabras, citadas en el orden en que aparecen: piedras, pican, pico, picadillo, que forman parte de los dos primeros versos. Y como para reforzarlos, se agregan otros casos: pico (repetida al término del tercer verso), piedras (también repetida).
Aquí, otra vez, se destaca la luz solar reflejada en el metal de la herramienta. Un reflejo que se enciende y se apaga según el vaivén del instrumento accionado por los brazos del obrero. Bien sabemos que cuando una herramienta de hierro percute sobre una superficie dura, como una roca, se desprenden chispas. El término picadillo se refiere a eso. El efecto de los golpes de los picos sobre las resistentes piedras del que brotan las susodichas chispas, hace que el poeta, recurriendo a un símil, exclame: “como si en las piedras reventara Dios”. Esto tiene mucho sentido, pues el concepto de Dios está asociado a la idea de grandeza, de fuerza inconmensurable, de poder (y este siempre se vincula con la fuerza).
Los asiduos estudiosos de la teología conciben a Dios como la máxima potencia que rige el universo. Y, por otro lado, suele aparecer simbolizado por la luz. Suponemos que todos hemos oído hablar de chispas divinas para referirse al espíritu o alma humana. Esas chispas serían pequeños corpúsculos luminosos desprendidos del gran Sol, que es el Dios-Padre. Partiendo de esa concepción metafísica, interpretamos la idea sugerida en la comparación: las chispas que brotan del choque de las herramientas con la roca podrían considerarse como diminutos reflejos de la divinidad, cuyo poder y consistencia son concebidos por el poeta bajo la forma de una sólida formación rocosa, de la que brotan pequeñitas emanaciones luminosas.
Dentro de una gota de sudor se mete
la mañana enorme —pero grande no—
Saltan de los cráneos de las piedras chispas
que los pensamientos de las piedras son.
Como hemos ido observando en el transcurso de la lectura, “Trópico picapedrero” es un poema en el que la acción se concentra en una escena que aparece como detenida en el tiempo. Los trabajadores realizan una única acción repetida: picar las piedras bajo un intenso sol tropical. Todo el contenido del texto se circunscribe al relato de esa actividad. Esto es porque fuera de la acción de picar la roca no se registra nada relevante. No obstante, en esta cuarta estrofa el poeta nos cuenta algo prodigioso: las gotas de sudor han crecido tan desmesuradamente que “la mañana enorme” se ha introducido en una de ellas. Este recurso de presentar acciones de un modo exagerado se conoce como hipérbole. Una vez más, lo que el poeta pretende es sobredimensionar el esfuerzo físico que realizan los picadores de las piedras, dada la solidez de estas. La relación es obvia: a mayor esfuerzo físico, mayor sudoración.
En otro orden, llama la atención la afirmación del poeta, en el segundo verso de esta estrofa, de que la mañana es “enorme, pero grande no”, a sabiendas de que grande y enorme representan categorías parecidas, aunque no del todo iguales, pues “enorme” contiene una dimensión mayor que “grande”, ya que significa: “mucho más grande de lo normal”, según el diccionario de la RAE (https://dle.rae.es/enorme?m=form). Como esta contradicción no ofrece ninguna pista hacia la que uno pudiera inclinarse, considero que el poeta forzó esa salida por un asunto de rima. Dicho de otro modo, al declarar que la mañana es enorme, “pero grande no” lo que hace nuestro bardo es salvar la rima al finalizar el verso con el adverbio de negación “no”, para garantizar la asonancia con la terminación del cuarto verso: son.
Los últimos dos versos de la estrofa añaden nuevas imágenes para reforzar la idea que viene desarrollándose desde el principio del poema: la dureza de las piedras. No obstante, ahora estas aparecen humanizadas en el discurso poético, pues se habla de sus cráneos y hasta de sus pensamientos, corporeizados en forma de chispas. Una vez más nuestro bardo ha apelado al recurso de la prosopopeya.
Y los hombres negros cantan cuando pican
como si ablandara las piedras su voz.
Mas los hombres cavan, y no acaban nunca…
cavan la cantera: la de su dolor.
Aunque la segunda estrofa menciona la voz de los picadores, es aquí, en la quinta, donde se afirma explícitamente que los “negros cantan cuando pican”. Cantar durante la realización de una labor es algo muy común. El canto parece aligerar la pesada fatiga del trabajo, tanto así que los picadores experimentan la sensación de que las piedras reblandecen con el impacto de sus voces. Debido a las prolongadas jornadas de trabajo pareciera que se tratara de una labor sin fin: “Mas los hombres cavan y no acaban nunca…”. Y al destacar esta intensiva actividad el poeta traza un paralelismo con la acción simbólica de cavar para llegar a la hondura del dolor de los picapedreros. Un dolor que no es gratuito, sino que nace de su condición de seres marginados, socialmente excluidos por su condición racial y de inmigrantes; y económicamente sometidos a agotadoras sesiones laborales a cambio de un magro estipendio. Y no se trata de un dolor superficial, sino que se encuentra enclavado en las profundidades del ser.
Hay, por otro lado, una iteración de sonidos ca/can en “cantan”, “cuando”, pican, nunca cantera; reforzadas por la sílaba van/ban, en palabras como cavan (que aparece dos veces) y acaban. En ese juego de aliteraciones cabe la intención de enmarcar el golpe continuo de las herramientas sobre la roca, algo que ya observamos en la tercera estrofa, pero ahora con sonidos distintos.
Contra la inocencia de las piedras blancas
los haitianos pican, bajo un sol de ron.
Los negros que erizan de chispas las piedras
son noches que rompen pedazos de sol.
En esta sexta y penúltima estrofa concurren los mismos elementos anteriores: los negros pican las rocas bajo un sol reverberante, y las chispas brotan al golpe de las herramientas. Lo significativo en esta estrofa son, como en las anteriores, los recursos estilísticos. En primer lugar, en el primer verso encontramos el concepto de inocencia atribuido a las piedras blancas. Se trata de una prosopopeya en la que se asigna a objetos inanimados como las piedras cualidades de tipo moral, como el poseer la virtud de la inocencia. Esta atribución obedece al simbolismo del color blanco, pues es con este color que las religiones, especialmente el cristianismo, relacionan la divinidad. En segundo lugar está la asociación entre el sol y el ron (“…bajo un sol de ron”). Se trata de una metáfora. No es difícil establecer la relación que existe entre el sol y el ron. Ambos lexemas comparten una característica: el calor. El sol quema la piel, el ron los órganos interiores de la boca: lengua, paladar; también el esófago y el estómago. No es casualidad, pues, que al ron se le llame aguardiente (agua ardiente).
Otra metáfora es la que encierra el tercer verso, en el que las piedras se “erizan de chispas”. Erizar significa poner el pelo tieso y rígido, también se aplica a la piel. Es como si las piedras se volvieran sensibles ante cada golpe y tuvieran una reacción semejante a la que ocurre a seres humanos y animales ante ciertos contactos o determinadas emociones. El poeta convierte un fenómeno absolutamente natural (la generación de chispas por la fricción violenta entre las herramientas y las piedras) en una visión fantástica. Y aún faltan otras dos metáforas. Están contenidas en los versos tercero y cuarto. En la primera, los negros picadores son identificados como noches, y las piedras como fragmentos de sol. Así como la llegada de la noche (ocaso) podría verse como un forcejeo entre sombra (noche) y luz (día), con el consecuente triunfo de la primera y la derrota de la segunda, así los negros logran derrotar la consistencia de las piedras a puros golpes de pico. Como pueden ver, lo expresado en esta penúltima estrofa constituye una idea común; lo que le confiere un extraordinario valor estético es el modo en que el poeta la expresa, recurriendo a los aportes de la retórica, algo que es consustancial a todo el poema y que ya advertimos desde el principio.
Hoy buscando el oro de la tierra encuentran
el oro más alto, porque su filón
es aquel del día que pone en los picos
astillas de estrellas, como si estuvieran
sobre la montaña picoteando a Dios.
El poema concluye casi con los mismos componentes anteriores; sin embargo, aparecen otras ideas y otros entes. Ahora la labor de los negros es dirigida a la búsqueda de oro, idea que no estuvo clara desde el principio, pues se intuía que la quebradura de la roca obedecía al propósito de extraer materiales con fines propios de la construcción de obras públicas o con otros fines industriales.
En esta última estrofa vuelve a aparecer el concepto de la divinidad, que vimos en la tercera, y hay como un aliento teológico que impregna el final. El poeta ve en las chispas que saltan de la roca “astillas de estrellas” (otra metáfora) y al contemplarlas en su imaginación retoma la asociación entre Dios y la roca, y entre esta y el sol. Así, las chispas que saltan con cada descarga de la herramienta son como desprendimientos de corpúsculos lumínicos de un sol divino.
“Trópico picapedrero” es un poema de acción repetitiva, que hasta pudiera parecer monótono, pues va reproduciendo los mismos significantes y (casi) las mismas acciones a lo largo de su estructura. Incluso, su rima es fija, sustentada invariablemente sobre la vocal o (sol, charol, sudor, Dios, no…).
En cuanto al contenido, es simple: destaca la intensa jornada laboral de inmigrantes negros que realizan trabajos no especializados. Y con ello se alude (no se expresa de manera explícita) la explotación a que estos trabajadores son sometidos. El texto parece inspirarse en una profunda inclinación afectiva del poeta hacia estos humildes braceros. En mi particular interpretación, él los contempla como seres sufrientes que necesitan ser redimidos de su estado de inconsciencia. Sobre todo, frente a la voracidad de sus empleadores, que los convierte en simples objetos que se compran y se venden en el mercado de trabajo.
Bibliografía
Del Cabral, Manuel (1957). Antología clave. Buenos Aires: Editorial Lozada.