Publicada en 1839, esta breve narración de George Sand (seudónimo de Aurore Lucile Dupin) pone ante el espejo a dos amigas, Pauline y Laurence, que se reencuentran después de doce años, y que compartieron su adolescencia en un pueblo de Saint-Front, próximo a París, hacia 1820. La vida se encargará de llevar a Laurence a los lugares del pasado incluso sin tenerlo ella previsto, pues el cochero la conduce por error en dirección contraria al pueblo donde conoció a Pauline.
George Sand se inclina por las paradojas, por los contrastes en contextos distintos donde instala a sus criaturas para hacernos comprender que la realidad muestra otras caras dependiendo de las circunstancias. Esto es lo que ocurre entre dos mujeres que crecen y desarrollan su carácter en ambientes diferentes; una en la cerrada provincia donde la vida transcurre en monótona calma; otra en la urbe cosmopolita entre escenarios, artistas y gentes de mundo.
Pauline ha permanecido en el hogar, soltera, ocupándose de una madre ciega, mientras Laurence ha recorrido mundo y tiene mucho que contar: su exitosa vida de artista. Pauline se entrega a las labores de costura, tarea en la que, a juicio de la narradora, se consume la mitad de las mujeres de Francia. Pero la adusta belleza que conserva, la aparente serenidad y austeridad, también conducen a que Laurence cuestione su propia vida, no exenta de riesgos y sinsabores.
George Sand se encargará de demostrarnos que los extremos se tocan, que no todo es brillo en una reputada actriz rodeada de artistas. Tampoco reinan la calma y la serenidad en la gris existencia de Pauline, una mujer culta que ha tenido tiempo de entregarse no solo a la costura y al cuidado de la madre, sino también a los libros, ya que no abandonó las inquietudes intelectuales.
Para alcanzar sus metas Laurence ha tenido que sortear una carrera de obstáculos: la miseria, el sufrimiento, el menosprecio de los poderosos, antes de convertirse en una bella e inteligente actriz. Su sacrificio tiene, además, una justificación, la de ayudar a su familia. Es lo que Pauline no llega a comprender cuando la crítica por interpretar papeles trágicos, cuando ella misma, al mirarse en su espejo, empieza a sentirse tan desdichada como Fedra. Pauline, que se ha limitado a soportar el destino, resulta ser egoísta y resentida al comprender que su madre ha podido vivir tranquila gracias a que se ha sacrificado por ella.
Al morir la madre, Pauline es acogida por Laurence, quien le ofrece protección en París, junto a su familia, sólo compuesta por mujeres. Sin embargo, Pauline se siente humillada al ver que a su amiga no le faltan la alegría y el amor familiar. La situación se complicará aún más con la entrada en escena uno de los pretendientes de Laurence, que utiliza a Pauline para despertar celos.
En esta suerte de comedia en la que todos los personajes cambian de papel, George Sand muestra cómo la presencia masculina remueve las bases de la amistad entre las mujeres. Pauline, aturdida por las intrigas del pretendiente, acabará odiando a Laurence y casándose engañada con un hombre que no la ama.
La autora, Georges Sand, concluye que, fuera del contexto natural, todo lo bueno que pudiesen ofrecerse las amigas se transforma en odio contra ellas mismas, y que la presencia de un hombre en disputa es un detonante capaz de desatar las peores pasiones.