La fundación de la República Dominicana en 1844, fue obra del pequeño agrupamiento político-cultural de La Trinitaria; los únicos que creían en la fortaleza del pueblo dominicano para impulsar la independencia, proclamarla y sustentarla como nación soberana, “libre de toda potencia extranjera”. La trilogía que le dio vida al movimiento, o como decían los conservadores de entonces, a “la revolución de los muchachos”, los fueron Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Matías Mella, tres jóvenes enamorados de los principios liberales, que profesaban el nacionalismo como principal divisa.
Frutos de las tempranas luchas por el control del naciente Estado, el general Pedro Santana logró desarticular la agrupación juvenil, apresar a sus principales líderes y exiliarlos a perpetuidad. Posteriormente, el 26 de septiembre de 1848, mediante decreto de amnistía política del presidente Manuel Jimenes, Sánchez y Mella pudieron regresar al país y con el tiempo participaron en las lides políticas; el primero como seguidor de Buenaventura Báez y el segundo del general Santana, mientras Duarte parecía quedarse olvidado en el tiempo, lejos de la tierra que lo vio nacer. Pero un hecho vino a recomponer el rompecabezas de la historia, y ubicarlos a cada uno en el lugar que les correspondía en su Republica Dominicana:
El 18 de marzo de 1861, el entreguista antinacional y entonces presidente Pedro Santana anexionó el territorio dominicano al imperio español, convirtiendo la República en una Provincia en Ultramar de España. Ese hecho, la perdida de la soberanía y la independencia, rescató el nacionalismo de los fundadores de la República y lo hizo ser parte de las luchas por el restablecimiento de la Patria de 1844.
Francisco del Rosario Sánchez, en condiciones de salud muy lamentable afectado de una dolencia en la vía urinaria, encabezó desde Saint Thomas una expedición cuyos miembros entraron por la frontera con Haití, dirigiendo el “Movimiento de la Regeneración”. Traicionado, fue apresado y asesinado por Santana en San Juan de la Magua, el 4 de julio de 1861, y Mella, que se encontraba en Saint Thomas impedido de regresar al país, al conocer del levantamiento restaurador del 16 de agosto de 1863, logró su entrada a territorio dominicano, destacándose como el ministro de la guerra del gobierno provisorio restaurador. Mella fue, con el método de la guerra de guerrilla, el estratega del ejército popular restaurador.
Nadie se acordaba del Patricio Juan Pablo Duarte; pero él, enterado de que se había iniciado la guerra para devolverle a su país la condición republicana y expulsar a los españoles del territorio dominicano, reunió amigos, buscó apoyo del gobierno venezolano, adquirió armas, dineros y pertrechos de guerra, y sin que nadie lo esperara se apareció en las costas dominicanas y de inmediato, sin vacilación, se puso al servicio del gobierno restaurador, que tenía su sede en la ciudad de Santiago de los Caballeros.
El joven Juan Pablo Duarte había salido del país por una orden arbitraria y en contra de su voluntad el 10 de septiembre de 1844. Luego, por decisión propia, inspirado en su más puro nacionalismo, regresó al país 20 años después, el 25 de marzo de 1864, para participar en la lucha restauradora y ser parte del movimiento popular que, con soldados descalzos y mal armados, combatió a uno de los imperios más poderosos de la época, para recobrar la soberanía y la independencia de la República.
Viajó desde Venezuela, país que lo acogió en los años de su desgraciado exilio, y reingresó al país por la costa de Montecristi, y de paso por Guayubín tres días después le escribió al gobierno restaurador, explicándole las razones de su presencia en territorio dominicano, que eran las de luchar por la patria y consagrarse “a la defensa de sus derechos políticos (…) dispuesto a correr con vosotros, y del modo que lo tengáis a bien, todos los azares y vicisitudes que Dios tenga aun reservados a la grande obra de la Restauración Dominicana”.
La salida de Duarte desde Venezuela, había sido seguida con preocupación por los espías y las autoridades españolas, como lo demuestra la comunicación de Gabriel Enríquez, subsecretario del Ministerio de Ultramar al Ministro de Estado de España, el 6 de abril, informándole que el gobernador superior civil de Santo Domingo, le había dicho que Juan Pablo Duarte se hallaba en febrero en la isla de Curazao, “arreglando los medios de favorecer con armas y dinero a la facción de esta Provincia, y aun de ir a incorporarse a ella”, además de que recibió informaciones de que este contactó a las autoridades de Venezuela y recibió ofertas de armas y pertrechos para los insurgentes dominicanos.
La presencia de Duarte en territorio dominicano fue motivo para intrigas y rumores relacionados con su llegada y vínculos con el gobierno provisional. Por esa razón su estadía resultó efímera y molestosa para algunos sectores, y truncaron en ciertos modos, su ansia de libertad y patriotismo.
Muy pronto, a 25 días de su desembarco por Montecristi y de haber contactado a las autoridades restauradoras, se integró por breves días a los combates que se sucedían en la zona de Monte Plata y Yamasá. Pero la decisión fue terminante: Recibió la orden del gobierno para que saliera del país en gestiones diplomáticas ante gobiernos hispanoamericanos.
En aquella ocasión, el 21 de abril, el patricio escribió al general Ulises Francisco Espaillat, quien además de funcionario Encargado del Despacho de Relaciones Exteriores, ocupaba la vicepresidencia de manera interina, diciéndole que el día 14 de abril le habían entregado una nota del gobierno en la que se le ordenaba “emprender un viaje a ultramar”, y que él se había resistido a esa decisión, pero que se ponía a las órdenes del gobierno “para la consabida misión”. La orden del Gobierno Provisorio fue la de instruirlo de inmediato, para que el 23 de abril volviera a Sudamérica en misión diplomática ante los amigos de la causa dominicana.
Juan Pablo Duarte se marchó del país junto a Melitón Valverde encabezando la misión que los llevo ante los gobiernos de Venezuela, Nueva Granada y Perú y “casas o compañías particulares” para procurar la adquisición de fusiles, plomo, pólvora, papel para cartuchos y otros pertrechos y de un empréstito ascendente a medio millón de pesos fuertes, así como recaudar recursos económicos entre los amigos de los restauradores. Estas diligencias, como lo explican los historiadores Emilio Conde Rubio y Reynaldo R. Espinal en su obra “Duarte en la Restauración”, estaban contenidas en las instrucciones “para el general don Juan Pablo Duarte y Melitón Valverde en la misión que el Gobierno provisorio de la República Dominicana les confiere para los Gobiernos de Venezuela, Nueva Granada y Perú”.
Sobre la misión de Duarte ante los gobiernos que se consideraban amigos hay pocas informaciones, aunque todavía en noviembre de 1864, el presidente del Gobierno Provisorio encabezado por Gaspar Polanco (siendo Manuel Rodríguez Objío, uno de los que regresó de Venezuela junto a Duarte, el ministro de Relaciones Exteriores), mantenía la esperanza en la gestión encomendada, pues se hacía necesario recurrir:
“por medio de Agentes que, con poder bastante del Gobierno, ya con Casas, Compañías o individuos particular con el fin de adquirir el armamento de que actualmente se carece (….), ha decidió unánimemente autorizar, como en efecto autoriza, por medio de estas letras, al ciudadano General Candelario Oquendo hijo, encargado del Ministerio de Guerra y Secretario privado del ciudadano presidente del Gobierno, dándole amplio poder para que, en su virtud en unión de los ciudadanos Generales Juan Pablo Duarte y Melitón Valverde, o por si solo y obrando como verdadero y legal Agente del Gobierno Dominicano, proceda a celebrar transacciones sobre artículos de guerra en cualesquiera países extranjeros”.
Lamentablemente, la gestión diplomática de Duarte, Melitón Valverde y Candelario Oquendo, debido a situaciones de la política interna de los países que debían visitar resultó casi imposible, aun el esfuerzo desarrollado para obtener los recursos y la solidaridad encomendada. En cierto modo, escribió el historiador Reynaldo R. Espinal en su libro “Duarte en la Restauración: sus Desvelos Patrióticos y Diplomáticos”, el Gobierno Restaurador se encontró “solo y sin apoyo internacional de ninguna especie, en momentos en que la causa de la redención nacional peligraba ante el poderío de un imperio invasor como lo era a la sazón España”.
Sánchez y Mella, aquellos que acompañaron al Patricio en la fundación de la República, murieron en 1861 y 1864, sin ver realizado sus sueños nacionalistas. La guerra restauradora logró la derrota del imperio español y el país volvió a ser libre y soberano en julio de 1865; pero de Juan Pablo Duarte nunca más se tuvieron noticias. Al parecer desilusionado, falleció en Caracas, Venezuela, el 15 de julio de 1876.