SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Darío Tejeda cuenta la historia del Movimiento Popular Dominicano (MPD), un partido forjado entre la sangre y la esperanza, en el libro Enfrentar la fiera en su propia madriguera. El MPD contra Batista y Trujillo. La resistencia en Cuba y República Dominicana, premiado por el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana.

Llegaron a Cuba, procedentes de Puerto Príncipe, en un bote de doce pies, una vela y dos remos, que tenía por nombre Bon Dieu (en español “Buen Dios”). Habían salido de Santo Domingo por tierra hacia Haití y fueron detenidos por el gobierno golpista de Paul Magloire. Y allí, en cárceles que semejaban los infiernos, estuvieron cuatro meses. Un día partieron hacia Cuba, donde pensaban llegar como exiliados; Trujillo se enteró y mandó una fragata a interceptarlos, pero la nave se dañó en el camino y no les pudo dar alcance. En Cuba mandaba Batista y la situación política estaba muy convulsionada.

“El ambiente político en Cuba —afirma Darío Tejeda—, estaba cada vez más enrarecido. Los ánimos se caldeaban crecientemente. Los acontecimientos estaban acelerando un desenlace. El núcleo emepedeísta sabía que, si Cuba despertaba, despertaba Santo Domingo. Eso parecía inevitable en el contexto histórico de aquel tiempo, por las articulaciones entre los movimientos de resistencia política antidictatorial de los dos países, dentro y fuera de estos”.

En el otoño de 1956 Cuba despertaba al ritmo de las marchas estudiantiles, las huelgas obreras, los bloqueos de carreteras, las manifestaciones callejeras, la propaganda clandestina… y también al ritmo con que eran repelidas las agresiones batistianas.

Ese fue el tiempo en que Batista dio la orden de ni presos ni heridos y llenó a Cuba de sangre por los todos puntos cardinales.

América Latina estaba cantando una canción muy triste. Un continente que ama la alegría y que nació para la esperanza, de pronto, se puso a llorar. Lloraron sus madres y lloraron sus hijos. Los campos y las cordilleras, lastimados; los ríos, ensangrentados; y las ciudades y sus litorales, horadados por la violencia convertida en política de Estado. Pero América Latina se levantó y se hizo militante. Y el Caribe no fue la excepción. Cuba era un volcán en erupción y en la República Dominicana se estaba gestando una turbulencia.

Se levantaron las aguas de los ríos y se sublevaron los mares, que se abrieron para dejar ciudades y se pusieron de pies todos aquellos que habían sido lastimados y todos los convidados del olvido. Y se empezó a escribir la historia de otra manera.

Estaban pasando las calmas de invierno cuando, en ese contexto, un grupo de exiliados dominicanos fundó, el 20 de febrero de 1956, en una vieja casa de La Habana donde vivía el periodista Julio César Martínez, el MPD, Movimiento Popular Dominicano.

Darío Tejeda.
Darío Tejeda.
[1] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera en su propia madriguera. El MPD contra Batista y Trujillo. La resistencia en Cuba y  República Dominicana. (Santo Domingo: Editora Alfa & Omega, 2019), 128. donde vivía el periodista Julio César Martínez, el MPD, Movimiento Popular Dominicano.

Ya se evidenciaba que aquel sería un año crucial en la historia de Cuba y de toda América Latina, una tierra que estaba infectada de tiranos por las cuatro esquinas.

El grupo estaba compuesto por Pablo Antonio Martínez, Máximo López Molina, Julio César Martínez, Tiberio Castellanos, Alfonso Espinal, Manuel Leovigildo Piña, Víctor Orzatellis Matos, José Moscoso, Oscar Álvarez Tineo, Ramón Emilio Mejía (Pichirilo), los hermanos Andrés y Francisco Eleuterio Ramos Peguero y Esperanza Font. Esta última era esposa de Pompeyo Alfau, un maestro constructor que había ido con Juan Bosch a Costa Rica a llevar un cargamento de armas mandado por Prío Socarras al Presidente José Figueres para que se defendiera de los ataques militares de su vecino, el tirano nicaragüense Anastasio Somoza.

Máximo López Molina.

El escritor Darío Tejeda cuenta la historia de la formación en Cuba de esa agrupación política y de su llegada a Santo Domingo, en medio de la dictadura, en el libro Enfrentar la fiera en su propia madriguera. El MPD contra Batista y Trujillo. La resistencia en Cuba y República Dominicana.” Esta obra obtuvo el Premio Internacional Miguel Cocco Guerrero 2018, auspiciado por el Museo Memorial de la Resistencia Dominicana. El libro toma su nombre de un editorial titulado “Lucha interna o Trujillo siempre” publicado en el número del 9 de octubre de 1957 del periódico Libertad, órgano de la naciente agrupación, y reseñado en la página 118 del libro de Darío. Este órgano, a su vez, lo había tomado de una alocución del dirigente estudiantil cubano José Antonio Echavarría.

Como parte de su investigación Tejeda entrevistó a Jorge Pueblo Soriano —El Men—, a José Tiberio Castellanos y a Chino Ramo Peguero. También revisó los archivos de la familia de Máximo López Molina en el Fondo Presidencia y la documentación histórica que se conserva en el Archivo General de la Nación y en el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico (UPR).

Lucha interna o Trujillo siempre

Desde el principio de los tiempos el Movimiento Popular Dominicano tuvo clara la idea de enfrentar a Trujillo desde dentro, organizando a la población para la resistencia. Esa idea se resumió en la primera consigna levantada: “Lucha interna o Trujillo siempre”.

“El MPD, particularmente, consecuente con su lineamiento de lucha interna contra la dictadura de Trujillo, desde 1957 había tomado una iniciativa dirigida a lograr que el partido entrara al escenario dominicano públicamente, no en condiciones de clandestinidad”[1], observa Tejeda.

Aquel enfoque era una reinvención de la lucha antitrujillista, y al debutar con ella, el núcleo de exiliados emepedeístas tuvo un serio desencuentro con el resto de los compatriotas desterrados en Cuba, especialmente con aquellos que querían derrocar a Trujillo con expediciones desde fuera.

“Las discrepancias —precisa Tejeda— afectaban particularmente al MPD, puesto que su postulado de la lucha interna como camino más apropiado para acabar con el trujillato era objetado por aquellos sectores cuyo foco de atención era preparar movimientos armados desde el exterior”[2].

Tejeda da cuenta de que además de enfrentarse a las acciones de sus enemigos naturales, el MPD tuvo que activar sus defensas para resistir la batería de acusaciones falaces que le echaron encima los partidarios del método expedicionario. Esta forma de lucha ya había demostrado —y en lo adelante seguiría demostrando— su ineficacia para tumbar al tirano.

La lucha emepedeísta tenía tres pilares: movilizar a las organizaciones democráticas de América, desnudar el régimen trujillista en foros internaciones y fomentar la lucha en el interior del país como medio fundamental para conquistar las libertades conculcadas. “El camino de la lucha interna —prosigue Tejeda— era más que una propuesta: era una apuesta”4.

“Cuando se enfrentaban a las objeciones de otras organizaciones del exilio—dice el investigador— los emepedeístas respondían a sus alegatos diciendo que obedecían al criterio existente, aun en núcleos apreciables, de seguir aferrados a la idea de organizar la insurrección en el exterior, desestimando la acción masiva del pueblo dominicano”5. Esas diferencias, escribe Tejeda, hicieron que el grupo emepedeísta se desligara de los preparativos de la expedición que se organizaba para el año 1959 y, finalmente, no participara.

En su opinión, los exiliados dominicanos que querían tumbar a Trujillo, apelando a la solidaridad internacional y enviando pequeños grupos de luchadores, no tomaban en cuenta el papel que podría jugar la población en ese proceso. La oposición dominicana no tenía un grado de desarrollo de la resistencia interna y su fuerza residía en los suelos extranjeros. Los emepedeístas, desde la fundación de su partido, expusieron públicamente su planteamiento de la necesidad de contar con un frente interno previo a emprender una acción armada desde el exterior. Por tanto, de antemano, se sabía que el partido estaba en desacuerdo con la estrategia de una expedición sin contar con una base social de resistencia interna, cuya importancia había quedado demostrada en la recién victoriosa revolución cubana.

En sus reflexiones históricas de esa época al investigador Tejeda le llamó la atención que quienes planteaban la vía expedicionaria eran los de mayor edad. En tanto, el camino de la lucha interior en suelo patrio, lo proponían los más jóvenes, encabezados por Pablo Antonio Martínez. Todo quedaba resumido en la idea de “enfrentarse a la fiera en su propia madriguera”.

4Darío Tejeda, 117.
5Darío Tejeda 117,

 El MPD desata los demonios

Acorde con su visión anti-expedicionaria, después de un largo rodeo por Miami y San Juan, Puerto Rico, el primer grupo de emepedeístas pisó suelo dominicano el 4 de junio de 1960 por el viejo Aeropuerto Internacional Punta Caucedo. Estaba integrado por Máximo López Molina y Andrés Ramos Peguero. Y de inmediato le plantaron cara al gobierno.

En unas declaraciones ofrecidas al periodista Radhamés Gómez Pepín, del periódico El Caribe, la primera noche de su arribo López Molina definió sin ambages el camino que iban a seguir: “No creemos que la libertad vendrá de Venezuela, Cuba, de la OEA ni de ninguna otra parte”[3].

Y agregó: “El Movimiento Popular Dominicana luchará por el restablecimiento de las libertades públicas, la reforma agraria, la democratización absoluta e industrialización del país y por un gobierno democrático. También lucharemos por la libertad de los presos políticos, incluso los condenados por delitos conexos”[4].

Denunciaron a la vez las condiciones feudales de los trabajadores del campo. “Lo vamos a hacer —añadió— mediante la prédica de la verdad, que es el arma más poderosa de la revolución, en su sentido científico.”

Y sin perder tiempo empezaron sus labores políticas, propagandísticas y organizativas.

Alquilaron un local en el segundo piso de la calle José Trujillo Valdez número 12, (actual avenida Duarte), que fue corajudamente abierto al público el 11 de junio de 1960, fecha en que hizo pública formalmente su presencia en el país y dio a conocer un Manifiesto a la ciudadanía.

“El Movimiento Popular Dominicano ha regresado al país con el propósito de constituirse en el organismo político que abarque todos los sectores de la población opuestos al régimen, que interprete las aspiraciones del pueblo e instaure en el país un gobierno representativo de la voluntad popular”8, decía el documento. Junto a eso se empezó la distribución del periódico Libertad, el órgano de la agrupación, y se formó un Comité Central provisional con siete miembros, entre los cuales estaban algunos de los primeros reclutados.

Sus primeras demandas fueron amnistía general, vigencia de las libertades públicas y garantía para la vida y la propiedad privada; libertad sindical y respeto al derecho a huelga, restablecimiento del derecho de asilo, libertad de tránsito y reconocimiento del derecho a libre organización en todos los sectores de la población, entre otros.

Con el paso de los días, empezaron a contactar a amigos, conocidos y familiares para proponerles su integración a la nueva agrupación. Los primeros que acudieron, cuenta Tejeda, fueron Francisco Ramos Rojas, Francisco Elizardo Ramos (Chichí), Ernesto López Molina (Ernestico o Tico), los hermanos Joaquín, Parmenio y Floricel Erickson, todos familiares cercanos de los recién llegados.

Cayetano Rodríguez del Prado, uno de los nuevos emepedeístas, citado en el libro de Tejeda, rememora que en el balcón del local se instalaron dos inmensas bocinas desde donde se hacía cada día propaganda contra el gobierno.

“Por la José Trujillo Valdez —escribe Darío Tejeda— transitaban a diario cientos, quizás miles de trabajadores. Muchos no sabían leer, pero escuchaban; podían escuchar las alocuciones de los dirigentes por las bocinas. Al principio, la gente era reacia a creer lo que veía y escuchaba. A sabiendas del carácter sanguinario del régimen trujillista, mostraban una actitud huidiza hacia los emepedeístas”9.

Y prosigue: “El centro urbano se convirtió en el terreno de fertilización emepedeísta por excelencia. Los obreros se organizaban políticamente en el territorio donde vivían, más que en las fábricas donde trabajaban. El territorio se reveló como el principal medio para el reclutamiento y la organización política de los trabajadores, mientras los centros educativos fueron los focos privilegiados para organizar los jóvenes. Luego, vinieron los centros laborales como instancias preeminentes para la labor sindical, más que político-partidaria”[5].

Los emepedeístas eran mensajeros de un nuevo tiempo y cuando salían a repartir el periódico Libertad, las calles se llenaban de asombro y las tardes se sobrecogían. Esa actividad puso de manifiesto de qué tamaño era el miedo que había plantado la dictadura en el corazón de la población, y eso espoleó la imaginación de los revolucionarios.

Al principio el periódico era distribuido abiertamente en las calles de la ciudad. Sus distribuidores voceaban a los cuatro vientos: “¡Libertad!“, “¡Libertad!“, jugando con una palabra que era a su vez una promoción del nombre del periódico y un clamor que dejaban regado en la calle. Y pronunciaban los titulares:

“¡La dictadura de Trujillo coge nuevos presos!”, “¡El MPD demanda animista general y vigencia de las libertades!”, “¡El MPD emplaza al gobierno!”, “¡Santiago respalda al MPD en su lucha contra la dictadura!” y otras frases contundentes. Pero la ciudad estaba atemorizada por la represión del gobierno y sobrecogida por los silencios que le habían sembrado y por los fantasmas que merodeaban cada palmo de la nación. Tanto era el temor que, a veces, la gente no se atrevía a levantar la mano para tomar el periódico. Si había una esperanza de cambio en la población estaba escondida en los rincones más recónditos. “En general, —opina Tejeda— la gente no quería exponerse a los ojos de los esbirros trujillistas porque eso podía representar su perdición y la de su familia. Los portazos no eran tanto por miedo al MPD como por miedo a los trujillistas; el temor no era a la resistencia, al periódico Libertad ni al partido, sino a la dictadura misma”[6].

Los emepedeístas optaron, entonces, por una distribución más discreta. Y así empezaron a llevarlo clandestinamente a las tiendas, a las casas, a los centros de trabajo y a otros lugares con más precaución y mayor éxito. “Cuando, por fin, —expresa Tejeda— después de muchos tropiezos, los emepedeístas rompieron la barrera de la incomunicación con su potencial audiencia; cuando cogieron la señal y entraron en sintonía con la clave de la ocultación, el impacto fue demoledor para la dictadura. Ya no solo eran los altoparlantes, no solo era Libertad, no; ya había decenas de voces secretas expandiendo el mensaje antitrujillista por doquier”[7]. Y añade: “En poco tiempo, la militancia emepedeísta se lanzó a las calles al grito de “¡Patria o Muerte, Venceremos!”, la curiosidad se había convertido en afán, la expectativa en esperanza, la ilusión en deseo”[8]. Entonces quedó claro que el nacimiento del MPD y su visión de lucha interior fue un resplandor en medio de la oscuridad.

Darío Tejeda opina que “Mientras el Movimiento Revolucionario 14 de Junio concitó el apoyo de las capas medias y grupos antitrujillistas ilustrados, los emepedeístas canalizaron la resistencia de los sectores populares urbanos. El MPD le dio carácter popular y masivo a la resistencia antitrujillista y al proceso de destrujillización tras el ajusticiamiento del déspota en 1961”[9].

 8 Darío Tejeda 217
9Darío Tejeda 221

Los emepedeístas les dieron la cara a la dictadura en pleno centro de la ciudad y desde una avenida que llevaba el nombre del padre del tirano Trujillo. Lo hicieron mirando sin miedo a la gente. Hacer eso tenía un precio. Y ese precio se empezó a pagar el 19 de junio de 1960. El Servicio de Inteligencia Militar (SIM), que era la policía política del régimen compuesta por un grupo de bandoleros y paramilitares, intentaron asaltar la sede del MPD. Pero los emepedeístas eran gallos de pelea y repelieron el ataque. La segunda agresión se produjo el viernes 24 de junio. Fue realizada por una banda de los llamados paleros; llegaron armados de piedras, botellas, tubos de hierro, palos, machetes y cuchillos. En esta ocasión se volvió a activar la gallardía de los cuidadores del local. Y tampoco pudieron tomarlo.

En lo adelante, según cuenta Darío Tejeda en su libro, no hubo día en que los emepedeístas no recibieran agresiones en su local y en todos lados. Era algo que sucedía, casi siempre, con un saldo de heridos y contusos.

El 30 de agosto del mismo 1960, mientras los dirigentes del MPD ofrecían una entrevista a la prensa puertorriqueña, aparecieron de nuevo los atacantes. Esta esta vez llegaron comandados por José Antonio Jiménez (Balá), un oscuro personero del régimen, de triste recordación por su sangriento papel en el proceso que marcó la agonía de la dictadura y sus remanentes.

“Ese día nos dieron hasta los bomberos”, narró un bravo emepedeísta llamado Rafael Rivera Cruz (Riverita) en una entrevista que concedió al Archivo General de la Nación. Rivera Cruz fue uno de los primeros jóvenes que ingresó a las filas del MPD tras su llegada a Santo Domingo. Darío Tejeda lo define como “un hombre de cepa popular y urbana, de cuerpo enjuto pero valiente, un ejemplo del singular arrojo emepedeísta”[10].

Un día, saliendo del local, las fuerzas del gobierno capturaron a Ramón Emilio Feliú, un ciudadano que cometió la osadía de ir donde los emepedeístas a denunciar que fue torturado en una cárcel trujillista. Lo agarraron el 22 de junio y al otro día fue asesinado en las mismas oficinas del SIM.

Cuando los miembros del Movimiento Popular Dominicano intentaron extender su organización a las provincias se encontraron con el mismo muro de represión que en la capital. Un día fueron acribillados dos de sus activistas en plena calle de Puerto Plata mientras distribuían el periódico Libertad. Uno de ellos tenía apenas diecisiete años.

A Santiago de los Caballeros llegaron los aires de libertad que trajeron los emepedeístas y, con ellos, llegó también la mano ensangrentada de la dictadura. Un martes de agosto de 1960 se efectuaba una reunión con jóvenes en el parque Colón. En las disertaciones primó un tono de rechazo total al régimen de Trujillo y de condena. Al concluir los presentes marcharon por la calle Presidente Trujillo (hoy calle El Sol); alzando banderas dominicanas y rojinegras y lanzando gritos de “¡Abajo Trujillo!”, “¡Abajo Trujillo!”. El saldo de aquel día fue de nueve manifestantes heridos y detenidos por una horda de ochenta paleros enviada por el gobierno.

Muchos años después, uno de los jóvenes detenido, relató sus tristes recuerdos de aquellos hechos: “En la noche de ese mismo día mi casa y la de Nelson Beato, ambas ubicadas en la calle General Valverde, fueron rociadas con gasolina, aunque no incendiada”16. Era Ramón Antonio Veras.

El periódico Libertad ya tenía una historia

Cuando llegó a Santo Domingo en el equipaje de los exiliados, el periódico Libertad ya tenía una historia. Por su naturaleza polémica y combativa, y por la originalidad de sus planteamientos, ya se había ganado un espacio en el exilio dominicano de Cuba. En ese país dicha publicación también llamó la atención de algunos intelectuales.

“Debido a su carácter enérgico y polémico —dice el investigador Tejeda— Libertad salía a relucir frecuentemente en las tertulias, reuniones y debates del exilio. Era una referencia obligada en las discusiones sobre el acontecer dominicano y los pasos a seguir en la lucha antitrujillista. Era la expresión del empuje, pero también de las ideas, de la nueva generación antitrujillista. En particular, cabe resaltar el papel teórico de Pablo Antonio Martínez, quien se destacó, asimismo como un depurado polemista”17.

Hasta el escritor vanguardista Jorge Mañach tuvo palabras de elogio hacia los emepedeístas y su órgano de difusión. “Ya que no se les puede destruir desde fuera por fuerza, quizás se les asfixiaría enrareciéndoles el ambiente y cortándoles muchas de sus venas de abastecimiento. Algo de eso es lo que, por lo visto, aspira a lograr ese Movimiento Popular Dominicano, a cuya exhortación me refiero al comienzo de este artículo. Y cuando todo eso haya sucedido —como posiblemente lo tenga ya el Movimiento Popular dominicano o esté en vías de tenerlo- lo demás es la acción heroica, que, como vimos, en nuestros tiempos es más difícil que nunca”[11]. Eso lo escribió Jorge Mañach en un artículo titulado “El llamamiento de Santo Domingo”, publicado en la edición de abril de 1956 de la revista cubana Bohemia.

16Darío Tejeda 238
17Darío Tejeda 80

El mártir número uno

El dominicano Pablo Antonio Martínez era un hombre nacido para luchar. Era trompetista y tocaba en la Banda Municipal de La Vega, República Dominicana. En 1938, en plena dictadura de Trujillo, organizó una huelga de músicos para que el Ayuntamiento Municipal de La Vega dispusiera un aumento salarial.

Años después, ya exiliado en Cuba, se hizo miembro de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) y tuvo una destacada participación en la lucha callejera contra la dictadura de Fulgencio Batista. Cuando el dirigente estudiantil cubano José Antonio Echevarría, con la efervescencia política en su punto más alto, anunció en el Aula Magna de la Universidad de La Habana la formación del Directorio Revolucionario, como un brazo armado de autodefensa de los universitarios ante la represión batistiana, él estaba ahí.

Estuvo en la primera línea de fuego en las actividades contra el dictador y, el 13 de marzo de 1958, saliendo de una misa en memoria de los caídos en el ataque al Palacio Presidencial el año anterior, fue secuestrado y desaparecido. En esos días la marea estaba muy alta en Cuba, y Batista, bajo fuego, había suspendido las garantías constitucionales. Debido a la tensión reinante, Martínez estaba en la clandestinidad, y un día antes de su secuestro, Tiberio Castellanos, uno de sus compañeros emepedeístas, le dijo que no fuera a la misa. Martínez se sentía comprometido con las viudas y las madres que la organizaban y desoyó la advertencia. Fue, y terminó secuestrado al salir de la iglesia. Nunca más se le volvió a ver.

Martínez era una voz importante entre los exiliados dominicanos, quienes lo respetaban por su carisma y sus dotes personales. Fue la chispa que encendió la llama de la “Lucha interna o Trujillo siempre”, y la persona que lideró la formación, entre los exiliados dominicanos, del Movimiento Popular Dominicano, junto a Máximo López Molina y a Julio César Martínez. Quienes lo conocieron recordaron siempre sus prendas personales de sencillez y de humildad, y su clara vocación de servir a los demás.

El escritor Darío Tejeda lo define así:

“Pablo Antonio Martínez, andando con una eterna boina virada hacia atrás, era el más respetado en la dirección emepedeísta, no solo por sus cualidades intelectuales, sino también por su rectitud ética. Se le acreditaba la virtud de que no mentía, por lo cual tenía una aureola de seriedad y sobriedad que lo convirtieron en una bujía inspiradora, empezando por el eslogan, que pronto devino en el sello de identidad política del MPD en el exilio: el postulado de la lucha interna, que desplazaba el acento de la resistencia desde el exilio hacia el interior del país, criterio que fue asumido como un principio indeclinable”[12].

Martínez fue parte del equipo que preparaba en la universidad el periódico Alma Máter. También era miembro de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU), de Cuba, fundada en la década de 1920 por el líder estudiantil Julio Antonio Mella. Este dirigente, hijo de un sastre dominicano, fue abatido de dos tiros el 10 de enero de 1929 en una calle de Ciudad de México, mientras paseaba con la fotógrafa y militante comunista Tina Modotti.

Pablo Antonio Martínez tenía una cercana relación con Ramón Emilio Mejía del Castillo, conocido luego como “el comandante Pichirilo”, emepedeísta de los primeros. Pichirilo era un marino dominicano considerado un lobo de mar, que fue el timonel del yate Granma como segundo oficial el día que el joven abogado Fidel Castro Ruz se fue de México a Cuba a hacer su revolución, y que años después —en 1965— se convirtió en leyenda, por su coraje, su audacia y su manera de pelear contra las tropas norteamericanas en el Santo Domingo invadido.

En una carta enviada el 6 de marzo de 2009 a la periodista cubana Daily Sánchez Lemus, en respuesta a una petición de información periodística, Fidel Castro dijo de Pichirilo: “Mi gran reconocimiento a Pichirilo parte del hecho que tomó el mando del buque para apoyarme y en coordinación conmigo, realizó grandes y audaces esfuerzos por engañar a la corbeta de la Marina de Cuba que, con los cañones de proa listos, nos ordenó en el extremo oriental de Cuba retroceder hacia el puerto de Antilla, en la Bahía de Nipe, donde el resto de la expedición estaba ya prisionera. Mi objetivo era salvar el grueso de las armas que llevaba el Aurora.” (…) “Vale la pena que hombres como él, Jiménez Moya y otros heroicos combatientes sean conocidos por dominicanos y cubanos”[13].

Pablo Antonio Martínez también fue amigo de Mauricio Báez, el legendario dirigente obrero dominicano ahorcado en una finca de Arroyo Arenas, La Habana, la noche del 8 de diciembre de 1950. Así consta en un Informe de la Policía Judicial cubana sobre la Causa número 1225-1950 en el que se vincula a un grupo ligado a las redes de sicarios trujillistas que operaban en Cuba con el apoyo de las autoridades.

Con Manuel de Jesús Hernández Santana (Pipí), otro exiliado dominicano a quien el historiador cubano Eliades Acosta Matos define como “un  antitrujillista irreductible”, la relación fue de franca camaradería debido a que este entendía bien la idea de luchar contra Trujillo dentro del territorio dominicano promovida por Martínez. Hernández trabajaba como capataz del hotel Habana Hilton (hoy Habana Libre), que estaba en construcción, y llevaba veinticuatro años desterrado de su República Dominicana. Su padre y dos hermanos sufrieron cárcel y tortura bajo la tiranía trujillista.

Fue un promotor incansable de la unidad de los exiliados dominicanos y la primera persona que le tendió la mano a aquellos hombres que llegaron un día a Cuba a bordo del bote de remos Bon Dieu y que, junto a otros, formaron el MPD.

Pipí Hernández fue asesinado de seis cuchilladas en los costados, en medio de la orgía de sangre que vivía Cuba, la noche del 8 de marzo del año 1955 en una oscura y solitaria calle de La Habana (la 25 esquina A), por tres sicarios que trabajaban tanto para Batista como para Trujillo. Entre estos se encontraba un tal Rafael Emilio Soler Puig (El Muerto), un tenebroso personaje que en 1961 fue llevado al paredón de fusilamiento, junto a otros trece esbirros de Batista, por las tropas de Fidel Castro, por su participación en la invasión de Bahía de Cochinos auspiciada por el gobierno de los Estados Unidos.

Según narró el cronista cubano Ciro Bianchi Ross (La Habana, 1948), “dos de ellos le agarraron los brazos y se los levantaron con fuerza. El otro, con un cuchillo, trabajó con rapidez y precisión el cuerpo indefenso. La escena, oscura y solitaria, era ideal para el crimen. Cerca de allí los transeúntes indiferentes pasaban sin que les llamara la atención aquel grupo. Un marinero creyó escuchar un grito. Se acercó y precisó hombres que huían y dejaban un bulto en el suelo. Disparó contra los fugitivos, pero no pudo atajarlos. Prestó atención entonces al cuerpo que yacía en la acera, en medio de un charco de sangre. Ya Pipí Hernández estaba muerto”[14].

Pablo Antonio Martínez tenía una record político que lo acreditaba como un auténtico luchador revolucionario y como parte de esa hoguera antidictatorial que crecía sin cesar en el Caribe. Carlos Franqui, jefe de la propaganda anti batistiana del Movimiento 26 de Julio, y el emepedeísta Chino Ramos Peguero, al reflexionar sobre el triste desenlace de aquel día, llegaron a la misma conclusión: que los autores del crimen de Pablo Antonio Martínez fueron los Tigres de Masferrer, una banda paramilitar que actuaba las órdenes de Rolando Masferrer, un gánster, político y senador que brincó la cerca que dividía a la izquierda de la derecha y puso sus destrezas al servicio del sargento Fulgencio Batista.

Darío Tejeda considera que el secuestro, desaparición y asesinato de Martínez tuvieron su origen en su activa participación en las luchas contra ambas dictaduras, la de Trujillo y la de Batista. “En la resistencia contra estos y en el involucramiento directo de los emepedeístas en la lucha del M-267 por derrocar al déspota cubano, se desató una madeja de episodios que los llevaron a tener de frente a los Tigres de Masferrer y a los dominicanos aliados de este”[15]. Así, en esas condiciones, entregó el Movimiento Popular Dominicano su primer mártir. En lo adelante, la sangre emepedeísta no dejaría de correr.

La más grande galería de mártires

El Movimiento Popular Dominicana ostenta en su historia el triste privilegio de contar con la más grande galería de mártires políticos de la Republica Dominicana. Por haberse enfrentado a los poderes establecidos tuvieron que pagar un alto, altísimo precio. El conteo de muertos y desaparecidos se inició con el crimen de Pablo Antonio Martínez en Cuba y prosiguió sin parar desde los días en que sus fundadores pisaron suelo dominicano para dar la cara a la dictadura de Trujillo. Los emepedeístas enfrentaron la cárcel en Cuba, Haití y Santo Domingo, y solo en 1960 fueron asesinados en las cárceles trujillistas ochenta y siete de sus hombres, según la indagación de Tejeda.

Muchos de los muertos, dice el investigador, nunca fueron registrados y quedaron en el anonimato debido a que fue tan grande la represión trujillista que, en muchos casos, los familiares ni siquiera se atrevieron a reclamarlos por miedo a las consecuencias. “Son héroes anónimos de la lucha por la libertad”, observa el investigador. “En los casos de aquellos asesinados en las cárceles —escribe Tejeda— la inmensa mayoría era gente de pueblo, sin apellidos sonoros, sin abolengo, sin enllaves que pudieran protegerlos; se trataba de obreros del muelle, de artesanos o chiriperos, gente de procedencia muy pobre, entre ellos hubo casos extremadamente penosos”[16]. Los sobrevivientes estaban bajo fuego, pero ¡ay de aquel que se atreviera a darles refugio en su casa!

Citando un relato de Cayetano Rodríguez del Prado, el segundo Secretario General del MPD, Darío Tejeda asegura que los emepedeístas presos en la cárcel “La 40” que no habían sido asesinados hasta el día del ajusticiamiento de Trujillo, murieron poco después, cuando Radhamés Trujillo, el hijo mayor del tirano, se presentó y ordenó matar a todos los prisioneros.

“De casi noventa del MPD que fuimos a “La 40”, nos salvamos diez, y ochenta fueron asesinados”[17], según el citado relato de Rodríguez del Prado.

Después vino el tiempo vesánico de los doce años de Joaquín Balaguer, un periodo que aun duele en la historia nacional. Hombres y mujeres muertos a toda hora, noticias de desaparecidos, los periódicos ensangrentados por las crónicas del dolor, allanamientos domiciliarios, ataques a las sedes de los sindicatos, ametrallamientos permanentes a las escuelas públicas y a la Universidad Autónoma, desapariciones y cada noche el recogimiento del temor eran parte del decorado de aquellos días.

En ese tiempo terrible el MPD recogió el saldo más trágico de la izquierda dominicana: dos comités centrales y un comité del Distrito desarticulados por los asesinatos, prisiones y desapariciones, y en solo un año perdió tres secretarios generales. La primera víctima fue Ramón Emilio Mejía, el comandante Pichirilo. Le siguió el abogado Guido Gil, quien, según la Confederación de Trabajadores

FOUPSA-CESITRADO, fue apresado por órdenes directas del teniente coronel Tadeo Guerrero González el 15 de enero de 1967. Lo pusieron en libertad al otro día y días después lo capturaron de nuevo en el puente sobre el río Higuamo, de San Pedro de Macorís, en presencia de varios transeúntes, y nunca más se volvió a saber de él.

Las víctimas emepedeístas crecieron a un ritmo vertiginoso en los mandatos de Joaquín Balaguer, especialmente después que un denominado Comando Unificado Antirreleccionista llevó a cabo una temeraria operación de secuestro del agregado militar de los Estados Unidos en el país, coronel Donald J. Crowley, en demanda de la liberación de veintiún presos políticos, entre ellos Máximiliano Gómez —El Moreno—, el Secretario General. En lo adelante no hubo día en que los diarios nacionales no reportaran la caída en plena calle de dirigentes o militantes del partido que había fundado en Cuba Pablo Antonio Martínez.

El de Amín Abel Hasbún, ocurrido el 24 de septiembre de 1970, fue un crimen emblemático de la orgía de sangre impuesta por el gobierno de Balaguer. Con apenas veintiocho años de edad, fue acribillado en su propia casa de un disparo en la cabeza por tropas policiales que andaban en compañía del ayudante del fiscal Tucídides Martínez, hermano del periodista Orlando Martínez, a quien autoridades militares también asesinaron el 17 de marzo de 1975. El crimen se produjo en presencia de su esposa embarazada Mirna Santos y de su hijo de dos años. La Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) lleva su nombre en tributo a quien se considera uno de sus alumnos más brillantes.

Otro de los mártires emepedeístas de entonces fue Henry Segarra Santos, un joven de veinticinco años desaparecido en la fronteriza comunidad de Dabajón por el Ejército Nacional, luego de ser apresado en la calle Beller esquina Sánchez el 25 de julio de 1969. La operación militar que condujo a su apresamiento y desaparición se atribuyó al coronel José Demetrio Almonte Mayer, comandante de la vigésima sexta compañía del Ejército acantonado en la zona, quien murió mucho tiempo después en el silencio de su culpa.

El 7 de julio de 1971 el grupo paramilitar La Banda, auspiciado por las autoridades balagueristas y que actuaba a las órdenes de un izquierdista renegado llamado Ramón Pérez Martínez —Macorís—, asesinó a Roberto Figueroa —Chapó—, un obrero petromacorisano de veintiocho años que había sustituido al líder del MPD Maximiliano Gómez —El Moreno— en la Secretaría General de la agrupación política, tras su muerte en Bruselas, Bélgica, donde vivía exiliado. Fue acribillado a tiros cerca de la calle El Conde, en la capital dominicana, a plena luz del día.

La memoria de aquellos mártires siempre hará énfasis en el asesinato de Otto Morales, un carismático revolucionario que a su muerte era Secretario General de la organización. Lo cercaron a las dos de la tarde en la casa del reconocido arquitecto René Sánchez Córdoba en la avenida José Contreras, cerca de la UASD. Lo agarraron vivo, nunca opuso resistencia y aun así le dispararon a quemarropa, delante de la gente y sin ningún miramiento. Era que había de matarlo, no de apresarlo. Está claro que al MPD le está haciendo falta un monumento en la ciudad que lo vio luchar y que vio morir a sus miembros.

Andrés Ramos Peguero,  el preso de seis gobiernos

Andrés Ramos Peguero es el símbolo de un hombre sometido a todos los martirios. Hijo de un sastre de Santiago de los Caballeros que cayó preso como cuarenta veces, y sobrino de un telegrafista de puesto en Jimaní, fue un luchador de vanguardia, pero tuvo una vida trágica y fue crucificado en todos los terrenos que pisó. Padeció cárcel y persecución en cinco gobiernos: el de Trujillo y el de Balaguer, en Santo Domingo; el de Paul Magloire, en Haití; y el de Batista y el de Fidel en Cuba. Hasta que finalmente fue desaparecido en 1971 en el gobierno de los doce años de Joaquín Balaguer, tras ser detenido, a plena luz del día, en una calle de Santo Domingo, la ciudad que lo vio nacer y que lo vio luchar.

Cuando sonaron los primeros tiros de la revolución cubana, Andrés Ramos Peguero estaba ahí. Fue parte del engranaje de la lucha antibatistiana en Cuba y operó a las órdenes del comandante Ifigenio Amejeiras, en la columna 6 del Frente Oriental. Era parte del grupo urbano que tenía la misión de golpear a la dictadura y abastecer a los revolucionarios que se movían en las montañas. Cuando las fuerzas de Fidel entraron a La Habana (según Eduardo Galeno, bailando guaguancó y marcaron a tiros el compás) aquel decisivo invierno de 1958, Ramos Peguero entró con ellas. Había reunido méritos suficientes en la lucha contra Batista y cuando bajó de la montaña ya era capitán del Ejército Rebelde, luego denominado Ejército Revolucionario. Su participación en aquella lucha fue de primera línea. Y ahí estaba él, entrando a La Habana, al lado de los revolucionarios triunfantes.

Uno de los compañeros que le sobreviven, en una conversación con el escritor Darío Tejeda, lo definió como un hombre de baja estatura y de un coraje descomunal. Después del triunfo de la revolución cubana mantuvo su rango de capitán y fue asignado, como comandante, al Sexto Distrito de la Policía Nacional Revolucionaria, con asiento en Marianao. En esas labores estuvo acompañado de los emepedeístas Chino Ramos Peguero, su hermano, con rango de sargento, y Máximo López Molina y Oscar Álvarez Tineo.

Pero el 17 de abril de 1961 llegaron los ex guardias de Batista, auspiciados por el gobierno de los Estados Unidos, y cambiaron el panorama interno de Cuba. Ramos Peguero, que ya andaba luchando con su partido en las calles de Santo Domingo, volvió a La Habana en busca de apoyo para su lucha, y allí lo agarró el desembarco de Cochinos. No tenía absolutamente nada que ver con eso y aun así fue apresado sin miramientos, humillado y desconsiderado por las autoridades revolucionarias, y no hubo manera de explicar el compromiso que tenía con el proyecto revolucionario de Fidel Castro y su participación en la lucha para derrocar al tirano Batista. Tampoco hubo oficina cubana que quisiera entender que era un aliado del nuevo gobierno, con un rango de capitán bien ganado en combate, primero del Ejército Rebelde y después de la Policía Nacional Revolucionaria. No valió nada.

Lo metieron preso en La Cabaña, una vieja edificación colonial que Fidel Castro utilizó como paredón de fusilamiento de quienes el emergente Estado revolucionario consideraba sus enemigos. A los arrestos masivos de esos días el gobierno cubano los llamó “recogida de gusanos”. Y en ella incluyó sin ninguna consideración, a los revolucionarios emepedeístas que habían ayudado a tumbar a Batista, humillándolos y rebajándolos al nivel de vulgares contrarrevolucionarios, inaugurando una práctica que marcó todo el desempeño ulterior del hipersensible gobierno revolucionario de Cuba.

Tiberio Castellanos, emepedeísta de los primeros y amigo personal de Ramos Peguero, décadas después, le expresó con dolor a Darío Tejeda su extrañeza ante aquel arresto: “En realidad, nunca se supo a ciencia cierta cuáles razones habrían motivado la detención de Andrés Ramos Peguero en La Habana en aquellas circunstancias, habiendo sido capitán del Ejército Rebelde en Oriente, rango que mantuvo en la Policía Nacional Revolucionaria luego del triunfo de la revolución cubana. Tampoco eran claros los motivos que explicaran la prolongación de su encarcelamiento, a tal punto que debió declararse en huelga de hambre”[18]. Para lograr que las autoridades cubanas dispusieron su libertad, Andrés Ramos Peguero tuve que irse a huelga de hambre.

Un año antes —el 6 de junio de 1960— el comandante cubano Delio Gómez Ochoa, siendo un prisionero de Trujillo tras su llegada como guerrillero en el desembarco de Constanza, Maimón y Estero Hondo, había publicado una carta, seguramente bajo presión de los agentes trujillistas, en el periódico oficialista El Caribe en el que negaba que Ramos Peguero fuera capitán del Ejército Revolucionario de Cuba.

Muchos años después, en su Informe Político Histórico de 1983, citado por Darío Tejeda en su obra, el MPD llegó a la conclusión de que por su desafección al método expedicionario la dirección cubana “había empezado a hacerles la vida imposible a los dirigentes emepedeístas en la tierra de Martí. (…) El ataque hacia el MPD era tal que cuando los camaradas mencionados salieron desde Puerto Rico hacia el país, y la prensa internacional no sabía cuál había sido su destino, el ex militar cubano y expedicionario de 1959, Delio Gómez Ochoa, publicó una carta, en la cual, entre otras cosas, negaba la participación de los camaradas en el ejército cubano. Aun cuando él sabía que Andrés Ramos Peguero fue capitán del ejército revolucionario”[19].

Con el paso del tiempo Delio Gómez Ochoa fue favorecido por las autoridades dominicanas con dos pensiones económicas, una de 15,000 pesos, otorgada da mediante la Ley 196-97 del 1ro. de octubre de 1997; otra de 25,000 pesos, mediante la Ley 315- del 15 de agosto de 2004. También el presidente Leonel Fernández le regaló un apartamento construido con fondos públicos y le entregó un vehículo de la Dirección General de Aduanas de la Republica Dominicana.

Andrés Ramos Peguero terminó como muchos de los redentores emepedeístas: crucificado. En el año 1971, en medio de la represión generalizada del gobierno de Balaguer contra los opositores, fue detenido y nunca más se volvió a saber de él. Una de las versiones que aun circulan es que fue lanzado a las aguas del mar Caribe.

Olvidados entre los olvidados

Cuando el MPD llegó de Cuba en 1960 era un cuerpo vivo, con urgencia de luchar. Había un aire de libertad esparcido en el ambiente y sus ideas se sumaron a otras y sirvieron de caldo de cultivo contra la dictadura, que ya se encontraba en avanzada fase de decadencia. El aire de libertad estaba salpicado de sangre. El núcleo duro del MPD estaba dispuesto a todo. ¡Y lo demostró! Probó con sangre sus ideales. Y los probó en las calles y en los fuegos de la lucha política. Le fueron encima a la dictadura y pagaron el precio. Ese fue su valor, ese, el legado principal que dejaron grabado en la piel del tiempo.

Los emepedeístas tenían una cita con el alba y acudieron. Pisaron una tierra dura que ya estaba ensangrentada; se enfrentaron a la dictadura de Trujillo y estuvieron en las líneas de fuego de la Guerra de Abril, en un comando que establecieron en la escuela Argentina, del sector San Antón. Después pelearon cuerpo a cuerpo con el gobierno de los doce años de Balaguer. Muchas veces sufrieron la soledad de los condenados y como quiera siguieron adelante. Sabían que iban a morir y como quiera iban sonrientes a enfrentar su destino.

Cuando las ulteriores generaciones recogieron su bandera mantuvieron la mística de sus fundadores. Era que los emepedeístas tenían el coraje en su ADN y desarrollaron una mística combativa y una manifiesta vocación para la inmolación. Llegaron al país a jugárselas y lo hicieron bajo el signo del arrojo. Vinieron con el pecho abierto y dispuestos a todo. No había amnistía ni ninguna garantía para su actividad, mucho menos para sus vidas y su integridad. Trajeron el coraje en su ADN y eso les sirvió para mantener siempre en alto la bandera de sus ideales.

Maximiliano Gómez (El Moreno), quie fue asesinado en Bruselas, Bélgica, en donde se encontraba exiliado.
Maximiliano Gómez (El Moreno), quie fue asesinado en Bruselas, Bélgica, en donde se encontraba exiliado.

Dice Darío Tejeda que la organización “fue coherente con su misión histórica, cumpliéndola con venturas, aventuras y desventuras, nadando a contracorriente con un elevado costo humano”[20].

Dice también que, a su ingreso al país por la vía legal, no había impedimento para el partido establecerse en República Dominicana, pero tampoco garantías para realizar libremente sus actividades. Vinieron a su propio riesgo. “El MPD fue la única organización del exilio dominicano que se arriesgó a aprovechar el espacio político abierto, y lo asumió a riesgo y cuenta propia. Los emepedeístas se dispusieron a desafiar a la fiera”28. Igual que lo hicieran años después con Joaquín Balaguer, el peor heredero de Trujillo.

Ha pasado el tiempo y el MPD aún no termina de contar sus muertos y desaparecidos. Según el Museo Memorial de la Resistencia, en el gobierno de doce años de Joaquín Balaguer hubo más de once mil opositores que resultaron muertos, desaparecidos, encarcelados y exiliados, la mayoría de ellos eran jóvenes. Y muchos de ellos miembros o dirigentes del Movimiento Popular Dominicano. No hay cementerio de la Republica Dominicana donde no haya un emepedeísta enterrado ni tiempo trascurrido en que no se haya escrito en las paredes del viento el nombre de uno de sus desaparecidos. No fue solo Henry Segarra, el gran desaparecido de los doce años; también Guillermo González (Jesucristo), en Puerto Plata, Pablo Liberato, en San Francisco de Macorís, y otros más.

Eran portadores de una nueva vitalidad y hoy están olvidados. Son los olvidados entre los olvidados. Muchos quedaron fuera de la historia, y de algunos ni siquiera se recuerda sus nombres. Son muchas las hojas secas que han caído sobre su recuerdo. Pero su impronta está en la historia; su impronta está escrita en la arena y en cada palmo del litoral. Su impronta está regada en el día a día de un país que se hizo libre a regañadientes y que tiene pendiente aún muchas de las libertades que ha soñado.

Luego de tanta lucha y tanta derrota, después de tanto sacrificio y de tanta sangre derramada por la democratización del país, y luego de tantos mártires entregados a la causa de la libertad y de tantas flores marchitadas antes de tiempo, se ve claro que a esta ciudad le está haciendo falta un monumento que los recuerde en la eternidad de sus piedras y que impida que sus nombres sean borrados de un plumazo por los caprichos de la historia.

El libro de Darío

A Darío le brillan los ojos cuando, sentado en su vieja mecedora, a la sombra de un árbol, hojea sus páginas; él lo siente como uno de sus textos fundamentales. Su libro es una historia de amor y de guerra, y un acto de justicia histórica hacia aquellos hombres y mujeres que lo dieron todo a cambio de nada. También es un llamado a preservar la memoria histórica de una nación que se ha hecho a puro pulso.

En el camino de la indagación, Tejeda reunió impresiones y emociones. A Tiberio Castellanos lo contactó a través de la escritora dominicana y académica en Michigan, Estados Unidos, Rebeca Castellanos, que es su hija. A Francisco Ramos Peguero —Chino—, lo encontró a través del viejo emepedeísta Mochín Pineda; y a Rafael Rivera Cruz (Riverita) lo escuchó hablar en una entrevista grabada en el Archivo General de la Nación.

De todos los sobrevivientes Jorge Puello —El Men— fue uno de los que más impresión le causó. “Fue un hombre de las clases populares y de raigambre urbana, un zapatero admirable, amante del baile y del canto, un dirigente natural, un revolucionario sin poses falsas”[21]. La lucha del MPD fue una epopeya. Y hoy Darío Tejeda la ha traído en su libro. Aunque para contar el coraje nunca habrá libros suficientes.

[1] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 168. / [2] Darío Tejeda, 115.

[3] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 212. / [4] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 212.

[5] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 223. / [6] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 226.

[7] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 226.

[8] Darío Tejeda,227. / [9] 11.

[10] Entrevista archivada en el AGN hecha a Rivera Cruz y citada por Darío Tejeda.

[11] 82. / [12] 78. / [13]67. / [14] Ciro Bianchi Ross, Yo tengo la historia. (La Habana: Ediciones Unión, 2008), 215.

[15] 158-159. / [16] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 245. / [17] 260.

[18] 255-256. / [19] Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 257-258.

[20] Entrevista de Vianco Martínez a Darío Tejeda. 28 Darío Tejeda, Enfrentar la fiera, 195.

[21] Entrevista de Vianco Martínez a Darío Tejeda.