Queridos todos:

Se necesita alguien de mayor aliento que quien les habla para despedir a este titán a quien el Señor ha llamado a comenzar una vida nueva.

Tengo el temor de que mi voz se quiebre ante el profundo dolor que oprime hoy el corazón de su amada familia y de quienes fuimos sus amigos más cercanos.

Se nos va Alejandro hacia el Otro Lado y es natural que lloremos, pues no sabemos cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a reunirnos con él.

Ahora bien: si de algo podemos estar seguros es que, tarde o temprano, nos encontraremos con él en la casa del Señor. Es esa seguridad lo que debe servirnos de consuelo mientras lloramos su partida.

Es natural que lloremos porque el espíritu de Alejandro nos envolvió, a todos los que estamos aquí hoy, de muchas maneras.

Lloremos, pues, mientras despedimos al padre, al hermano, al tío, al abuelo y al amigo fraternal que ha sido llamado a vivir en aquel Otro Mundo todavía invisible para muchos de nosotros, pero más real que este en que nos encontramos.

Lloremos, sí, pero también oremos…

Oremos ahora en comunión y demos gracias a Dios porque Alejandro va en camino hacia la Luz, hacia la Gran Luz divina que lo transformará en un mejor hijo del Señor en premio a los muchos méritos que acumuló en esta vida.

Alejandro está haciendo ya su viaje inevitable por los senderos del Padre; senderos que no podemos ver con estos ojos, pero que están ahí a la vuelta de nuestros sentidos.

Alejandro no está recorriendo ese camino solo, y ello también debe servirnos de consuelo. Con él están los mismos seres de luz que lo trajeron a esta tierra hace 91 años: ángeles que hoy lo reciben con alegría y celebran su regreso porque saben que él cumplió cabalmente la misión para la que fue enviado a esta tierra.

Para cumplir esa misión, Alejandro tuvo que asumir una vida ardua, intensa y plena en todos los sentidos, y debió constituirse en un incansable hombre de acción en el mejor de los sentidos. Alejandro fue un hombre muy de este mundo que vino a transformar una parte importante de nuestro mundo.

La suya fue una vida transformadora. Alejandro cambiaba, o hacía cambiar, todo lo que tocaba para que fuese mejor y para que sirviese al bien de los demás.

Alejandro fue un taumaturgo, un pionero, un creador y distribuidor de bienes y riquezas. Vino a ayudar a transformar este país y así lo hizo. Lo hizo bien, empujándolo hacia adelante y respondiendo con valentía y entrega cabal cada vez que la patria requirió de sus servicios.

Un solo ejemplo lo dice todo: hace ya casi seis décadas, cuando había que derrocar la tiranía para implantar la democracia, Alejandro no sintió miedo y arriesgó todo lo suyo y de su familia, en Santiago, llegando a convertirse en uno de los líderes de movimiento libertario de 1961.

Así se condujo durante el resto de su vida: liderando iniciativas, enfrentando a pecho abierto los problemas que le llegaban y entregando siempre lo mejor de sí al desarrollo del país.

Servir, crear y transformar fue su misión y la cumplió cabalmente, pues siempre cumplió con sus deberes mucho más allá de lo que se le exigía.

Alejandro dio mucho de sí, muchísimo. Lo sé porque lo vi actuar desde su propia intimidad durante muchos años, entregado a la realización de obras de bien social y a la creación y desarrollo de instituciones de mejoría ciudadana, inspirado siempre en el servicio a los demás sin descuidar el mantenimiento y crecimiento de las empresas que creó.

Empresas a las que atrajo con su poderoso magnetismo a miles de hombres y mujeres jóvenes que, inspirados por su ejemplo, dirigen hoy y continúan construyendo el más firme conglomerado financiero del país.

Alejandro fue un empresario democrático, el más democrático de los empresarios del país. Él creía sinceramente en la democracia social. Las empresas que construyó no las creó para sí mismo, sino para ponerlas al servicio del pueblo dominicano compartiéndolas con miles de accionistas, muchos de los cuales enriquecieron en ellas, y con ellas, más que él.

Recuerdo que en una ocasión me llamó para expresarme una inquietud: Unos productores de televisión querían hacerle una extensa entrevista autobiográfica en la cual él debía hablar mucho de sí mismo. Alejandro no se sentía inclinado a hablar de él porque era tanto lo que había hecho y construido que pensaba que abrumaría a la teleaudiencia.

Eso, créanme, le avergonzaba porque, aunque muchos no lo crean, muy adentro del corazón de aquel gran león sin miedos habitaba un niño tierno a quien sí le atemorizaba dar pasos en falso.

Después de considerarlo, Alejandro decidió no conceder la entrevista, pero antes de que terminara nuestra reunión le pregunté: "Dime: Si les hubieras concedido la entrevista, ¿qué habrías respondido a la pregunta de cómo tú te defines, ¿qué les hubieras dicho?

Me respondió rápidamente y sin vacilar: "que soy trabajador y generoso; que me gusta ayudar a los demás". Literalmente, esas fueron sus palabras.

Trabajador y generoso… Nadie puede dudarlo.

Ahí están sus obras, sus empresas, sus compromisos, sus entregas, sus ayudas discretas a miles de personas que recurrieron a él en tiempos de necesidad. Poca gente sabe de sus numerosísimas filantropías privadas de cuyos beneficiarios él se lleva hoy los nombres junto con los demás secretos de su alma.

Alejandro también deja tras de sí el perdón íntimo que siempre terminó por dispensar a aquellos que llegaron a adversarlo o que quisieron hacerle daño. Tan alto era su vuelo que él, siempre triunfante, no volvía la vista atrás ni se detenía a saborear rencores. Puedo decir con plenísima seguridad y conocimiento concreto que Alejandro no guardaba rencores. Él era demasiado grande para ello.

De esa grandeza quedan sus huellas impresas en todo el territorio nacional, materializadas en los miles de patrimonios familiares y empresariales que hoy son lo que son gracias a su labor ciclópea, a su generosidad y a su compromiso con la construcción de un país mejor que aquel en que creció.

Los sufrimientos físicos que Alejandro padeció en estos últimos tiempos, aunque algunos tal vez no puedan entenderlos de esa manera, le sirvieron para purificar su espíritu.

Por eso, señores, su alma viaja hoy, limpia y despejada, envuelta en una invisible nube de tranquilidad, en feliz retorno a la casa del Padre.

Aun sabiendo esto, no podemos evitar entristecernos por la separación que nos deja su partida. Siendo así, lloremos…, pero también consolémonos sabiendo que Alejandro va a un reino de paz y felicidad en donde lo esperan sus padres, sus hermanos y sus antepasados. Un mundo más perfecto y glorioso que este en que nos encontramos.

Sabiendo esto, y como creyentes que somos, oremos…

Oremos, cada quién en propio silencio, para que su alma, hoy desencarnada, olvide bien pronto los dolores de sus enfermedades y las heridas de sus emociones mundanas, y para que comience a gozar plenamente de los regalos del Mundo del Espíritu,

Oremos…, y demos gracias a Dios por habernos dado un padre, un esposo, un hijo, un abuelo, un amigo, un socio y un compañero tan especial y tan grande y único como este inolvidable hermano.

Querido Alejandro: puedes irte tranquilo y satisfecho. Cumpliste tu misión en esta tierra. Ahora te toca gozar de los premios que te aguardan en la morada de Dios Padre y de la Madre Divina.

Amén.