José Rafael Sosa/Servicio Especial
SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Paglicci fue la primera ópera grabada en el mundo, en 1903, en un proceso en que influyó la fascinación de su tema que ensartaba amor y tragedia, muerte a cuchillo en manos de un payaso cegado por los celos y doblegado por la pasión.
La ópera, en tanto género, ocupa el lugar más alto en la escala de exigencias escénicas de montaje y respecto de la cual es mayor la distancia se ha hecho frente del público popular, entre otras razones por el alto nivel de preparación profesional que demanda de sus intérpretes, el uso de un lenguaje no dominicano u a exigencia de una determinada formación de quienes acuden al milagro de su representación.
Hay contadas oportunidades esa distancia se reduce gracias a una temática cercana, como es en el caso la bien conocida pasión humana del amor y el desamor, de la fidelidad y la infidelidad, que logran doblegar cierto y no declarado elitismo azuzado por la carencia de conocimientos de la “cultura operística”.
En Pagliacci (Payasos), ópera en dos actos del compositor italiano RugerroLeoncavallo, y su inusualmente breve tiempo de actuación (una hora y 15 minutos), se encuentra el más simple de los mortales ante una representación cuya trama emotiva seduce montada en el atractivo de a pasión, aderezada por la fantasía que aporta la representación de los payasos en una versión realista de “teatro en el teatro”.
Sociedad Proarte, una institución sin fines de lucro que ha asumido el rol de gestora del género, ha alcanzado su éxito más notable en la trayectoria de sus montajes operísticos anuales.
Resalta el desempeño de los principales intérpretes: Edgar Pérez (Canio) logra su punto más alto y tranquiliza a quienes alguna vez tuvieron dudas de la firmeza de sus sostenidos y la versatilidad que demanda un personaje central; la primerísima soprano cubana Katia Selva, (Nedda) primera solista del Teatro Lírico de la Cuba que no se doblega, llenó los espacios con una voz auténtica colorida y afirmada; Nelson Martínez, (Tonio),también de Cuba, más desarrollado en Estados Unidos, ofrece, gracias a la fuerza de su matizada voz y el acentuado rictus de su presencia escénica, un punto de brillo indudable y dos dominicanos : Mario Martínez (Silvio) y Juan Tomás Reyes (Pepe), el primero formado en el Estados Unidos y el segundo fruto de la educación vocal criolla, operan como talentos que suman valores a la producción.
El movimiento masivo de personajes aldeanos, su vestuario de época y maquillaje, se agregan a fantasía amorosa que se torna en tragedia final.
En el plano técnico-artístico, Proarte trabajó para traer al país, además de las estrellas indicadas, a talentos de Argentina: Carlos Palacios director escénico y de Colombia-Venezuela, al joven e impresionante director musical Carlos Andrés Mejía.
Vinieron también Antón Fustier Martínez, de Cuba, quien contribuyó a dar cuerpo de éxito al montaje, al producir un ritmo trepidante y una armonización de los elementos a su cargo. Reynaldo Fustier, asistente del director de escena, también de la Cuba verdadera, fue otra de las contribuciones al éxito.
Iván Miura (vestuarista) y José Miura, (escenógrafo) vuelven a imponer respeto al momento de analizar sus aportes cruciales para lograr reproducción de época del montaje.
Resalta el manejo de grandes masas escénicas humanas, actuando con gracias, efectividad y coordinación es una de las notas que resaltan en Payasos.
El desempeño del Coro Angélicus (del Club Naco, infantil), el de la Sociedad ProArte Latinoamericana y la Filarmónica Dominicana, tienen responsabilidad en este éxito que ha acercado la ópera a la gente, con un lazo que confiamos crezca entre espectadores y el demandante género escénico.