SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Las Antillas vieron iniciar los procesos que han marcado la historia y cultura de América: colonización, esclavitud, imperialismo, independencia y socialismo.
Sin embargo, en la memoria colectiva de República Dominicana, no se han integrado estos fenómenos con la justicia de su repercusión en la cultura caribeña.
La narración historiográfica de nuestro país ha sido escrita y reproducida por las clases dominantes de las diferentes épocas, las cuales inculcan su conveniente mirada del pasado.
Uno de los fenómenos sociales que no se ha expuesto en la magnitud de su trascendencia ha sido el desprendimiento surgido a través de la esclavitud.
Este momento bárbaro de la historia del continente es fundamental para entender la cultura dominicana, ya que con la ruta del esclavo inicia la suplantación de la explotación indígena por la de personas raptadas en África, pero también una cultura de sincretismo y resistencia que nos caracteriza.
En el año 1510 se oficializa el comercio de la esclavitud y se envían 250 esclavos que llegarían en diferentes partidas. Más tarde, en 1518 se firma la primera Licencia para la importación de 4,000 negros de Guinea. A partir de ese momento hasta principios del siglo XVIII no dejarían de llegar negros capturados en África Occidental.
La posición parcializada hacia el estudio y enseñanza de la historia continua vigente en la actualidad. En los currículos educativos de las escuelas no se presta la necesaria atención al relato de las primeras clases subalternas subalternas de la isla
En el caso particular del pensamiento dominicano antes de la segunda mitad del siglo XX se estudió muy poco en torno a las culturas heredadas de África. En lugar de eso las clases intelectuales rechazaban las prácticas culturales menos occidentales (sobre todo los diferentes ritmos negros extendidos en la isla y el vudú) y promovían la herencia étnica hispánica y católica.
En concordancia con esa invisivilización de África, algunos intelectuales minimizan la esclavitud en Santo Domingo (que finalizó en 1822) afirmando que fue leve y no tan traumática como en otras partes del continente.
Sin embargo, ¿cómo calificar de leve el dolor supra humano sufrido por los cuerpos de hombres y mujeres en los barcos negreros –en los que muchos murieron-, las torturas, los asesinatos y el desarraigo de su tierra de origen?
La posición parcializada hacia el estudio y enseñanza de la historia continua vigente en la actualidad. En los currículos educativos de las escuelas no se presta la necesaria atención al relato de las primeras clases subalternas subalternas de la isla.
El dolor vivido por todos los negros y mulatos durante la esclavitud, ha sido borrado de la memoria colectiva. En su lugar se ha creado un discurso homogenizador que no hace justicia a los caídos.
El olvido representó suprimir del relato histórico las vinculaciones directas a África. Borrar el dolor de los barcos cargados de negros capturados en el occidente de África, la humillación de la esclavitud y la resistencia de un mundo mágico religioso y musical.
No se quiere recordar la sangre y el sufrimiento, que si bien no unifica, en algún tiempo se recuperará para seguir armando el rompecabezas de nuestras identidades fragmentadas.
Es importante la redención de estos antepasados, ya que en una historiografía equitativa ningún dolor humano debe ser ignorado. Esto conduce al desmonte de la admiración hacia aquellos que surgieron victoriosos de los procesos políticos. Procesos que no presentan en lo absoluto una linealidad evolutiva de la sociedad. Hacia ese punto debe dirigirse una mirada crítica de la historia.
Con el fin de homogeneizar a las masas en los discursos nacionalistas se incorporan unos elementos de la memoria y sacrifican otros que no conducen a la unidad. En el caso de política cultural de la Dictadura Trujillista (1930-1961) se apostaba a la creación de una cultura nacional en la que África no figuraba. Incluir a ese continente en el discurso nacionalista representa reconstruir y explicar muchos hechos, abrir heridas que nunca cicatrizaron. Se presentan entonces la homogenización y el olvido como el afán de las instituciones de poder. Como lo señala Forster (2009) estos aspectos son necesarios para la construcción de un proyecto de Nación.
Al presente, hemos de situarnos en la etapa de reconocimiento del sufrir de las antiguas generaciones. Una vez producido este encuentro y completado esa laguna de la memoria, es menester acudir al llamado reivindicativo de los sacrificados.
Reconocer las luchas cimarronas y de resistencia que en los diferentes aspectos de la vida humana los negros libraron, deben ser visibilizadas en una mirada histórica no tradicional, que integre a todos los luchadores y valorice su sacrificio.
El estudio no tradicional de la historia atenta contra la Nación, por cuanto pone en evidencia la violencia a partir de las cuales se dan los cambios en las sociedades (evolutivos o de retroceso).
También es cierto que olvido selectivo del dolor ha sido necesario para no traumar un discurso de unidad y abocarse a lo que plantea el proyecto para el futuro.
Sin embargo, las lagunas del relato deberán ser puestas en evidencia para reivindicar todos los caídos, acto que representa la reconciliación no solo de ellos que sucumbieron ante el progreso, sino la búsqueda de identidad de las generaciones presentes.
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(*) La autora
Teresa María Guerrero Núñez es licenciada en Mercadotecnia, de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Cursó una maestría en Comunicación y Cultura, de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Asimismo, cursó un diplomado en Análisis Estadístico, en la Escuela Nacional de Estadística de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en colaboración con la Universidad de Barcelona y la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).
La joven intelectual dominicana colabora con la sección de cultura de Acento.co.do. Sus trabajos son publicados todos los lunes