Santo Domingo, República Dominicana.- Estuvo aquí, caminando entre los tramos de la última la Feria del Libro, bajo el sol de mayo y las incumplidas amenazas de lluvia. Hace años dejó atrás su país, la República Dominicana, para probar suerte al otro lado del mar. Su madre era maestra y tenía la vida por delante y su país no le ofrecía demasiadas posibilidades. Y se fue. Y ahí está, impartiendo clases de literatura latinoamericana en Toronto, Canadá.
Néstor Rodríguez tenía doce años cuando partió, de la mano de la maestra que era su madre, a vivir al extranjero. Corría 1984, un año orwelliano, y la crisis causada por la impericia de un gobierno y por la firma con los tecnócratas del Fondo Monetario Internacional, que dejaron a su paso una matanza de ciudadanos y un ambiente irrespirable en la economía nacional. Crecieron los números de la diáspora dominicana, y Néstor y su madre fueron parte de esos números.
“Al terminar mis estudios doctorales de literatura en la Universidad de Emory en Estados Unidos, conseguí un contrato de profesor visitante en una pequeña universidad de Pensilvania: Dickinson College. Allí laboré por un año, hasta que en 2003 competí por un puesto en la Universidad de Toronto como profesor de literatura latinoamericana. Llevo dieciocho años en Canadá enseñando literatura del Caribe y también la ensayística y la poesía del continente”.
Rodríguez ha publicado Escrituras de desencuentro en República Dominicana (Siglo XXI, 2005 y Editora Nacional, 2007), traducido al inglés como Divergent Dictions: Contemporary Dominican Literature (Caribbean Studies Press, 2010); La isla y su envés: representaciones de los nacional en el ensayo dominicano (Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2003), Crítica para tiempos de poco fervor (Banco Central de la República Dominicana, 2009) e Interposiciones (Zemí, 2018). Además, Poesía reunida (Zemi Book, 2018).
Algunos de los libros escritos por la diáspora huelen a mar y a lejanías ¿Son más nostálgicos los libros de la diáspora?
No sé si sean libros más nostálgicos, pero es claro que la nostalgia es un tema que predomina en ellos en mayor medida que los producidos en la tierra natal. Pero se trata de una nostalgia que va más allá del ámbito de lo geográfico. Es una añoranza más cercana a las agrimensuras del afecto o, como sugiere la rusa Svetlana Boym, la nostalgia de un tiempo en el que no éramos nostálgicos, el tiempo en el que sentíamos que todo estaba en su lugar.
¿Qué nacionalidad tiene la literatura de la diáspora?
Creo que, como la de la tierra natal, tiene la nacionalidad del mundo. Si es literatura buena, el color local que pudiera tener hará que lectores de cualquier parte se identifiquen con los conflictos que viven sus personajes.
Los escritores de la diáspora no son leídos ni asimilados en su lugar de acogida y tampoco circulan en forma suficiente en su país de origen. Usted mismo ha dicho que la literatura dominicana, en general, al menos en Estados Unidos y Canadá, es invisible. ¿Entonces, es la diáspora literaria una tierra de nadie?
Cuando hablaba de la relativa invisibilidad de la literatura dominicana en Norteamérica me refería específicamente al contexto académico. Hace unos veinte años era una rareza encontrar artículos sobre nuestras letras en revistas profesionales de renombre. En la actualidad el panorama es muy diferente. Ese cambio se puede explicar por múltiples razones.
Por un lado, los estudios dominicanos se han desarrollado a pasos agigantados en la academia norteamericana y europea de los últimos diez años. También la literatura dominicana se ha beneficiado de una mejor distribución, de la mano de editoriales independientes y sellos internacionales que le han empezado a prestar atención.
Otro factor importante que ha incidido en la proyección de la literatura dominicana reciente ha sido la propia labor de los creadores, muchos de ellos dueños de una obra considerable que circula ampliamente en los circuitos académicos internacionales. En cuanto a la recepción de la literatura de esos mismos autores en República Dominicana, el panorama no ha cambiado mucho.
La circulación del libro dominicano a nivel nacional sigue siendo escasa. Esto a pesar de iniciativas encomiables en pro de su mayor distribución. Dentro de ese estado de cosas, la literatura de la diáspora se mueve con dificultad.
Hay muchos autores de la diáspora que apenas se conocen en República Dominicana. Rhina Espaillat, por ejemplo, es una poeta de una obra importantísima que debería figurar en todas las antologías. Lo mismo pasa con la obra de Josefina Báez, de las más estudiadas de nuestra literatura en la academia norteamericana.
Creo que la literatura de la diáspora dominicana sigue siendo relativamente invisible, pero esa realidad ha ido cambiando a pasos agigantados en los últimos quince años.
¿La literatura de la diáspora no corre el riesgo de “desacostumbrarse” del lugar de origen, y de que eso repercuta en sus propuestas temáticas y estéticas?
Pienso que más bien es una literatura que enriquece el pensar el lugar de origen al conectar la Isla con otros ejes y coordenadas. Al estudiar a fondo la literatura de la diáspora dominicana terminas entendiendo que esos contactos con las sociedades receptoras, lejos de hacer borrosa la marca del lugar de origen lo que hacen es remarcar su vigencia.
¿En qué condiciones escribe un escritor de la diáspora?
Escribe en condiciones similares a las del escritor de la tierra natal en el sentido de que debe robarles tiempo a las tareas propias de la supervivencia laboral para hacer literatura.
¿Escribir desde la distancia le aporta o le resta a un escritor de la diáspora?
Me da la impresión de que para el escritor de la diáspora la distancia geográfica del país de origen permite examinar aspectos poco felices de la cultura dominicana sin la presión del espacio cultural tan politizado de la Isla.
En la obra de los escritores de la diáspora, por lo general la mirada desde el afuera permite la identificación desapasionada de patrones de autoritarismo, rituales y problemáticas que la cotidianidad insular normaliza al punto de la ceguera.
Por ejemplo, desde la narrativa, la obra temprana de Aurora Arias, Fernando Valerio Holguín, Rita Indiana y Rey Andújar, producida cuando estos escritores residían en la Isla, evidencia una dicción que fluye a contracorriente de la norma.
Pero es al estar lejos de su tierra natal cuando producen el grueso de su obra, que gana en finura y complejidad. En la misma línea puedo identificar ejemplos entre los poetas. Ahí está la obra mexicana de Ariadna Vásquez Germán, impresionante; y la española de Alejandro González Luna, autor de uno de los mejores poemarios dominicanos que he leído en los últimos años: Donde el mar termina.
Hay que reconocer la pertinencia de escritores que habitan la geografía insular con una obra tan incisiva como la de los autores que mencionaba antes en su capacidad de desmitificar esos aspectos cuestionables en la sociedad dominicana del tercer milenio.
La narrativa de Ángela Hernández, Alanna Lockward y Miguel Yarull es buen ejemplo de ello. A este conjunto de autores dominicanos que desde adentro ven la Isla con la lucidez de la distancia crítica hay que sumar el trabajo de escritores caribeños establecidos desde hace décadas en Santo Domingo y que han hecho suya la cultura dominicana al punto de convertirla en motivo central de importantes proyectos estéticos.
Por ejemplo, entiendo que Reinbou del puertorriqueño Pedro Cabiya es, junto con De abril en adelante de Veloz Maggiolo, una de las mejores novelas sobre las derivas de la Guerra de Abril en el imaginario dominicano. Como el caso de Cabiya, podría mencionar además el del cubano José Fernández Pequeño, quien vivió por muchísimos años en República Dominicana antes de trasladarse a la Florida. La narrativa de Fernández Pequeño participa de esa mirada a distancia que en mi opinión caracteriza a la mejor literatura dominicana.
¿El reto de reafirmar la identidad que se le atribuye a la creación literaria es más visceral y más perentorio en la literatura de la diáspora?
En algunos autores de la diáspora sí lo es. Pero en general la tendencia es a que el tema de la identidad aparezca en los textos de la diáspora supeditado a otros. Entiendo que el tema del autoritarismo en sus múltiples vertientes es el que ha recibido más atención como motivo literario en la producción de los escritores de la diáspora.
¿Aún está pendiente la gran obra de la diáspora?
Creo que la diáspora dominicana ya ha dado tres grandes obras: Dominicanish de Josefina Báez, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao de Junot Díaz y Where Horizons Go de Rhina Espaillat.