«Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.»
Laurencia. Fuenteovejuna, 1619. Lope de Vega.
Deseo externar esta inquietud personal pues considero pertinente y necesario abrir el debate, el diálogo y sobre todo provocar, con la intención de motivar y causar interés por este tema tan importante: la mujer en el teatro dominicano.
A mi parecer, la presencia de las mujeres en el teatro dominicano ha sido puesta a un lado en la historia y no se les ha dado su justo lugar. Tanto en el presente como en el pasado su posición e importancia han carecido de valoración significativa para la historiografía teatral dominicana. Se han mencionado algunos de sus nombres, unas más otras menos, pero sigue siendo el hombre el dominador de la narrativa, protagonista de los acontecimientos. Sin embargo, si escudriñamos un poco la historia podremos encontrarnos con “sorpresas”, pues las mujeres han estado presentes en importantes momentos y han marcado incluso hitos que no se les han reconocido debidamente.
Adelante, haga usted el ejercicio mental de mencionar nombres más allá de los ya conocidos y tradicionales y luego de tener dicha lista, incluyendo las conocidas, diga puntualmente sus aportes. ¿Difícil? Sin embargo, con los nombres masculinos se nos hace más fácil e incluso podemos mencionar más variedad o cantidad, ¿cierto? Ahí empezó mi inquietud.
Las referentes no referenciadas
Si miramos atrás en la historia encontraremos mujeres en toda la actividad teatral de nuestro país, a pesar de ello no son destacadas propiamente dicho. Muchas las conocemos, pero las recordamos principalmente en labores o roles comunes y tradicionales: actriz, secretaria, vestuarista, administradora, profesora, maquillista o asistente. Sin embargo la mujer ha sido y es mucho más que exclusivamente eso.
Por mencionar algunos casos que nos llegan a la mente: la afamada y excelente actriz María Castillo, que además de actuar y dirigir, sus aportes a la formación actoral de varias generaciones no ha sido analizada. Antes tenemos a la hoy veterana actriz Delta Soto que junto a Rafael Villalona fundaron Nuevo Teatro, la agrupación y posterior sala con la que marcaron un hito en el teatro dominicano, siendo tal vez el más importante del siglo XX. La también actriz Ana Hilda García, fundadora de la primera compañía de títeres oficial del país, el Teatro Guiñol Dominicano en 1977 sentando con ello un precendente en la historia del tititere dominicano y regional. La excelente, multifacética y destacadísima labor actoral por 40 años de Nives Santana en el Teatro Gayumba. La actriz Paula Disla y su legendaria María Moñito, que más allá de lo bonito y encantador que fue este personaje infantil, sus aportes al teatro para infantes y la difusión de los derechos de la niñez a través de esa caracterización teatral, significó un cambio fundamental en el teatro y la televisión dominicana, al interpretar y expresarse por medio de una niña y ¡negra!
Asimismo, tenemos en otros aspectos por ejemploa Camila Henríquez Ureña y sus vastos estudios teóricos sobre el teatro universal. Germana Quintana y Lidia Ariza en la enorme labor de mantener desde el 2001 hasta hoy una de las primeras salas de teatro independiente del siglo XXI, el Teatro Las Máscaras. Dulce Elvira de los Santos, conocida titiritera quien fundó y organizó los más importantes festivales internacionales de títeres del país, así como la constitución y liderazgo de la Asociación Dominicana de Titiriteros, ADOTI.
Ellas todas y tantas otras mujeres destacadas, han participado y contribuido al arte escénico nacional y más allá. Y no tan solo desde esos mismos roles “tradicionales” y “convencionales” que generalmente son asignados o atribuidos al sexo femenino, sino también desde otras facetas que han desempeñado a lo largo del tiempo y que hoy son referente pero que, sin embargo, no referenciamos.
Las desconocidas que se conocen
También están las otras desconocidas que se conocen. Aquellas que suelen ser conocidas exclusivamente por quienes estamos inmersos en este medio teatral. Es decir, las que no son figuras de pública exposición, pero que son de vital importancia para el hecho escénico. Aquellas que han aportado detrás del telón, esas que desconocemos conociendo.
Citemos algunas: la maquillista Warde Brea y sus valiosos aportes al desarrollo e innovación del maquillaje teatral y cinematográfico. Doña Marosa Mallorga en los avances técnicos de la regiduría de escena que marcaron en su momento un significativo aporte a la técnica teatral. La necesaria e importantísima labor de crítica de las críticas de arte Gilda Matos, Mónica Volonteri y Carmen Heredia. Lina Hoepelman y sus contribuciones a la arquitectura teatral, quien además hizo a un lado su ascendente carrera como actriz para dedicarse a la docencia y a la dirección técnica, haciendo fundamentales aportes en ambos campos, desde la formación hasta el desarrollo y acompañamiento de varias generaciones de teatrista y técnicos escénicos.
Si ampliamos la mirada hacia las otras artes escénicas, también en la danza tenemos variados e interesantes casos. La larga lista de las distintas directoras de las compañías, escuelas y academias de ballet clásico, folklórico y contemporáneo, tanto públicas como privadas. A Irmgard Despradel, que además de bailarina y profesora, dirigió y fundó el teatro-academia-compañía Ballet Santo Domingo, pionero en su género. Marily Gallardo y Nereyda Rodríguez, ambas con su impronta en la investigación, desarrollo, rescate y enseñanza en la danza popular y folklórica, quienes indistintamente fundaron agrupaciones y academias de danza especializadas en bailes, danzas y expresiones originarias y afrodescendientes con amplia repercusión internacional.
Estas son las que rápidamente me llegan a la mente, pero seguro quedan decenas de mujeres importantes por conocer y por estudiar su legado. Es que ciertamente “sabemos mucho” pero conocemos tan poco del mundo del teatro dominicano en femenino.
Canon teatral e inequidades escénicas
Resultaría complejo establecer, en este breve espacio, cuál o cuáles cánones rigen la actividad teatral dominicana para poder discernir la presencia femenina en este arte. Sin embargo con una rápida mirada a nuestra historia reciente, es posible observar inequidades hacia la mujer en el medio escénico, a pesar de su constante, fuertísima y abarcadora presencia en el mismo. Para hacernos una idea de estas desigualdades mencionaremos dos casos que resaltan rápidamente entre tantos.
Uno lo encontramos en la dirección teatral. Es apenas en el año 2000, cuando la Compañía Nacional de Teatro es liderada por una mujer, María Castillo. Tuvieron que pasar 54 años desde su fundación en 1946 y más de 14 directores para que finalmente se le permitiera a una mujer dirigirla. Y encima le fue entregada en completo estado de abandono y deterioro, por lo que le tocó la ardua labor de reencauzar tan importante y pionera institución teatral.
Esta especie de brecha marcada con excelencia por Castillo abrió el camino a otras directoras en dicha institución: Elvira Taveras, Flor de Bethania Abreu y Karina Noble. Incluso marcó esto una pauta de “reformas institucionales teatrales” lideradas por mujeres. Pues también Carlota Carretero tuvo que recuperar y reavivar una institución dirigida por casi 30 años por un solo hombre y luego olvidada durante décadas por el estado, el Teatro Rodante Dominicano.
El otro caso, tampoco “registrado” pero de fácil documentación, lo vemos en el premio anual de dramaturgia otorgado por el Ministerio de Cultura. A la fecha de hoy, contando desde el año 1975 y con 43 premiaciones (dos fueron declaradas desiertas), solo dos mujeres han ganado el Premio Anual de Teatro Cristóbal de Llerena; Chiqui Vicioso en el 1997 y Elizabeth Ovalle en el 2015. Eso es grave, muy grave.
Ambos casos son dignos de estudio y análisis profundo y crítico. Estas y muchas otras formas de inequidades todavía hoy son visibles a pesar del terreno que siguen ganando y ocupando valientemente las mujeres en el teatro dominicano. El peso de la “normatividad” tradicional, purista, estereotipada y masculinizada, tanto a nivel estético y temático como social continua teniendo fuerza impositiva. Las desigualdades sexistas son desafortunadamente aun cosa “normal” y “habitual” en nuestra sociedad y el medio teatral no escapa a ellas.
Paréntesis
De las artes escénicas en nuestro país, a mi impresión, la mayor muestra de desigualdad, en comparación con las demás artes representativas, la tiene la música. Ahí el caso es mucho más marcado y en todos los géneros, popular, folklórico y clásico. Podemos señalar la dirección, así como la composición e interpretación instrumental y orquestal dominicana.Para ejemplificar: la propia Orquesta Sinfónica Nacional en sus 80 años de existencia nunca ha tenido una mujer como directora. Por cierto, ¿cuántas mujeres dominicanas directoras de orquestas puede usted mencionar? ¿Alguna compositora de relevancia? Difícil ¿cierto?
Y ni mencionar los casos de la mujer negra en el teatro o en la danza. Eso es para tema largo, ya que este conflicto se encuentra en el mismo centro del escenario: las desigualdades producto de la racialización y discriminación por percepciones sociales sistémicas establecidas. Esto amplía todavía más el debate y si abrimos la cajita de la sexualidad y los estratos sociales de riqueza y pobreza ¡más aún! Pero por ahora mantengamos el tema centrado en la mujer en general (sin embargo no olvidemos que en algún momento hay que tratar dichas ramificaciones temáticas).
Mea culpa, mea machísima culpa
El solo hecho de ser, estar y hacer es suficiente para que seamos valorados y valoradas, pero no basta. Es imprescindible e inminentemente necesario nombrar, señalar y decir puntualmente los aportes de estas y de muchas otras mujeres del teatro. Repetirlo y repetirlo para que se nos quede grabado a todas y todos. Pero eso no pueden ni deben hacerlo solo las mujeres, los hombres también tenemos que trabajar e involucrarnos en ello.
Por otro lado, es verdad que muchas de las mujeres antes citadas han sido reconocidas. Recibieron sus placas y diplomas como glorias del teatro o de la danza, eso está muy bien. Otras fueron exaltadas en salones y concedido medallas al mérito y a algunas se les han dedicado eventos festivos, y lo celebramos. El reconocimiento público es necesario y parte fundamental como entes sociales que somos. Pero no basta con colgar en la pared un papel, placa, trofeo o estatuilla. Se requiere que esas improntas trasciendan más allá de la inmediatez del evento, y que por medio del registro, la difusión, el estudio y la investigación sean recordadas y valoradas.
Al realizar un sondeo mental para este escrito yo mismo me encuentro con cierta nebulosa memorística opacada por una narrativa masculinizada y estandarizara. Sabemos que estas mujeres existen, pues es innegable. A pesar de ello desconocemos específica y puntualmente sus aportes realizados, más allá de los tradicionales roles asumidos y designados en nuestras convenciones sociales y artísticas.
Hasta el propio acto de realizar las breves menciones antes descritas constituye un simple ejercicio informativo, necesario pero insuficiente. Requerimos activar el músculo de la memoria histórica junto al otro músculo que genera conocimiento constante, el pensamiento crítico. Esos músculos no los estamos ejercitando ni educando correctamente, o al menos no lo suficiente. Por ello todos y todas debemos darnos un meaculpa, meafeminísima, meamachísimaculpa.
La mujer de teatro hoy
No puedo ni debo concluir este inquieto escrito sin mencionar al menos algunas de las mujeres que están (a mi entender) marcando la diferencia en el quehacer teatral dominicano.
La actriz Isabel Spencer que apuesta como directora teatral a la diversidad sexual y racial escénica, integrando en sus puestas en escena un discurso liminal casi irreverente, abiertamente anti sistémico de lo hetero normativo. De su lado, la transgresora directora y dramaturga Margaret Sosa nos reta a puestas en escena de altísimo riesgo y compromiso escénico entre público y artísta. La filósofa y actriz Ingrid Luciano que además de ser la primera dominicana oficialmente graduada de una academia como dramaturga, tiene importantes aportes a la investigación teatral, dramatúrgica y actoral con una perspectiva de género. La actriz Lorena Oliva nos edifica constantemente con sus valiosos aportes a la pedagogía teatral y la actuación. Más recientemente, la dramaturga Licelotte Nin rompe la escena nacional con experimentales y eclécticos montajes de su propia autoría y dirección. La multidisciplinaria artista visual y teatral Aniova Prandy, que realiza significativas investigaciones en historia de las artes contemporáneas y del teatro, además de contar con una contundente labor como docente especializada en artes. Otra actriz, Indiana Brito, muestra hoy su potencial como consumada directora desde el Teatro Rodante Dominicano.
De igual forma contamos con espacios de difusión dirigidos y gestionados principalmente por mujeres, como son: María Ligia Grullón con una olímpica y pionera labor desarrollada en la ciudad de Santiago desde su espacio La 37 por Las Tablas, con el cual ha liderado e influenciado el teatro en gran parte la región norte del país. Viena González como gestora, productora y co-directora del Teatro Guloya y su sala de teatro. La escuela y sala de teatro del Teatro Alternativo de Lorena Oliva. El también teatro-escuela Iván García, de Puerto Plata, dirigido por Arysleida Beard, y Casita de Sueños, en Moca, de la mano de Belkis Pineda. El Festival Internacional Mujeres sobre las Tablas organizado por Elizabeth Ovalle y el Festival de Teatro Paralelo emprendido por el grupo Anacaona Teatro de Lucina Jiménez y Husmel Díaz. Todo esto es solo a resumidas cuentas.
Como vemos, la mujer sigue posicionándose firmemente a pesar del sistema tradicionalista y excluyente en el que vivimos. En lo particular considero que hay mujeres (y hombres también) comprometidas y conscientes de la necesidad de la integración en equidad de géneros. Estas y tantas otras mujeres son una pequeña muestra de las fuerzas y capacidades que siempre han poseído.
Concluyendo
Sabemos su valor, pero no basta con saberlo, hay que establecerlo, ¡cacarearlo! Que quede sentado, escrito y dicho formalmente para que pase a formar parte activa de la memoria colectiva. ¿Hay? Sí. ¿Pueden? Sí. ¿Tenemos? Sí… Pero hacen falta más. Más dramaturgas y directoras, productoras y críticas, más espacios, más gestoras y juradas,técnicas, más investigadoras,escenógrafas, más lideresas.
Es necesario y urgente por todos los medios revisar para valorizar certeramente a la mujer de teatro en nuestro país. Convertirla en parte de nuestra memoria colectiva teatral. Escribamos la historia de la fémina impronta teatral. Porque ya no solo vale mencionarlas, hay que hablar a profundidad de ellas. Hay que hablar seriamente de la presencia de la mujer en el teatro dominicano.