El encanto y las apuestas de toda obra se disparan de los mismos nombres. “Tiznao” y “Rey Andújar” fueron las dos marcas en el corto de Andrés Farías Cintrón que acabo de ver. “Tiznao” o “tiznado”: manchado, enmascarado; fiesta, culpa, transposición. Lo de “Rey Andújar” es más amplio: autor dominicano que ha hecho de la marginalidad y/o los submundos su universo.

“Tiznao” se desarrolla en Cuba pero trasciende lo local, lo étnico, lo regional. Al final de ese cuarto de hora, ya no es Cuba. Es más. No es uno de los tantos filmes que trata el desespero de una población en particular con sus enseres, la yola como respuesta. En “Tiznao” se conjugan tantísimas líneas con muchísimos autores agregando sus tintas particulares. Es como un mix de cubanía y dominica-ná en términos visuales y sonoros, un espacio donde La Lupe y El Terror Días se encuentran, como para seguir de largo. Es un poema visual de lo caribeño, de ese eterno estarse yendo, porque quién dijo que nuestras islas eran fines, ¿espacios de llegada?

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En “Tiznao” la narrativa de Andújar es traducida por el ojo de Andrés Farías Cintrón de una manera alucinante. Todos el kitsch tropical, con sus travestis y sus cabarets Tropicana en chiquito, desembocan en una escena final que mejor no contarla, pero que es apabullante, con un cuerpo en gris como metáfora de lo “tiznao” en lo que luego nos convertiremos.

“Tiznao” narra y pinta y es un río donde confluyen nuestras caribeñidades a todo dar.

Ritmo, diálogos, escenificación, música, luces, “Tiznao” es un poema visual de este barco de los locos caribeños del que todos queremos saltar, pero ¡imposible, mano!