Santo Domingo, República Dominicana.- En Tamboril hay una calle que se deriva de la carretera principal. Está vestida de árboles y todas las mañanas se escucha la oración de las palomas y el lamento de las últimas marchantas. En ella vive, rodeado de los silencios que aguardan a las lluvias, José Mercader.

Su calle está en los bordes de la modernidad. A pocos metros opera una zona franca y un poco más allá, sumando sus ruidos a los ruidos del mundo, un aeropuerto internacional y un elevado que sustituyeron sin miramientos las viejas plantaciones de tabaco y de productos menores. Pero allá, provincia adentro, en el reino de Mercader, lo que manda es el color.

Mercader, un artista plástico de oficio, ha sido militante de causas que hoy parecen olvidadas. Ahora lucha por captar los colores del alba, que él los atrapa con las manos y los pone en sus lienzos.

Un día empezó a unir colores, uno al lado del otro, y así, de la nada de sus lienzos, de su blancura total, fue naciendo poco a poco la figura del profesor Juan Bosch, con sus canas y sus luchas, con el azul en el cielo de sus ojos, y con quienes lo quisieron y quienes lo empujaron al abismo, en los días terribles de 1963.

En varios años de trabajo, preparó treinta obras en las que Bosch, Presidente constitucional derrocado por los estadounidenses y sus amigos de las élites dominicanas, escritor de culto y líder de dos grandes partidos, aparece junto a figuras cimeras de la trama en su contra. Y con ellas montó una exposición: Bosch y su tiempo.

“Lo de Pedro Mir es clase aparte en la vida de Bosch -dice Mercader- pues siempre fue su amigo, nunca lo traicionó, como hicieron otros, y siempre fueron de la mano en la literatura y en la vida”

Entre los lienzos emblemáticos de la muestra está Los tres que echaron a Juan en el pozo, un tríptico en formato mediano que presenta al general Elías Wessin y Wessin, quien comandó las tropas que fueron a tumbar a Bosch y que tres años después, el 27 de abril de 1965, ametralló a la población civil en el puente Duarte, desde su cuadrilla de aviones, causando numerosos muertos; Láutico García, sacerdote católico ultraconservador que, empecinado rabiosamente en impedir que Bosch permaneciera en el poder, le inventó un expediente de comunista; y Bonillita (Rafael Bonilla Aybar), uno de los periodistas dominicanos más manipuladores de todos los tiempos.

“Yo me encontré con el mejor Bosch y lo puse en mis pinturas”, dice Mercader. Para él, el mejor Bosch es no solo el literato que creó obras que marcaron la literatura de República Dominicana, sino el político que quiso hacer reformas sociales y no pudo.

“Yo elegí varios momentos para resaltar la historia de Juan Bosch y quise presentar una obra que sirviera de apoyo a la discusión sobre su figura histórica”.

En la muestra está Juan Bosch con el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, a quien el estadista dominicano le regaló una mecedora de las que se fabrican en la sierra. También, con el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, el carismático ideólogo de la revuelta militar constitucionalista que cayó abatido en la batalla del 19 de mayo de 1965 por tomar el Palacio Nacional, y Rómulo Betancourt, el presidente venezolano que se enfrentó a Trujillo y casi lo paga con su vida.

Además, con Manolo Tavárez Justo, fusilado el 21 de diciembre de 1963 por tropas comandadas por Ramiro Matos, tras ser capturado vivo a cinco kilómetros del poblado de Las Manaclas, en la región norte, adonde fue a defender la vuelta de Bosch al gobierno y la constitucionalidad quebrada por las élites dominicanas y los estadounidenses; y Viriato Fiallo, de la Unión Cívica Dominicana.

En otras imágenes emblemáticas está Juan Bosch con Carmen Quidiello, el amor de su vida, y con el poeta Pedro Mir, su amigo de siempre. “Lo de Pedro Mir es clase aparte en la vida de Bosch -dice Mercader- pues siempre fue su amigo, nunca lo traicionó, como hicieron otros, y siempre fueron de la mano en la literatura y en la vida”.

Mercader incluyó además varias obras en que aparecen José Martí y Eugenio María de Hostos, dos de los hombres que con su historia y sus ideas inspiraron a Juan Bosch.

Mercader se concentró en los tiempos que vivió Bosch tras la muerte de Trujillo, y la idea de la muestra es dar a conocer la figura del ex Presidente de la República a las nuevas generaciones. “Han pasado 50 años y el objetivo de esta exposición es, ante todo, pedagógico”, afirma.

Bosch y su tiempo es una exposición itinerante, que empezó en la sede central de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), prosiguió en el Gran Teatro Cibao, de Santiago, y ahora espera definir nuevos destinos.

Mercader va en chancletas

La figura de Mercader es inconfundible. Casi siempre va en chancletas y su emblema es un pelo que no se rinde. Sonríe sin parar; sonríe hasta con los ojos. Camina rápido y nunca mira hacia atrás. En su tierra la gente lo mira con respeto y con el orgullo de tener un artista como él caminando por sus calles y dibujando sus huellas en el polvo del camino… como uno de ellos.

Mercader no tiene una casa, Mercader tiene un mundo, rodeado de platanales, de flores silvestres, de mariposas; un lugar lleno de cuadros, propios y ajenos, de recuerdos, nuevos y viejos, y de detalles, con historias y con vida propia. Un mundo del tamaño de sus colores. Sus retratos, caricaturas y paisajes están regados por todos lados, amarrados, sin orden y a la buena de Dios, de unas paredes blancas y enormes por las que cada día pasa el viento que viene de los platanales vecinos y se detiene a saludar.

En un rincón sagrado de su estudio están guardados como un tesoro los dibujos y pinturas de doña Altagracia Jiménez, una profesora de campo que pintaba próceres para mostrar a sus alumnos las caras de la historia; una mujer principal de la que él tomó sus primeros pinceles y sus primeras inspiraciones; su pequeña heroína de las gestas que se libran en la vida cotidiana: su madre.

“Ella era profesora en la escuela de Los Rieles, un lugar por donde una vez pasaba un tren, y dibujaba y pintaba a los Padres de la Patria y a los héroes nacionales para educar a sus alumnos, y yo le tomaba a escondidas los pinceles, los lápices y las cartulinas, y me ponía a pintar”. Así empezó su carrera.

“A mí me fascinaba verla adornando las paredes de la escuela con sus cuadros, y aprendí a pintar mirándola. Si hoy soy pintor y me gustan las artes visuales, eso tiene que ver con ella”, expresa.