XII
La Embajada de la República Dominicana en Francia era en aquella época concurrente con el Reino de Marruecos. Es decir, desde París, el Embajador la representaba ante el monarca marroquí. Esto respondía a una realidad geopolítica bien particular. Las relaciones entre España y Marruecos no son buenas, en parte porque la primera ejerció un protectorado sobre el norte del segundo, pero sobre todo, porque Marruecos le quitó a España el Sahara Español.
Por otro lado, las relaciones entre Francia y Argelia tampoco eran buenas, en razón de la colonización francesa y la guerra de independencia que la siguió. Finalmente, las relaciones entre Argelia y Marruecos tampoco son buenas. La frontera entre ambos países ha permanecido cerrada durante muchos años. Por estas razones, las autoridades marroquíes no aceptarían un embajador concurrente con sede en Madrid.
El Cancelado supo de otro caso similar: En razón de la unificación de España y Portugal en tiempos de Felipe II, entre los portugueses reina una animadversión hacia su vecino ibérico. Es por esto que los portugueses no aceptan un embajador concurrente con sede en Madrid, prefiriendo que los mismos tengan sede en Londres, capital de su viejo aliado británico.
Durante la primavera del 2002, el Embajador De Castro y El Cancelado viajaron a Rabat para organizar la visita oficial que el Presidente Mejía realizaría al Reino de Marruecos. Los detalles de la misma fueron tratados en una reunión sostenida en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Marruecos, presidida por su titular el Ministro Mohammed Benaissa.
Durante el tiempo libre de que disponían antes de volver a París, el Embajador De Castro y El Cancelado aprovecharon para visitar la Kasbah de los Udayas, antigua fortaleza construída durante el Reino de los Almohades.
Allí sucedió un episodio que merece ser contado.
A su llegada, un « guía turístico » ofreció sus servicios a los visitantes. Con mucha amabilidad mostró las murallas de la fortaleza y su patio interior sembrado de naranjos. Pero el hombre sacó los colmillos a la hora de pasar factura. Pidió muchísimos dinares, a pesar de que no se había acordado ningún precio. Cuando el Embajador De Castro le dijo que lo hallaba caro, el guía se subió y empezó a vociferar. « Calma, calma, le vamos a encontrar una salida a esto », le decía el Embajador, palmeándole la espalda con tal fuerza que a cada golpe el hombre – que le daba por el pecho – se estremecía. « Era para que captara la fuerza que puede tener uno de mis pescozones », dijo luego el Embajador al Cancelado.
A continuación le dijo el Embajador: « Vinimos aquí porque el Ministro Benaissa nos dijo que era muy bonito ». Al oir ese nombre, el guía se bajó tan rápido como se había subido.
« Excúsenme, señores, hubo un malentendido, la visita es gratis ». La voz que unos minutos antes era estridente ahora daba trabajo en ser oída.
El Embajador le echó el brazo paternalmente y le dijo:
« No, no. YO quiero darte esta propina, pero no porque tú lo digas, sino porque YO quiero dártela ».
El hombre aceptó, y se fue cabizbajo y con el rabo entre las piernas.
« ¿Cuándo fue la última vez que la simple mención de un funcionario infundió en Dominicana un respeto similar? », se preguntó El Cancelado, mientras le hacía señas a un taxi.
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