SANTO DOMINGO, República Dominicana.- La historia que hoy nos convoca, escrita por Marino Berigüete, va más allá de lo que su título sugiere. En ella su autor nos habla de Melissa, una niña “de ojos muy inquietos”, quien disfrutaba pasar el verano en el campo junto a su abuela y abuelo, y que tenía una especial conexión con este último.
Salían los dos muy tempranito, “a trabajar y recorrer las lomas”. Cuando Melissa tomaba las manos del anciano, notaba que “estaban llenas de callos”. Al observar las palmas de sus manos, ella imaginaba que esos callos “eran como montañas en el llano”.
Abuelo y nieta, cuales cómplices, conversaban acerca de todo mientras contemplaban el entorno. La niña no se cansaba de preguntar, pero su abuelo tampoco de responder.
Un día, al salir en su recorrido en camioneta, vieron unos árboles cortados y tirados en el suelo, y eso inquietó mucho a Melissa. El abuelo Aníbal aprovechó el momento para hablarle de la importancia de cuidarlos, advirtiendo que quienes los talaban indiscriminadamente, estaban cortando sus propias vidas. Al avanzar, encontraron unos árboles frondosos y algunos animales.
Pero lo que más llamó la atención de la niña, fue un árbol “cuyas raíces lucían maltratadas y sedientas” y pareciera estar llorando. Ella “no sabía que un árbol podía morir de pena”, hasta ese momento. Desde ese día Melissa hizo un pacto de cuidar de él, y así lo hizo, pasando de las palabras a la acción.
En su forma clara y fluida de escribir, Marino Berigüete logra hacer empatía con el joven lector, además de concientizarlo. A través del de la personificación de un ser aparentemente inanimado, nos llama a “movernos”.
Con los diálogos entre el abuelo y su nieta, y de ésta y el árbol, nos invita a celebrar y respetar la vida en todas sus formas, a cultivar los valores y principios en la familia, llamándonos a ser proactivos, a ocuparnos en ser parte de la solución y no tan solo en denunciar el problema.