Con el nombre de María se publica en 1867 una novela canónica del Romanticismo. Su autor, el colombiano Jorge Isaacs (1837-1895), es hijo de un judío inglés de Jamaica, que emigró al Valle del Cauca, próspera región de plantaciones de caña. La novela transcurre en una de las haciendas cuya economía se sostenía con mano de obra esclava.
El referente romántico es Atala (1801), de Chateaubriand, novela francesa conocida por el autor y que leerán Efraín y María, los jóvenes enamorados, protagonistas de María, quienes, por ser primos, se enfrentan a impedimentos familiares. Isaacs recibe también la influencia de Pablo y Virginia (1788), de Bernardin de Saint Pierre, el gran éxito del siglo XVIII. En María, como en Pablo y Virginia, los protagonistas crecen casi como hermanos y encuentran obstáculos para su amor: ella debe educarse para ser merecedora de la fortuna heredada y él debe completar su educación para asumir los negocios familiares. Este dilema entre la civilización y el deber, por un lado, y la naturaleza idílica y el deseo, por otro, está ya en el inicio de Atala, que abre esta frase “¡Destino singular es, hijo mío, el que nos reúne! Yo veo en ti al hombre civilizado que se ha hecho salvaje; y tú ves en mí al hombre salvaje, a quien el Gran Espíritu (ignoro con qué designios) ha querido civilizar.”
María alcanzó un éxito solo comparable al de Cien años de soledad, ya que fue traducida a muchas lenguas y leída por varias generaciones. En España, donde se vendió bajo la denominación de “novela americana”, inauguró un subgénero que se complacía con descripciones de la naturaleza exótica por distinta. La primera edición española, con bellas ilustraciones de Alejandro Riquer, constituyó la gran apuesta del editor. Poco después se creó una “Biblioteca de Episodios Americanos”. El novelista José María Pereda recomendó la publicación de novelas hispanoamericanas comenzando por María, que definió en el prólogo como una obra “del género eterno de las que no pasan con las modas”.
Isaacs introducía, además, junto al exotismo de origen romántico, la historia de los esclavos traídos de África. Para evitar anacronismos, hizo coincidir el tiempo del relato con la época anterior a la abolición de la esclavitud. El narrador aclara que el tráfico ya se consideraba un delito en Colombia en 1821, aunque la esclavitud sólo se abolió en 1851. Feliciana, el aya de María, contará la historia de amor de dos jóvenes africanos separados al ser vendidos, Sinar y Nay.
María ofrecía, por un lado, un discurso mitológico adánico, la búsqueda o la pérdida del paraíso, que simboliza la naturaleza frondosa y fragante como escenario a los amores; por otro, trazaba un discurso histórico crítico en el que se percibían los cambios en el país y un orden a punto de desmoronarse. El novelista conoce la ruina, la decadencia de la economía de las haciendas, y participa en la política, en las disputas entre conservadores y liberales influidos por las utopías románticas.
Pese a la amenaza simbólica y constante de la muerte, pese a la evidencia de los amores imposibles, pese a la tristeza que siempre acompañara a Efraín, o precisamente por esto, late en María una verdad viva, la creencia en un mundo idealizado sin preocupaciones ni incertidumbre. María, la joven lánguida y enfermiza, encarna no sólo la felicidad soñada en la infancia, sino también la expulsión del paraíso que, curiosamente dio nombre a la hacienda perdida de la familia Isaacs.