Hay diversas formas de contar, unas más dinámicas que otras. Este es el caso de Marcelín, una historia singular donde las palabras y las ilustraciones coexisten, fusionándose y dándose vida mutuamente.

El autor, el escritor e ilustrador francés Jean-Jacques Sempé, inicia con oraciones breves, planteando el conflicto, si pudiera llamársele así, para luego pasar a las imágenes y viñetas, y volver al texto, convirtiéndose en un todo de constante movimiento.

El personaje principal, un niño llamado Marcelín Cerezo, es también muy peculiar. “Podía haber sido haber sido muy feliz…pero padecía una curiosa enfermedad: se sonrojaba”. Y, “aunque no era el único en hacerlo: ya todos los niños se ponen colorados”, él se sonrojaba sin ninguna razón aparente. Había aprendido a vivir con ello, y hasta se había aislado, ya que estaba cansado de ser señalado por su rostro carmesí.

Sempé posee un estilo narrativo tan particular como esta historia. La misma va creciendo, ya que imágenes, palabras y diálogos se mueven y fluyen a medida que aumenta la intensidad de las acciones. De igual forma, proporciona calma y reflexión, conectándose con el lector, a quien hace sentir parte de ésta. A su vez, se caracteriza por cierto humor filosófico, sin ironía, con una visión optimista de la vida, llamándonos a fluir y avanzar.

Y eso fue lo que hizo Marcelín quien, a pesar de la complicación de su vida, donde se “hacía preguntas, o más bien una pregunta: ¿por qué me sonrojo?”, decidió seguir adelante y dejó de sentirse “desgraciado”.

Pero un día, llegando a casa, escuchó a alguien estornudar desde el cuarto piso del edificio. Se trataba de Renato Piqueras, su nuevo vecino, un niño “encantador, primoroso violinista y alumno excelente” quien, como él, “padecía de una curiosa enfermedad que consistía en estornudar casi todo el tiempo, aunque nunca se resfriaba”. Y surgió el milagro.

En palabras del autor: “No. Nadie los curó: ni genios, ni hadas, ni médicos eminentes.” Fue su amistad a prueba de diferencias, de sonrojos y estornudos. Juntos compartían y se admiraban mutuamente, la destreza musical del uno y la habilidad deportiva del otro.

Aprendieron a vivir con las interrupciones del rostro colorado y el “achsss” inoportuno. Se aconsejaban, jugaban a las escondidas en el parque los sábados y domingos, pasaban días estupendos. “Eran amigos de verdad, se gastaban bromas…pero también podían estar sin jugar ni hablar, porque nunca se aburrían juntos”.

Las cosas iban así hasta que un día Marcelín no escuchó a su amigo estornudar al llegar a casa. Se enteró por su madre que se había mudado y le dejó una carta, con la nueva dirección. Pero pasaron los días, meses y años y no volvieron a verse.

Marcelín hizo otros amigos maravillosos, creció y se hizo mayor. Seguía con el rostro colorado. Se convirtió en “un señor muy ocupado que andaba en coche, avión y ascensor”. Pero una mañana, mientras esperaba el autobús bajo la lluvia, escuchó un fuerte estornudo entre la gente y luego se escucharon más fuertes los apellidos: ¡CEREZO! y ¡PIQUERAS!

Se pusieron al día con sus respectivas vidas y cambios, y acordaron planes. Volvieron al parque y “se dedicaron a hacer extravagancias que a las demás personas le parecían chocantes como adultos”.

La historia de Marcelín es cálida y fluida como los trazos de sus ilustraciones pero, sobre todo, es humana, sencilla y profunda a la vez.

Sempé relata en tercera persona, aunque por momentos se dirige al lector diciendo: “podía contarles…lo he intentado de veras…o no hace falta decirles…”  como si lo estuviera viendo y quisiera su opinión. De esta forma, logra engancharlo e impide que suelte el libro hasta terminarlo de una vez. Pero no solo interactúa con las palabras, lo hace con sus expresivos y detallados dibujos, trazados en tinta negra que hablan por sí solos, con solo la nota de color vivo del rostro enrojecido de Marcelín Cerezo.

Este libro es una obra de arte en todo el sentido de la palabra. Es una celebración a la buena lectura y a la amistad verdadera que trasciende el tiempo y el espacio. Es una invitación a valorar lo que somos, lo que tenemos, las cosas simples de la vida, a ser resilientes y también a volver, “los sábados y domingos…a gastarse bromas…a estar sin hacer nada, hablando o sin decir nada, porque los buenos amigos, jamás se aburren juntos”.

Texto original francés Marcellin, de Jean-Jacques Sempé, Éditions Denoël 1969,1994.

Traducción Miguel Azaola, 2016, Blackie Books