«Un escritor notable. Su importancia para la cultura dominicana se encuentra tanto dentro como fuera del texto literario. Ha andado el país entero promoviendo figuras. Es el hombre más bondadoso que he conocido y el que más ha divulgado el trabajo ajeno. No ha existido un escritor de valor que no haya sentido en algún momento su mirada generosa. Posee una formación profesional, una gran sensibilidad y un potencial de lecturas. No elogia por elogiar. Conoce el valor de una obra literaria». Este extracto del discurso pronunciado por José Enrique García en el homenaje que le tributaron a Mora Serrano o Manuel María Mora Serrano, que es su verdadero nombre, en la VIII Feria Internacional del Libro, celebrada en el mes de abril de 2005, es la definición más exacta que hemos podido encontrar sobre su persona.
Nació el 5 de septiembre de 1933 en Pimentel (Barbero), pueblo definido por él como una aldea comercial de la provincia Duarte, con ínfulas burguesas, cuyo entorno el poeta Domingo Moreno Jimenes describió como una calle larga larga llena de comercios. Su padre, Manuel María, nunca asistió a la escuela; era un autodidacta; contrario a la madre, María Ofelia (doña Fella), que era maestra rural, y la escuela donde impartió docencia en Campeche hoy lleva su nombre. Doña Fella fue quien despertó la vocación literaria del hijo al narrarle la Biblia, la vida de sus extraordinarios personajes que dejarían encandilada la mente del niño y lo motivarían a profundizar en un hombre llamado Jesús, El Cristo, a partir de lo cual escribiría los primeros versos con pasión. Era tanto su efluvio poético que intentaba plasmar su inspiración en el aire. Su abuela paterna, Cecilia Jiménez Arnaud, decía que se estaba volviendo loco, loco, porque sólo un loco podía tener la costumbre de escribir en el aire como si fuera un pizarrón. «Esos fueron mis primeros pinitos líricos», nos afirmó Mora Serrano o Manolito como le llamaban sus amigos. Pero se trataba de pinitos líricos en medio de un ambiente asfixiante, enrarecido por una dictadura que sometía al pueblo al más absoluto oscurantismo. Y si como también expresara Domingo Moreno Jimenes, que las noticias literarias del exterior tardaban años en llegar; en las comarcas rurales como Pimentel, en la Era de Trujillo, tardaban siglos.
Mora Serrano se había formado leyendo a poetas de segunda o tercera categoría, esos versificadores fáciles, lacrimosos como Colón Echavarría, y gracias a los más elaborados, como el insigne Fabio Fiallo, adquirió afición a la retórica romántica. Encontrar un libro de, por ejemplo, Pablo Neruda, por demás prohibido, igual que los de su conciudadana Gabriela Mistral, era un descubrimiento que bien podría conducirlo a la cárcel. Fue en la universidad cuando vino a descubrir Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, y en vez de la cárcel, por suerte encontró el oasis de esos versos deslumbrantes, salido de la fragua de un verdadero poeta. A diferencia de Manolito, un vate menos afortunado sería Rodolfo Coiscou Weber, que duraría un año preso sólo porque la seguridad del Estado encontró en su librería de la calle Arzobispo Meriño un texto de Gabriela Mistral.
De la mano de doña Fella, Mora Serrano completó su ciclo de estudio a temprana edad, hecho poco común en la Era. Cursó los grados iniciales en la Escuela Primaria Rural de Campeche, los secundarios en la Ulises Francisco Espaillat de Santiago y en la Normal Ercilia Pepín de San Francisco de Macorís. Concluyó el bachillerato a los dieciocho años. Después ingresó a la Universidad de Santo Domingo, donde se graduó de doctor en derecho en 1956, con apenas veintitrés años. ¡Tenía un futuro brillante, no sólo por su enorme talento, sino porque además existía una gran necesidad de profesionales en el país! Sin embargo, como no se adhirió de manera militante a la dictadura (en su fuero interior era antitrujillista), su desempeño en la vida pública sería limitado. En 1958 lo nombraron fiscalizador del juzgado de paz de Pimentel, función que ejerció también en Villa Altagracia y en Mao, Valverde. A esta última ciudad llegó en el verano de 1959, y un día conversando con Darío Tió Brea, su compañero de estudios, le preguntó sobre los poetas maeños. Existe el laureado Juan de Jesús Reyes, le respondió. Aunque Manolito vivía frente al Hospital Luis L. Bogaert, en la actual calle Duarte, bastante cerca del poeta, lo de laureado le pareció propio para algún rimador provinciano y él estaba, en esa época, en plena rebeldía contra la rima, tanto que había publicado un artículo sobre la crisis mundial de la poesía. Por tanto no le interesó contactarlo. Como la biblioteca estaba en la sede del Partido Dominicano, situado frente al Tribunal, un día cruzó para ver los libros, y lo recibió Clemente Damico Reyes, hijo del poeta. El joven le mostró un folleto de su padre. Grande fue la sorpresa de Manolito al advertir que se trataba de un verdadero poeta, acaso el maeño más ilustre como se le consideraría, cantor de la Barranquita. «Cuánto tiempo perdí en conocerlo», se lamentó. Inmediatamente entabló amistad con el poeta, y llegaron a ser íntimos amigos. Tomaban vino criollo en la casa de don Juan, y cuando cobraban iban a la Barra Kim, próximo a la casa del poeta, donde «un día me di un jumo tan grande que don Juan tuvo que llevarme». Mora, en el prólogo a La atesorada luz poética (2009), estudio sobre la obra del bardo maeño a cargo de Francisco Almonte, afirmaría que Juan de Jesús Reyes nació artista. Tuvo el don de la palabra musical y el misterio de la poesía. Supo hacer versos y supo hacer poemas y, como dijera su hijo Parmenio en La leyenda del niño perdido, no hay una sola grosería ni un desliz pornográfico en su obra. Poeta de altura, decidor galante, autor de metáforas e imágenes plásticas.
Desde temprana edad, como vemos, la literatura ocupó uno de los principales puntos de interés de Manolito, y con el pasar de los años se convertiría en su única ocupación, puesto que de su profesión terminó asqueándose ante tanta corrupción que en ella se practicaba. Como literato formado en la escolaridad trujillista, en sus comienzos, rechazó los versos libres, modernos y vanguardistas de Moreno Jimenes. Paradójicamente, su padre, ignorante en materia literaria, fue quien le razonó, pueda que los versos de Moreno carezcan de rima, pero tienen poesía por dentro. En efecto, así lo reconoció en medio de su rebeldía y expresó: «Desde entonces me di a buscar esa rima interior que debía tener la poesía verdadera». Con posterioridad se convirtió en el más importante crítico y difusor de la obra de Moreno y su movimiento Postumista. Junto a su coetáneo Francisco Nolasco Cordero (el Vate), entre otros, se reunía en el parque de Pimentel, a la hora del crepúsculo, a recitar y a comentar textos. De estas reuniones surgió la idea de crear un minúsculo periódico llamado La deportiva, que tuvo corta duración. Nolasco Cordero y Manolito vivieron juntos en Ciudad Trujillo cuando eran estudiantes universitarios, y compartían la bohemia, las noches de farra y los versos. La solidez de su amistad («donde estaba uno estaba el otro como una metáfora de la cotidianidad», escribiría Heddel Cordero) sólo la rompería la muerte del Vate ocurrida el 19 de junio de 2007. En ese entonces, Nolasco, que escribía sobre los polvorientos exhibidores de su vieja tienda de repuestos en su pueblo, con la eterna botella de licor en el bolsillo, ya había dejado su nombre enmarcado en oro en la historia de la literatura dominicana gracias a un libro de poemas y seis novelas, entre las cuales, Tu sombra3 (1982), mereció el Premio Siboney, equivalente al Nacional de hoy. Manolito, al pie de la última morada, lo describió como un hombre de pasiones y convicciones tajantes y absolutas. «Si hubiera una forma de describirlo con una palabra diría que fue enfático […].Una cosa le vamos a prometer al Vate […]: no descansarás en paz. Te moveremos los huesos hablando de tus libros y tus cosas, como a ti te hubiera querido» (Revelaciones de Pimentel, Santo Domingo, Editora Búho, 2008, p.16).
En los años 50, el autor de Tu sombra3 formaba parte de la Asociación de Jóvenes Amantes de la Filosofía, que a veces utilizaban como punto de encuentro el Instituto de Cultura Hispánica. Mora Serrano asistía a los debates, y se mostraba en desacuerdo con los temas abstractos y metafísicos que imperaban, «pues aunque hoy a los contertulios de Nolasco Cordero les debo mi interés por los temas filosóficos, como poeta popular me interesaban más los de amor, los del paisaje nacional, el uso del verso libre y las premisas postumistas de cantar lo nuestro». Con esta concepción escribió el poema titulado El camino de las sombras…Yo hablo del río que es una culebra flaca/escamada verde/ escurriéndose entre las barrancas./ Hablo de este mismo río creciéndole la barba en la montaña. Se lo mostró a Franklin Mieses Burgos, considerado el non plus ultra de lo poetas dominicanos y el rector elegido por los versificadores bisoños para legitimarles la condición de Graduado de poeta. Así fue, Mieses Burgos, al leerlo, lo bendijo: «Ya eres poeta», y le indicó que fuera al periódico El Caribe y se lo entregara a Rafael Herrera para que apareciera publicado por primera vez un trabajo del hijo de doña Fella. A partir de ese momento no dejaría de escribir y publicar poemas y artículos en revistas y en diarios, pero a diferencia de Nolasco Cordero que editó Caricias de lumbre en 1961, Manolito, aun sintiéndose tentado, no se animaría a publicar un poemario en la Era de Trujillo.
En enero de 1961, junto a su inseparable Vate y al poeta Elpidio Guillén Peña, fundó La Sociedad Literaria Amidverza (amigos de la verdad y la belleza) y meses más tarde editaron la revista homónima, de la cual sólo dos números verían la luz.
Influenciados por la moda de los ismos, se aventuraron a crear el Suprabismo, únicamente suscrito por Mora Serrano y Nolasco Cordero; los demás permanecieron paralizados por el atrevimiento. Según Manolito, el Suprabismo es la combinación de lo más alto (supra) y lo más hondo (abismo), cuya realidad resultante debía ser destruida en cada verso. Este movimiento vanguardista, de vida efímera, tuvo su manifiesto publicado en El Caribe.
El binomio Mora-Nolasco, en su importante labor cultural, no tuvo serios percances porque siendo amigos de la verdad y la belleza esquivó todo enfrentamiento con la dictadura. Lo mismo hicieron los integrantes de la Poesía Sorprendida, movimiento innovador surgido en 1943, que en la ruta de la evasión se inspiraron en lo onírico y lo simbólico. Los sorprendidos trascendieron tanto como los postumistas, y no incurrieron en los riesgos de Héctor Incháustegui Cabral, que antes de transformarse en un conspicuo colaborador del Jefe, escribió Poemas de una sola angustia (1940), de contenido social, ante lo cual le advirtió Domingo Moreno Jimenes: «Has publicado un libro peligroso, pues repites mucho la palabra pobre». Otros libros peligrosos fueron la novela Over (1939) de Ramón Marrero Aristy, La mañosa (1936) de Juan Bosch y el poemario Órbita inviolable (1953) de Alberto Peña Lebrón. Los que sí traspasaron los límites fueron los poetas de la generación del 48, Víctor Villegas, Abelardo Vicioso, Abel Fernández Mejía y Rafael Valera Benítez. Aunque en sus versos aparentaban perderse en el tiempo, en la nostalgia y en el olvido, conspiraron contra el régimen y salvaron sus vidas de milagro. Una suerte diferente corrió uno de sus condiscípulos, Juan Carlos Jiménez, a quien desparecieron en 1960. No obstante sus poemas evasivos, estos escritores tienen el mérito de preservar su independencia estética, para vergüenza de los oficialistas Tomás Hernández Franco, Joaquín Balaguer, Manuel A. Peña Batlle, Osvaldo Bazil, Emilio Rodríguez Demorizi y Pedro René Contín Aybar. Este último el Sainte Beuve de la Francia de Honorato de Balzac, o sea el crítico literario de más autoridad. Por fortuna, estas fracturas políticas en la cultura comenzaron a extinguirse la noche del 30 de mayo de 1961 tras ser descabezada la tiranía y la República iniciar una nueva etapa histórica.
Manolito entonces empezó a desenvolverse en un ambiente desbordado de ideales de todo tipo e influenciado de forma avasallante por la Revolución Cubana y su intento de politizar la literatura mediante el realismo socialista. Con justeza, Pedro Conde afirmó que los poetas, narradores y artistas plásticos que salieron a la luz pública, asumieron un compromiso a voces con la sociedad: comprometieron el arte y la vida, se declararon solidarios con la humanidad doliente (Ecos, año2, Santo Domingo, Editora de Colores, S.A, 1994, No.3, p.129). Mora Serrano, siendo uno de esos solidarios, se convirtió en simpatizante del socialismo y del 14 de Junio de Manolo Tavárez Justo. Con el seudónimo de Mal Fidenis, dado su condición de Juez de Instrucción, pues a los miembros de la justicia les estaba prohibido el espacio público, escribió y colaboró con el 1J4 en su programa La voz del progreso, transmitido por una emisora de San Francisco de Macorís. Su nueva visión estética lo motivó a escribir el poema Un nuevo padre nuestro…Señor, que los bienes del mundo/ sean para todos los hombres./Que no permitas que en la tierra/ exista un solo ser humano/ que duerma sin techo y sin pan./Y si esto no lo puede tu omnipotencia,/ me das el valor de negarte, Señor.
Como simpatizante del 14 de Junio, representante de los más genuinos intereses del pueblo, se oponía a la Unión Cívica Nacional (UCN), organización de la oligarquía criolla, orientada por Estados Unidos, que se encargaría de expropiar los bienes de Trujillo para facilitárselo a los financiadores del partido, forjadores de la burguesía dominicana.
Mora Serrano veía satisfecho el auge de los libros prohibidos, de los recitales, tertulias, obras teatrales y sobre todo de la poesía social liderada por Hay un país en el mundo (1949) de Pedro Mir, recién regresado del exilio en Cuba. Y aun vitoreando las nuevas agrupaciones y revistas literarias como Arte y Letras o Brigadas Dominicanas de Aída Cartagena Portalatín, Testimonio de Luis Alfredo Torres y Arte y Liberación de Silvano Lora, se mantendría en su núcleo Amidverza de Pimentel. Como muestra de su influencia y prestigio en la comunidad, lo eligieron presidente del Club Pimentel Inc., al frente del cual eliminó el sistema excluyente de seleccionar a los miembros y le permitió al pueblo participar en los actos públicos. Asimismo logró que el 14 de junio de 1962, el ayuntamiento honrara la memoria de Tonino Achécar Kalaf, héroe y mártir de Constanza, Maimón y Estero Hondo, rotulando con su nombre la calle que le vio nacer. Era la primera vez que se homenajeaba a un expedicionario antitrujillista.
En septiembre de 1963, renunció como juez de instrucción en San Francisco de Macorís en protesta al golpe de Estado propinado por los cívicos y Norteamérica contra Juan Bosch, y decidió mejor dar clases de literatura y gramática en el Liceo Secundario Agustín Bonilla de Pimentel y ejercer su profesión de abogado. En medio de la tensión generada por el golpe, se casó con Josefina del Pilar, la mujer que más amó en la vida, y con quien procrearía a Taiana, Odaína, Maricécili y Ana Patricia, que junto a cuatro hijas más que Manolito había tenido (Miguelina, Fanny, Emelinda y Cecilia), sumarían ocho las mujeres herederas de su legado.
Aunque no figuraba oficialmente en el 1J4, la seguridad del Estado había descubierto su filiación, y en los aniversarios del partido siempre iban a apresarlo sin éxito. En el transcurso de la Guerra de Abril de 1965, en el mes de mayo salió de Pimentel y visitó de rutina a San Francisco de Macorís. Sus enemigos políticos mintieron al afirmar que lo habían visto conversando en el parque con César Reyes Kundhart, catorcista buscado por los golpistas. Apoyándose en esa calumnia, a los pocos días la policía lo detuvo en Pimentel y lo trasladó a una prisión de San Francisco de Macorís, donde por desgracia coincidió con bandidos, que en su calidad de Juez de Instrucción, había encarcelado. Alegres, frotándose las manos exclamaron a viva voz: «A usted, juez nos los trajo aquí la Virgen de la Altagracia.—Y sin dejar de incendiarlo con las miradas añadieron—: Aquí usted va a pagar todas las que nos ha hecho». En el momento en que se disponían a lincharlo, otro bandido, el temido Escopeta, a quien Mora había tratado con amabilidad, los detuvo espetándoles con voz autoritaria: «¡Cuidado con ponerle la mano a este hombre; que a los sabios no se le maltrata, ¿okey?!» Esa intervención le salvó la vida.
En la cárcel también se encontró con su compueblano Nelson Duarte, hermano de la reconocida socióloga Isis Duarte. Encerrado por haber estado en la zona constitucionalista, Nelson se unió a Escopeta en la protección de Manolito. Finalmente, gracias a las gestiones del personal de los derechos humanos de la OEA, en el mes de junio lo liberaron, igual que a Nelson. Desafortunadamente a Nelson lo fusilaron semanas más tarde en las afueras del presidio, acusado falsamente de participar en un enfrentamiento en el que murieron dos agentes. Este suceso lo narraría Mora en su novela Juego de dominó (Santo Domingo, Editora Taller, 1974, p.122, 2005), como un homenaje al arrojo y valentía de Nelson Duarte.
La imposición de Joaquín Balaguer en las «elecciones» de 1966 tras el fracaso del movimiento constitucionalista a causa de la intervención armada de Estados Unidos, no fue del agrado de Mora Serrano. En los meses siguientes, como era su costumbre, manteniéndose en su Amidverza de Pimentel, no se sumó a los activistas literarios de Santo Domingo que, tratando de no zozobrar en el mar de leva neotrujillista de reciente irrupción, se reagruparon con los mismos ideales patrióticos y nacionalistas del Frente Cultural Constitucionalista. Así nació El Puño encabezado por Miguel Alfonseca, Ramón Francisco, Iván García, Enriquillo Sánchez, Marcio Veloz Maggiolo, Antonio Lockward Artiles y René del Risco, este último considerado por Pedro Conde como el más dotado de los insurgentes del 60. Moriría trágicamente en la navidad de 1972. Casi al mismo tiempo que El Puño, se fundó La Máscara, única organización que en vez del marxismo-leninismo, comulgaba con el cristianismo, razón por la cual a sus miembros los tildaban de pequeños burgueses acomodados. Sus integrantes eran Héctor Díaz Polanco, principal ideólogo; Lourdes Billini, Aquiles Azar y Freddy Ginebra, creador de Casa de Teatro y del concurso homónimo de cuentos que serviría de base para la promoción de jóvenes narradores. Por divergencias ideológicas en El Puño, Antonio Lockward, el más radical, renunció y fundó La Isla. El nombre honraba al poeta dominico-haitiano Jacques Viau Renaud y perseguía quebrar el distanciamiento existente entre los dos pueblos que ocupan la antigua Española. A Lockward se le unieron Pedro Caro, Wilfredo Lozano, Norberto James, Jimmy Sierra, Andrés L. Mateo y Rutinel Domínguez. En 1967, motivados por los reagrupados, surgió La Antorcha, integrada por Rafael Abreu Mejía, Enrique Eusebio, Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa y Mateo Morrison, fundador en 1979, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, del Taller Literario César Vallejo, pionero en el país por su carácter institucional y por haber sido el punto de partida de la importante generación de los escritores del 80. Enrique Eusebio, Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa y Mateo Morrison se unieron en los años 70 con Norberto James, Andrés L. Mateo y Wilfredo Lozano; y con los emergentes, Tony Raful, Federico Jóvine Bermúdez, Luis Manuel Ledesma, Miguel Aníbal Perdomo y Radhamés Reyes Vásquez. Ellos fundaron la Joven Poesía, que tuvo como principal fuente de difusión el Suplemento literario Aquí, dirigido por Mateo Morrison para el diario La Noticia. Los últimos grupos en crearse fueron el Bloque de Jóvenes Escritores liderado por Diógenes Céspedes, y La Roca, por José Rafael Lantigua.
Por otra parte, Mora Serrano sería de los primeros poetas que empezarían a alejarse del marxismo-leninismo, ideología que incluso los conducía a confundir la lírica con la denuncia social y a pensar, erróneamente, que colocando la palabra pólvora en los versos, se avanzaba en el proceso revolucionario. Se convencería, antes de la caída del comunismo, que el arte poseía su propia realidad, su propio lenguaje, que obedecía a sus leyes internas, y que el único compromiso del escritor era con la literatura y no con la ideología ni con los dogmas de los Estados socialistas. Uno de sus últimos trabajos marxista fue el poema Canto al Che (1968)…Te veo entre la selva tupido de poderes, mago revolución./ Te veo asesar entre los cerros con el pecho traspasado de ambición/ soñando otra Sierra Maestra para hacer las vigas del mañana…¡Ay Che Guevara Señor nuestro de Revolución que estás en la historia!/ Danos el vívere nutriente que dé la fuerza de la victoria…/Desde aquí te canto, y pensando en tu destino delirante/ me cuadro, saludo y te digo: mi Che Guevara, ordene, Comandante. En 1969 inició su labor de periodista con la columna Revelaciones en el vespertino El Nacional, dirigido por su íntimo amigo y paciente corrector Freddy Gatón Arce. Revelaciones lo convertiría en un escritor popular, en el referente por excelencia, según Denis Mota Álvarez (Hoy, suplemento Areito, 7 de noviembre del 2008), que exalta, a partir de ese momento y hasta entrados los años noventa, la literatura de provincia y enfrenta de manera sistemática —siempre en forma caballerosa— a quienes ejercen la literatura y el trabajo cultural de manera excluyente. Revelaciones y las páginas del suplemento del periódico El Caribe serían el ágora y la tribuna para el lanzamiento al ruedo literario de muchos jóvenes que luego se transformarían en consolidados poetas y narradores.
La exaltación de la literatura de provincia, acompañada siempre de un peregrinaje literario por el interior del país orientando a los escritores en ciernes, organizando tertulias y encuentros, eran para Mora Serrano una manera de expresar a voz en cuello, los escritores de las provincias también existían. El cuentista Noé Zayas, director del teatro CURNE-UASD, de la editora Ángeles de Fiero y ganador del Premio Nacional de Cuentos 2005, afirmó que todas las actividades literarias de importancia en San Francisco de Macorís fueron motivadas por Manolito. Él le impregnó a la juventud una nueva manera de mirar las letras nacionales y una sensibilidad diferente para abordar la literatura y sus temáticas.
Esa otra sensibilidad la sintetizó el poeta francomacorisano Cayo Claudio Espinal en su texto lírico de singular valor histórico Banquetes de aflicción, Premio Siboney del año 1979.
En su lucha los escritores de las provincias también existían enfrentó en 1976 a la Joven Poesía porque, monopolizando la cultura revolucionaria y el acceso a los medios de difusión capitalino, marginaron a los autores del interior en el primer Foro Internacional de Joven Poesía. Gracias a ese incesante batallar, el Ministerio de Cultura integraría a sus actividades no sólo a los escritores de provincia, sino también a los de la diáspora. Los de provincia, en los años 70 formaron el Grupo de Escritores del Cibao liderado por el propio Manolito, Bruno Rosario Candelier, Pedro Pompeyo, Pedro José Gris, Sally Rodríguez (seudónimo puesto por Mora a María del Carmen Rodríguez), el inolvidable Nolasco Cordero, Héctor Amarante y Rafael Castillo. Ellos recibieron el apoyo y la orientación de Freddy Gatón Arce y Alberto Peña Lebrón. Entre los fabuladores del grupo, Pedro Camilo, médico de Salcedo, ganaría en 1994 el Premio Nacional de Cuentos con el libro Ritual de los amores confusos. Según él, sin el estímulo de Mora Serrano, yo no hubiera experimentado la vanidad que, en el inicio, me hizo escribir cuentos a pesar de las múltiples tareas que mi profesión de médico me exigía; y […]más tarde, sin los acicates del autor de «Goeiza» tampoco yo hubiera tenido el coraje –ya no la vanidad– para empeñarme en leer algunos de los escritores que me sugerían el propio Mora Serrano y don Alberto Malagón, profesor de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, UASD (Tertulia en el pabellón del Escritor Dominicano con el Taller Literario «Triple Llama», de Moca, Feria del Libro 2012).
Entre 1960 y 1970, Mora Serrano y el resto de los intelectuales del continente fueron sorprendidos por el fenómeno literario del Boom latinoamericano encabezado por Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Estos grandes novelistas revolucionaron el arte de narrar. El mundo, que tenía los ojos puestos en Latinoamérica debido al auge de la Revolución Cubana, los fijó en ellos y vitoreó sus obras vanguardistas. Cien años de soledad de García Márquez, La ciudad y los perros de Vargas Llosa, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y Rayuela de Cortázar se publicaron por primera vez en Europa con un éxito impresionante. Necesariamente este fenómeno iba a producir cambios en Manolito, que se reflejaron en 1973, en su columna Revelaciones: en un artículo titulado Su majestad la prosa, anunció su renuncia a la poesía como forma de expresarse, pues consideraba que no había escrito ninguna obra notable y curiosamente podía expresarse mejor y tener más rico vocabulario ejerciendo la prosa. Algunos amigos lamentaron esta decisión porque a partir de entonces dejó de verse a sí mismo como poeta.
Aunque en ese entonces fue que seleccionó la prosa, su afición por ella no era nueva, pues según nos expresó: «Mi primera novelita la escribí en la escuela, era la historia de un pelotero fabuloso llamado Mickey Kluklantle, que a la vez era un ídolo en el béisbol imaginario que yo jugaba con mis parientes, entre ellos Mendy López. Hacíamos campeonatos lanzando bolitas de papel en una cartulina que tenía dibujado un play, llevábamos los scores y los récords de nuestros beisbolistas imaginarios. Una vez escribí una pequeña comedia que se representó en el teatro del pueblo. Mi segunda novelita fue Boby y Eldita, donde relataba los amores de unos amigos míos. Mamá era una lectora voraz de novelas rosas. Yo leí muchas de esas novelas tanto en revistas como en libros».
Un año después de su renuncia a la poesía publicó su primer texto narrativo, Juego de dominó, antes mencionado. Para entonces tenía 40 años. ¿Por qué tanta tardanza en publicar? ¿Era que se había dejado seducir por el periodismo, que como decía Gabriela Mistral era la tumba del escritor? No lo creemos. La realidad es que para un autor sobrevivir dignamente en una nación en crisis permanente como República Dominicana tiene que mantenerse del pluriempleo, el cual termina consumiéndole el tiempo útil, y más aún si es como Manolito, responsable de una familia larga. Y ya nadie en el país emulaba a Domingo Moreno Jimenes y a Juan Sánchez Lamouth, que prefirieron morirse de hambre con tal de convertirse en poetas de oficio.
Juego de dominó, llamada noveleta por su autor y por otros novela breve; catapultó a Mora Serrano a la cima de la narrativa criolla. Algunos apreciaron cierta influencia de Conversación en la catedral (1969) de Mario Vargas Llosa, pues en ambas dialogaban los personajes de las historias. No obstante el estilo de los dos autores es totalmente distinto. El de Manolito apuesta a lo clásico y el del peruano a lo experimental. Asimismo llamó la atención el hecho de que en Juego de dominó el universo se agota en una partida de ese juego y en el Ulises de Joyce en veinticuatro horas. Ante estas similitudes, Manolito opinó que le resultaba difícil determinar las influencias de otros autores, porque después de uno leer escritores buenos y malos es cuando viene advertir qué particularidades del uno y del otro han hecho empatía con nuestro estilo. Yo empecé como todos, leyendo novelas rosas, policíacas, de aventuras y las poesías que caían en mis manos, luego las novelas de Tolstoi y de Dostoievski sobre todo, pero no me considero influenciado por ninguno de los dos.
En Juego de dominó, por medio de un narrador protoplasmático, el autor refleja sus simpatías por la revolución, e incluso dedica la obra a Caamaño y a Juan Miguel Román, personajes emblemáticos, en especial, Caamaño, de la violencia revolucionaria de los años 60 y 70. Es en verdad la última narración de corte marxista de Manolito, interpretada por varios críticos como una provocación política debido al clima de represión de los tristemente recordados doce años de Joaquín Balaguer. Se dijo que en San Francisco de Macorís los contados reformistas que había, afirmaban, a voz en cuello, que a Mora Serrano había que darle una pela por fresco y trascendío.
De las historias narradas en Juego de dominó con colores muy dominicanos, la del intento de ataque al pueblo de Pimentel durante la Guerra de Abril con la ayuda de combatientes de la zona constitucionalista, determinó el desenlace del conflicto planteado en la novela. Este parecer, sin embargo, no coincide con el del presentador de la obra, Alberto Peña Lebrón, pues según él, Mora Serrano, intencionalmente, no ha querido exponer una trama determinada, ni narrar un hecho específico, ni desarrollar un proceso psicológico, sino mostrar una realidad vital, un áspero fresco de nuestra existencia colectiva, en el cual aparecen operando las fuerzas históricas que configuran nuestro ser: los intereses económicos, la rígida estructura social, el militarismo retrógrado, el oportunismo político; articuladas entre sí, presionando y condicionando la penosa evolución de una sociedad inmersa en tradiciones y costumbres seculares (Mythos, Juego de dominó, Santiago de los Caballeros, Diseño Editorial, julio del 2004, p.7).
En los años 70, el mundillo literario criollo fue sacudido por el movimiento poético Pluralista de Manuel Rueda, al que Mora Serrano y demás escritores del Grupo del Cibao apoyaron, pero en una entrevista que le hiciera Luis Alfredo Torres para su columna periodística, Manolito advirtió premonitoriamente que ese movimiento, como todos los de vanguardia, apenas haría algún aporte a la literatura. La Joven Poesía, por el contrario, lo combatió realizando el Foro Internacional antes comentado. Uno de los jóvenes poetas, Tony Raful, consideró al Pluralismo, frente estético de la burguesía […] y el reinicio de una vieja batalla contra la poesía de contenido social, que Rueda traía en sus alforjas intelectuales, dolido por su exclusión del movimiento social de los años 60 (Lo social en la poesía dominicana, Colección Vetas Separadas, Santo Domingo, Editora Búho, noviembre de 1997, p.16).Curiosamente otro miembro prominente de la Joven Poesía, Alexis Gómez Rosa, con ideas diferentes, apoyaría a Rueda. Sus excompañeros lo consideraron un arribista literario. De cualquier manera, al decir de Pedro Conde, en el plano local el Pluralismo, a pesar de su origen relativamente espúreo, fue una saludable reacción contra el alto nivel de envenenamiento ambiental producido por tanta escritura de vuelo rasante, la misma que ya amenazaba eternizarse en textos de poetas que parecían haber sido viejos desde jóvenes (Cfr.Ecos,p.133).
En esos años, el autor de Juego de dominó vio con agrado la llegada al país, procedente de Canadá, de su amigo italiano Giovanni Di Pietro, hombre de letras (Ph.D. McGill University), antiguo profesor de literatura italiana en Concordia University y en Queen’s University. Di Pietro leería prácticamente toda la producción novelística y un tanto la poética criolla y publicaría la crítica más completa sobre la literatura dominicana. En la Feria del Libro de 2009, Manolito lo acompañó, en ocasión del homenaje que le rindiera la Secretaría de Estado de Cultura, designando con su nombre una calle del recinto ferial. Actualmente reside en Puerto Rico, donde dio por terminado su trabajo crítico por razones biológicas y le pasó la antorcha al destacado ensayista, poeta, narrador y catedrático Alex Ferreras.
En 1977, Mora Serrano publicó el ensayo didáctico para el último curso del bachillerato, Español 6: literatura dominicana e hispanoamericana, de Disesa (Madrid, España). En el orden político, al año siguiente sintió un gran alivio por la derrota electoral de Joaquín Balaguer y el ascenso al poder del candidato perredeísta Antonio Guzmán Fernández, ya que significaba el resurgimiento del clima de libertades propicias para el desarrollo del arte. La victoria de Guzmán coincidió con la selección de Manolito, por parte de un grupo de personalidades de San Francisco de Macorís, como rector del centro superior de estudio en formación, Universidad Nordestana (UNNE), que luego se llamaría Universidad Católica Nordestana (UCNE). Sin embargo, renunció al poco tiempo por no estar de acuerdo con la implementación de las carreras tradicionales, en lugar de las agrícolas que impulsarían el desarrollo regional. En 1980 alcanzó su consagración definitiva en la literatura dominicana con la publicación de la novela Goeiza, ganadora del Premio Siboney de ese año. Originalmente con esta obra deseaba rescatar las tradiciones criollas en peligro de extinción debido a la carencia de textos sobre el tema. Pero en la medida en que fue sumergiéndose en el trabajo, los personajes fueron adquiriendo independencia, y terminó creando un mundo mágico compuesto por una doble sociedad, una ficticia formada por descendientes de ciguapas, y otra utópica o mítica formada por ciguapas en la soledad de las montañas del oriente nordestano del país, y con ella logró el producto novelístico más coherente y hermoso de la imaginación nacional (Bruno Rosario Candelier, La imaginación insular, colección ensayo No.6, Santo Domingo, Editora Taller, 1984, pp.150,151).
En Goeiza sí hay influencias de otros autores, admitió Manolito, como las de Rueda y su Pluralismo, perceptibles en el uso de bloques de diálogos, y de referencias a los clásicos griegos, e igualmente a Shakespeare y Faulkner. «Releí a Homero y a Virgilio y sobre todo a los trágicos, en especial a Eurípides y Sófocles, que me fascinan».
A las consideraciones del notable narrador, Manuel (Doy) Salvador Gautier, de que Goeiza es un canto a la poesía, y de Roberto Fernández Valledor, de que es una parcela griega esencialmente dominicana, agregaríamos que pudiera catalogarse como nuestro Ulises debido a los múltiples recursos utilizados, entre los cuales el menos destacado por la crítica es el de las fábulas de Esopo, reflejado en el personaje del cuervo charlatán, Vocerío, mensajero de Domitila la ciguapa. Vocerío actúa hasta como espía…«¿Te das cuenta que siempre hay testigos. Por eso te dije que estábamos condenados. Le contará todo a mamá Domitila. Vocerío no es cualquier animal. Es el más alto funcionario del Tribunal Supremo, El Gran Acusador» (Segunda edición de Goeiza con el título El ángel plácido, Santo Domingo, colección Santuario, 2009, p.324). Goeiza concluye los trabajos que sobre la ciguapa realizaron Javier Angulo Guridi, Ricardo Sánchez Lustrino, Alfredo Fernández Simó y Juan Bosch.
En la década del 80, Manolito, con estupor, vio caer repentinamente el bloque socialista y de paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En un principio no vislumbró el terrible daño que le haría a la humanidad y en especial a la cultura universal, independientemente de su ya renuncia al marxismo; luego, al verlo, del estupor pasó al vértigo: los ideales progresistas palidecieron junto con el amor al pueblo, a la esperanza y a la prosperidad colectiva, y sobrevino más que nunca el pensamiento del imperio, sus loas al individualismo mercantil, enemigo a muerte del arte, generalizador del narcotráfico, de la corrupción administrativa, de la amoralidad existencial, en fin, de la destrucción del género humano. En ese contexto, la parte más delgada de la soga del arte fue la poesía, que carente de mercado, terminó de desplomarse, no así, paradójicamente, la proliferación de versificadores con temas evasivos, angustiosos, metafísicos y surrealistas. Muchos la llamaban la poesía posmoderna; otros, de distracción, carente de parámetros críticos. En cuanto a la prosa literaria, su descenso no fue tan brusco, e incluso en ocasiones parecía sobreponerse a la crisis, como en 1981, cuando Pedro Vergés, un criollo desconocido en el país (tenía dieciséis años residiendo en Barcelona), sorprendió a todos con la excelente novela Solo cenizas hallarás (bolero), ganadora del XV Premio Blasco Ibáñez, patrocinado por el ayuntamiento de Valencia, y del Internacional de la Crítica, concedido en España a la mejor novela del año escrita en castellano. En 1993, Viriato Sención con su texto Los que falsificaron la firma de Dios ganó el Premio Nacional de Novela y tuvo la suerte de que la secretaria de educación de entonces, Jacqueline Malagón, le negara el galardón alegando que el personaje principal de la historia, el presidente Joaquín Balaguer, era detractado en extremo. Como consecuencia, la obra se convertiría en un best seller mítico a nivel nacional. A principio del siglo XXI, los escritores de la diáspora, Julia Álvarez y Junot Díaz también llamaron la atención de todos: Julia con En el tiempo de las mariposas (2001) y Junot con La breve y maravillosa vida de Oscar Wao (2007), ¡Premio Pulitzer!
Manolito, continuando con la prosa, en 1985 publicó la novela Decir Samán, que es parte de una saga en contrapunto citadino y rural, que tiene cuatro pequeños tomos de los cuales sólo publicó el primero. Los demás, Ya es sombra; Si digo Samán Samán y El sol se oculta, quedarían inconclusos. Dos años después dio a conocer Cuando Dios oye al pobre, fabulilla que relata cómo en el cielo se reciben los avances tecnológicos de la tierra, y de qué manera ángeles hippies se arremolinan frente al hijo y, a través de los monitores, observan a un pobre agradecer y decir que no tiene nada que pedir: es cuando empiezan las deliberaciones en el paraíso.
Al principio del gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986), Manolito le brindó su apoyo entusiasta, pero cuando advirtió las primeras señales de corrupción administrativa, se distanció de él. En lo adelante se sentiría hastiado de tantos actos delictivos que se cometían desde la presidencia. Esta experiencia traumática lo condujo a cambiar su postura combativa contra Balaguer, y en 1984 le presentó el libro Los carpinteros. Durante el último decenio del doctor en el poder (1986-1994), aceptó el cargo de Asesor Cultural del Poder Ejecutivo, lo que le valió fuertes críticas por colaborar y coincidir ideológicamente con el más genuino representante de la dictadura de Trujillo. En realidad, no había tales coincidencias ideológicas, más bien se admiraban en el plano literario. Admiración que se remontaba a los años en que se conocieron en la universidad, pues Balaguer fue profesor de Manolito en el último año de la carrera de Derecho y tutor de su tesis.
En su nuevo desempeño, Mora Serrano le presentó otro libro a Balaguer, uno de los más importantes, Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo. Años después le escribió el prólogo de las obras completas. «Sin embargo, pese a ese acercamiento físico y haber conversado varias veces en intimidad, el hombre Joaquín Balaguer siempre resulta una incógnita, por más que tuviésemos el mismo signo zodiacal (Virgo, 1 y 5 de septiembre) y se diga por ello que debería existir alguna coincidencia en nuestros caracteres o en la forma de ser» (Conferencia dictada por Mora Serrano a propósito del centenario de Balaguer, el 29 de mayo del 2006 en la Universidad Católica Santo Domingo).
En 1993 publicó Cucarachas, fabulillas, una especie de sátira política sobre los países del Tercer Mundo y los sueños socialistas tronchados por el imperio. En 1999, El precio del fervor, prosemas, que contiene varios artículos y prosemas o prosas con semas, es decir, prosas poéticas a la manera del autor, con sentido. «Aquellos que pude escribir un poema un día que me amanecía el adjetivo bueno que es lo que para mí llaman inspiración, y lo envié al periódico como artículo», diría. En 2000, la librería La Trinitaria le editó Antología poética de Domingo Moreno Jimenes. Ese mismo año la Presidencia de la República le otorgó el Premio a la excelencia profesional. En 2006, la Editora Nacional en apoyo a las Ediciones Ángeles de Fiero, le publicó Celebración del vino oscuro, su primer libro de poemas, muestrario de sus intentos por construir versos, guiado por los de Moreno Jimenes, lo cual nunca sabrá si lo logró. En 2008 publicó Revelaciones de Pimentel, microhistorias y una selección de los panegíricos que como destacado orador fúnebre de su pueblo les ha tocado pronunciar. Al historiador Alejandro Paulino, este texto le recordó tanto la visita que Eugenio María de Hostos hiciera a Pimentel como las importantes personalidades que residieron en esa comunidad, poetas y escritores nacionales. En cada una de las páginas de Revelaciones de Pimentel están los símbolos de un pueblo que se resiste a perderse en la memoria, y que Mora Serrano con dominio absoluto del lenguaje y de la narración nos lleva de las manos y nos presenta a los muertos y a los vivos, a los que emigraron en busca de mejores suerte o se quedaron esperando la llegada de mejores días, a los humildes lugareños, a los comercios, al polvo, al lodo y a el rugido del tren cuando salía o se acercaba a la estación, como símbolo que fue de prosperidad.
En 2009, Manolito dio a conocer Antología poética amorosa de Domingo Moreno Jimenes: versos de amor y de misterio; y el mismo año: Sinfonía en medio mayor, su segundo libro de poesías, que contiene una traducción de los versos al portugués realizada por la poeta Cristiane Grando, directora en ese entonces del Centro Cultural Brasil-República Dominicana en Santo Domingo. En 2010, El ángel plácido; y en 2011, Postumismo y Vedrinismo: primeras vanguardias dominicanas, ensayo de 796 páginas publicado por la Editora Nacional. Este texto, que todavía no ha sido valorado en su justa dimensión, no sólo es el más completo que se ha escrito sobre el tema, sino además desmiente una de las fábulas mejor vendida en la historia de la literatura dominicana: el movimiento Vedrinista de Vigil Díaz. Con pruebas irrefutables, el autor demuestra que ese movimiento únicamente existió en las mentes de Manuel Rueda y Pedro René Contín Aybar, quienes falsearon la historia sin documentaciones que avalaran sus afirmaciones (p.573). Quien primero utilizó en un poema un término parecido al vedrinismo y luego en un prólogo, fue Zacarías Espinal, el supuesto discípulo y no Vigil Díaz, el inventado fundador (p.572).
Otro de los datos interesantes reseñados por primera vez es la agresión de la que fue objeto Moreno Jimenes en marzo de 1920 por parte de la soldadesca yanqui de ocupación, mientras el poeta se dirigía a su casa en Villa Francisca (p.331). Es posible que el ataque se debiera al nacionalismo público del Sumo Pontífice del Postumismo, en ese momento la figura literaria más trascendente.
En el mes de mayo de 2010, Manolito fue honrado por el Ministerio de Cultura, con la rotulación de una calle de la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte, en el transcurso de la Feria Internacional del Libro. También obtuvo el primer lugar en la encuesta ¿quién ganará el Premio Nacional de Literatura? (lo ganaría Jeannette Miller). En 2013 recibió el Caonabo de Oro, reconocimiento que se otorga a los principales protagonistas del periodismo y la literatura en el país. Meses después Artemiches, Inc., lo declaró Monumento viviente de la literatura dominicana. Cinco años más tarde dio a conocer su última producción literaria, Modernismo y criollismo en Santo Domingo en el siglo XIX (la turba letrada y los mitos literarios), publicada por el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). En esta obra «arremete como un quijote isleño contra conceptos anquilosados sobre el supuesto atraso de nuestros escribidores a finales del siglo XIX». Por último, ha sido parte de diversos jurados nacionales, representante del país en múltiples eventos culturales internacionales y conferenciante. En el mes de enero de 2021, por fin, el Ministerio de Cultura y la Fundación Corripio le concedieron el Premio Nacional de Literatura, cerrando con broche de oro su carrera literaria. Él expresó que, a pesar de su edad, aún puede mejorar, corregir y hacer arreglos de algunos textos, aumentándolos, a veces. «A mi edad muchos duermen en sus laureles, yo pienso que puedo dar mucho todavía». Es decir, convertido en octogenario, la mayoría de los escritores prefieren retirarse a descansar, mientras la minoría continúa trabajando como designio de sus vidas. Mora Serrano pertenece a este último grupo.
Edwin Disla, Santo Domingo, 29 de enero de 2021.