A las musas les dieron las ganas de aparecer al mediodía. Se supone debía escribir esto en la madrugada. Soy consciente de que violo las leyes de la escritura automática. No sé por qué llegan ahora. No lo voy a averiguar. A las musas y a la conciencia no se les cuestiona.
Amanecer en automático. Sentarse en la cama durante un minuto para que la sangre baje y no te marees. Un consejo que escuché durante toda mi vida y ahora le hago caso. “Está llegando” como dice la canción de Los Guaraguao…la hora de cuidarse más. Ahora bajamos las escaleras mirando cada peldaño. Todo el mundo te dice “Don Fulano” y no saben que todavía albergas fuegos interiores sin consumir.
Así empezó mi primera “mañanera”. Mi primera escritura en automático. Se trata de escribir todo lo que llevas encima antes de las rutinas de siempre, lo que está dentro de ti desde que abres los ojos. Se trata de sentarse frente a la computadora a mover el teclado, sin respirar, sin pensar. Un perro corriendo cuesta abajo, excitado, sin rumbo definido.
Valen la pena las “mañaneras” afirman los greñuses y las greñusas de la escribidera. Para soltar y romper el hielo. Golpear a la modorra. Provocar a las musas desaparecidas de tu centro de operaciones. Buscarle algo que hacer a tus dedos y al teclado.
Lo hice dos veces y no he vuelto a escribir las mañaneras. Se vive con demasiada prisa y hay horarios que cumplir. Mañaneras me suena a polvo rapiditos y bien madrugadores. A fluidos compartidos antes del desayuno.
No sé. Da pereza. El café y los diarios gratuitos a la espera. Igual que Angus, atenta a su habitual paseo de mear esquina y auscultar territorios caninos ajenos.
No sé por qué llegan a la hora de comer. No lo voy a averiguar. Reitero, a las musas y a la conciencia no se les cuestiona.