Esta historia, del poeta y narrador César Sánchez Beras,  inicia en una mañana “fría y lluviosa” de abril, en la que Ricardito, un niño en edad escolar, notó ruidos en su casa que lo hicieron despertarse y  “voltearse sobre sí mismo”.  Encontró extraño que ese día en particular, uno de clases, no se escucharan las acostumbradas voces de los “pregoneros de la Duarte”, una transitada vía cercana a su vivienda.

El autor se vale de los cinco sentidos para contar, comprometiendo al lector hasta el final. Lo hace desde el punto de vista de un de tan solo 7 años que no comprendía del todo lo que sucedía a su alrededor, pero sabía que algo muy serio estaba pasando, tanto como los aviones de guerra que surcaban el cielo.

El narrador se mueve en los  pensamientos del personaje principal, entre lo que realmente pasa y su imaginación, donde se ve a sí mismo, a veces  como un gigante, otras como soldado, o simplemente como el hijo que esperaba hambriento su comida.

El padre era un militar que paraba poco en casa. Aun así, existía una conexión especial entre ellos, por lo menos para Ricardito. El niño disfrutaba imitarlo, usando a escondidas su uniforme. Además, se había acostumbrado a estudiar, desde su cama, cada movimiento que hacía su progenitor al llegar, así como las conversaciones que tenía con su madre, como si eso bastara para sentirlo presente.  Era tanta su concentración, que lo reconocía tan sólo por sus pasos, por muy sigiloso que intentaba entrar.

Por otro lado, su madre era una mujer dedicada a cuidar de su familia y, por la forma en que lo trataba, mostraba que deseaba inculcar en él los valores del respeto, la discreción y la disciplina.

Esa mañana, un lunes 26, la casa no olía a chocolate caliente, recién hecho, como era habitual. Además, la calle lucía como un “Viernes Santo”, intransitada y silenciosa.

Al salir a desayunar, el protagonista se dio cuenta que no había nada listo antes de salir a la escuela, y cuando preguntó por qué, le respondieron que no iría ni esta vez ni por un tiempo. Al principio le gustó la idea de quedarse en casa ya que, aunque no le desagradaba el estudio o sus compañeros, no disfrutaba mucho los números.

Sin embargo, no le explicaron las razones de estos cambios y esto lo inquietó, pues era un chico inteligente. De las conversaciones que en susurros tenían sus padres,  se enteró que había una guerra en la ciudad. Supo que la cosa iba para largo, cuando llegaron sus primos y pudo ver el temor reflejado en sus rostros.

Sánchez Beras cuenta enfocado en las emociones y sentimientos de sus personajes, y de una forma sutil en cierta forma sugiere cómo abordar los problemas con los niños y hablar con ellos de sus inquietudes y temores, respetando su derecho a saber.

La Revolución de Abril, un acontecimiento vastamente documentado, es un tema importante pero está al margen de esta historia. El verdadero meollo del asunto está en las relaciones familiares, la importancia de la presencia de los padres en la vida de los niños y la honestidad con que hay que conversar con ellos.

Nos muestra que los niños aprenden más de lo que ven que de lo escuchan. Observan, guardan en su memoria lo que perciben, preservando más el “cómo” que el “qué” de lo vivido.

Es interesante que, a partir de una escena aparentemente sencilla y cotidiana, el autor nos cuenta todo lo que hay detrás, como en capas. El amor de un hijo por su padre, la admiración que siente por él, la sensación de seguridad que da el saberse protegido y la importancia de tomar en cuenta los pensamientos y sentimientos de los niños, pero sobre todo, lo mucho que marca el ejemplo.

En este libro, el autor  ofrece mucho más que un relato para niños. En él nos brinda poesía, historia, familia, y los valores de la empatía, la verdad y la esperanza.  Su desenlace no está al final de sus páginas, más bien quedan las preguntas cuyas respuestas podrían hallarse, unas en el contexto histórico, y otras en los lectores  mismos.

Y esta es la belleza de la literatura, que conecta mundos y tiempos distintos y a la vez semejantes, nos hace vernos como en un espejo y hasta preguntarnos también junto a sus personajes: ¿por qué no hay  clases en abril?

Mami, ¿por qué no hay clases en abril? César Sánchez Beras. (2019). LOQUELEO, Santillana. Santo Domingo