SANTO DOMINGO, República Dominicana.-La novela histórica es un género literario regularmente dúctil, traicionero, y dual, objeto de críticas apoyadas en la pasión que deviene, independientemente de la calidad de su investigación o la belleza de sus oleadas textuales, por encima de la fuerza interior de su narrativa y la perfección del estilo de descripción, ya general, ya detallada, del afecto o desafecto al tratamiento de, personalidades y sus hechos, y los carriles de la imaginación que reconstruye historias,
Es un género que no concita fácilmente las imposibles unanimidades de la crítica o el aplauso masivo del público, dado que los gustos y apreciaciones de cada quien median poderosamente al evaluar un texto que, y que serpentea entre la realidad de sus personajes, la gravedad o impecabilidad de los hechos narrados.
El novelista histórico tiene uno de los oficios de mayor ambigüedad, corriendo siempre el peligro de ser acusado de mal historiador por presentar hechos y personales alejados de lo que fueron realmente, y subvalorado por los escritores y críticos que le imputan falta de imaginación, sentido de oportunismo editorial para vender ejemplares al acudir, como base de su obra a hechos reales de mucha trascendencia.
La verdad, al final del trayecto, después de dejar a un ladito la carga de prejuicios, de una parte, y la inmisericorde lucha de egos y estilos, por otra, es que el novelista histórico es un supra-novelista, un narrador sobrecalificado en su oficio, porque debe desarrollar una labor previa de investigación y reconstrucción de hechos, circunstancias y personalidades, sujetos a la constatación de hechos históricos.
Edwin Disla es ese tipo de novelista histórico consagrado a esa especialidad y toda su obra lo refleja, desde que presentó cartas credenciales con Manolo (2007), con la que gana el Premio Nacional de Novela y produjo una amplia oleada de comentarios tanto negativos como positivos por parte de críticos, (Giovanni Di Prieto, Diógenes Céspedes, quien escribió nueve trabajos en el Suplemento Areito) historiadores, parientes y militantes de la izquierda (entre ellos el ingeniero Leandro Guzmán), a partir de la humanización del personaje y de actitudes y conductas que desacralizaban en alguna medida al mártir de Las Manaclas.
Luego de Manolo, Disla persistió en el género, afinando incluso su calidad de investigador y expositor de tramas que danzaban con gracia entre la historia y la literatura y ahora nos alegra estas tardes de encierro pandémico con un formidable ejemplo de quehacer narrativo en este estilo: Los que comulgaron con el corazón limpio, centrado en la figura y la transformación de Amaury German Aristy y de paso toca a Francisco Alberto Caamaño, con afirmaciones sobre en sus textos no habrán de gustar a todos, pero esa es la parte en la cual la realidad y la imaginación, conforman su pacto maldito, y que deben ser vistos como narración y en el marco del derecho a la imaginación, produciendo retratos humanos, no divinos seres impecables, suma de sus virtudes y defectos.
Resalta el cuidado de la base histórica y el manejo inteligente de sus giros argumentales, la fuerza de sus descripciones de personajes y hay un criterio para la construcción de sus diálogos, indudablemente creados a partir de la deducción y la creatividad de un autor que ha persistido en el subgénero, tan diletante como traicionero
La novela la tiene disponible en Librería Cuesta y en Amazon, portal internacional en la cual Disla ofrece toda su obra, vendiéndola con relativo éxito.
Título: Los que comulgaron con el corazón limpio; Género: Novela histórica; Autor: Edwin Disla, Año: 2020. Impresión: Editora Búho; Bibliografía: Manolo, 2007 (Premio Nacional de Novela), El Universo de los poetas muertos (2009), Un periodo de sombras, (2009) y Dioses de Cuello Blanco (2011).