Los Ángeles, EE.UU.- La ciudad de Los Ángeles puso fin ayer a más de una década de prohibición artística y se reconcilió con su larga historia de muralismo callejero, una forma de expresión social con personalidad de barrio e influencia hispana que tratará ahora de renacer con una nueva voz.

Los concejales del ayuntamiento angelino confirmaron esta tarde la ordenanza que regulará la relación de la urbe con sus autores de pincel y espray, quienes tras abonar 60 dólares podrán conseguir permisos para convertir las paredes del municipio en un lienzo en el que desarrollar su creatividad.

"Los muralistas han sido prisioneros y nuestros murales han ido desapareciendo", explicó a Efe la directora de la organización Mural Conservancy of Los Angeles (MCLA), Isabel Rojas Williams, una de las promotoras del cambio normativo.

Esta "ley seca" de la pintura entró en vigor en 2002 como respuesta municipal a los litigios en los que se veía envuelta la ciudad con empresas publicitarias que reclamaban su derecho a usar las paredes con fines comerciales, igual que los muralistas lo hacían por amor al arte.

Superadas las trifulcas legales, en 2010 comenzó a fraguarse en los pasillos del consistorio un texto, que el alcalde Eric Garcetti rubricará en un plazo de 11 días, que hiciera borrón y cuenta nueva, que acomodara la libertad de expresión en sus avenidas sin transformar la ciudad en un gran anuncio.

Williams prevé un florecimiento artístico en las calles que servirá para reclamar el título de capital mundial de los murales como se la conocía en las décadas de 1980 y 1990, corona que ahora ostenta Filadelfia, si bien el legado angelino se remonta hasta tiempos del muralismo mexicano que introdujo David Alfaro Siqueiros en 1932 con su "América Tropical", restaurado en 2012.

La moratoria de 11 años sumió Los Ángeles en una etapa oscura en la que los grafiteros eran unos proscritos cuyos trabajos se perseguían y eliminaban, que pintaban deprisa, con la mirada por encima del hombro ante el temor de ser cazados por la policía.

La restricción tuvo como resultado obras con escaso contenido, "desechables", como las describió uno de los referentes del movimiento chicano en Los Ángeles, Willie Herrón, que atendió a Efe subido en un andamio mientras avanzaba en uno de sus proyectos, un mural de 20 metros cuadrados en la comunidad latina de City Terrace.

Herrón empezó a pintar hace 40 años, primero dejando simplemente su firma para después evolucionar en transmisor de un mensaje de lucha social ante la injusticia. El mismo mensaje que reproduce en su nueva obra, un encargo con todos los papeles en regla gracias al patrocinio del Museo de Arte del condado de Los Ángeles (LACMA).

Él consideró que tenía que dar un paso al frente y colaboró para que la ordenanza fuera posible.

"Muchos de estos artistas que están empezando con el grafiti necesitan evolucionar y lo harán. Necesitan ser guiados y siento que yo debería ser el canalizador", manifestó Herrón cuyos intereses personales se centran en recuperar obras enterradas por la censura bajo capas de pintura.

A finales del siglo XX existían más de 3,000 murales en las calles angelinas, hoy las autoridades culturales tienen registrados apenas 300, mientras que los archivos de MCLA sitúan la cifra en 2.000.

La nueva normativa cambiará el estado de esas obras que pasarán a estar protegidas por el ayuntamiento, en vez de tapadas. Una lista a la que en un plazo de 3 meses, tiempo que se demorará la puesta en práctica de la ordenanza, pronto se sumarán otras.

Jaime Reyes, conocido como "Vyal", se inició en el grafiti inspirado por los murales de Herrón que veía de niño por su barrio. Ya de adolescente tenía buena mano con el espray y forjó una reputación que le ha llevado a tener reconocimiento internacional.

Ahora es el mentor de las nuevas generaciones en el centro Self Help Graphics & Art de East Los Angeles, allí recluta a jóvenes que ve experimentando con el grafiti y les da formación, al tiempo que recubren ilegalmente con su arte las fachadas de los edificios que las pandillas marcan con sus símbolos.

"Nos interesa embellecer el espacio. A todo el mundo le gusta. Sí que corremos riesgos, pero siempre lo hemos hecho. Los veteranos en las bandas aprecian lo que hacemos, los más jóvenes son los que escriben en los muros. Pero que yo pinte no cambia quién tiene el control sobre un barrio", indicó Vyal.

Esta nueva hornada de artistas, más próximos al hip hop que a la causa chicana, buscó formas para esquivar la prohibición. A veces un colchón viejo, otras un sofá abandonado les servían para practicar, cuando no la chapa de una camioneta.

"No puedes ilegalizar los camiones de reparto", aseguró Vyal.