En la historia para jóvenes lectores, escrita por Junot Díaz, todo comienza en un salón de clases, en donde “explotan” las ideas y los recuerdos, excepto para Lola.

En ella todo fluye: las imágenes, los diálogos y una especie de “notas” del pensamiento, a manera de reflexiones, como la que Lola tiene cuando le piden dibujar su lugar de origen, y ella se pregunta: “¿Y si uno se fue antes de poder recordar?” La niña no podía, aunque “tenía en la punta de la lengua no solo una palabra, pero un mundo entero”.

Sin embargo, a través de las anécdotas de familiares y vecinos, pudo “hacer memoria”. Fue así como supo de los murciélagos de su prima, del agua de coco, los mangos tan dulces que “casi daban deseos de llorar”, de los bailarines sonámbulos que danzaban en la tierra donde había “más música que aire”, de las personas de colores y “sus playas como poesía”. Todo esto le hizo pensar: “¿Si era tan bella la isla, por qué nos fuimos?”

Pero no todo era placentero allí. También se enteró del calor que había la mayor parte del año, del poderoso huracán que destruyó casi por completo su tierra y de aquel temible “Monstruo” del que le habló el señor Mir.

Aun con las vivencias compartidas, Lola no podía visualizar la Isla. Pero su abuela, con el rostro iluminado por la nostalgia, le anima diciendo: “Que no recuerdes no significa que no sea parte de ti”.

De esta manera, Lola se pone a trabajar y traduce las palabras de sus amigos en imágenes coloridas que plasma sobre blanco papel. Eran tantas, que se convirtieron en un libro. Entonces el aula, al exhibir los proyectos de la niña y sus compañeros, se transformó en “un lugar con ventanas que daban al mundo entero”.

Lola es una historia fresca, fluida e interesante. Aunque parezca un poco más extensa de lo convencional para este tipo de público, su trama engancha a los lectores comprometiéndolos hasta el desenlace. Este es más bien abierto, dando lugar a la imaginación.

Junot Díaz logra ponerse en los zapatos del joven lector y habla a través de su personaje principal, como si fuera uno de ellos, convirtiéndose así en su voz.  Nos hace pensar en cómo un niño ve su mundo y lo que tiene que enfrentar para contar “su historia” mientras brota de las páginas de su libro.

Con Lola podemos ver la universalidad y la inalienabilidad de la identidad. Ya que todos, sin importar el origen, la herencia genética o el suelo en que vivimos, llevamos dentro de nosotros “la Isla”, las huellas indelebles de nuestra historia plasmadas en la memoria del corazón.

Este es un libro para leer a y con los más pequeños, mientras que los que ya no lo son pueden también “encontrarse” entre sus líneas.