Aída Cartagena Portalatín es una de las voces representativas del movimiento la Poesía Sorprendida. Su poética se sitúa en la perspectiva de la condición femenina. Desde esa perspectiva reclamó en sus versos un espacio para la mujer, único modo de sentirse copartícipe de las soluciones que demandan los grandes desafíos que atañen a la humanidad, y, de ese modo, compartir con el hombre la responsabilidad por el destino humano.

Para los fines del presente artículo no resultará necesario ofrecer aquí datos autobiográficos sobre nuestra autora. Quienes deseen conocer las circunstancias en que se desenvolvió su vida, podrán hallarlas consultando enciclopedias, antologías, páginas web u otras publicaciones impresas o digitales. Así que nos concentraremos en el análisis de uno de sus poemas más emblemáticos: “Una mujer está sola”.

Como ya lo anticipa el título, el tema del poema es la soledad, tópico que recorre toda la estructura textual. Pero no se trata de una soledad física, ni momentánea, ni circunstancial, resultado de un aislamiento ocasional o más o menos prolongado en relación con el espacio físico. Se trata de una soledad que va más allá del entorno. Es aquella que va asociada al sentimiento de saberse incomprendida, infravalorada, excluida de los centros de poder donde se toman las decisiones que regulan el funcionamiento de la sociedad y sus instituciones. Dicho de otro modo, se trata de una soledad ontológica con profundas repercusiones en lo social y en lo político.

Aunque el título está en singular, no se refiere a una mujer en concreto, sino en sentido genérico, representación de todas las mujeres, pues en mayor o menor grado históricamente todas han sufrido discriminación por su condición femenina, lo que las ha llevado a sentirse solas, política y socialmente aisladas y desamparadas.

Una mujer está sola

Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza.
Piensa que está en el bajel almirante
con la luz más triste de la creación.
Ya izó velas y se dejó llevar por el viento del Norte
en fuga acelerada ante los ojos del amor.

En esta primera parte nuestra poeta traza una breve panorámica en torno a la mujer, sujeto del poema. El primer verso nos da la primera condición de ella: la soledad, como ya establecimos al inicio. Los restantes versos van completando el cuadro.

Si bien se trata de una mujer que está consciente de las circunstancias adversas en medio de las cuales se encuentra –la voz lírica nos dice que tiene los ojos abiertos, lo cual en sentido alegórico significa que mantiene la conciencia despierta– no ha perdido la fe, y se mantiene en la expectativa de que algo va a suceder o alguien va a llegar para conjurar su soledad. Ese estado de expectativa y de apertura hacia lo que podría ser la otredad masculina se manifiesta en el corazón y los brazos abiertos, y, más allá de ese gesto, en su propia confesión: “Espera en la desesperada y desesperante noche / sin perder la esperanza”.

No es casual que el contexto temporal corresponda a la noche. Este referente nocturno, que connota oscuridad, fatalidad, misterio… en el poema simboliza las fuerzas oscuras que conspiraban contra el mundo, y de manera particular contra el pueblo dominicano. Por lo general, el mal (violencia, crímenes, traiciones…) opera en la sombra, lejos de la diafanidad del día, para que los tentáculos queden ocultos. Se ha dicho que los dominicanos vivieron una larga noche de 31 años, refiriéndose a la dictadura de Trujillo. Dentro de este contexto, la noche es una representación de una larga cadena de crímenes, atentados contra la libertad, encarcelamientos, persecuciones, amenazas, destierros, atentados contra el honor conyugal… Y en lo que respecta a la situación de la mujer en esos años no podía ser menos desesperante. Un machismo brutal predominaba sobre el país, encarnado por el propio dictador, el cual, amparándose en la intimidación y en el inobjetable influjo de su poder, coleccionaba amantes como si se tratara de trofeos de caza.

Resulta muy significativo que la voz que habla en tercera persona desde el poema, aparte de referirse a los ojos abiertos de la mujer para indicar que está en atención, vigilante, alerta, también se refiera al corazón y los brazos abiertos, pues esto agrega un componente de afectividad. No basta con mantener la conciencia despierta, es importante también ese sentido de apertura hacia el otro, que en este caso podríamos identificar como el hombre (también en sentido genérico).

En medio de su soledad esperanzada, la mujer se ubica dentro de un bajel, “con la luz más triste de la creación” dejándose conducir raudamente por el viento del Norte (factor favorecedor de su desplazamiento). ¿Hacia dónde habrá de conducirla ese viaje simbólico? Es natural que quien está solo y desea compañía salga a buscarla y no se limite a esperar pasivamente. Por consiguiente, uno podría intuir que ella va en pos de un encuentro. En busca de una compañía con la cual desterrar su soledad. Llegado a este punto, el lector se preguntará: ¿Y quién, sino el hombre, ha de ser la compañía que ella desea y necesita, razón de ser de ese anhelado viaje?

Si se tratara de la búsqueda de un hombre, este habría de ser un compañero en el completo sentido de la palabra, no una simple sombra a su lado. No ese ser inseguro y al mismo tiempo dominante que pone trabas en su camino (el de ella) hacia el ejercicio de su libertad, que desde tiempos remotos ha señoreado sobre ella, y que pretende continuar por los siglos de los siglos. Negada a ser maniquí, decidida a no continuar siendo objeto de uso y de desecho, iría en busca de alguien con quien compartir su presente y su futuro (el presente y el futuro de una mujer libre de ataduras y vínculos humillantes). Esta lectura del poema puede que tenga algún sentido, sin embargo…

Podríamos dar una vuelta de tuerca para ir más allá del significado aparente. Si penetramos un poco más profundo en el contenido del poema, tal vez encontraríamos una interpretación más acorde a las intenciones de la autora. En lo personal, no nos parece que lo dicho anteriormente sea la meta de la “fuga acelerada ante los ojos del amor”. Adentrémonos, pues, un poco más allá. ¿Qué sentido tendrá ese amor, que la contempla mientras ella se desplaza, movida por el viento del Norte? Ese sentido no puede ser otra cosa que el amor propio, el sentido de la propia valía. El amor hacia ella misma, hacia su mismidad, es lo que la guía en ese desplazamiento hacia una meta concreta: el Norte. Es el viaje dirigido hacia el encuentro con su propio ser, con su dignidad maltrecha a lo largo de toda la historia. Una historia vivida bajo la coyunda de un patriarcado cerrado, absoluto. Podríamos hablar, entonces, de un viaje iniciático hacia la conquista de su amor propio, de un amor propio sin fisuras, que será el punto de partida para otras conquistas.

La presencia de una embarcación (bajel), el significante “almirante”, la frase “izó velas”, la presencia del viento marino… nos recuerdan el viaje colombino de finales del siglo XV, que culminó con la llegada de los europeos a nuestro continente.  Aunque el “descubrimiento” y posterior conquista de los territorios “descubiertos” no sea el más adecuado referente histórico, por todo lo que en términos de muerte, atropellos, esclavitud… significó para los primeros habitantes isleños, pienso que nuestra poeta lo usa en sentido alegórico para significar el descubrimiento que toda mujer debe hacer de su valor y dignidad personales y la posterior conquista de sus derechos.

Una mujer está sola. Sujetando con sueños sus sueños,
los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.

Seria y callada frente al mundo que es una piedra humana,
móvil, a la deriva, perdido el sentido
de la palabra propia, de su palabra inútil.
 

En esta segunda estrofa, compuesta por cinco versos largos y desiguales, el discurso lírico insiste en el tema de la soledad, devenido en leitmotiv que recorre el poema de principio a fin. Pero la soledad no es una circunstancia que ella, la mujer, acepta con resignación. Al menos se aferra a sus sueños, los sujeta como quien intenta retener algo que se le escapa. Son sueños colectivos, pues en ellos están implicadas todas las mujeres, y esa implicación traspasa los límites territoriales para situarse en “todo el cielo de las Antillas”. Aquí el espacio antillano es el escenario propiciatorio de reivindicaciones femeninas, cuya concretización incluye como condición indispensable la justicia social, pues es la falta de esta lo que proporciona a una parte del colectivo (los hombres) los medios idóneos para su desenvolvimiento y desarrollo, en tanto que la otra parte (las mujeres) no reciben las mismas oportunidades. En muchos casos, su condición de mujer les limita para alcanzar un merecido status social, político, profesional…

Los últimos tres versos de la estrofa constituyen una valiente denuncia. El primero de ellos afirma que la mujer está “seria y callada frente al mundo que es una piedra humana”. ¿Qué denota esa actitud grave y silenciosa de la mujer? Es la reacción típica que deriva de un estado interior dominado por emociones como el miedo, la frustración, la tristeza, el sentimiento de fracaso, la soledad, la exclusión…  Y no podría ser de otro modo, cuando el mundo, organizado “a imagen y semejanza” del hombre (sistema patriarcal), se muestra insensible (una piedra humana) frente al dolor opresivo que embarga a la mujer. Por demás, es un mundo desequilibrado, que se mueve como un barco a la deriva, en el que la palabra (discurso) ha devenido en algo inservible. Aquí la voz lírica cuestiona el discurso monopólico del hombre (hegemonía discursiva) que responde a los intereses exclusivos de éste, y que opera en detrimento de ella.

Los discursos actúan como estimulantes de los resortes que ponen en acción al mundo; y resulta inaceptable que estos operen sobre la base del monopolio de unos grupos sobre otros, en un tiempo en que todos reclamamos pluralidad e inclusividad. Es así como la palabra, sostén de una ideología inequitativa, pierde legitimidad. El resultado de ese sesgo es un mundo moralmente agrietado, cuyos soportes corren el riesgo de desmoronarse. Por eso, el poema sugiere que el discurso imperante deviene en inútil, pues está orientado a sostener un orden social desigual y opresivo…

Una mujer está sola. Piensa que ahora todo es nada
y nadie dice nada de la fiesta o el luto
de la sangre que salta, de la sangre que corre,
de la sangre que gesta o muere de la muerte.
Nadie se adelanta ofreciéndole un traje
para vestir una voz que desnuda solloza deletreándose.

El leitmotiv (“Una mujer está sola”) continúa su cíclica repetición. Su infaltable presencia al inicio de cada estrofa obedece a una estrategia de fijación en la conciencia del lector. Por eso hemos dicho que la soledad es una circunstancia constante en el poema. Los versos que integran esta estrofa están cargados de denuncias. Extrañamente, en un período histórico caracterizado por la represión y la intolerancia (Era de Trujillo), el poema describe un clima de violencia y criminalidad, se habla del derramamiento de sangre, se aborda el tema de la muerte y el luto. Es la crítica a un sistema social y político injusto y criminal, que responde de un modo preponderante a una concepción del hombre, con parcial exclusión del género femenino.

La voz lírica no solamente denuncia la sordidez de ese mundo que se desangra violentamente, sino que reprocha a quienes contemplan pasivamente ese cuadro desgarrador, sin atreverse a levantar su voz acusatoria: “y nadie dice nada de la fiesta o el luto”. Es una fustigación a cierto silencio cómplice que imperaba en la sociedad dominicana en esos años de furibundo delirio autoritario. Es la condenación al silencio cobarde, que calla y otorga cuando se trata de denunciar “la fiesta maldita de los hombres” (Incháustegui Cabral) o el luto, cuando la muerte sacudía con su violencia los cimientos del hogar familiar, de cualquier hogar dominicano, víctima del régimen imperante.

…Y es como si la voz poética dijera: “Vivimos en una sociedad llena de perversidad, pero como se trata de un ordenamiento social que responde a los intereses masculinos, que niega espacios de participación y concertación a la mujer, entonces la mayor culpa de su mal funcionamiento debe recaer en los hombres”. Participar en la reforma de ese mundo degradado requerirá de la integración de la mujer a las instancias donde se adoptan las decisiones que regulan su funcionamiento. A ese propósito se inclina el sentido del poema.

Por otra parte, la voz lírica se queja de la falta de solidaridad para con la mujer, desamparada frente a un mundo cruel e insensible, que se niega a escucharla y a integrar su voz (poética, social, política) al resto de los discursos que circulan libremente por los diversos espacios sociales. Nadie le ofrece “un traje / para vestir una voz que desnuda solloza deletreándose”. La voz sola y desnuda de la mujer está expuesta a la desconsideración y confinada al silencio.

Pero hay un detalle relevante y positivo: cansada de ser ignorada y relegada, la mujer ha comenzado a cavar una ruta hacia la intimidad de su ser. Ese deletreo de su voz del que habla el verso final de la estrofa es la lectura de lo que podríamos llamar el “código femenino”. En otras palabras, la mujer lee (deletrea) los signos que definen y caracterizan su condición femenil.

De ahí el viaje que ha emprendido, dirigido a su interior, hacia la propia identidad, como condición que habrá de conducirla a la conquista y afirmación de una sana autoestima y al logro de la trascendencia humana y espiritual. (Tal vez no sería necesario aclarar que cuando usamos el adjetivo espiritual no nos circunscribimos al aspecto religioso, sino a todo aquello que está más adentro de la piel y los tejidos y que trasciende lo exclusivamente corporal: la asunción de valores como la libertad, la justicia, la dignidad, la auto-aceptación…; el cultivo de la dimensión estética, la búsqueda de un ideal filosófico y existencial…). 

Una mujer está sola. Siente, y su verdad se ahoga
en pensamientos que traducen lo hermoso de la rosa,
de la estrella, del amor, del hombre y de Dios.
 

Los últimos tres versos del poema, reafirman la soledad de la mujer y resaltan algunos de los atributos propios de la feminidad: la capacidad de aportar al mundo no solo raciocinio, sino también una significativa cuota de sensibilidad e inclinación hacia la belleza. La mujer es intuición, sensibilidad y raciocinio. Conciencia intelectiva y sentimientos; reflexión y emoción. En razón de ello, tiene en su haber mucho que aportar al mundo actual, más allá de su rol de madre y compañera de cama del hombre. No obstante, la verdad que sale de su ser “se ahoga” y se queda sólo en pensamientos. Diríamos que, imposibilitada en traducir sus pensamientos en discurso, y los discursos en acciones, los sublima en emociones donde se recrea la belleza de la creación y el amor hacia el hombre y hacia Dios.

"Una mujer está sola" es un poema que se inscribe en el ámbito de la mejor poesía dominicana. El tema de la desigualdad de género, un problema social que mantiene toda su vigencia, unido a la acertada simbología de su lenguaje, la eficacia en la selección de los recursos de estilo, entre otros atributos, lo sitúan dentro de lo más trascendente que nos legó la lírica del siglo pasado. El poema, junto a muchos otros que salieron de su escritura, convierte a su autora en uno de nuestros clásicos.

Bibliografía

García, José Enrique (2007). El futuro sonriente nos espera. Poesía dominicana. Santo Domingo: Alfaguara juvenil.