Taxista anti-Bush

Antes que Led Zeppelin me recibiera en La Habana, el taxista que abordé desde el Aeropuerto José Martí me recibió con una artillería de consignas y acusaciones contra Bush hijo. Un monólogo continuo  contra el expresidente norteamericano que solo cesó cuando me preguntó mi destino final.

-Al Vedado, al hostal tal y cual, le informé.

Yo, recién llegado, no entendía la ofensiva anti Bush. No formaba parte de mi agenda de vacaciones debatir con nadie las virtudes y defectos del texano presidente. Solo me interesaba llegar al Vedado y disfrutar la estancia en una ciudad tan especial como La  Villa de San Cristóbal de La Habana.

Ahora, desde la frialdad de este teclado, intuyó que la razón del pertinaz parloteo del conductor se debió a que días antes de mi llegada, un grupo de marines sudorosos e impregnados del polvo del desierto habían derribado la estatua del ex aliado de los norteamericanos Sadam Hussein. Era marzo del 2003. El ex hombre fuerte de piedra lanzado al suelo e insultado por sus paisanos entre marines y tanques. Ardía Bagdad.

Mi destino era pernoctar por una semana en un hostal de El Vedado, el impresionante y ex majestuoso sector  de La Habana, similar a nuestro original Gazcue. El Vedado todavía conservaba el antiguo esplendor de tiempos mejores. Un ramillete de mansiones y residencias donde se conjugan todos los estilos arquitectónicos inventados por los mejores cerebros para construir y diseñar ciudades en cualquier parte del mundo. Ahora les dejo con un lugar común: por algo la llamaban la  “París del Caribe”.

Por fin, El Vedado.   El hostal es   una amplia casa rodeada de un  gran jardín y doble galería. Se abre un portón de madera similar a la caoba. Es el casero que sale a recibirme. El portón lleva a las habitaciones anexas destinadas a los turistas.

El taxista se estaciona justo frente al portón. Se desmonta y abre el baúl del carro. Saca mi maleta y estrecha mi mano derecha. Me desea buenas noches, compañero, y yo le deseo buenas noches, señor, que le vaya bien. Me mira largo y tendido antes de abordar de nuevo su vehículo. No logró descifrar su mirada. Sigo en lo mío.

Lo típico. El casero y yo despachamos el papeleo particular e imprescindible para transitar por la ciudad. Me entrega una guía turística: El Morro, Habana Vieja, La Catedral y su Plaza de Armas, Calle Obispo, La Bodeguita, Malecón y demás. Vamos, lo turistiable potable y posible.

Pica el hambre y salgo a comer algo.  Un silencio demasiado silencio, más allá de lo que uno cree debe ser el silencio invade lo que ya es el inicio de la noche.

Comienzo mi tour por una calle larga, en penumbras. Algo así como la César Nicolas Penson con sus aceras sembradas de casas sacadas de una revista de arquitectura de los años 40 y 50.  Y, claro, más silencio, esta vez más pesado a medida que incursiono en la semi oscuridad.  Ningún vivo o alienígena me sorprende.  Listo, con mi cámara colgando de mi cuello  a la espera de  que salga algún atracador o un delivery en vía contraria.

¡Por favor, alguien que salga de una de las casas de esta revista de arquitectura en la que paseo y  alce un pañuelo blanco como señal de vida!

Led Z

¿Los primeros acordes de Stairway to Heaven de Led Zeppelin? ¿Eso es lo que escucho o estoy en otro lugar? ¿El hambre también me hace delirar?  O sea, Led Z, me recibe en La Habana.  No sé por qué me sorprendo. La música es universal. No necesita pasaportes y atraviesa fronteras.

Es cierto, el silencio ha sido  roto por la poderosa y mítica canción de Led Z y es real lo que escucho.  Robert  Plant canta las primeras letras.

There is a lady who’s sure

All that glitters is gold

And she’s buying a stairway to heaven.

Alzó la cámara para recoger el instante del origen de la música.   Es un   balcón (también semi oscuro) donde una pareja de jóvenes me saluda con ambas manos.

-Sin fotos, compañero. Por favor, me dice la muchacha mientras me hace señas de que van a bajar.

Ella habanera, y el gallego. Músicos. Me preguntan si soy palestino. No, no soy palestino, soy dominicano.

Me ha sorprendido el recibimiento de Led Zeppelin. Esta calle es muy silenciosa. Se oyen más rockeros que nunca los ingleses con esas bocinas de buena calidad..

La mejor bienvenida, dice el gallego.

Busco donde comer, acabo de llegar.

Sube, comemos y escuchamos música. Nos hablas de Dominicana. Le debemos mucho al general Máximo Gómez, convida la muchacha.

Prepararon un arroz con frijoles negros y de bebida una limonada sin azúcar.  La tertulia se hizo larga y coordinamos para vernos al otro día. Yo, entre paranoico y sorprendido. Al final le deje diez dólares por la acogida.