“La nieve cae” es un poema de la primerísima juventud de Tomás Hernández Franco, pues es parte de su libro De amor, inquietud, cansancio, publicado en 1923, cuando el poeta contaba con diecinueve años, y residía en la capital francesa. El autor de “Yelidá” fue un poeta prematuro, pues dos años antes (1921) había publicado su primer libro: Rezos bohemios.
Este poema tiene como escenario la ciudad de París y se ubica en la estación invernal. Está dividido en ocho partes con desigual distribución de los versos. Desigual es también la cantidad de sílabas, ya que aparecen combinados versos de arte mayor (de más de ocho sílabas) con versos de arte menor. Esto hace que el ritmo sea variado y desacompasado. Asimismo, es irregular la oscilación entre versos rimados y versos libres. La revolución que en materia de estructuración y construcción poética se había producido en Europa (y que había llegado al país de manos de Vigil Díaz y de los postumistas) no había liquidado del todo la tendencia a rimar y medir regularmente los versos. Por eso es frecuente ver en un mismo poema una alternancia entre versos “a la antigua usanza” y versos libres.
“La nieve cae” es un texto tipo miscelánea, en el que el yo lírico divaga por diversos temas. Y así como el tópico es variado, también varían la rima, la métrica, la composición de versos por estrofa…
Como se trata de un poema cuya lectura no implica un alto nivel de complejidad, no hay que esperar grandes hallazgos de nuestro comentario. Nos limitaremos, fundamentalmente, a señalar los temas que en él se abordan y a contextualizarlos.
La nieve cae
Cae la nieve sobre París —melancolía
de la hora— siluetas negras cruzan
sobre la calle blanca—.
Desde un quinto piso, el mío,
yo contemplo la calle,
como si jamás la hubiese visto
o como si me hubiese petrificado…
Parte de esta primera estrofa ya aparece reproducida en el título. Es un título corto, que termina en un verbo en presente (cae) y que, por consiguiente, deja la acción abierta, suspendida, en permanente estado de ejecución. En esa estrofa inicial se puede observar un uso continuo del encabalgamiento, que eslabona dos o más versos entre sí. El ambiente es de soledad y aislamiento. La soledad de quien desde un quinto piso contempla el espectáculo de una calle cubierta de nieve, transitada por “siluetas negras”. El poema presenta una interesante antítesis al contraponer el blanco de la calle con las siluetas negras que la cruzan.
El sujeto lírico, que asumimos es el mismo poeta-autor, se encuentra desconcertado ante el espectáculo de la nevada, la cual ha transformado las calles parisienses. Sufre un estado de extrañamiento que lo hace sentir como si estuviera petrificado. Si petrificarse es adquirir la naturaleza de la piedra, entonces entendemos que el yo lírico se siente inmovilizado, quieto, ajeno a todo lo que se mueve frente a él y en sus alrededores, y que todo el panorama se le presenta como producto de una transfiguración.
París era un ambiente exótico para el dominicano, proveniente de un trópico donde la nieve es una realidad lejana, desconocida. Por otra parte, en el poema se produce una correspondencia entre la melancolía del poeta y el frío invernal. La lluvia, la nieve, el frío connotan ese sentimiento melancólico, sobre todo cuando se está solo.
II
Muchos versos sinceros florecen en mi mente,
y… nunca he de escribirlos… irremediablemente.
Esta es una estrofa compuesta por solo dos versos, pero perfectamente medidos y rimados (alejandrinos de rima consonante), que forman un pareado. En ellos observamos la cavilación del yo poético sobre su propia escritura. La soledad y reclusión invernal parecen inspirar al bardo. Pero son apenas atisbos de poemas que pasan fugazmente por el pensamiento. Fetos que no alcanzan a desarrollarse plenamente en la matriz mental para luego alcanzar el privilegio de la página. Hay en ese ejercicio de autoconciencia un marcado fatalismo: el poeta está seguro de que nunca escribirá esos versos que se originan en su mente. Tal fatalismo, finalmente, parece haberse cumplido, pues la producción poética de Hernández Franco –según quienes han estado más cerca de su obra– no fue suficientemente prolífica.
III
Es la ciencia más útil la ciencia de la vida:
una lección por cada bella ilusión fallida…
(La pipa es buena amiga… mientras está encendida).
El sujeto lírico continúa sus disquisiciones. Ahora se detiene a pensar en el sentido de la vida y en las enseñanzas que se adquieren con cada fracaso. La existencia humana funciona como la ciencia, mediante la fórmula cíclica: ensayo/error/reinicio. Los grandes progresos alcanzados por la humanidad se deben a esa fórmula. Como suele decirse: no hay fracaso, sólo lecciones. Son esas experiencias las que nos hacen madurar y fortalecer el espíritu.
Recluido en su soledad, el poeta fuma su pipa al tiempo que reflexiona: “La pipa es buena amiga… mientras está encendida”. Y pareciera que la imagen de la pipa encendida fuera el símbolo inequívoco de la existencia humana. Encendida, representa a la vida; apagada, es sinónimo de muerte. Entonces, la pipa que es aquí instrumento de entretenimiento como soporte del tabaco que fuma el sujeto lírico (o el poeta-autor, pues en este poema coinciden), funciona también como símbolo de la dualidad vida / muerte.
Por otra parte, los versos de esta triada son alejandrinos de rima consonante, que riman entre sí.
IV
La vida es muy seria
y el amor banal…
pero hay siempre una loca
ansiedad de amar.
(Se ríe Miseria,
que pasa del brazo
de nuestro fatal
rey: Don Fracaso).
En esta estrofa se produce un vuelco en el ritmo del poema, al pasar de versos alejandrinos de rima consonante a hexasílabos (de seis sílabas), excepto el número tres, que mide siete (heptasílabo). También cambia la rima, que ahora es asonante.
Aquí el yo lírico continúa sus divagaciones de carácter existencialista. Y opone a la gravedad de la vida la trivialidad del amor, pero sin dejar de reconocer la necesidad del sentimiento amoroso. Es decir, el amor es como un juego que no conduce a nada trascendente, sin embargo, es algo a lo que no podemos sustraernos, ya que está “siempre” activo en nuestros deseos.
Luego de abordar el tema del amor (primeros cuatro versos) el poema coloca entre paréntesis cuatro versos más en los que personifica dos asiduos compañeros de ruta del ser humano, o de la mayor parte de la humanidad: la miseria y el fracaso, que aquí van juntos cual pareja de enamorados. Es como la configuración de una comparsa en la que la Miseria aparece enmarcada en un gesto de risa, como si estuviera burlándose impiadosamente del género humano. Ambos se complementan, pues la miseria es otra forma de fracaso.
V
Yo pienso en una aldea de mi América digna,
(Hablo de la latina; la sajona es indigna).
Los versos de esta quinta estrofa, al igual que los de la segunda, forman un pareado compuesto por versos alejandrinos; de manera que el poeta vuelve a la regularidad métrica y a la rima consonante. Todo el poema es como un zigzagueo constante que el poeta hace entre versos de arte mayor y de arte menor, rima consonante y asonante, y estrofas que pueden ir de siete a ocho versos (como la primera, la cuarta y la séptima) en alternancia con otras de menor cantidad. Y lo mismo ocurre con el número de sílabas de los versos, en los que se combinan los de arte mayor con los de arte menor. Hay, pues, como un movimiento de vértigo desde el inicio del poema hasta el final.
En esta estrofa el poeta abandona la disquisición filosófica para ocuparse de la evocación nostálgica de su pueblo natal, e introduce una reflexión ideológico-política: el rechazo a la política imperial estadounidense. Dicho rechazo se manifiesta en la oposición América Latina (digna) / América Sajona (indigna). La América Latina es el conjunto de países de América que hablan idiomas derivados del latín (español, portugués, francés), en tanto que la América sajona o anglosajona es la de habla inglesa. En este último conjunto están Canadá y Estados Unidos. Pero todos sabemos que de esos dos países sólo hay uno que se ha caracterizado por su política de intervenciones en otras naciones: Estados Unidos. Precisamente, en esos años en que el poeta vivía en París y publicó el poema objeto de este comentario (integrado en su libro de 1923: De amor, inquietud, cansancio) nuestro territorio se encontraba intervenido militarmente por el gobierno estadounidense. Sería al año siguiente (1924) cuando las tropas interventoras abandonarían el suelo dominicano, después de ocho años de ocupación.
Así que este sencillo pareado encierra en su lacónica brevedad un sentimiento de rechazo a la intervención estadounidense y a su política de sojuzgamiento de otras naciones de América y del mundo.
VI
Recuerdo los consejos de mi madre
cuando yo era pequeño:
—“Hijo
desconfía de toda persona extranjera
que encuentres en la vida…”.
En esta estrofa el poeta retorna al versolibrismo. El segmento está compuesto por cinco versos: de once, siete, dos, trece y siete sílabas, respectivamente. De manera que el ritmo vuelve a descarrilarse. También el tema, pues el poeta pasa a otro tópico: la situación del inmigrante en tierra extraña, que es un tema que en lo personal le atañe. Por experiencia propia o por conocimiento indirecto, bien sabemos que el extranjero siempre es visto con ojeriza y desconfianza. El poeta dice que su madre le aconsejaba no confiar en el que llega de otra tierra, y –paradójicamente– a él le tocó correr la suerte del inmigrante, situación que estaba viviendo desde que se avecindó en la capital francesa.
VII
Ahora, yo soy extranjero… ¡oh madre!…
En las noches tan negras de la aldea,
le dirás a mi hermano…
—“Hijo, desconfía
de toda persona extranjera…”
¿Olvidarás, acaso, que yo vago
por países lejanos?
El poeta continúa el tema de la estrofa VI, pensando en la advertencia de la madre, que ahora probablemente la dirigirá a su hermano: “Hijo, desconfía de toda persona extranjera”, sin reparar, tal vez, que en ese momento el extranjero era su hijo, establecido en suelo extraño, viviendo entre gente igualmente extraña, seguramente visto como el intruso, el que por haber llegado de otra tierra es indigno de credibilidad y consideración.
Una gran reflexión, sin duda, de la que podemos extraer una significativa lección, pues los dominicanos somos un país de emigrantes. Muchos son los hijos de esta patria que andan desperdigados por el mundo, anhelosos de un trato humanizado. Y esa actitud que lejos de la patria deseamos para nosotros debemos reciprocarla con los que llegan desde otras tierras a nuestro territorio. Todo inmigrante es vulnerable, por encontrarse fuera de su círculo socio-afectivo y fuera del alcance de las leyes que protegen a los ciudadanos de su país de origen. Tratarlo con humanidad es un imperativo moral. Porque, además, todos somos ciudadanos del mundo.
VIII
Muchos versos sinceros florecen en mi mente,
y… nunca he de escribirlos… irremediablemente.
El poema concluye con la repetición de los versos de la estrofa número dos, como si se tratara de una obsesión fatal.
El círculo textual se cierra y uno, como lector, se queda pensando en qué conclusión definitiva podría extraerse de este poema multi-temático, irregular en muchos sentidos, en el que se concatenan temas filosóficos (el sentido de la vida, con sus aleccionadores fracasos); literarios (la vocación poética y la dificultad de ser traducida a obras concretas); sentimentales (el amor como presencia banal, pero recurrente en la existencia humana); políticos (el rechazo a la política imperial estadounidense); sociales (el contradictorio menosprecio al inmigrante en un país de dilatada emigración). ¿Por qué tantos temas en un poema relativamente breve? La multiplicidad temática nace de la situación del sujeto lírico (el poeta-autor) en el escenario del texto. El bardo está solo, contemplando desde un quinto piso las calles parisinas cubiertas de nieve. Ha encendido una pipa, quizás para relajarse, y a partir de esa condición, su mente comienza a divagar, pasando rápidamente de un tema a otro.
En lo formal –algo que ya apuntamos al inicio– el poema se sitúa en una línea fronteriza entre lo poético tradicional y lo poético vanguardista, tomando de lo uno y de lo otro, en una especie de zigzagueo indeciso propio del momento en que fue escrito, cuando la revolución anti-metrista tomaba por asalto a la poesía, pero en el que todavía el verso tradicional no estaba del todo descartado.
Concluimos diciendo que “La nieve cae” es un poema de contenido bastante sencillo, pero muy digno de ser conocido por el lector dominicano. En él están los temas que –uno supone– durante esos años juveniles formaban parte de las preocupaciones existenciales de Hernández Franco.
Bibliografía
Hernández Franco, Tomás (2018). Poemas y narraciones. Santo Domingo: Editora Nacional. Biblioteca Dominicana Básica.