Introducción

El texto  “Las treinta y una plagas de diciembre” corresponde al segmento  VIII de la más reciente novela de Haffe Serulle, Plagas y Predicciones de la Familia Vick-Aux.

Alejandrix Vick-Aux y Anna Lanfoster son los protagonistas de esta novela, cuyos nombres aparecen por separado en estos escritos que se publicarán durante todo el mes de diciembre. 

LAS TREINTA Y UNA PLAGAS DE DICIEMBRE                                               

A Anna le ha encantado este título porque a su juicio recoge vivencias de mis antepasados. Cuando me escuchó decir “Las treinta y una plagas de diciembre” –lo dije con un halo de misterio– se abalanzó sobre mí, me abrazó por el cuello y me dio un beso largo en la frente, que yo hubiese preferido en los labios, aunque por la edad tal vez ya no estamos para eso. Se acomodó en mis piernas y me susurró al oído: Léeme las diez primeras líneas. Una vez complacida, me animó a leerle lo que seguía.

Día 1. Hora 15:00. Introducción a las plagas.         

Cuando el niño se levantó del sillón como un hombre y cruzó el amplio escenario, supe que su voz era fuerte, y su discurso, fascinante. Se detuvo al lado del podio, se cuadró frente al micrófono y ante nosotros como un gladiador de la palabra y señaló hacia el fondo, donde en cada extremo había un cartel gigante: el del lado izquierdo representaba una silueta de un hombre grande y gordo, con un letrero en la frente, escrito con  tinta negra, donde decía simplemente: EL ADMINISTRADOR; en el del lado derecho,  había una figura semejante a una pitonisa, rodeada de vapores melifluos y hojas de laurel. Antes que el niño comenzara a hablar escuché, en lo más hondo de mi tímpano, su voz de oro. Dijo textualmente lo siguiente, como si su intención fuera la de emular a Paracelso: “Todas las enfermedades desde el comienzo del mundo han surgido siempre unas tras otras; de ahí que los pueblos les hayan dado el significado de flagelo o castigo divino. Por eso vengo a hablarles de las plagas de diciembre, que son, como sus días, treinta y una. A ellas dedicaré el tiempo necesario hasta desentrañarlas, y no tendré prisa en contarles cómo inciden en nosotros”. Pero no era la voz del niño la que hablaba, sino la mía.

Me golpeé la frente con los nudillos de la mano derecha con la intención de superar este dilema, y mientras más lo hacía, más estridente era mi voz. Decidí mirar atentamente al niño. Tomé aire para calmarme. Él me buscaba con sus ojos negros y abría lentamente la boca. Sus palabras se posaban en mis labios, pero quien hablaba –repito– era yo. “¿Por qué hablar de plagas, niño mío?”, le pregunté desde mi butaca. Mas él no me escuchó; no, no me escuchó. Tocó con el dedo mayor de la mano derecha el bordillo del micrófono, dijo ¡aló! tres veces y luego cantó. Sí, cantó porque anhelaba cantar y no hablar de plagas en diciembre. ¿De cuáles plagas iba a hablar en el mes en que la fantasía se vuelve azúcar y retoza con nosotros para apartarnos del dolor? Quería cantar, digo, y lo oímos cantar. Entretanto, yo seguía pensando en las plagas.

Volví a escuchar la voz del niño, que era, como antes, la mía. Y dijo, es decir, dije yo: “Las plagas de diciembre no deben asombrarnos porque son siempre las mismas. Las primeras plagas de esta época tuvieron su origen antes de aparecer el hombre en la tierra, y aunque para entonces los meses no tenían nombres porque el tiempo era simplemente tiempo sin horas, sin minutos ni segundos, a ciertos antropólogos y geólogos les dio por comprobar a cuál de nuestros meses corresponderían esas desgracias milenarias, y concluyeron recientemente en reseñar que, en efecto, aquel tiempo sería el equivalente a un mes de diciembre del calendario gregoriano”. Súbitamente, la voz entusiasta y optimista del niño cantor se impuso sobre la mía.

—Demóstenes, dicen, bajaba al puerto de Falera a declamar al ruido de las olas para acostumbrarse a vencer la voz de su bramido –recordó y agregó, cantando–: De la tiniebla roja/emanará el tormento/y signará/los caminos de la vida.

Él deseaba que yo escuchara cada palabra de su canción, pero mi afán por ahondar en las plagas de diciembre me impedía complacerlo. Decidí salir del auditorio y darle rienda suelta a mi inquietud. Solo cuando estuve lejos de aquella criatura me di cuenta de que las figuras del Administrador y la Pitonisa habían seguido mis pasos. Desde entonces, las plagas de diciembre se agolparon en mi mente y ahora, recién comenzado el mes, me ocuparé por separado de cada una de ellas.

Nota: La novela fue publicada por la editora norteamericana Moncrayón, y está de venta en las librerías de Amazon.