Los “paragüitas” de la Feria equivalían a tener la oportunidad de disfrutar de encuentros sexuales furtivos y aleatorios, pero intensos por la carga de morbo que contenían los desguañangues en medio de la “nada y rodeados de todo”.
La Feria estaba menos despoblada que ahora, sobre todo por las noches. Menos vehículos en circulación y mucho menos personas en los finales de los tenebrosos 70 y hasta la mitad de los felices 80.
El pueblo les puso el apodo de “teticas” por sus techos ovalados de cana. Edificadas a fuerza de cemento y varillas, las “teticas” estaban arropadas hasta los ruedos de canas que tocaban el el suelo.
En el centro de esta envoltura, una apertura a manera de puerta para que el camarero penetrara a servir los bebestibles, siempre y cuando nadie estuviera penetrando a otr@s.
Eso sí, la “puerta” tenía un timbre a los lados. El camarero tocaba primero triiiiiiiiinnnnnnnnnn antes de entrar al desguañangue.
El timbre, constituía el dispositivo de seguridad más efectivo. Así, el pobre camarero, se evitaba sorpresas inoportunas en el momento del estallido de fluidos, gemidos y desvanecimientos o en el instante de la oralidad amatoria más profunda en ciertas partes pudendas, oscuras y brillosas. El que no baja al pozo, pierde.
Se les daba las gracias y su correspondiente propina. El hombre bien formal con su pantalón y chalina negra y camisa blanca, retornaba de espaldas con la bandeja vacía, cabeza baja, hacia su posición anterior, muy fuera del nido amatorio.
Nunca fijaba en su memoria los rostros de los amantes (bueno, uno quería creer eso…) Servía con eficiencia y rapidez. Discreción era la regla de la casa.
En el interior de las mini cabañitas, dos mecedoras con asientos de guano para inventar posiciones inéditas en el delicioso mete y saca y mete de nuevo. Todo en la plena oscuridad. Apenas se colaban entre las canas los rayos de luz del entorno. El mundo que se hunda y ellos (y uno también, no te hagas el pendejo) en su erotismo de balance y magulladuras. En cada beso, un petacazo de Siboney tapa verde.
Si llovía, las gotas sobre el techo generaban la sensación de navegar desnudos sobre una canoa rumbo a un embarcadero en el Amazonas. La mecedora como yola y la jungla al borde del río
Si el aguacero apretaba y los charcos se colaban por los ruedos de la tética, la pareja ponía cara de miedo y morbo. ¿Y si se derrumba el techo? Deja eso, no se va a derrumbar, lo que puede pasar es que nos demos un coñazo en el suelo si seguimos inventando en ésta jodía mecedora. Entonces era la hora de encender un cigarrillo y darse par de petacazos más de Siboney tapa verde, más malo que la maldad. La hora de la quietud y de hablar en vez de majar. A esperar que escampe, mujer…deja la putería.
Eran lugares seguros para disfrutar la sexualidad a bajo costo. Sin correr el riesgo de los brecheros inoportunos y la necedad de los policías buscando lo suyo.
Todo el mundo en Santo Domingo tiene historias que contar sobre policías buscavida amenazando a parejas que solo hablaban o se daban un beso de vez en cuando en la intimidad de sus automóviles. El Malecón y los bancos de la avenida 30 de Mayo podrían contar miles de historias de ese tipo .
“Salgan del carro y enseñen sus cédulas”. Después, todo la jodedera policial se resolvía con 20 pesos y una Marlboro pequeña.
Del hilo musical de las teticas brotaban boleros desgarradores de antes y de la época: De los desgarradores cincuentones sonaban Roberto Ledesma, Tito Rodríguez, Gilberto Monroig, Toña La Negra y Rolando Laserie y otros. Salsas de Devórame otra vez…y por ahí María se va.
Del país, Lope Balaguer, el infaltable Camboy Estévez y el inolvidable Anthony Ríos, la voz más aguardentosa para mí de todas las anteriores mencionadas. Aguardentosa por “conceptual” en sus composiciones. Su alma de artista era de una sordidez elegante.
Los paragüitas no solo estaban en la Feria. El Parque Mirador Sur tenia su arsenal de teticas . Al lado de la explanada de la Núñez y en los alrededores de la Caonabo, cerca del destacamento de la Policía. Si estuvieron en otros sitios, la memoria no me llega a tanto.
Y lo más gratificante de todo, aparte del placer, era que no existían los espías de ahora: los celulares. Doy gracias por haber tenido la dicha de vivir sin celulares. Todo un lujo.
Loor a las teticas de la Feria. Mas humanas y personales que las super cabañas con sus olores a mistolin, su fundita de jabón de cuaba y sus condones Pantene.
Cuando frecuentaba las cabañas, hace muchoooo tiempooo, siempre tenía la sensación de que, en cualquier momento, el chino, dueño de motel, saldría del baño con una toalla amarrada a su cintura y en su boca un cigarrillo Montecarlo, a medio lado. El chino ofreciendo una sonrisa entre medio pícara y formal a los sorprendidos amantes.
Loor a las teticas , por favor… Aplausos.