Fotografías de Orlando Ramos
Entre las provincias Bahoruco e Independencia, el aire quema. La carretera entre las dos comunidades es un solitario lagarto de arena sin prisas
Uno acomodado en la burbuja del aire acondicionado y relajado con el fluido del mantra jazz de la yipeta, se imagina el suplicio de caminar al medio día entre los cambronales y los palos negros, secos, y afilados. El taladro solar a 40 grados es una apuesta al suicidio. Y pensar que por décadas la inmigración ilegal camina por aquí, descalza y ligeros de equipaje, huyendo de la mala fortuna.
Me gusta estar al lado del camino fumando mientras todo pasa, canta Fito Páez. En este caso no, Fito, aquí te quemarías como una cabeza de fósforo.
Al otro lado de las montañas desnudas, heridas por las correntías, las primeras comarcas del indomable Haití, ese universo al que nos negamos a conocer.
Aquí, la Gran Ciudad no existe. Es un espejismo más Las locaciones para el cine serían excepcionales en esta lejana zona de la Isla. Mi imaginación vuela y ya me veo dirigiendo un western dominicano sin caballos y sombreros tejanos, sino motoconchistas con gorras de las Águilas y Licey.
El retorno hacia Bahía de las Águilas. Un azul inigualable. No hace falta describirlo. Sobran las palabras y yo no soy poeta. Ojalá se conserve para el disfrute y valor de las nuevas generaciones. Caminar sus arenas blancas es un sacrilegio. Su belleza asesina los sentidos.